martes, 15 de septiembre de 2009

LUCES Y DESLUMBRAMIENTOS
(7-1-2003)
JUAN GARODRI


Podía hablar del deslumbramiento de los niños, es la fecha, la posible ilusión de los niños impuesta por los papás, Reyes y todo eso, tan trillado, pero no. Voy a hablar del deslumbramiento de las luces. Original.
No para de llover. Es el diluvio del final de los tiempos, eso parece. La media tarde se ha trasmutado en una noche perversa de viento huracanado y ráfagas de agua que para sí hubieran querido Espronceda o Bécquer para vaciarse de eneasílabos. Las luces de los vehículos que se acercan vertiginosamente en dirección contraria impiden la visión hasta el punto de que no sabes dónde te encuentras. Es un deslumbramiento que te inclina al taco, y en alta voz, para tranquilizarte, te cagas en los muertos de media humanidad, porque una cosa es alumbrar y otra deslumbrar, de muchas maneras puede uno ser alumbrado y deslumbrado, la luz ilumina, ya se sabe, y facilita la acción, porque a oscuras resulta muy difícil la acción de muchos actos, salvo a gatos y murciélagos, la escasez luminosa induce, conduce, más bien, al tropezón y a la moradura, y a la cegajez si se trata de libros, que no sabes el dolor que aprieta los ojos, como una punzada, si te pasas las horas leyendo, aunque no es éste el mal que aqueja al personal hodierno, tan metido de lleno en operaciones triunfo y grandes hermanos, y eso, la luz resulta necesaria, pero acontecen momentos en que puedes llegar a aborrecerla, aunque no lo creas, no me refiero a la luz solar, tan repleta de efectos beneficiosos, dicen, para el desarrollo y perfeccionamiento de la vida animal, vegetal e incluso mineral, a la vista está, a pesar del agujero negro y de la capa de ozono, me refiero más bien a la luz eléctrica, tan dilapidada estos días en calles, plazas y avenidas, luz, más luz, que dijo Johann Wolfgang Goethe al morir, no se sabe si porque se le consumía el combustible del quinqué, o porque se le agotaba la reserva cardio respiratoria, o porque percibía, tardíamente, que había caminado a oscuras durante media vida, luz, más luz, según dicen que dijo, no es seguro, lo que sí parece seguro es que la luz abunda, rebosa, se multiplica, sobreabunda, rebasa los límites de la contención y el ahorro de energía, exceso excesivo de luz, permíteme el pleonasmo tautológico, o la tautología pleonástica, no sé, tómalo como mejor te pete, aunque, no creas, los alcaldes y gestores municipales no están por el pleonasmo sino por el derroche de luz, diez mil bombillas en calles y plazas, arcos y estrellas luminosos en glorietas y paseos, paz y felicidad iluminada, alumbrada, abrillantada, trescientas mil bombillas en avenidas y facha(da)s institucionales, monolitos repletos de luces y resplandores intermitentes, qué mareo, se encienden y se apagan, así se enciende y se apaga la luz de cada uno, un símbolo, la intermitencia, del menguado resplandor de cada uno, hay que ahorrar energía, eso te dicen, y aconsejan, dentro de parámetros muy comedidos de ciudadanía y prudencia, de tu ahorro, y del mío, depende la salud energética futura, del ahorro municipal no depende salud alguna, conocen de sobra que el que aconseja no paga, ya lo decía mi abuela, que sabía un rato de la vida, no deja de llover, se multiplican las luces y yo conduzco a oscuras, el reflejo de un millón de bombillas-faros se multiplica en el espejo mojado de la calzada, enguachinado, dos o tres millones de faros-bombillas enguachinan de luz el pavimento, cuchillos luminosos, no para de llover y voy hacia Plasencia, concierto final de trimestre en el Conservatorio, un diluvio horroroso, cómo atravesar los treinta y seis kilómetros bajo esta barrera infranqueable de agua y viento, los camiones dinosáuricos, pleistocénicos, a más de ciento veinte, es increíble, dónde estará la policía, tan motorizada y fluorescente, dónde se guarecerá durante este atardecer anochecido, ráfagas de agua como olas sin chapapote te dejan sepultado en el extravío, cada camión una pared de agua, el limpia se vuelve loco y no da abasto, no percibes siquiera las líneas de la calzada, ni la del centro, ni la del arcén, perdido en el desierto acuoso, te cruzan los fantasmas en sus coches castillo, ya sabes, la tropa pretenciosa de los pequeñas dimensiones, con faros antiniebla como rayos, ese poderío del que asegura, y piensa, que a mí nadie me echa la pata alante y, por si fuera poco, te martirizan una y otra vez con ráfagas si van detrás de ti, persecución continua, un mobbing asfáltico que ataca tu autoestima, te reduce a la condición de tortuga reumática, el tipo es un sádico de la luz y el deslumbre, ajá, se va a enterar este huevazos, es el insulto luminoso con el que te colocan el huevazos porque no superas los ochenta kilómetros por hora, ellos, que van a ciento cincuenta en su megane dinamyque, o en su 206 2.0i xt, o en su golf variant, o en el que sea, los pequeñas dimensiones, tan chulos ellos, y poderosos, y tú un huevazos, qué hace un huevazos en la carretera, a dónde va este tío en pleno siglo veintiuno, y te dan la pasada como si tal cosa, y si vienen de frente te acojonan con la potencia de las luces, altas como estrellas malignas, los faros antiniebla duplican el reflejo en el asfalto, y tú cegado, o cagado, porque entre el oleaje de los camiones, los faros antiniebla, las ráfagas insultantes, y la madre que los parió, es que no ves un burro a dos pasos, llevan las luces altas, que se joda el de enfrente, para qué, si no, quiero los faros de xenón, azulados y agudos como espadas nocturnas, dónde estará la policía, dónde se habrá escondido o guarecido, tal vez hayan dado de mano, prestos como aparecen para multarte cuando vas a sesenta en tramo urbano limitado a cincuenta.
Hay otros alumbramientos psicológicos. Y de la misma forma que todo orden conlleva su correspondiente desorden, y que toda certidumbre genera su correspondiente incertidumbre, así todo alumbramiento origina su correspondiente deslumbramiento. Son las luces de los Reyes Magos y el deslumbramiento de los niños, hastiados de tanta luminaria, es la fecha. Así y todo, lo dejo para la próxima.

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