domingo, 27 de septiembre de 2009

FUTBOLETA
(29-6-2003)
JUAN GARODRI


Como hay algunos que no acaban de entender esos artículos tridimensionales, dicen, que a veces escribo, con frecuentes palabras de difícil intelección, voy a comentar el término «futboleta» para aquietar sus ánimos críticos y no mandarlos a tomar por saco.
Todo el mundo sabe qué es el fútbol, o no lo sabe, o cree que lo sabe, pero no todo el mundo sabe qué significado tiene la palabra futboleta, término derivado de fútbol, al que el sufijo -eta otorga un valor despectivo y jocoso.
Podemos atribuirle (por ponerse uno en plan charleta de CPR) dos tendencias, la teórica o abstracta y la práctica o personal. En la tendencia teórica, futboleta alude a una situación dominada por la ira; es la situación causada por una serie de acontecimientos considerados por el hincha como incorrectos, indignos, infames e injustos que provocan en él una rabia profunda, un cabreo menos sordo que vociferante, lo cual que el hincha se agarra una pataleta enrabietada y furiosa que, como aparece con motivo de la cosa del fútbol, llamamos futboleta. En la tendencia práctica o personal, sin embargo, futboleta es el individuo que, provocado por una serie de acontecimientos contrarios a sus intereses futboleros, se agarra una futboleta (rabieta) de cojones. Con lo que se da el caso, dentro de los límites de una tautología más inútil que léxica, que el futboleta se agarra casi siempre una buena futboleta.
No siempre, sin embargo, las palabras terminadas en -eta caracterizan el jolgorio significativo, qué va, muy al contrario. Palabras como escopeta, metralleta, tanqueta, carecen absolutamente de aspecto cómico o gracioso y se inclinan a transmitir el miedo y el espanto. Poeta y majareta van unidos dentro de una asociación mental que, aunque tal vez injusta, no deja de resultar verosímil. Cuchufleta, burleta y pedorreta atribuyen a sus lexemas una idea de guasa despectiva y displicente, a veces humillante, que se utiliza para mandar al plasta de turno más allá del extranjero. Futboleta, no obstante, va asociado a rabieta, ese enfado o motivo de ira que a veces adquiere grandes dimensiones aunque haya sido provocado por motivo leve.
En el caso, por ejemplo, de la patada en el culo a Vicente del Bosque y a Fernando Hierro, la futboleta que se han agarrado muchos socios, hinchas, forofos, etcétera, del Madrid ha sido considerable. Las pintadas contra Florentino han constituido el aspecto visible de su futboleta. Y es que no se puede jugar con los sentimientos de la gente. El fútbol ha sido elevado a la categoría de mito en cuanto que sus personajes gozan de carácter divino o, al menos, heroico. Dentro del mito, cada hincha le otorga un símbolo con el que se siente representado. Y va el personal y tira de Ronaldo, de Zidane, de Figo o de Raúl para rellenar con ellos o con alguno de ellos ese vacío zarrapastroso que arrastra a diario entre sus decepciones.
Así que el hincha de toda la vida (futboleta) no soporta la frialdad de tiburón empresarial de Florentino que, dando por donde todo el mundo sabe al mito y al símbolo, prefiere la rentabilidad económica a la zaragalla épica. Y que disculpe Del Bosque, pero ese agotamiento de proyecto que han utilizado sus jefes como excusa para echarlo a la rue, no es tal agotamiento desde el punto de vista técnico. Es agotamiento desde el punto de vista estético. A Florentino le interesa vender. El fútbol para él no existe como finalidad última. El fútbol existe en tanto en cuanto posibilita la capacidad de generar dinero, es decir, derechos de imagen, publicidad, camisetas, bufandas, insignias. El pobre Vicente Del Bosque, con esa imagen de artesanía humilde, con esa pinta de carnicero, de panadero, de dueño de tasca de barrio, había agotado sus posibilidades de venta de imagen. Poco han importado los siete títulos conseguidos en las cuatro últimas temporadas, de poco le han valido la afabilidad y las buenas maneras, de nada le ha servido pacificar el avispero de un vestuario donde cada uno de sus integrantes se considera, cuando menos, el rey de Roma. Fuera. Kaput. Hace falta un icono que genere cuantiosos ingresos por derechos de imagen. Caiga quien caiga. Del Bosque no tenía que hacer nada ante Queiroz, un técnico que habla cinco idiomas, con aspecto de alto ejecutivo, acorde con las exigencias de un Madrid transformado en empresa, un técnico segundón (da igual) tan parecido a Valdano, ese marqués de la terminología futbolística, ese personaje de frase redondeada y de ojo de águila clarividente. Queiroz asume la filosofía de Valdano: «El fútbol debe ser un arte». El arte del negocio. Business is business.
Estaba cantado. Del Bosque no tenía nada que hacer. El Madrid necesita técnicos objeto y futbolistas objeto. Que, además, sean buenos futbolistas para ganar títulos.
La llegada de David Beckham, con los peinados de la irreverencia, transforma al futbolista en ese oscuro objeto de deseo por el que suspiran las jovencitas cuando admiran su torso desnudo después del gol, con el que sueñan las maduritas al recordar su tentadora piel de efebo musculoso y elástico, en el que piensan, tal vez, los partidarios del homoerotismo andrógino (no sé cómo decirlo más finamente). Ese tipo vende. Ese tipo da dinero. Hace pocos días, Beckham ha realizado una gira por Japón. Lo han entrevistado en 14 emisoras de televisión: solamente ha hablado cuatro minutos de fútbol, pero ha generado unos ingresos de 8,5 millones de euros. Ante una situación como la expuesta, de manifiesto predominio de la publicidad y la imagen generadora de ingresos, ¿qué final le esperaba a Del Bosque? ¿Qué le esperaba a Hierro, «el mejor defensa del mundo» según la pelotada de Florentino, con 35 tacos en las botas y ese rostro de gitano sacrificado y cumplidor?
De ahí la futboleta (rabieta) del hincha de toda la vida, ese sacrificado espectador de “su” equipo, a quien han destruido, de una sola tacada empresarial, la fe en sus ídolos y el amor a sus colores. Que, aunque parezca mentira, todavía hay quien se cree eso de que el fútbol es un deporte. Son los futboletas. Incautos.

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