jueves, 3 de septiembre de 2009

¿LICENCIA PARA MATAR?
(
23-9-2001)
JUAN GARODRI


Bueno, amigo, me las están dando todas en el mismo carrillo a propósito de mi último artículo en esta misma sección, el pasado domingo. Me lo suponía. Lo expresé diciendo que era como meterme en la boca del lobo. Pero en qué mundo vives tú, me dicen. A quién se le ocurre ponerse del lado del conservadurismo reaccionario, oscurantista y retrógrado. No los mando a tomar por saco porque aún me sustenta la suficiente flexibilidad mental como para aceptar el hecho de que, entre las distintas maneras de pensar, unas puedan ser tan válidas como otras. Así que acepto sus desplantes. Pero no deja de sorprenderme (y de cabrearme) que personas sedicentes cultas mezclen la acción de ojear con la de hojear. Y ya se sabe que si el ojeo es pasar los ojos y el hojeo pasar las hojas, la mezcla de ambas acciones obstaculiza la acción de leer, que es interpretar correctamente aquello por donde se pasan los ojos y que se halla impreso en las hojas. Así que no defiendo a la Iglesia. Pero aclaro que soy partidario de la objetividad imparcial (si se permite el pleonasmo) y que, por lo tanto, no considero justo que se culpe a la Iglesia, en general, de actividades abusivas cometidas por algunas instituciones eclesiásticas, de la misma manera que no puede considerarse honesta la acusación de falta de profesionalidad de la medicina o de la docencia por actividades ilícitas, indignas o abusivas llevadas a cabo por algunos médicos o profesores. Es evidente, en fin, la actualización del refrán «la ocasión la pintan calva». Precisamente por eso se ha aprovechado la ocasión para lanzar en toda regla un ataque contra la Iglesia en un afán, sin duda interesado, de buscar su desvanecimiento. Sólo una memez intolerable o un resentimiento patológico pueden provocar la pérdida de memoria cultural.
Vamos a lo del tema de hoy. Esa licencia para matar que, a lo que parece, el mundo universo y terráqueo está concediendo a los Estados Unidos. Y otra vez a meterme en la boca del lobo. No escarmiento. Yo también sufrí, también quedé aterrado, sorprendido, atrapado en una conmoción exaltada, aquel martes 11 de septiembre cuando vi adentrarse los aviones terroristas en las entrañas de las Torres Gemelas del World Trade Center como bólidos gigantescos que penetrasen unas cúpulas de mantequilla. Pero creo que la cuestión, con la perspectiva que proporcionan estos diez días transcurridos, se está pasando de rosca. A mí me impresionó mucho el atentado, muchísimo. Era una catástrofe horrorosa en la que probablemente habrían muerto, como así ha ocurrido, miles de seres humanos. Eso es lo que únicamente me conmovió, la muerte de miles de seres humanos. No me resultó decoroso contemplar, casi simultáneamente, las imágenes de un Wall Street desolado por el peligro inminente del hundimiento de la Bolsa. Me ha resultado particularmente obscena la consideración televisiva, casi la complacencia necrófila y lacrimógena, con que algunos medios vocingleros han resaltado el hecho de que el atentado terrorista haya tenido lugar en Estados Unidos, como si la muerte de las víctimas tuviese más importancia ((?) por tratarse de ciudadanos principalmente estadounidenses y por haber acaecido en edificios americanos. Acaso el caciquismo internacional produzca estas consideraciones de alcance globalizador. El señor del cortijo también era venerado por la servidumbre, por criados, lacayos y jornaleros, ante un acontecimiento luctuoso que lo afectara gravemente. Mi conmoción, ya digo, se debió al hecho de que murieran miles de seres humanos. Lo del país, para mí, fue lo de menos.
Y ahora viene lo gordo. Ahora viene la venganza. No es políticamente correcto hablar de venganza, así que se disfraza el término con el eufemismo de ‘castigo’. La casuística escolástica se queda corta ante la avalancha de posibilidades combinatorias para justificar la venganza. Últimamente, se amplia el espectro semántico de la palabra y se habla de justicia. Justicia infinita. Suena a ‘justicia divina’. Ya escribí en cierta ocasión que te eches a correr. Coge el petate y corre cuando oigas a algún visionario mezclar a la divinidad con la devastación, a Dios con el aniquilamiento, a la eternidad con las bombas. Justicia infinita. Me produciría risa la frase si no estuviera rodeada por el halo negro de la destrucción. La cualidad del sabio es la sabiduría, la cualidad del justo es la justicia. )Siempre ha sido justo el poder bélico, el poder económico, el poder social, de los Estados Unidos? )Cómo es que se arrogan la justicia? Y además infinita. La infinitud es una cualidad divina. De pequeños nos enseñaban que la maldad del pecado no estaba en la perversidad de la acción pecaminosa, de por sí inocua, sino en la dignidad de la persona ofendida. Tal vez los EE. UU. se consideren dioses. Tal vez por eso consideren que la magnitud de la ofensa es infinita, lo cual que requiere un castigo infinito. Tal vez por eso quieran desarrollar una acción bélica de justicia infinita. Tal vez por eso hayan puesto a plena producción las fábricas de armas. Históricamente, la divinidad no se ha andado con chiquitas a la hora de castigar. A mí, sin embargo, también me conmoverán los miles de seres humanos que próximamente mueran. Aunque sea en Afganistán.

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