martes, 15 de septiembre de 2009

YIN O BLUYÍN
(19-1-2003)
JUAN GARODRI


Si uno se acostumbra a ver escrito un término (una palabra, quiero decir, aunque los lingüistas no se ponen de acuerdo en su definición) y perdura su imagen durante años, la sustitución de la grafía habitual por otra reciente resulta molesta o, cuando menos, chocante. Algo así me ha ocurrido al conocer la resolución de la RAE: la docta casa ha decidido sustituir la conocidísima y muy utilizada referencia a los blue jeans por un calco léxico insoportable: el yin o bluyín. Adiós a los vaqueros, adiós, tejanos, adiós. No volveré a vestiros, no volveré a incrustarme en vuestra rígida e informal armadura cuando vaya al campo a asar chuletillas de cordero. Seré incapaz de darle caña a los alimentos colesterógenos, tan deliciosos, regados con la transparente pitarra de Robledillo, si voy vestido con la insulsa indumentaria de un yin o bluyín. A mí lo de yin o bluyín no me gusta. Me suena a algo así como a los pantalones de Michael Jackson y su mascarilla anticontaminación, y nada más lejos de mi propósito que embutirme en esa apariencia de insecto galáctico que presenta últimamente el cantante. Prefiero los tejanos y el rock and roll de Elvis, una fusión dura de country y rythm and blues. Lo de yin o bluyín es que huele a chino, a yin, que por muy fuerza cosmológica que sea, indisoluble del yang y del tao, a mí me produce una vaga sensación etérea, casi evanescente, semejante al vuelo intermitente de la libélula sobre un junco. La fuerza rudimentaria del pantalón vaquero es otra cosa. Es una fuerza que no emana del tejido sino de la piel de quien lo viste. La piel recubierta por un vaquero experimenta una especie de reacción anímica, o química, o acrílica, que la impulsa a la acción y a la aventura. Nadie hace senderismo con el pantalón de los domingos. Al contrario, te pones los vaqueros y es que ya pueden caerte kilómetros de marcha. Y ni siquiera te amedrentan las rozaduras de las jaras o de las escobas. Caminas y caminas y es como si el pantalón vaquero produjese en tus cuádriceps una energía inagotable y telúrica. Si te pones a caminar, en cambio, con un yin o bluyín, te apuesto lo que quieras a que te das la vuelta al primer tropezón. Así que tú vistes (vas vestido con) un vaquero y sales a la calle con fuerza y poderío, presentas al entorno un desafío psicológico, impensable si fueras vestido con un fino pantalón de tergal o con un yin o bluyín. Si llueve, desafías el charco y la salpicadura y caminas bajo la capucha con idéntica plenitud a la de Zidane o Roberto Carlos cuando futbolean bajo la lluvia, tal parece que no llueve. Si hace sol, te sientas con las piernas abiertas en la terraza del bar, y apuras con parsimonia la cerveza mostrando una indiferencia casi cosmológica al entorno circundante. Con un yin o bluyín eso es imposible. Con un yin o bluyín correrías a guarecerte bajo el alero, acobardado por los elementos hostiles, en caso de lluvia, y te sentarías en la terraza del bar con las piernas juntas, si es que te sentabas, a beberte un zumo de melocotón, en caso de sol. Con un yin o bluyín, el ajustado trasero masculino dejará de ser atractivo y prieto para la mirada entendida, y disimulada, de la mujer. Con un yin o bluyín, el curvilíneo trasero femenino perderá irremediablemente la cualidad de pan candeal y dejará de ser excitante y sugestivo para la mirada encendida, y descarada, del hombre.
¿Cómo lucirán las damas con yin o bluyín? Por ejemplo, Ana Botella. ¿Cómo lucirá Ana Botella con yin o bluyín? Estoy seguro de que la apreciación despectiva que le ha lanzado Caldera, creo, nada más hacerse pública su incorporación a la política activa, se ha debido a que Ana Botella vestía faldas, o pantaloncitos de género, no recuerdo, que son el equivalente semántico del yin o bluyín. Si Ana Botella hubiera vestido vaqueros, auténticos blue jeans, bueno, seguro que en lugar de aparecer como "muy conservadora" hubiera mostrado una imagen progresista que lograría la plena integración de la mujer en el trabajo, dedicada a una sociedad más abierta y solidaria y todo eso. El juicio categórico (y que Kant me disculpe) de Caldera es un juicio apriorístico según la cualidad, algo así como «Ana Botella es conservadora», en el que la categoría que establece la relación entre «Ana Botella» y «conservadora» es la de sustancia, ya que implícitamente se está afirmando que hay un sustrato (Ana Botella) que tiene una propiedad (ser conservadora). Todo esto se hubiera evitado si Ana Botella hubiera aparecido despechugada y vestida con unos buenos pantalones vaqueros, en vez de ir con pañuelo de seda fina al cuello y pantaloncitos de género, sucedáneos del yin o bluyín.
Por otra parte, y sin venir a cuento, la guerra contra el tabaquismo, tan enconada , encontrará sin duda un aliado excepcional en el yin o bluyín. Cuando llegue el 2007 (una vez atravesado y concluido el proceso de prohibición, censura y encarecimiento del tabaco), y en España ya no se perciba ni una voluta de humo, y toda la población esté contentísima con su derecho a no respirar aire contaminado, los vaqueros auténticos no tendrán nada que hacer. En la discoteca, en el pub o en el bar de copas, el humo del cigarrillo está mejor expelido si el fumador viste vaqueros desgastados, adolescentes y provocadores. Una vez que se prohíba definitivamente vender tabaco, comprar tabaco y fumar tabaco (que se fumen otras sustancias importa menos, al parecer) los pantalones vaqueros adolescentes habrán perdido parte de su función social: la del desafío, el bravuconeo y la resistencia a la norma. El yin o bluyín sin duda es más doméstico e hispanizado, al menos académicamente.

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