sábado, 19 de septiembre de 2009

PRIMAVERA
(6-4-2003)
JUAN GARODRI

La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. Como la guerra: ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Así que me dispongo a escuchar Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi, a ver si se desintoxican las neuronas, atiborradas de guerra, saturadas de mentiras bélicas, colmadas de horror, empachadas de asco. Y empiezan a sonar las acometidas de La primavera en medio de un Mi mayor hechido de acordes agudos y casi prebélicos, como interpretados para acompañar la obscena y espectacular apoteosis de esta guerra que no se me va de la cabeza.
Antes, escuchaba a Vivaldi y todas las golondrinas de la primavera acudían, anhelantes y rápidas, a clarear las oscuridades de mi corazón. Ahora no. Será por lo de la guerra. Ahora escucho a Vivaldi, estoy escuchándolo ahora mismo, y sus allegros me producen la impresión de que representan la mendaz alegría de Bush, esos rasgos faciales afilados como notas de un violín perverso y visionario. Incluso el alma del violín, el arco, así llamado por Tartini porque es el elemento fundamental para su sonoridad, se reproduce en mi imaginación como un arma arrojadiza utilizada para destruir los sentimientos de los niños de Irak. Bombas racimo, expresamente prohibidas por la ONU, utilizadas por EE UU para masacrar cientos de civiles, agricultores y niños. Me muerdo los puños, me trago la rabia y no sé qué hacer mientras escucho estos conciertos de Vivaldi, tan dramáticos y ricos en contrastes, allegro-adagio-allegro. Han asimilado la desgracia de los ataques, tan rápidos al principio, tan lentos ahora que se retrasa el aprovisionamiento de armas y víveres, tan rápidos en la previsión final en que se acumularán los acordes de las reconstrucciones.
También los nazis enmascaraban el remordimiento de los genocidios con audiciones grandiosas de música clásica. Cada judío era una corchea que iba desgranándose de los hogares de Varsovia en medio del horror de los violines trasladados de un gueto a otro por hombros cada vez más débiles. Polanski ha herido nuestra sensibilidad y nuestras retinas con el admirable relato de Szpilmann, esa epopeya increíble en la que el pianista sobrevive gracias a la extraordinaria e inesperada interpretación musical que, en el momento más desesperado, hace de Chopin ante el general nazi. La música lo salva del horror.
Hoy, sin embargo, no ocurriría así. Esta primavera, algo retrasada y lluviosa, florece entre bombas de racimo como en las orillas de los regatos eclosionan las pamplinas y los pañalitos. Con la diferencia de que en las bombas parpadea el rojo brillante de la sangre y en las pamplinas y pañalitos revienta la savia nutricia. Esta primavera está vacía de sentimientos.
Pero no es ella, somos nosotros. Estamos tan vacíos de sentimientos que incluso los informadores se trastuecan y perturban con las heridas de la primavera. Porque no creo que sean ignorantes. O quizá lo sean cuando utilizan la expresión de «catástrofes humanitarias». El concepto de ‘humanitario’ significa algo que se refiere al bien del género humano, cosa que es esencialmente imposible en cualquier catástrofe. Si lo de «catástrofes humanitarias» lo repiten una y otra vez telediarios y boletines de noticias, advierto a los desavisados que, con ello, están expresando justamente lo contrario de lo que quieren decir: lo humanitario tiene como finalidad aliviar los efectos que causan las guerras en las personas que las padecen, alivio imposible si va unido a una catástrofe. Las catástrofes sólo pueden ser humanas; las ayudas sí pueden ser humanitarias.
En fin, la primavera la sangre altera. Debe de andar muy alterada la de Bush para haber organizado esta catástrofe humana, en contra de la opinión de medio mundo, en contra de la mayoría de los países democráticos, en contra del 91 % de la población de esos países. Una primavera desencadenada y tortuosa, la nuestra, que muestra acontecimientos que cabalgan la espalda de la verosimilitud, como ese del presidente sirio, Asad, que asegura que todo el barullo bélico tiene como finalidad afirmar el dominio de Israel en toda la zona.
¿Qué gorda mosca primaveral le ha picado a Bush en la punta de la olla para que pretenda colocar como supervisor de la reconstrucción de Irak a Jay Garner, presidente de una de las mayores empresas de fabricación y venta de armas? ¿Un tiburón al cuidado de los peces? Mientras tanto, Aznar, atacado de una alergia primaveral galopante, estornuda y se le mancha el bigote de la españolidad, incapaz de admitir esa realidad contraria a la guerra que ha manifestado la totalidad del pueblo español. (¿Se puede decir ‘pueblo español’ o hay que decir ‘este país’? Ah, bueno).
A veces pienso que la primavera se ha retrasado porque así le ha interesado a Bush. Para la expansión de la industria del tabaco tiene que haber fumadores; para la expansión de la industria militar y armamentista tiene que haber muertos. Si no ¿de qué esos 258.000 millones de dólares (40 billones de pesetas, para entendernos) invertidos hasta ahora en la guerra de Irak? No olvides, amigo, que el 20 de enero, dos meses antes de que empezasen los primeros bombardeos, Bush ya había firmado los contratos multimillonarios para la reconstrucción de Irak después de la guerra. Ya había iniciado la intoxicación publicitaria con la que día tras día, semana tras semana, se pretende convertir al ciudadano en un idiota de enormes tragaderas para que engulla sin pestañear las gigantescas ruedas de molino favorables al imperio.
Esta primavera es una mierda, a pesar de los verdes tallos de los árboles, a pesar del lujurioso esplendor de las glicinias, a pesar de la purísima diafanidad del cielo. Esta primavera, que ha limpiado el oxígeno mental del pueblo español. (¿Puedo decir ‘pueblo español’ o hay que decir ‘este país’? Ah, bueno). La inmensa mayoría está contra la guerra. E incluso los descreídos, resentidos, anticleretas y progretas, esos que se tiran por el suelo de la risa cuando Juan Pablo II sale en el Guiñol, utilizan las declaraciones del Papa contra la guerra y lo citan con el mismo fervor con que antiguamente se citaba la Rerum Novarum de León XIII. Esta primavera es una mierda porque el considerado peor efecto de la guerra va a ser la paralización del consumo y la inversión. Lo de las víctimas, cada vez más civiles inocentes, es lo de menos. A los muertos que les den responsos.
Son los efectos perniciosos de esta primavera que interpreto a través de los compases de Vivaldi, tan agudos y encendidos como el prolongado bombardeo de un misil musical.

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