viernes, 18 de septiembre de 2009

ES LA GUERRA
(23-2-2003)
JUAN GARODRI


No hay como vivir en un pueblo. Además del saludable olor a ozono de estos amaneceres lluviosos, siempre se aparece algún conocido de los de toda la vida que va y me dice, con su punta de mala leche,
—No estuviste el día 15 en la plaza del Ayuntamiento, el sábado, en la manifestación contra la guerra, no te vi por allí,
—No, no estuve —respondo,
—Pues ¿y eso? —insiste,
—No me atraen demasiado las multitudes —contesto,
—Pues el día 1 bien que estuviste en el Calderón a ver el baño del Atlético al Barcelona —ataca. Me sentí atrapado. Así que no tuve más remedio que justificarme, cosa que detesto.
—Pues haciendo memoria —dije—, creo que me he manifestado contra la guerra en varias ocasiones,
—Pues no sé donde —repuso con retranca—, esta es la única manifestación multitudinaria que ha habido contra la guerra,
—No lees y así te va —repuse con la mejor de mis sonrisas—. Escucha, continué, si leyeras el HOY desde hace años sabrías a qué me refiero:
El día 24 de diciembre de 1998, jueves, día de Navidad, felicité las pascuas a los lectores con un artículo, La náusea, en contra de la guerra que Willian Jefferson Clinton había desencadenado contra Irak; en él declaraba que me encontraba avergonzado de ser occidental, europeo y libre.
El día diez de abril de 1999, en una ‘tribuna’ titulada Me importa un carajo, declaré eso, que me importaba un carajo saber quiénes eran los buenos y quiénes los malos en aquella maldita guerra que destruyó Yugoslavia, que sólo me importaban las personas humilladas y masacradas, me importaban las víctimas que, a cientos de miles, sufrían y lloraban y sangraban y morían en la guerra. El día 16 de mayo de 1999, domingo, me cabreé de mala manera contra la guerra de los Balcanes, ¿Qué cosa nos llamamos? se titulaba el artículo. En él arremetía contra nuestra civilización occidental que utiliza el desarrollo técnico y científico (otros lo llaman progreso) para masacrar civiles, víctimas inocentes, con el cuento de la guerra, y concluía que, si eso era civilización, mejor nos preguntáramos hasta cuándo íbamos a estar chupándonos la polla (frase que escandalizó, por cierto, a quienes no se escandalizaban de la guerra). El día ocho de agosto de 1999, en La traficomedia, expuse mi asco hacia los traficantes de armas utilizadas para destruir Bosnia. Buitres internacionales que traficaron después con los billones de la reconstrucción de Bosnia. Cuantas más armas vendieron, más reconstruían. Ahí radicaba la obscenidad de los contratos concedidos a empresas estadounidenses y alemanas, indispensablemente.
El día 2 de enero de 2000 escribí Las preguntas, precisamente para preguntarme de forma amargamente retórica a quién pretendían engañar los mandamases internacionales cuando permitían que el tal Yeltsin masacrase sin contemplaciones a los habitantes de Chechenia, ese juego espeluznante de la guerra y de la muerte. Sobre todo, si se tenía en cuenta que, tan solo unos meses antes, no permitieron el mismo juego a Milosevic, el genocida de los kosovares. El día 29 de marzo de 2000, en Las armas, saqué a relucir una desconsiderada mala uva antinorteamericana para comentar que su campaña de salvación del planeta no pretendía salvar a nadie. Porque la comedia salvadora no era más que eso, una comedia, un simulacro redentor para enmascarar la venta de armas y de sofisticado material bélico utilizados en el combate del mal (?).
El día 23 de septiembre de 2001, tan reciente lo del 11-S, discrepé, en Licencia para matar, de lo políticamente correcto y expuse la que me parecía impertinencia desmedida de los EE. UU. porque se arrogaban la cualidad divina de la justicia en la llamada “Operación Justicia Infinita”, y me preguntaba que si no siempre ha sido justo el poder bélico, el poder económico, el poder social, de los Estados Unidos, ¿cómo es que se arrogan la justicia? Y además infinita.
El día 31 de marzo de 2002, en Tambores de guerra, me dediqué a denunciar los tambores de guerra que resonaban en Afganistán, en Israel, en Irak, en América Latina, para expandir la Operación Antiterrorista por todo el mundo, esa contaminadora fiebre bélica que impulsa al enfrentamiento del hombre contra el hombre, a matar. El día 9 de octubre de 2002, en Muertos de miedo, volví a insistir en la horrorosa proclividad del presidente Bush a la guerra, como si en ello le fuera la vida a costa de la muerte. Me preguntaba qué oscuro poder permanece achantado tras la sombra menguada del Bush, qué poderoso artilugio (una máquina extractora de petróleo, quizá) lo tiene cogido por los cataplines y lo empuja a aparentar que le gusta la guerra más que a los chivos la leche.
Finalmente, el día 2 de febrero de 2003, en Hipocresía, me preguntaba a qué juegan (en el sentido de interpretar un papel) quienes pretenden hacernos creer que la guerra es necesaria e inevitable para destruir a Irak, a Sadam y a sus armas de destruccion masiva.
Así que fijate bien en lo que dices, le dije, porque después de haber publicado diez artículos contra la guerra, si no han sido más, no creo que necesitara ir a la manifestación, no hacía falta mi presencia contestataria protegido por las pancartas, si bien se tiene en cuenta que, además, nadie convocó anteriormente manifestaciones multitudinarias contra la guerra sucia que existía en los Balcanes, en Chechenia, en América Latina, en Israel, y se convocan ahora precisamente contra la que se avecina en Irak, a mí no me representan actores, escritores e intelectuales que vete tú a saber por qué ahora se desagazapan y salen a la calle, a mí no me representan políticos que, no digo que no, están de corazón contra la guerra pero que, no digo que sí, aprovechan la coyuntura con fines electorales, eso es evidente, a ver por qué no se manifestaron masivamente en las anteriormente citadas ocasiones bélicas. Así que, amigo, ahora se aprovecha la ocasión para sacarle rentabilidad política al asunto. El batiburrillo que tuvo lugar en el Congreso la semana pasada, aireado por los medios de adoctrinamiento de masas mientras cada uno arrimaba el ascua a su sardina, se manifestó en los titulares del día siguiente. «El PSOE se descuelga del acuerdo suscrito por la UE y otras trece naciones europeas», proclamó ABC, y ahí queda eso, «Aznar rebaja su apoyo a la guerra pero Zapatero le acusa de tener un pacto con Bush», enfatizó El Mundo nadando entre dos aguas, como es costumbre, «Debate parlamentario sobre el conflicto de Irak. Aznar pide el apoyo del Congreso sin resolver cómo será su voto en la ONU», dejó caer El País curándose en salud por lo que pudiera venir, «Zapatero se radicaliza y no acepta los acuerdos de la ONU», afirmó La Razón soltando su acostumbrado hachazo endorreico.
Concluyo. Hay muchas maneras dignas de oponerse a la guerra. La manifestación procesional, aunque importante y multitudinaria, es sólo una de ellas. No la única. Fin.

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