domingo, 13 de septiembre de 2009

LA COSA DE ENROLLARSE
(21-7-2002)
JUAN GARODRI


Hay muchas maneras de enrollarse. Por ejemplo, el plasta que se te coloca al lado y yoyea con una esencial falta de pudor. Así que te cuenta, con magnificación propia de los mejores documentales, sus éxitos en el mundo laboral o artístico o literario. Cualquiera se considera un técnico en fontanería y a mí, que se me dan fatal las llaves inglesas, me parece una proeza casi heroica la habilidad para desmontar el grifo y sustituir el latiguillo, cosa que el tipo afirma de sí mismo con una superioridad casi insultante. No digamos si el yoyeísta se refiere al mundo artístico: aquí se enrolla de mala manera y afirma con suficiencia que está creando una serie de objetos de valioso contenido estético, cabezas y torsos, por ejemplo, que van a dejar chicos (si tiene suerte y se lo patrocina alguna institución) a los tochos ferruginosos de Chillida. El rollo en el asunto literario adquiere dimensiones de patetismo decimonónico. El tipo afirma que la cosa de los libros es una mierda porque las mafias editoriales (sobre todo las grandes ¿eh?, las grandes editoriales apenas consideran la calidad literaria, te lo digo yo, sólo les preocupa la edición de libros que puedan venderse como roscos porque, bueno, tú lo sabes, sólo le publican a quien le sale del forro, que tenga nombre y pueda reportarle buenos beneficios económicos, presentadores, periodistas, políticos, gente así que no tiene puta idea de técnicas narrativas, pero que vende, ¿eh?, la imagen de esos tíos, o tías, vende porque los conocen hasta los gatos, ya verás cómo no pasa el tiempo y le sacan alguna biografía a los pelmas de Operación Triunfo, incluso es posible que Bisbal escriba alguna novela y Rosa un poemario emocionalmente arrebatado, y qué quieres que te diga de los concursos literarios, están más amañados que los beneficios de la WorldCom, sobre todo los grandes, los de cinco o diez millones para arriba, bueno, yo no he vuelto a mandar a ninguno, no sé cómo puede haber 225 pardillos, o por ahí, que confíen en su personal calidad literaria y talento narrativo, al crematorio, ahí van a parar todos, cretinos), así que una mierda lo de escribir, prosigue el plasta, porque las mafias editoriales prefieren sacar rentabilidad económica a un bodrio antes que rentabilidad literaria a una obra de arte.
Dios te ampare si el tipo que practica el yoyeo prescinde de conceptos culturales y se enrolla con la cosa de las mujeres. Aquí es preferible salir pitando y darle plantón, pero los pies se te han convertido en dos planchas de plomo y no hay manera de alejarte de su lado. Suele ocurrir la cosa cuando te encuentras, tan tranquilo, en la barra del bar, hojeando el Marca. Se presenta de improviso, como la nube de mosquitos. Adviertes que alguien te da en el hombro y, coño, es él. Habla y habla de sí mismo, no para, es un yoyeo continuado e infinito que te altera las meninges y te coloca al borde del grito. Su rollo es insufrible pero él considera que estás interesado porque lo miras fijamente y ni las pías, hipnotizado externamente e interiormente cabreado, porque no permite que metas baza, dueño y señor de la palabra. Así que te habla de sus vacaciones, de sus chiringuitos, de sus pescaítos fritos, de su odio a las olas, de su proclividad cada vez más acusada a la cerveza fresquita o al Barbadillo frío, de sus conquistas,
—Oye, que las portuguesas están como pan reciente,
—Yo pensaba que eran las suecas las que te hacen crujir los ojos,
—No te enteras, ya pasaron los tiempos de José Luis López Vázquez, las suecas se han largado a otras latitudes, ahora son las portuguesas, madre mía, están que lo rompen, me he enrollado con dos yogurinas de piel canela y voz de fado y no veas, se han vaciado conmigo de languideces y melancolías.
Válgate el cielo, no sabes cómo escapar del rollista que yoyea. Así que, para cambiar de tercio, echas mano del corte inmisericorde y le dices que, para enrollarse bien enrollado, los rollos del ayuntamiento de Madrid. El rollista permanece un poco sorprendido y estático, no entiende la repentina relación que se establece entre su yoyeo y el ayuntamiento de Madrid. Sí, le confirmas, 500.000 rollos de papel higiénico en un año, imagínate. Si echas un cálculo, así, por encima, y descuentas los 52 domingos del año y algún sábado y día festivo, salen a más de 1.600 rollos diarios, lo cual que si se tiene en cuenta que, tirando por lo bajo, de cada rollo participan unos diez funcionarios o funcionarias, el resultado constituye un exceso sorprendente de rollos, por mucho que se prolongue o se repita el pujo, salvo que el hecho de trabajar en el ayuntamiento de Madrid produzca una insólita y excesivamente insoportable situación estresante, con perjudiciales consecuencias físicas, a saber, hiperclorhidrias, gastritis, diarreas, colon irritable e hipermenorreas. Lo sueltas todo de una tacada, como un taponazo verbal. El rollista permanece unos instantes alelado, ya no yoyea, no sospecha que tu capacidad calculadora es fruto de largos silencios seguidos de breves y repentinas ostentaciones orales. Así que le pones la mano en el hombro y le dices que lo del ayuntamiento de Madrid es sólo una muestra de disfunciones gástricas producidas por el sacrificado trabajo administrativo, y que lo malo es que la farmacopea moderna no disponga de rollos higiénicos para la diarrea mental.

No hay comentarios: