domingo, 13 de septiembre de 2009

CHANDÁLIDOS (y 2)
(4-8-2002)
JUAN GARODRI


(Continuación). Durante la época estival, el chandálido sufre un cambio de piel y descubre parcialmente sus extremidades inferiores para vestirlas, mucho más parcialmente, sobre todo la chandálida, con prendas llamadas vulgarmente calzonas, aunque no faltan etólogos que las denominan con la púdica redundancia de pantalones cortos y otros, más finamente, con el anglicismo tegumentario de shorts. Si en determinadas épocas del año (los fines de semana, como ya se dijo) la característica predominante del chandálido es el chándal, en los meses veraniegos su atributo definitorio es la calzona. Hay que tener en cuenta que el chandálido, por lo general, está sometido durante el año a un confinamiento constante que lo obliga a depender exclusivamente de sus dueños. Recluido en lugares de trabajo la mayor parte del día, y a veces de la noche, se enfrenta constantemente a órdenes, preceptos, encargos y obligaciones que depositan en sus ansiedades, paulatina pero inexorablemente, una considerable aglomeración de adrenalina que lo impulsa a la protesta y al fastidio. Cuando por fin, al caer el día, se recoge en su vivienda, el chandálido se desparrama en el sofá imaginando un descanso que no es tal. Desde la pantalla televisiva, un dedo subyugador y dominante le ordena y le descoloca las neuronas para que adquiera tales productos, para que se divierta con tales espacios recreativos, para que se distraiga y admita como aceptables tales opiniones informativas, para que se solace con tales vulgaridades apestosamente divertidas, para que consuma, en fin, tales ideas si es que desea conservarse lúcido. El chandálido jamás elige por sí mismo los límites de su personalidad atosigada. A pesar de que la inmensa mayoría goza de vida libre, según le han manifestado constante y engañosamente desde que era chandalino, sus días transcurren dentro de ámbitos específicos de los que resulta difícil escapar. De ordinario, nunca decide a través de referencias conceptuales propias porque siempre le imponen (con subrepticias y sinuosas insinuaciones que halagan sus crestas craneales, naturalmente) qué hacer, qué comprar, qué comer, cómo vestir, cómo joder, cómo pensar, cómo reverenciar, cómo votar, cómo apaludir... Así que el chandálido adquiere una profunda seguridad en sí mismo, y en sus capacidades y opiniones, que lo impulsa a rechazar, a veces con grosería y hasta con violencia, si hace al caso, toda opinión que no provenga de su doble lavadero cerebral: la televisión y la radio. No es de extrañar, como decíamos al principio, que en la época veraniega el chandálido se lance al campo, o a la playa mayormente, empotrado en vehículos que forman larguísimas filas de varios kilómetros de longitud hasta que llega el momento en que alcanza sus lugares de desplazamiento. Y aquí es donde se impone la calzona, sustitutivo casi epidural del chándal porque, una vez vestida, la calzona insensibiliza esas áreas del conocimiento que sustentan los prejuicios comunes. La calzona inmuniza y sorprende, hasta el punto de que establece una continuidad material (y carnal) entre la rodilla y el ombligo y, sobre todo, define a la especie chandálida como más abundante de lo que hasta ahora se creía.
La actuación o modo de comportamiento del chandálido veraniego delimita tres grupos, aunque no siempre bien diferenciados: a) el chandálido sin complejos, b) el chandálido ilustrado y c) el chandálido nocturno. La organización de estos chandálidos es casi igual a la del chándalido dominguero. Sin embargo, difieren por estar los domingueros adaptados a la vida primaveral y otoñal e ir recubiertos de chándal, mientras que el veraniego va parcialmente cubierto por calzonas. Veamos.
a) Chandálido sin complejos. Suele llevar la parte superior del cuerpo vestida con camisa desabrochada y suelta. La franja del tórax muestra una zona peluda y densa, situada entre las tetillas y el ombligo, de la que el chandálido se muestra especialmente orgulloso tal vez porque piensa que su vello estimula sexualmente a la hembra. También viste camiseta sin mangas y muestra bíceps y tríceps más o menos musculosos y recios quizá por la misma razón estimulante que el anterior. Cuando se encuentra en lugares públicos, el chandálido no habla: grita, y hace alardes de identidad propia, quizá sin ser consciente de ello, como si en esa frondosa actitud ostentativa fuese implícita la indiferencia pleonástica hacia lo circundante. La hembra muestra exuberancias celulíticas, tanto en la grupa como en las glándulas mamarias, y presume de ellas. Y así como cualquier hembra de la especie humana se gasta y se desgasta en el ocultamiento y extirpación de tales opulencias, la chandálida sin complejos, por el contrario, impone a los circundantes su silueta rotunda, como Gracia de Rubens actualizada por Botero.
b) Chandálido ilustrado. Particularmente peligroso porque discute de todo, se mantiene informado y presume de estar al día en la noticia política, futbolera y cinematográfica (en lo de Perejil era un experto), sin advertir, naturalmente, que el exceso de información casi siempre oculta la noticia, en lugar de aclararla o explicarla. Mantiene una fidelidad casi virginal a su fuente informativa (televisión o radio) y jamás la contrasta con la prensa escrita porque, lo que se dice leer, lee poco, ya que la tinta ensucia los dedos. Particularmente, la hembra se las sabe todas en cuanto a famosos celosos, famosos infieles, separaciones, cameos, bodas, embarazos y bautizos. La chandálida también ofrece información sobre los beneficios diuréticos del ajo puerro y las peculiaridades antioxidantes del tomate. En especial, es aficionada a magazines y talk shows que le proporcionan la principal fuente de su alimentación cultural.
c) Chandálido nocturno. Como su nombre indica, utiliza la noche para la depredación (erótica) o para el entretenimiento (televisivo). Para la depredación, suele desplazarse a bares de copas en los que el güisqui con seven up o el ron con naranja facilitan el acercamiento y eliminan la nostalgia. Para el entretenimiento, se atornilla en el sofá doméstico, contempla la caspa marciana de las crónicas, los chillidos pseudo eróticos del Izaguirre y los atributos eyaculantes de un mete saca prolongado hasta las cámaras pecuniarias del Plus. (Quizá continúe, aunque no sé).

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