domingo, 27 de septiembre de 2009

MUERTOS DE PROGRESO
(20-7-2003)
JUAN GARODRI


España es el cuarto País de la Unión Europea con mayor número de muertos al volante, sólo superado por Grecia, Irlanda y Portugal.
Carlos Muñoz Repiso, Director General de Tráfico, afirmó que la sociedad española acepta la siniestralidad al volante como un “tributo al Progreso” y no cambia sus hábitos de conducción, cuando un 90 % de los accidentes son evitables.
Son noticias que he leído en la prensa nacional estos días. Pues sabes qué te digo, que me cago en el progreso, me dice mi tío Eufrasio. Un progreso venido a menos, o que no ha llegado a más, como puede ser el progreso de Grecia, Irlanda y Portugal, países con los que formamos el grupo de la muerte. También es coincidencia, que ya es joderse, que los países en los que más personas mueren en accidente de tráfico sean aquellos cuya renta per cápita es la más baja de toda la Unión Europea. Será por aquello de que a perro flaco todo se le vuelven pulgas. O de que en casa del pobre todo son goteras. Cómo es posible que en el primer semestre de 2003 hayan dejado la vida en las carreteras españolas cerca de cuatro mil personas. Como es posible que las autoridades sanitarias adviertan (hipócritamente si se quiere, pero lo advierten) de que el tabaco perjudica seriamente la salud, peligro de muerte, calavera simétricamente situada entre dos tibias en plan bandera pirata, el tabaco, enemigo público número uno, y no adviertan al personal de que el coche perjudica gravísimamente la salud. Será por lo de las indemnizaciones. A las compañías tabaqueras puede sacárseles la pasta gansa, millones del ala por envenenar a la ciudadanía, cuando a las compañías tabaqueras se la trae floja lo de las indemnizaciones mientras haya miles de millones de fumadores (y fumadoras) en el continente asiático que compran sus productos. A las fábricas del automóvil no hay quien exija indemnizaciones.
El coche, sin embargo, es un artilugio inocuo, al parecer. Dotado de una singular belleza, jamás decae de su atractivo esplendoroso, aunque sea de segunda mano. El coche refuerza la personalidad y dota al usuario (y usuaria) de una perfección psicológica lindante con el poderío económico y el endiosamiento de los millonetis. Uno es un donnadie si no hace ostentación de coche. La deslumbrante rutilancia (¿o no existe rutilancia? —sí, sí, existe; me da igual, hablando de coches) de la pintura metalizada confiere una especie de categoría arcangélica al conductor, que cabalga a lomos de las cuatro ruedas una cabalgadura atractivamente gótica, el conductor, ese sanjorge de los seis cilindros en línea en posición delantero longitudinal y cilindrada de 2.493 centímetros cúbicos, el conductor, ese purista de la conducción que quiere chulearse en los adelantamientos a todos los viejos cacharros que se le ponen por delante, tan solo porque el tarado de las suspensiones tiene una puesta a punto muy correcta para él, que busca la deportividad por encima del confort. El sanjorge del siglo XXI se protege tras la adarga del parabrisas y empuña la lanza del acelerador para combatir al dragón de su propio desvarío. «La seguridad está de moda. Todo modelo que se precie debe llevar varios airbags y sistemas electrónicos de ayudas a la conducción», dicen. Para qué vale todo. Para qué valen los crash-test de la agencia independiente Euro-NCAP, para qué las simulaciones virtuales en ordenador. El sanjorge del siglo XXI lanza por la ventanilla la sofisticación y la tecnología. La frustración personal se evapora con el ruido del motor. Nadie es más grande que él, ni más importante, ni más aguerrido, ni más osado, ni más audaz, ni más esforzado, ni más resuelto, ni más temerario, ni más presuntuoso, ni más gilipollas. Si el sanjorge es aficionado al uso del teléfono móvil, su capacidad de desafío a las normas de prudencia y precaución es infinita. La Dirección de Programas de Investigación de Accidentes de la DGT asegura que «Nueve de cada diez conductores lleva un móvil; de ellos, más del 60 % es manual y va encendido, y sólo el 14 % es de manos libres». Bien. El sanjorge es consciente del riesgo o es idiota. Una de dos. Si es consciente del riesgo, no utiliza el teléfono móvil mientras conduce. Si es idiota, lo utiliza. Tiene que mantener el contacto con el tipo (o la tipa) que ha apostado con él la cena del viernes. La comunicación es fluida y constante, ahora a ciento treinta, hostia, tío, que voy por las cuestas del Tajo, ahora a ciento ochenta, sí, en el tramo de autovía del puerto de Baños, no, no, acabo de dejar Béjar a ciento cincuenta, una pasada tío, no se me resiste ni uno, bajo volando por Vallejera. [...] El pii-puu, pii-puu, de la ambulancia llena las vaguadas que circundan Guijuelo. Uno más. Uno menos.
Diariamente hay muertos en las carreteras españolas. Anualmente, miles. Leo la prensa de hoy y me aburre la información reiterativamente cansina de Lula, Irak, bajas de soldados estadounidenses, Tamayo, Tamayo, cinismo, hipocresía, fariseismo político, Simancas y su plumero, Comisión de Investigación, PP contra PSOE, PSOE contra PP, la querella de Atutxa, las grietas del Prestige, el culebrón de Ronaldinho, la vuelta de Simeone y las pollas en vinagre. No encuentro noticias que alarmen socialmente por las muertes diarias provocadas por accidentes de tráfico. La cotidianidad de la muerte nos hace olvidarla. La muerte cosificada como un tributo al progreso, zumba cojones.

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