martes, 8 de septiembre de 2009

FILA ÚNICA
(20-1-2002)
JUAN GARODRI


Como en un templo se eleva el silencio en el recinto, a pesar de estar atestado de gente. A lo más, alguien habla con el vecino en voz baja. Es el efecto de la unción sagrada que produce el euro. Estamos en un Banco. (La mayúscula, obligada). Al fondo, una enorme mampara de cristal separa a los oficiantes del resto de los allí congregados. En la mampara se abren dos ventanillas colaterales definidas con un letrero: Caja. Una tercera ventanilla informa de que está fuera de servicio. Un cartel de buenas dimensiones advierte de que los fieles se alineen en una sola fila, que se abrirá en y griega conforme los fieles de las ventanillas vayan siendo despachados para que se acerquen otros. (La Y griega está incluida en el cartel, tamaño grande).
En el siglo pasado, se formaban dos filas, una por cada ventanilla. Pero el abuso continuado de jetas y aprovechones, que intentaban colarse al menor descuido, originaba discusiones y reyertas, a veces desagradables, en defensa del derecho al número que cada uno consideraba sagradamente propio. (Claro que en el siglo pasado no había fieles en los Bancos, por eso abundaban los jetas). Por otra parte, la interminable espera en la doble fila causaba desasosiego y nerviosismo a muchos de los aspirantes. Porque nada más entrar en el Banco, veían la doble fila que llegaba hasta la puerta, así que no tenían más remedio que elegir una de ellas. Y no fallaba: eligieran la que eligieran, siempre veían avanzar fluidamente a los de la fila de al lado mientras que los de la suya permanecían anclados en el suelo, como si los zapatos fuesen de plomo, sin moverse ni un centímetro. El personal empezaba a agitarse y alargaba el cuello hacia adelante —los pies era imposible moverlos en ninguna dirección—, en un intento casi siempre inútil de averiguar por qué coños el tío de la ventanilla llevaba veinte minutos convertido en una plasta inmóvil. Así que la dirección de la entidad bancaria decidió por fin adoptar la solución de la fila única.
La fila única es rigurosamente seria. Y no sólo porque dificulta la acción del jeta que intenta colarse, sino también porque induce al silencio y a la contemplación. Al silencio, porque la austera posición de fila india invita escasamente a la cháchara amistosa. A la contemplación, porque las cotorinas, los cogotes o los culos inmediatamente delanteros constituyen un paisaje de geografía humana de difícil catalogación. Hay coronillas elegantes y sobrias, contrapuestas claramente a otras coronillas enfermizas y escasas. Hay cogotes categóricos y poderosos, pero también los hay endémicos y peludos. Hay culos —me refiero a los de las señoras, por lo que a mí respecta— encogidos y tristes, pero aparecen también culos esplendorosos y rotundos, ese poderío celulítico diseñado para sentarse tranquilamente a tomar café ofreciendo a la dueña un ámbito de tranquilidad fundamentado en las amplias redondeces de su nalgatorio. No digamos nada si el culo es de una señorita de buen ver. Entonces la mirada disimula, y mientras un ojo se clava en el letrero que ofrece rentabilidad segura a tus euros, el otro se desliza por las ondulaciones traseras de la joven.
La fila única supone la salvación del ahorro en medio de una especie de relación de vasallaje que se establece entre el impositor y el banco, o del impositor hacia el banco. Feudalismo, o algo así. Un feudalismo crematístico al que la globalización obliga. No es el feudalismo, pero le anda cerca. El feudalismo era el sistema feudal de gobierno y lo feudal era lo perteneciente o relativo al feudo, un contrato por el cual los soberanos y los grandes señores concedían en la Edad Media tierras o rentas en usufructo, obligándose el que las recibía a guardar fidelidad de vasallo al donante y a pagar la renta. Dime tú qué es un banco cuando concede un crédito...
La fila única supone la aceptación de una disciplina que resulta cuando menos extraña a la insubordinable personalidad del hombre de hoy (y de la mujer). Es una vuelta a la fila de la infancia, aquella ordenación numerada de niños y niñas que, obligatoriamente, desfilaba por pasillos y retretes en los colegios de la niñez. El buen comportamiento suponía recibir a cambio el premio del recreo. La fila única nos mete de cabeza en los bancos, ya digo, los educadores del siglo XXI, los ricos del tercer milenio, ahí están sus grandes beneficios (aunque a alguno de los Grandes les haya salido el tiro por la culata con lo de Argentina, pero ya se cuidarán ellos de cambiar la escopeta). El poder del dinero está ahí, el único poder del mundo. Y no se conforman con poco, todo para ellos. Y a los impositores una mierda de un 2'5 por ciento o por ahí, y tan contentos los de la fila única, porque usted es buen cliente o cliente privilegiado, y le vamos a conceder un 2'75 por ciento, además del derecho que tiene a adquirir multitud de objetos valiosos canjeados por los puntos que usted haya ido acumulando en el uso de la tarjeta de crédito, miles de establecimientos a su servicio en toda España, y en el mundo, tan solo por usar la tarjeta de crédito, un valor al alcance de la mano que redundará en su comodidad adquisitiva y por tanto en su propio beneficio, bla, bla, bla. Fila única. Algo parecido les ocurría a los pobres de las novelas de Galdós, socorridos con unos centavos por los ricos a las salidas de las iglesias, y tan contentos porque les daban algo o se fijaban en ellos... (Puedes comprobarlo si lees Misericordia, por ejemplo).
La fila única. Es el símbolo de la subordinación ciudadana al inmenso poder del dinero. (Mi tío Eufrasio dice que no le extraña en absoluto el hecho de que Rodríguez Ibarra haya intentado demoler el símbolo a base de colocar por ley el impuesto a los Bancos).

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