sábado, 19 de septiembre de 2009

NO SABES LO QUE DICES
(30-3-2003)
JUAN GARODRI


Javier Clemente aseguró en rueda de prensa, hace unas semanas, que es una horterada decir que el Real Madrid es un equipo galáctico, horterada que no le gusta ni al mismo Del Bosque.... Y añadía que él, Clemente, hubiera cesado al director del periódico que lanzó lo de ‘equipo galáctico’, en alusión al Real Madrid.
En alguna cadena de radio, emisión deportiva, lunes 23 de marzo, 8'30 de la tarde, distintos entrevistados aseguraban que los árbitros españoles son los peores que se han visto en muchas temporadas. Los entrenadores del Huelva y del Alavés, el portero de la Real Sociedad, y algunos más, culpaban al árbitro si no de la derrota de su equipo sí, al menos, de la pérdida de puntos.
No escuché la contrarréplica que el aludido dirigiera a Javier Clemente (si es que la dirigió), pero sí escuché la de Díaz Vega en defensa de los árbitros. Y no se anduvo por las ramas: puso de vuelta y media al entrenador del Recreativo y le aconsejó que se dedicara más y mejor a su tarea de entrenador, si es que pretendía que su equipo ascendiera puestos en la clasificación general, en lugar de cargar sobre el pito del árbitro su posición de colista. En parecidos términos se dirigió a Mané, a Irureta y a no sé quién más.
En otro orden de cosas, Cáceres presume de ser la number one de toda la región extremeña en infraestructuras culturales. Sin embargo, el hecho de disponer de un valor patrimonial espléndido no implica necesariamente la acción cultural. Las piedras son historia, pero puede que no impliquen cultura. Y así, mientras Bernardo Santano dice que «lo que hay es mucho y bueno, aunque habría que comunicarlo mejor a los ciudadanos», Arsenio Pérez afirma que «hemos tenido dirigentes nefastos en materia de cultura, como lo fue Veiga y es Saponi».
En repetidas ocasiones he escuchado últimamente, hablando con gente convencida de lo que dice, que lo de la guerra de Irak va a ser un paseo para las tropas anglonorteamericanas, a pesar de la resistencia iraquí que ralentiza el avance aliado hacia Bagdad. Y hay quien piensa, influido vete tú a saber por qué razón perspicaz y categórica, que lo de Irak va a ser un paseo de pocos días.
Opiniones. Todo son opiniones, y el gentío no se convence de la volatilidad de las opiniones. No sabes lo que dices, es la respuesta a la opinión contraria. La alusión al Madrid como equipo galáctico, la diatriba contra los árbitros, la afirmación cacereña de su capitalidad cultural, la creencia en el poder omnímodo de los EE UU, no dejan de ser opiniones. ¿Qué tiene de particular, pues, que unos las acepten y otros las rechacen? Lo realmente complicado del asunto reside en que el tipo que expone su opinión pretende, casi siempre, convencer a quien lo escucha de que esa opinión, la suya, es la única verdadera. El oyente pretende lo mismo y al convertirse, acto seguido, en exponente, se genera una fuerza de choque que embiste recíprocamente, imposibilitando el acuerdo mental. Olvidan los perorantes que opinar es dar un parecer, no asentar una verdad, y que el ámbito de la verdad es tan oculto e intrincado que, normalmente, la mente humana es incapaz de descubrirlo, mucho menos de exponerlo.
Parménides escribió un poema en dos partes: Sobre la naturaleza. Los hexámetros de la primera parte exponen que sólo es válido el conocimiento dado por la razón, y que de la naturaleza y de los hombres no tenemos conocimiento cierto. La segunda parte concluye que los vulgares mortales, eso somos, adquirimos el conocimiento a través de los sentidos y que, por lo tanto, no poseemos la razón: sólo disponemos de la opinión.
Si esto fuera así, sería como para morirse de la risa. Todo el día escuchando la mandolina del capitán Corelli repartiendo conciertos sobre los árbitros, sobre la cultura, sobre la guerra, sobre el arte, sobre la vida, sobre la muerte, y resulta que la opinión no se alimenta del conocimiento del entendimiento, sino del de la sensación. Todo el mundo emperifollado con los aderezos de la verdad, todo el gentío presumiendo de estar puesto en la cúspide de la certeza, todo el personal amachambrado en la plenitud de la irrefutabilidad y resulta que la base de nuestro conocimiento sensible no es sino engaño e imaginación.
Así nos toman el pelo los mandamases. Así divulgan cuanto les interesa para sus fines particulares o políticos y ocultan cuanto, previsiblemente, puede dañar la exposición de su verdad, una verdad asentada en ejemplos de la mendacidad lingüística propia de la guerra. (No a la guerra. Antes de terminar, no a la guerra. El asco me revienta. Lo repetiré mil veces. La vergüenza me abochorna. Lo repetiré mil veces. Me conmueven esas víctimas del mercado de Bagdad, daño colateral de un misil perdido. Me perturba y emociona esa mujer con el rostro quebrantado por la pena y las manos extendidas preguntando: «¿Qué hemos hecho, por qué nos hacen esto? ¡Somos inocentes!». Junto a ella, su casa destruida y los cuerpos heridos de sus familiares. Mil veces mierda de guerra.
Que se lo pregunten a Roberto Fisk, periodista irlandés del diario The Independent. ¿Sabrá Tony cómo son las moscas cuando devoran cadáveres? No sabes lo que dices. Ni se te ocurra, a la hora del desayuno.

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