martes, 15 de septiembre de 2009

IDIOTOLOGÍAS
(27-10-2002)
JUAN GARODRI


El título no es mío. Lo leí hace tiempo por ahí y no he acabado de olvidarlo. Ahora lo tomo prestado, lisa y llanamente. Que no sólo los grandes escritores van a vivir de préstamos copiantes. Y si no que se lo pregunten a García Yebra, que destapa la caja de los truenos, según dicen, desmontando a Cela, y aireando las pedorreras crematísticas de don Camilo, sus plagios y sus negros. Muérete para eso. El español siempre ha sido dado, por costumbre y cumplimiento, a la fluencia laudatoria y cansina en obituarios y etopeyas insistiendo en la virtudes ajenas que suelen concederse generosamente a los muertos, ese brindis necrológico dedicado al sol de la inutilidad. Pero en el caso de Cela ha fallado estrepitosamente la costumbre.
Vamos a las idiotologías. Como algunos términos que utilizan en su derivación el sufijo -logía, la idiotología no pretende moverse exclusivamente en el terreno especulativo, sino descender a lo descriptivo y, en consecuencia, a la aplicación práctica, que es donde se mueven los vivos. Así que quiero referirme a los vivos, que son los realmente idiotas, sobre todo en sus formas de a) expresión, b) aceptación, c) aborregamiento y d) brevedad.
a) Formas de expresión especialmente idiotas: una de ellas es genial. No quiero decir que genial sea genial, sino que genial es una forma de expresión idiota, no sé si me explico. Si genial viene de genio (creador, descubridor, inventor o algo así), la utilización del término debería de corresponderse con la equivalencia de una idea excepcional adecuada al talento y a la inteligencia, cualidades que caracterizan al genio. Sin embargo, se oye con frecuencia lo de genial como respuesta a una proposición usual y aceptable que a mí, particularmente, me fastidia. Tomando los vinos el pasado fin de semana, me presentaron a una pareja (hombre y mujer, naturalmente) que utilizaba lo de genial con la misma reiteración con que la TV emite el marujeo. ¿Te apetece un Ribera?, decía él, genial, respondía ella. La miré sorprendido. Ella compuso un discreto gesto de coquetería pensando que admiraba su belleza (la admiraba). Pero mi sorpresa llegó al límite de lo tolerable al advertir que él también respondía genial cuando aceptaba o consensuaba cualquier aspecto de la conversación, en un intento, me pareció, de deslumbrar a la concurrencia. Y así, cuando ella le preguntó si recordaba la excelente cerveza que habían tomado en la plaza Wenceslao, en Praga, el verano pasado, y el respondió genial, un moderado repeluzno me recorrió el espinazo y opté por la retirada.
b) Actitudes de aceptación específicamente idiotas: la grasa no engorda. Es la revolución dietética del doctor Atkins. Según él, «se puede tomar toda la grasa y proteína que se quiera, siempre que no se aumente el consumo de hidratos de carbono». Por mí, bienvenido sea el chorizo y la patatera asada, pero a ver qué hacemos con garbanzos, alubias y lentejas, tan saludables para lo de la fibra. Quizá tuviera razón doña Leonor, hace tantos años, cuando afirmaba que los garbanzos para los loros. También nos han informado hace poco de que las patatas fritas son cancerígenas, de que el vino ya no se considera como bebida alcohólica sino alimentaria y de que la cerveza posee propiedades antioxidantes que prolongan la vida. ¿A quién interesa (capitostes de la Unión Europea) que disminuya la producción de patatas, que aumente la extensión de viñedo y la elaboración de vino, y que se extienda y aumente el consumo de cerveza? Todos sabemos que, a veces, las grandes revistas científicas publican artículos a favor o en contra de determinados productos alimentarios para favorecer el sistema económico. Ahora han prohibido, o van a prohibir, a los jóvenes británicos el consumo de aspirina porque afecta al cerebro y al hígado. ¿No habían proclamado hasta la náusea que la aspirina constituía la panacea universal? Y el gentío se traga esta tarara idiotológica que empuja a la aceptación o al rechazo de lo alimentario, lo medicinal y lo nutritivo, según venga el aire.
c) Apariencias de aborregamiento singularmente idiotas: el programa Lo + Plus (entre otros). Diariamente aparece un tipo bajito y rechoncho, no sé si bajito, rechoncho sí, perilla incluida, que pretende comentar en plan idiota, digo humorista, alguna noticia de actualidad entresacada de la prensa diaria. Bien. El lunes, el sustrato léxico de su comentario estaba abonado con términos como picha, cagada, lombrices en el culo y otras abundancias disfemísticas que fundamentaban su dudoso humor en la vulgar idiotez léxica, pronunciada con un desparpajo inaguantablemente progreta. Resulta cuando menos sorprendente que Fernando Schwartz, aceptable escritor, premio Planeta incluido (El desencuentro, 1996), se preste a tamañas payasadas y a hacer él mismo de payaso, si el guión lo exige. Todos hemos escrito alguna vez, o escribimos, o quizá escribiremos, una línea idiota. Pero el sketch de las lombrices en el culo adquirió el aspecto de una insoportable página de la idiotología actual de forma que, de seguir así los comentarios del rechoncho, constituirán sin duda un grueso tratado digno de figurar en la recién estrenada biblioteca de Alejandría, sección idioteces escatológicas.
d) Idiotología de la brevedad: absolución de presos que no cumplen íntegramente su condena. Colmo de la idiotez reciente: séxtuple asesino, condenado a 298 años, en libertad tras cumplir 12.

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