sábado, 19 de septiembre de 2009

DE CAUSAS Y EFECTOS
(13-4-2003)
JUAN GARODRI

Los filósofos escolásticos es que se ponían muy pesados con eso de los efectos y las causas, mayormente con lo de las causas, más que nada para justificar la pertinencia o impertinencia de los efectos. Aunque, la verdad, con tanto escrito patrístico (desde Próspero de Aquitania hasta Juan Damasceno) la escolástica areopagítica se organizó un lío con la ontología de los estratos, y divulgó la idea de la jerarquía y estratificación del ser. Así que se dedicaron a asimilar adecuadamente el concepto de causalidad desarrollado por el Pseudo-Dionisio (ese conjunto de escritos que falsamente se atribuyeron a Dionisio el Areopagita durante la alta edad media), y se difundió el socorrido principio de que «la causa es siempre más noble que el efecto y contiene más ser que el efecto».
La cosa tiene miga. Porque quizá de aquí haya derivado, posteriormente, todo eso de la nobleza de las causas, y se hayan cometido millones de estupideces, barbaridades, aberraciones, atrocidades, canalladas y absurdos en aras de las causas nobles. En resumen: la causa es el antecedente lógico o real que produce un efecto o, en la práctica, el motivo o razón para obrar.
Lo terrible de este rollo patatero que acabo de colocarte, amigo, estriba en que, en buena lógica, deberíamos conocer las causas de los acontecimientos para admitir apropiadamente sus efectos.
Resulta, sin embargo, que conocemos los efectos de la guerra de Irak (destrucción y muerte: los medios de comunicación nos mantienen debidamente informados) pero desconocemos la causa ‘primera’, no la de la mendacidad y el engaño, que ha impulsado al trío de las Azores a desencadenar la guerra. Ejemplo: ¿Qué causa lógica, es decir, creíble o racional y humanamente aceptable, ha impulsado a Aznar a preferir la guerra? ¿La libertad, la justicia, la salvación del orden mundial, el aniquilamiento del tirano Sadam Husein, la lucha contra el terrorismo? Puede ser. Pero el personal no traga. Hay causas ocultas que desconocemos. El personal anda muy quemado y resulta extremadamente peligroso quemar sus expectativas. Las manifestaciones y el rechazo masivo a la guerra así lo indican. Son los efectos provocados por esas causas desconocidas, inexplicables y, sobre todo, inexplicadas.
Estos efectos, sin embargo, van retorciéndose y ocurre que el “no a la guerra” se ha convertido en un “no a Aznar”, insistente y masivo, que puede comprobarse, si no claramente en los medios de comunicación impresos, sí en las páginas electrónicas de Internet. Rosa Regàs, Mentiras y trampas contra la democracia, y Manuel Talens, Psicoanálisis del soldadito, constituyen un ejemplo de los efectos ‘antiaznar’ que han provocado las ocultas causas de la guerra. Regàs en plan duro y no exento de razón, con definida dosis doctrinaria, viene a decir que Aznar ha engañado al pueblo mostrándose de centro cuando en realidad siempre ha sido ultraderechista: un peligro para la democracia por su incumplimiento de la legalidad nacional y menosprecio de la opinión pública. Talens adopta un plan expositivo ridiculizante y humorístico: ante la imposibilidad de entender las causas (morales o económicas) que han impulsado a Aznar a involucrarnos a todos en esta guerra insensata, Talens propone hipotéticamente una causa psicológica: el complejo de inferioridad que padece Aznar a causa de su baja estatura. En la otra orilla, Alfonso Ussía, Tontos legales, afirma que guerra legal o guerra ilegal es una estupidez y pide a Rodríguez Zapatero que explique cómo los soldados muertos en una guerra legal son héroes y los muertos en una guerra ilegal (la de Irak) son asesinos.
La causa es siempre más noble que el efecto, decía el Pseudo-Dionisio. En este sentido, si la causa de la guerra es el petróleo, resulta que su posesión y apoderamiento es más noble que la vida de los seres humanos masacrados, mutilados y muertos. Si la causa de la guerra es el consumo y experimentación armamentista, resulta que su utilización es más noble que la destrucción, devastación y demolición de edificios, puentes, carreteras y ciudades. Si la causa de la guerra es la lucha contra el terrorismo, resulta que el desarrollo inmisericorde de esa lucha es más noble que la amputación y la sangre, más que la desolación y la ruina, más que el dolor y la tragedia. Si la causa de la guerra es el derrocamiento de la dictadura, resulta que la provocación de ese derrocamiento es más noble que la posibilidad de la diplomacia internacional. Si la causa de la guerra es la carrera por la reconstrucción de Irak —a la puta calle Francia, Alemania, Rusia y Siria por oponerse a la guerra, ni un ladrillo van a reconstruir, ni un euro van a ganar: el Kremlin ha reactivado su diplomacia para volver a llevar la crisis iraquí al Consejo de Seguridad de la ONU. Moscú quiere debatir la posguerra en Irak y reclama para la ONU “el papel central en el arreglo posbélico”: ¿acaso sospecha que si depende de EE.UU se quedará sin parte en el reparto del pastel reconstructor?— resulta que la obscenidad reconstructiva es más noble que la incolumidad de las ciudades. En todos estos casos, la causa es más noble que el efecto. ¿Quién, en su sano juicio, puede admitir semejante despropósito? Es para echarse a llorar.
Así y todo, hay algo que no huele bien en todo esto de la guerra. ¿Cuál es la causa ‘primera’, no la de la pegatina y la pancarta, por la que el personal proclama el no a la guerra? ¿El aprovechamiento político de la situación? ¿La especulación electoral? ¿La demagogia asentada en el viejo refrán de arrimar el ascua a la sardina de los votos? No sé. Pero me entristece el clima de crispación que estos días conmueve a la sociedad española. En este sentido, la plataforma Democracia Sin Ira ha publicado una comunicación en la que expone una serie de razones con las que pretende centrar el debate en torno a la guerra de Irak.
En fin. ¿Son perversas “absolutamente” todas las causas de la guerra? A mí me parece que sí. Y aunque las causas puedan tener su correspondiente justificación, los efectos devastadores de la guerra, por el contrario, no tienen justificación alguna.

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