domingo, 27 de septiembre de 2009

ELOGIO DEL IMBÉCIL
(27-1-2002)
JUAN GARODRI


He tomado el título de una obra que acaba de publicar un periodista italiano. No la he leído. De entrada, parece absurdo elogiar al que es imbécil, pero en el telerreportaje publicitario en el que aparecía la noticia, el autor daba a entender que van desapareciendo los inteligentes y, en contrapartida, son los estúpidos quienes van adueñándose del mundo.
El elogio del imbécil, así, a secas, me hace pensar en Desiderius Erasmus de Rotterdam y su Elogio de la locura, publicada en París en 1511, verdadera delicia de la crítica y de la ironía burlesca. (Siempre se ha traducido la obra de Erasmo como Elogio de la locura pero su título original, en latín, Moriae encomium seu laus stultitiae, parece que alude más a la imbecilidad que a la locura). Como quiera que sea, no tiene uno más remedio que sonreír, e incluso que reír abiertamente cuando lee el parágrafo XVII o el XX, por ejemplo, en los que se trata acerca de la relación hombre-mujer. «La naturaleza de las cosas es tal, que quienes más locos son llevan la mejor parte de la vida, a la cual, si es triste, no sé cómo se la puede llamar vida. Asimismo conviene huir de la tristeza, a fin de que esta hermana gemela del tedio no prive de todos los placeres». Erasmo presenta al personaje de la Locura (imbecilidad) que, en una asamblea, anuncia el propósito de hacer un elogio de sí misma. «Sin mí, afirma la Locura, el mundo no podría existir ni un momento. Porque todo lo que se hace entre mortales, ¿no está lleno de locura? ¿No está realizado por locos y para locos?». A través de la obra, Erasmo utiliza la ironía para criticar las instituciones de la época, la sabiduría de los filósofos, el dogmatismo de los teólogos, el aborregamiento del pueblo. No sé por qué, pero el elogio del imbécil, al que me refería al principio, me huele a que tiene un asentamiento conceptual tomado de la obra de Erasmo. Y así como el Elogio de la locura se burla de la insensatez universal lanzando irónicos ataques a todos los integrantes de la sociedad de entonces (pueblo, reyes, clero, filósofos, teólogos, poetas, retóricos, jueces, maridos, ricos, pobres), así podemos convertir el elogio del imbécil en una crítica a la sociedad actual desde el punto de vista de la inversión de los valores, de tal manera que puede asegurarse que triunfa el tocado por el don de la imbecilidad, gracias a que se aprovecha de los recursos elaborados por el inteligente. Porque se trata de eso: de comprender, y admitir, que el necio no es tan necio y que el inteligente no lo es tanto como a él mismo le parece.
No tienes más que bajar a la realidad de los ejemplos. Tú llegas a casa al atardecer de un fin de semana, esos atardeceres tediosos descogotados por la inminencia del lunes, y te dispones a ver la televisión. (Qué remedio, imposible leer, estás ahíto de suplementos culturales, suplementos de viajes, salud, motor, cocina, trabajo, economía, deportes, cine, vinos con denominación de origen, belleza, moda, teatro, arte, música, literatura, famoseo, ciencia, naturaleza, turismo rural, premios TP e información reiterativa acerca de los chicos/as de Operación Triunfo, cientos de páginas desparramadas por los sofás y la mesa del comedor, prensa efímera destinada inmisericordemente al contenedor de reciclaje, para qué la comprará uno, si parece que siempre estás leyendo más de lo mismo, para qué ese vacuo afán de la información dominguera, es como un vicio, tanto más inútil y perjudicial cuanto más afecto es uno a su adquisición finisemanal). Disculpa la longitud del paréntesis, te decía, amigo, que te dispones a ver la televisión y te diriges a las páginas de información televisiva. Dentro de ella, seleccionas la crítica de películas. Y no falla: si te las das de inteligente y eliges la película señalada con cuatro asteriscos (muy buena), comienza a dominarte un muermo inextinguible que te deprime y te impulsa a comer bombones de chocolate. Si actúas, en cambio, como un imbécil y eliges la señalada con un asterisco (regular) o con un miserable punto negro (mala), suele ocurrir que te distraes y quizá te decides a tomar una cerveza y unos pistachos. Dentro del mundo del deporte (fútbol, naturalmente) también se dan casos semejantes al del cine: hay jugadores imbéciles que no tocan bola en todo el partido y jugadores listos que se parten el alma y no paran de correr durante los noventa minutos, “una lucha impresionante, con trabajo estajanovista, con anticipación, impidiendo con una presión agobiante el juego ágil de los contrarios”. Ya en las postrimerías del partido, el jugador imbécil se acerca a la portería enemiga en el lanzamiento de un córner. Y allí, sin comerlo ni beberlo, mete la punta del pie y consigue el gol para su equipo. Se ha aprovechado del esfuerzo de todos y él brilla con el sudor ajeno. Es el elogio del imbécil.
Ahora, eso sí, donde con más facilidad se produce el hecho que venimos comentando, el del elogio del imbécil, es en el terreno de la política. A ver por qué casi nadie quiere meterse a político. A ver por qué las organizaciones locales de los partidos políticos se las ven y se las desean para encontrar candidatos a la hora de confeccionar las listas electorales. ¿Por qué? Porque casi todo quisque se considera inteligente, casi todo el mundo piensa que sus meninges estimulan conocimiento, comprensión y capacidad para entender. Sólo el que se mete a político carece de dicha capacidad, piensa el inteligente. Sólo el político es ese ser escaso de razón que actúa acomodado en los entresijos de la imbecilidad. Sin embargo, el político triunfa, aparece con frecuencia en los medios de comunicación, adquiere poder de mando y a veces de organización, es saludado e incluso adulado por los demás mortales y, finalmente, se sube el sueldo el 31 por ciento. Dime tú, por el contrario, qué ha sido del inteligente, quién lo conoce, quién lo aclama y quién lo entrevista. Además, el inteligente tiene que contentarse con que le suban el sueldo un 2 por ciento.
Podía ponerte mil y un ejemplos del triunfo del imbécil y del fracaso del inteligente, sobre todo en el ámbito de la cultura y de la sociedad actuales, pero el intento sobrepasaría los límites de este artículo. Así que no parece tan absurdo publicar un libro en cuya portada figura un título tan sorprendentemente actual como el que alude al Elogio del imbécil.

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