lunes, 14 de septiembre de 2009

EL COLECCIONISTA
(15-9-2002)
JUAN GARODRI


Tendría que haber hablado hoy del aniversario que el día 11-S pasado conmemoraba el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York. Pero ha sido tal la abundancia informativa, expositiva, narrativa, ilustrativa, declarativa, explicativa, orientativa, interpretativa, descriptiva, enumerativa, aclarativa, demostrativa, persuasiva, repetitiva, reiterativa y definitiva que los medios de adoctrinamiento de masas han lanzado sin compasión sobre nuestras ciudadanas e indefensas coronillas (¡flop, aire!), que he desistido de torturar más a los lectores con semejante tema. No renuncio, sin embargo, a expresar mi opinión al respecto.
Aun reconociendo la magnitud del desastre y condolido por ello, no puedo menos de expresar mi desacuerdo con la exagerada cobertura que se ha dado al asunto. Porque me jode cantidad, que se dice, que un acontecimiento luctuoso y deplorable como el de la destrucción de las torres del World Trade Center, con ser dolorosamente atroz, pretendan mostrarlo como el más luctuoso, lastimoso y deplorable del mundo, siendo así que en otros lugares de la Tierra acontecen terribles episodios de destrucción y sangre (terremotos, inundaciones, volcanes, descarrilamientos, accidentes aéreos, miles de muertos en suma) y jamás, que yo sepa, ningún medio de adoctrinamiento de masas ha recordado ampulosamente el aniversario del desastre. (Ah, me dice la voz de la conciencia informativa, pero los terremotos, inundaciones, etc., solamente suponen un peligro trágico para aquellos que los sufren, mientras que el ataque a las Torres neoyorkinas supone un probable peligro para todos nosotros). Así y todo, ya lo comenté el año pasado por estas fechas. Dije poco más o menos que fue una catástrofe horrorosa en la que murieron cientos de seres humanos. Eso es lo que únicamente me conmovió, la muerte de seres humanos. «Me ha resultado particularmente obscena» —decía, aunque esté feo lo de la autocita— «la consideración televisiva, casi la complacencia necrófila y lacrimógena, con que algunos medios vocingleros han resaltado el hecho de que el atentado terrorista haya tenido lugar en Estados Unidos, como si la muerte de las víctimas tuviese más importancia (¿?) por tratarse de ciudadanos principalmente estadounidenses y por haber acaecido en edificios americanos. Acaso el caciquismo internacional produzca estas consideraciones de alcance globalizador. El señor del cortijo también era venerado por la servidumbre, criados, lacayos, jornaleros, ante un acontecimiento luctuoso que lo afectara gravemente. Mi conmoción, ya digo, se debió al hecho de que murieran miles de seres humanos. Lo del país, para mí, fue lo de menos».
Como consecuencia del atentado terrorista, George W. Bush trazó un plan al que denominó “justicia infinita” y se dedicó a la colección de armas. Las mejores colecciones de misiles, las más sofisticadas colecciones de tanques, tanquetas, aviones, avionetas, helicópteros, cazas, bombarderos, submarinos, portaaviones y buques de guerra, subdivididas cada una de ellas en extensas ramificaciones de nuevas y tecnificadas colecciones, las más nutridas y mejor pertrechadas colecciones de soldados aguerridos y bien entrenados para combatir el mal, las colecciones más fulgurantes de mandos y jefes enmedallados y decididos, todas las colecciones citadas y aún más que se quedan en el tintero, todas, han sido adquiridas, desarrolladas, promocionadas y fabricadas por Bush para salvaguardar el bien y combatir el mal, esas abstracciones por las que unos mueren y otros matan. (Lo tremendo es que, para los del otro bando, los representantes del mal somos nosotros).
Así que, a imitación del Gran Jefe, los demás menos grandes jefes se han dedicado también a las colecciones de soldados y armamento como si se tratara de coleccionar platos ornamentales. Quizá tengan razón. Quizá los equivocados seamos quienes no creemos en los que luchan para salvaguardar el bien y combatir el mal. (Afirmo que una cosa es creer y otra actuar: el hecho de que yo no crea en los salvaguardas de la paz no significa que sus decisiones, tal vez, no sean razonables y hasta útiles). Quizá tengan razón porque puede ocurrir que, de buenas a primeras, los amigos del mal (que son nuestros enemigos) nos sacudan una rociada de bombas que nos embarquen a todos para el otro barrio. Así que mejor estar prevenidos que descuidados. Pero vamos, a mí lo que me sorprende es lo de las colecciones, ese afán desmedido de coleccionar armas como si de su adquisición y consumo dependiese la estabilidad del dólar o el afianzamiento de la economía mundial. (¿Dependen?).
Que alguien me diga, si alguien puede saberlo, qué extraño, incontrolable impulso anima al personal a hacer colecciones. De lo que sea. Que alguien me diga por qué el gentío nutre sus decepciones coleccionando tazas, muñecas, soldados, armas, taxis, medallas, monedas, plumas estilográficas, abanicos, recetas de cocina, minilibros o alguno de los cien mil prescindibles objetos que avispadas empresas comerciales distribuyen por librerías y quioscos. Te acercas a comprar el periódico y no falla. El quiosco adquiere una dimensión desproporcionada. Como esos tipos bajitos que tienen una voz potente, esa voz naturalmente desproporcionada a la estatura, el quiosco muestra una magnitud desproporcionada a su tamaño. Los dos metros cuadrados, o por ahí, de superficie construida aparecen hinchados con excrecencias multicolores de cartón o papel cuché. Todas las colecciones del mundo aparecen colgadas en las paredes de los quioscos o depositadas en los suelos de las librerías.
Naturalmente, un jefe de estado tiene que superar el coleccionismo de barrio y justificarse con el coleccionismo globalizador de las armas. Este verano leí la noticia de un tipo colombiano, o mexicano, que coleccionaba crucifijos, y había quien se mofaba de él. Yo prefiero mofarme de los que coleccionan armas.

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