sábado, 5 de septiembre de 2009

EL PEZ GRANDE
(9-12-2001)
JUAN GARODRI


A ver quién se atreve a hablar sobre la igualdad de pareceres y actitudes. Es prácticamente imposible. El pez grande se come al chico. De la misma forma que no pueden existir dos rostros iguales, por muy parecidos e incluso coincidentes que sean sus rasgos, así tampoco puede existir la igualdad de pareceres.
Uno va y opina de arte, y resulta que el artista famoso es considerado como ‘bueno’ por el gentío, aunque su obra sea una verdadera mierda (para qué dar nombres), porque el pez grande se come al chico. Y no importa que el arte no pueda quedarse en la sola emoción estética, ese impulso que trasciende lo puramente concreto para instalarse en el ámbito casi inaprensible de la sensibilidad espiritual. Y no importa que al arte haya que concederle, además, unas dimensiones precisas de tal manera que produzca una obra única, en el sentido de que se considere artista a quien sea capaz de engendrar una obra cuya creación los demás sean incapaces de crear.
No importa porque el pez grande se come al chico.
Esa escultura informe (por no decir deforme), ese pedazo de hierro o de mármol o de piedra elevado a la categoría de arte por la sola palabra de quien así lo dice, magnificado después por los medios y por las páginas de los culturales fin de semana, ese fragmento herrumbroso de caldero o madera vieja, ese material que puede modificar cualquiera (aunque carezca notoriamente de la habilidad del artista), cualquiera que disponga de dinero para adquirirlo y de patrocinador dispuesto a sacar tajada, eso no es arte.
Desde la antigüedad grecorromana, el arte fue considerado como algo divino. Cesare Ripa lo representa como una figura femenina vestida de color verde, con un martillo, un buril y un pincel, señal de que la habilidad humana para hacer algo que los demás no sepan hacer también predefine al arte.
Pero el pez grande se come al chico.
Ese lienzo pintarrajeado de cualquier manera con el pretexto de la abstracción, esos colorines lanzados sobre la tela con el impudor del desequilibrio estético, esos manchurrones colgados de la pared de la sala de exposiciones con la iluminada desvergüenza de los focos, eso no es arte. Eso puede constituir una provocación, pero la provocación no es de por sí arte.
¿Por qué? Porque ‘eso’ es algo que es capaz de hacer cualquiera. Cualquiera puede ponerse a provocar, a manchar una tela, a defecar colorines en un lienzo, a embadurnar a paletadas un tejido. La diferencia está en que mientras al provocador le ‘cuelgan’, lo protegen y lo magnifican, al otro, al cualquiera (que lo hace por lo menos igual que el magnificado) lo ignoran, porque el pez grande se come al chico.
No tienes más que ver la que le han montado a El Laly, condenado judicialmente por exponer chatarra en la vía pública. No sé si era un alterador del orden público o no. Pero pienso que si esa exposición callejera la hubiera realizado alguno de los genios reconocidos, esos que abrevan en los pilones institucionales, todo el mundo hubiera inclinado reverencialmente la testuz, un veneremur cernui al destello deslumbrador del genio, magnífica la nevera desvencijada, profunda la relación espacial que impostaba sobre la pared la lavadora descuajaringada, sublime la oxidación cósmica de los muelles del somier, espléndida la silueta ennegrecida del espacio provocado por la silla cojilitranca.
Al genio no lo hubiera denunciado la policía por cortar el tráfico ni su exposición callejera hubiera resultado excéntrica. Todo lo contrario, la policía, por orden del señor alcalde, hubiera desviado el tráfico por otras vías alternativas. La desgracia de El Laly ha consistido en haberse quedado en pez chico o en no haber llegado ni siquiera a pez.
El pez grande se come al chico en el terrero de la política, en el de la literatura, en el de la economía. Ahora mismo, sin ir más lejos. Resulta que el níquel de las monedas de uno y dos euros provoca reacciones alérgicas, lo que quiere decir que supone un riesgo para la salud del consumidor. Sin embargo, no he observado que durante la ‘campaña del euro’ se hayan alzado voces en este sentido ni sé, tampoco, que la Administración haya tenido en cuenta este riesgo. Sin embargo, el trabajo científico desarrollado en Gran Bretaña al respecto concluye que una moneda de dos euros, al contacto continuado con el sudor de la mano, libera una cantidad de níquel 30 veces superior al nivel aconsejado por los científicos.
Así que se inmovilizó en su día el aceite de orujo, por ejemplo, por ser portador de (alfa)benzopireno, y no se inmoviliza el níquel con el que están acuñadas algunas monedas de euros. Ah, pero se trata del euro, amigo, ese maná que nos llega de lo Alto (de Europa) convertido en alimento salvífico de nuestras desportilladas economías. Se trata del euro, el pez gordo de la globalización, el devorador inmisericorde de todos los peces chicos que circulen por las inmediaciones de su ámbito acuático y, ante tal pez, la reacción alérgica del níquel es un pez chico.
Tres cuartos de lo mismo ocurre con el escribidor. Verdadera bazofia lee uno por ahí, si es que la bazofia puede leerse y los desechos consentirse. Al escribidor repentinamente famoso (o escribidora, que desde lo del 50 % políticamente correcto no hay editorial que no beba los vientos por sus páginas), a la escribidora repentina y sorprendentemente famosa se la disputan las editoriales, aunque carezca de talento y plagie sin ton ni son. Pero escribir es llorar, así que hay escritores/as dotados/as de talento a los que el mundo crematísticamente envilecido de la edición no les hace ni puñetero caso. Porque el pez grande se come al chico.
Mientras tanto, un informe de la Unión Europea asegura que los adolescentes españoles, esos que caracolean entre los cristales del botellón aposentados en la insolencia de sus catorce-diecisiete años, esos hijos de la educación pluralista y de la ESO, integran el campo de los peor preparados culturalmente de Europa. Ahora se ven los resultados: el pez grande de la Logse va comiéndose tan ricamente al pez chico de la enseñanza.
(Y aún hay cretinos que se oponen irreflexivamente a la reforma del sistema educativo, en una epiqueya interesada del existente...).

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