viernes, 4 de septiembre de 2009

ESCATOLOGÍA
(7-10-2001)
JUAN GARODRI


Disculpa mi engreimiento, amigo. Qué va a hacer uno, toda la vida enseñando, al menos toda la vida dando clases, no sé si enseñando, así que qué va a hacer uno, no tiene más remedio que ilustrar a los demás, al menos eso es lo que a uno le tira, aunque probablemente los demás no lo necesiten, o ya lo sepan. La tendencia a sobrevivir, o sobresalir, de entre la fauna urbana es tan intensa en el ser humano, tan vehemente y extremada, que cada uno se las arregla para emerger de la monotonía a base de incurrir en la exposición de capacidades más o menos ocurrentes. Así que yo no voy a ser menos. De manera que para llevar el hilo a lo de la escatología hay que recurrir a la información culta. Supongo que algunos, muchos tal vez, vocingleramente gilipollas, utilizan el término, escatología, sin saber exactamente a qué se refieren. Así que, para evitar la recaída en la memez, vamos a informarnos.
La escatología se refiere a los últimos acontecimientos (del griego éskhatos, último). En este sentido es una parte de la teología que estudia el destino final del hombre y del universo. Aquello que, de chicos, nos enseñaban en el catecismo y que considerábamos sobrecogidos y espantados: muerte, juicio, infierno y gloria.
Así que escatología era la muerte, representada materialmente en la de los abuelos o en la de algún vecino, aquella vecina que murió de parto y yo la contemplaba de cuerpo presente, a través de la reja de la calle, mi niñez aterrorizada, con un plato de sal en la barriga (la de ella) para evitar la hinchazón del vientre.
Escatología era el juicio, que imaginábamos como un sobresalto bochornoso, confusos y con las orejas gachas cuando salieran a relucir ante el estupor universal los gravísimos pecados escondidos tras la conciencia, como las pedradas contra los cristales del señor Melecio o la visión turbadora de la extraordinaria redondez del trasero de su mujer. (Aunque, después de leer el Juicio Universal de Papini, la idea de una divinidad depredadora se amortiguó bastante).
Escatología era la altísima indeterminación del cielo, algo desconcertados porque no parecía tan atractiva la sosera de una eternidad angelical.
Escatología era, en fin, el infierno, al que considerábamos como una trampa mortal, a pesar del ejemplo místico de los versos de santa Teresa («...ni me mueve el infierno tan temido», etcétera), trampa en la que sin duda habríamos de caer algún día, eso era seguro, empujados por los infinitos peligros entre los que nos movíamos, casi siempre placenteramente, aún a riesgo de provocar la ira de un Dios incomprensible, dispuesto a cazarnos a la más mínima. (Aunque una vez que ‘se sabe’ que el infierno no es un lugar, pues ya ni fú ni fá lo del fuego y el tormento).
Después de la anterior exhibición, pseudocatequética, hay que añadir la exposición científica, a saber, que la escatología está relacionada con el escatol, esa sustancia derivada del indol que se encuentra en las heces fecales contribuyendo a darles su olor característico. Escatol, a su vez, proviene del griego skatós, que significa excremento. Vamos, que la escatología es algo así como la ciencia que trata de los excrementos. Ahora se explica uno lo de la mierda. También en la infancia éramos escatológicos. Lo de nene caca, nene pedo, nene culo, y posteriores derivaciones semánticas a medida que se avanzaba en edad y saber, aunque no en gobierno, manifestaban el íntimo deseo de la transgresión.
En este sentido, la adolescencia es radicalmente escatológica. Y aunque la influencia del escatol recaiga más que nada en el uso inmoderado de la palabra mierda y sus derivados, no le andan a la zaga las expresiones de fracaso (¡la cagaste, tío!), las frases de desprecio (¡anda y que te den por culo!), las insinuaciones de desprestigio profesional (¡esos maestros pedorros!) y las que aluden a la falta de calidad de un producto (¡caca de vaca!).
En la edad adulta, la escatología maloliente se esparce como la niebla, silenciosa y blandamente, e invade y se asienta en ámbitos que, no por aparecer rodeados por la bienquerencia olorosa de la cultura, dejan de sobresalir untados de mierda hasta las cejas. A ver qué otra cosa, sino escatología pura, es el hecho nauseabundo que estos días ha proclamado a los cuatro vientos la prensa escrita de todo el país. Me refiero a la mierda de copiazos que se saca del trasero la hipergalardonada Lucía Etxebarria. Los cuescos son pedregosos y tonantes. ¡Qué olor, por Dios! Te agarras a Interviú y te quedas de piedra. Si ya untó de mierda los magníficos versos de Antonio Colinas, ahora resulta que la esparció, como si fuera mantequilla, en la tostada de “Amor, curiosidad, prozac y dudas”, apestando a la novela de la periodista Elizabeth Wurtzel. Y otros por ahí pasándolas canutas, a pesar de su limpieza endógena, para que les publiquen algo.
Otra muestra de escatología pura y dura es el juicio de los llamados Fondos Reservados. Barrionuevo lanza la mierda al rostro de Sancristobal, en medio de una recíproca agresión verbal jamerdada y maloliente. Corcuera pretende enmerdecer al fiscal, Vera asegura que la mierda le resbalaba de las manos, puesto que no la retenía. Y aunque las mutuas y respectivas mierdas de sus ex señorías ya están medio secas, no dejan de ser duras e hirientes utilizadas como proyectiles dialécticos. (Curioso: no he encontrado verbo que exprese la acción de ‘llenar de mierda’; por eso he utilizado, a riesgo mío, ‘enmerdecer’).
Son ejemplos escatológicos. Tú, amigo, puedes añadir los que se te antojen. Sin esforzarte en buscarlos, seguro que los encuentras a porrillo. Ahora, eso sí, procura ir bien prevenido de pañuelos para cubrirte la nariz. El escatol no respeta pituitarias.

No hay comentarios: