viernes, 11 de septiembre de 2009

DE ‘FATUM’ Y ALERGIAS
(28-4-2002)
JUAN GARODRI


Como hormigas. Vamos atravesando nuestros senderos vitales como hormigas. Recorremos nuestras rutas indispensables y precisas como ciegas hormigas. Ramiro Pinilla (de él nunca más se supo) ganó el Nadal precisamente con ese título: «Las ciegas hormigas». El viento del destino puede borrarnos la senda, el vehículo de nuestras aberraciones puede aplastarnos con las ruedas del despropósito, la patada de nuestras atrocidades puede herirnos con la desorientación de la crueldad, la rapiña de los depredadores puede dispersarnos con la brutalidad de la ignominia. Al poco tiempo, sin embargo, continuamos trajinando por la misma senda, la misma misteriosa tozudez nos impulsa a reanudar nuestros delirios de acumulación y desvaríos. Tal vez nuestra actitud interior está supeditada a un fatum que nos impulsa al cumplimiento de las disposiciones del destino, inmerso como está nuestro espíritu individual en la razón total cósmica, ya lo dijo Crisipo. Así que muchas veces caminamos en busca de nuestro propio yo iluminados, o deslumbrados, por una estrella impuesta en nuestro horizonte. Hay un eclipse del deber y todo es ahora destino, afirma Nietzsche. «No contentarse con sobrellevar lo inevitable, ni menos encubrirlo —todo idealismo es un tapujo embustero de lo ineludible—, sino amarlo». Sobrellevar lo inevitable. Amar lo ineludible.
Así que estamos apañados. Porque no otra cosa parece la actual situación en la que nos movemos: un gran batiburrillo universal en el que estamos hundidos hasta las cejas y, lo que es peor, ese parece ser nuestro destino. Tal vez los mandamases hayan aprendido los aforismos de Nietzsche y andan procurando que desarrollemos un amor fati particular e individualizado para aceptar de ese modo la sinrazón de la existencia. Qué otra cosa pensar ante la contemplación de la injusticia, del desafuero o de la irracionalidad. Ahí está el caso del conflicto palestino-israelí, por ejemplo. Va el Alto Representante para la Política Exterior de la Unión Europea, Javier Solana, acompañado del Enviado Especial de los Quince para Oriente Próximo, Miguel Ángel Moratinos (por mayúsculas que no quede), y se entrevistan con Ariel Sharon. Ni caso. La bofetada política que les ha soltado el jefazo israelí es de las que hacen época. Con el omnipotente Bush, señor de las guerras, ha ocurrido lo mismo. Sharon les toma miserablemente el cabello y prosigue en sus trece devastadoras y cruentas.
Y nos preguntamos los infelices mortales, movidos por un deseo idealista casi ineludible, qué fase lunar ha eclipsado el cumplimiento del deber internacional, hasta el punto de que se nos quiera convencer de que todo es ‘destino’, de que la guerra es la guerra y de que el ser humano está sometido a su instinto bélico como lo está al de la conservación o al de la sexualidad. No somos libres, hay que matar de la misma forma que nos alimentamos o procreamos.
Y ya metidos en las motivaciones instintivas, seguimos preguntándonos los infelices mortales por qué el destino no es tan ciego como dicen porque, de vez en cuando, va y se salta a la torera la línea divisoria del fatum y acusa de genocida a Milosevic, que la armó repugnantemente buena en lo de la antigua Yugoslavia, y no acusa de genocida a Sharon que la ha armado descaradamente mala en lo de Yenin. Nos preguntamos qué protección fatídica cubre con su (mala) sombra esa trayectoria sangrienta de dolor y devastación. Porque, ciertamente, puede que muchos palestinos sean, supuestamente, terroristas y Sharon se haya decidido a ir a por ellos. ¿Los niños palestinos también son terroristas? ¿Las mujeres también son terroristas? ¿Los ancianos y ancianas lo son? ¿La mayoría de la población civil lo es? Entonces, ¿por qué los han masacrado indiscriminadamente? ¿Cómo es posible que alguien pretenda que desarrollemos nuestro amor a lo ineludible, es decir, que comulguemos con ruedas de molino cubiertas de pólvora y tecnología bélica? A mí, personalmente, la pólvora me provoca una serie de fenómenos de carácter respiratorio, nervioso o eruptivo, producidos por la alteración de ciertas sustancias que dan al organismo una sensibilidad especial ante una nueva acción de tales sustancias aun en cantidades mínimas. Alergia. Es la definición que el DRAE proporciona de la alergia. La pólvora y los artefactos bélicos me producen una alergia recidiva que no se me cura ni con la consideración del fatum como hecho ineludible al que no podemos escapar voluntariamente. Ni siquiera he empuñado nunca una escopeta de caza, para evitar las erupciones periféricas y el uso de antihistamínicos.
Y mientras la violencia sigue cobrándose diariamente nuevas víctimas en Cisjordania o en Gaza, Aznar y Bush anuncian una próxima reunión ("Cumbre" la llaman, no sé por qué) en Camp Davis para conversar mano a mano acerca del conflicto entre isrelíes y palestinos. Qué bien. Allí decidirán, a la sombra de los porches y las buganvillas, el destino ineludible de muchos seres humanos.
Tal vez ellos sean el fatum de Crisipo, ese espectro espeluznante y misterioso que decide quién debe vivir y quién debe morir.

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