miércoles, 9 de septiembre de 2009

LO DE OPERACIÓN TRIUNFO
(17-2-2002)
JUAN GARODRI


(Réplica no palinódica). No hay cosa peor que se te acerque un necio y te lance palabras como garapullos con la sana intención, más o menos velada, de zaherirte. Y digo lo de necio por pudor verbal y por respeto ajeno, porque me da como un no sé qué empezar el artículo y en la primera línea utilizar el apelativo con el que ahora se designa al necio: gilipollas.
La gilipollez, sobre todo la mental, es una característica que encaja como un guante en determinados cráneos ciudadanos, esos que presumen de poseer todo tipo de información pero que carecen de la más elemental formación. En consecuencia, se atreven con todo, lo choncho y lo crudo, lo divino y lo humano, el culo y las témporas.
Pues va un tipo de estos, de disminuida fundamentación formativa, como es sabido, y se me acerca y me dice,
—Qué pasa con lo de los preservativos, tío, que no te aclaras,
—Cómo que no me aclaro —le digo cerrando un poco más el ojo derecho que el izquierdo,
—No, no te aclaras —responde—, Tu artículo del domingo pasado, los preservativos, que al final no se sabe si estás a favor o en contra,
—Lástima que no hayas sabido interpretar la verdadera intención del texto —le digo,
—Lástima que tú no escribas con claridad —me dijo.
Mi ojo derecho se achicó casi totalmente (algo así como se le achicó a Rodríguez Ibarra momentos antes de lanzar la contrarréplica al pobre Cañadas en lo del debate sobre el estado de la Región, por cierto, que el repaso personal —no el político— fue de los de época), pero con el ojo achicado y todo me limité a responderle en latín, para que se fastidiara, Qui potest capere capiat, le solté, y se quedó con la boca abierta. (Espero que siga así y que le caguen las moscas).
Vamos a lo de Operación Triunfo. Proposición primera. A ver quién no habla de Operación Triunfo después de la que ha liado en España, en el extranjero y hasta más allá del extranjero (que son esos sitios españoles que no quieren serlo). Un fenómeno social de tal envergadura sobrepasa los límites de lo creíble. Más de 13 millones de tele espectadores contemplando la Gran Final. En una semana han vendido más discos que Alejandro Sanz en tres meses. En un mes han vendido más discos que los que venden en un año cantantes, grupos y grupúsculos, todos juntos, esparcidos por escenarios, discotecas, plazas de toros y auditorios institucionales. El negocio de la discografía ha reventado como revienta al menor golpe una sandía algo podrida, pateada por el aire maduro y fresco de estos chicos y chicas de Operación Triunfo, ángeles con piel humana, vírgenes de lágrimas encendidamente pudorosas, gargantas de ternura increíblemente sometidas al asombro de la voz y a la fascinación del llanto. El personal espectativo se quedaba clavado en los sofás, los pelos de los brazos erizados por el escalofrío de la sensibilidad y la dulzura. Cómo no emocionarse al escuchar la voz casi virginal de Rosa mecida por sus opulencias celulíticas, el impulso interior y potentísimo de Bisbal coronado de rizos sensuales, la sobrecogedora y cantarina humildad de Bustamente, ese Robert de Niro de la canción adolescente. El gentío se emociona con seres así, personas que han surgido de pronto, de la nada, entresacadas de la anonimia y del silencio. Personas que han llegado al éxito gracias al trabajo, al esfuerzo y al desarrollo de una serie de valores humanos, considerados en desuso, ya perdidos, y que se han recuperado inopinadamente. El personal los echaba de menos. Por eso ha respondido a Operación Triunfo. El personal prefiere que sus ídolos salgan de la misma calle, de la misma cocina, del mismo chiringuito en el que ellos alternan. Al personal le encanta que sus ídolos hablen como ellos, utilicen los mismos tacos que ellos, se asusten como ellos, tiemblen y se pongan nerviosos como ellos. Esta identidad desdobla el ansia de protagonismo que cada uno lleva dentro y hace que todos nos sintamos un poco Rosa, Bisbal o Bustamante. Así que no me extraña que hayan reventado las programaciones de las cadenas privadas. Las parrillas de salida se han licuado en el fuego de su propia inoperancia, los programas de la franja nocturna se han ahogado en el cieno de su propia y consistente desazón. Dónde han quedado los éxitos de audiencia de ‘Crónicas Marcianas’, por ejemplo. El hecho demuestra que el gentío estaba hastiado de conceder la fama a personajes dotados de una memez que superaba los límites de lo tolerable. Está visto que el método de famosear a base de cameo, manoseo, baboseo, marujeo, a base de enseñar la picha y de presumir de actividades masturbatorias, o a base de buscar la provocación aireando amoríos homoeróticos, ha sido acuchillado limpiamente por la elección clamorosa del gentío. Buena lección.
Proposición segunda. En vista de los excelentes resultados como artistas y como cantantes que la Academia ha conseguido con los chicos y chicas de Operación Triunfo, resultaría provechosamente espectacular fundar otra Academia, no menos bien dotada de toda clase medios, que llevase por nombre ‘Operación Triunfo Político’. Se formarían colas interminables de ciudadanos y ciudadanas que pretendiesen entrar en dicha Academia. Los seleccionados recibirían una formación de profundidad política hasta ahora desconocida. Allí se formarían los mejores alcaldes del Estado. Horas y horas estudiando los sistemas de los politólogos más famosos. Días enteros dedicados al trabajo y al esfuerzo de la fluidez expresiva y oratoria. Semanas interminables dedicadas a la terapia de superar la mentira y de consagrarse a la verdad del servicio. Ejercicios determinados y agotadores para evitar el cainismo y la trápala. Constantes saltos y brincos en el vacío para convencerlos de que no les conviene trepar. Estiramientos neuronales para conseguir la flexibilidad mental de los líderes. Meses destinados a conseguir la convicción de que su labor es la de gobernar, no la de mandar; la de gestionar los bienes públicos, no la de apropiárselos. Cada lunes se celebraría una gala en la que mostrarían los excelentes resultados conseguidos en su formación política y gestora. Los espabilados serían propuestos para seguir en la Academia y los tarugos serían nominados para que la abandonasen... En fin. Es sólo un deseo irrealizable. Tal vez por eso el tarugueo mental y la prepotencia sean, en muchos casos, la rémora que detiene, embarga o suspende la ficción política de otra Operación Triunfo.

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