miércoles, 9 de septiembre de 2009

ENTRE EL CHADOR Y LA REVÁLIDA
(24-2-2002)
JUAN GARODRI


Menudos pollos ha montado el personal entre el chador y la reválida. El primer pollo ha sido el del hiyab. No ha habido medio informativo que no haya aireado las dobleces del pañuelo de Fátima. Televisiones y periódicos se han deslomado para acarrear el comentario, la exposición, la crítica, la paráfrasis. Desde la prosa casi despectivamente lírica con que Umbral enfoca los asuntos recientes, esa prosa encharcada en la palabra y en el hallazgo verbal, hasta la columna ácida y derechona de Jiménez Losantos, colaboradores y columnistas se han soltado el pelo y han largado sin contemplaciones el comentario interesado sobre el chador. Porque esa es la cuestión: cada cual ha arrimado el ascua a su sardina política, a su sardina social, a su sardina racial, a su sardina religiosa, a su sardina. Aún no se habían apagado los ecos del asunto de la reválida y empiezan a sonar con estruendo los trompetazos del chador. Y, a causa del vocerío, es poco menos que imposible ponerse de acuerdo. Así que yo también voy a entrar en el juego de los despropósitos y voy a echar mi cuarto a espadas, aunque luego pinten bastos.
El planteamiento del problema, a mi juicio, es muy sencillo. Se trata de que, en el fondo, a nadie le interesa si Fátima lleva chador al colegio o no lo lleva. Ocurre, sin embargo, que los cazaprotestas, de uno y otro bando, le echan el guante al pañuelo y aprovechan el barullo para sacar tajada política, social, racial o (anti) religiosa, como queda dicho. En este sentido, hay quien asegura que el pañuelo supone la introducción subrepticia de un nuevo integrismo que puede dar al traste con el conjunto, o con parte, de nuestras libertades o permisividades. Porque, efectivamente, si se permite el pañuelo, se está admitiendo al mismo tiempo, aunque de manera simbólica, un signo visible de la marginación de la mujer en el islam, la sumisión vejatoria de la mujer, que es lo que el pañuelo simboliza. Por otra parte, otros insisten en que cada cual es libre, en un país libre y democrático como el nuestro (juá, juá), de llevar o no llevar pañuelo, razón por la cual no puede prohibírsele su uso a Fátima, ya que esta prohibición supondría un atentado a su libertad individual y religiosa. La cosa se complica (la complican, más bien) si el hecho de la prohibición ocurre en colegio religioso católico. Ahora es la nuestra, claman los cazaprotestas. Y aprovechan el acontecimiento para alborotar el patio de la controversia escuela pública-escuela privada, y se lanzan con denuedo y ardor de cruzada cuasi sacrosanta a proteger el uso del pañuelo y a acusar de intransigente al colegio prohibidor con el argumento de que la enseñanza privada es una mierda y que, de paso, deberían suprimirse los colegios concertados. Con más razón aún si son colegios católicos que, por definición, no son tolerantes. En la orilla opuesta aparece Jiménez Losantos y afirma que los izquierdetas ( a quienes llama demagogos maulas de la tolerancia) «entienden por tolerancia que en España se abdique de los principios éticos y estéticos más acendrados de nuestra sociedad». A mí, personalmente, lo que más me fastidia es el uso interesado que se hace del circo y, así, la Ceapa exige que se retire la ayuda al instituto católico subvencionado, mientras la FERE se defiende asegurando que la escolarización de la niña en tal colegio se debió exclusivamente a la voluntad de su padre. No variamos. En cualquier otro país de Europa este acontecimiento hubiera pasado probablemente desapercibido. Aquí somos más papistas que el Papa.
El segundo pollo se ha montado en torno a la reválida. A mi juicio, creo que se están mezclando churras con merinas. Una cosa es que se pretenda poner dos exámenes, o tres, donde antes había uno (el de selectividad), lo cual, si fuera así, me parecería absurdo, y otra hacer creer que la calidad de la enseñanza depende de un examen de reválida. Y volvemos a lo mismo: los cazaprotestas aprovechan el pollo para atacar a los que mandan. Quien conoce las características de un examen (uno) de reválida sabe que apenas difiere de un examen de selectividad. ¿Cómo es posible que algunos mandamases aseguren que volver a la reválida es volver a un pasado retrógrado, fascista y elitista? ¿Son fascistas y elitistas en Inglaterra, en Alemania, en Francia, en Italia? En todos estos países está impuesta la reválida, y en algunos dos reválidas, o tres. En España, a lo que parece, la reválida no dejará de ser otro examen de selectividad, más o menos disfrazado. ¿A qué viene entonces el lío y el escándalo? ¿A qué viene ese rasgarse las vestiduras? Hemos leído en la prensa nacional que «sindicatos de profesores, padres y agrupaciones estudiantiles han dicho que plantearán batalla si se retrocede en los avances democráticos ganados en el terreno de la enseñanza». ¿Pero a qué juega el personal? ¿Cómo es posible que se denomine ‘avance democrático’ al hecho de que nuestros alumnos/as sean los peores del mundo desarrollado en matemáticas, lengua y comprensión lectora? (Informe PISA 2000). Si uno lee los últimos trabajos del INCE, es como para cerrar los libros y echar a correr, acojonado por una pavorosa depresión discente. En lengua, en geografía e historia, en matemáticas y en ciencias, los porcentajes de alumnos/as que muestran unos conocimientos mínimos son escandalosa y preocupantemente bajos. ¿Dónde coños están los avances democráticos en el terreno de la enseñanza? No creo que el emburrecimiento y la indisciplina generalizados constituyan ningún avance democrático. El hecho de la dotación de medios tecnológica no supone, en sí misma, mayor calidad en la educación ni avance democrático. El hecho de la abundancia informativa y su predominio sobre la formativa, no supone avance democrático. Incluso el hecho de la igualdad promocionada por los itinerarios educativos propuestos en la LOGSE tampoco lo supone, porque igualar por abajo no es un avance democrático sino, desde el punto de vista didáctico, una degradación de la enseñanza. Puede que la Logse sea una admirable ley social (recoge a los chicos para que no anden por ahí tirando piedras después de los 12 años), pero desde luego, y a la vista está, es una pésima ley de enseñanza y una dudosa ley de educación. Por muy democrática que pretendan llamarla. Evidentemente, desde esta perspectiva, los cazaprotestas y progretas, al oponerse a la reválida y a la reforma de la ley, pretenden desmenuzar el pollo no para aprovecharlo desde el punto de vista didáctico sino para beneficiárselo desde el punto de vista político.
No quiero desbarrar, pero si Julián Marías habla de una “España inteligible” cuando alude a una unión de pueblos heterogéneos agrupados en un proyecto común, Pérez-Reverte, por contra, parece aludir a una España ininteligible cuando despotrica contra la desconcertante y exagerada cantidad de gilipollas por metro cuadrado que hay en España. No sé si la virtud está en el medio. Puede que no.

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