viernes, 4 de septiembre de 2009

EL BOCADILLO
(11-11-2001)
JUAN GARODRI

Juro ante el altar de Hércules que no me seduce en absoluto la idea de infiltrar en mis artículos a miembros de mi familia. Valga, como excepción, el siguiente episodio.
Intranquilos y preocupados íbamos camino de Soria. «Ya estarán operando a mi madre», decía Esther. Su voz manifestaba esa duplicidad que se reparte entre la conformidad y la angustia. Pasada Madrigal de las Altas Torres y antes de llegar a Medina del Campo, nos detuvimos en un pinar para estirar las piernas y comer un bocadillo. Llevábamos 230 kilómetros de viaje y el cuerpo lo necesitaba. Aún nos quedaba otro tanto para llegar a nuestro destino. Esther no dejaba de pensar en su madre. «Cuando lleguemos a Soria, no pasamos por casa, nos vamos directamente al Hospital». Comíamos el bocadillo andando de acá para allá, bajo el aire soleado de los pinos. Eran las 3'15 de la tarde y yo dije que habría que reanudar el viaje. Nada más montar en el coche, sonó el móvil. Esther dijo, «no puede ser» y, a continuación, se implicó en una serie de monosílabos y aspavientos con los que desarrollaba la función fática del lenguaje de una manera real y angustiosa para ella, incomprensible y enigmática para nosotros. Cuando terminó de hablar, tenía el rostro demudado. Mis hijos preguntaron «qué pasa, mamá». Su respuesta fue contundente. No habían operado a la abuela. A pesar de que la operación estaba prevista, a pesar de que la habían ingresado el día anterior, a pesar de que la habían estado preparando durante toda la mañana para intervenirla, a pesar de que le habían colocado dos goteros sucesivamente, a pesar de que la habían inyectado en el vientre para evitar problemas circulatorios, a pesar de todos los pesares quirúrgicos, no la habían operado.
Resulta que a las 14'30 acude el cirujano a la habitación donde espera para ser intervenida y le dice que ya no la operan. Así, por las buenas, «no vamos a poder operarla, no puede realizarse hoy la operación, la operación anterior ha durado mucho, más de lo previsto, y se nos ha hecho tarde. Por otra parte, pensábamos que la operación de usted iba a durar una hora aproximadamente y, según leemos en el informe, puede durar unas tres horas. Ya es tarde. Así que no podemos operarla. De haberlo sabido, hubiéramos operado a usted en primer lugar. Lo sentimos». El rostro del cirujano estaba compungido. Llegó a afirmar que a él no le hubiera importado operarla, a pesar de la hora retrasada en que se encontraban, pero que puesto al habla con el anestesista, éste se había negado. De manera que la bajaron de la camilla, le quitaron la bata, le dieron el alta y la mandaron para casa. Ya le comunicarían las fechas para una nueva intervención.
No es ningún chiste lo que acabo de contar. Ha ocurrido el día 31 de octubre en el Hospital General de Soria. Un cabreo sordo e inconmensurable invadía a los miembros de la familia, de mi familia. Nos subíamos por las paredes. Resulta que los médicos pensaban que la operación de mi suegra era de corta duración, sin serlo. ¿Cómo es posible? ¿Acaso no leen los informes pertinentes antes de intervenir? ¿Acaso no estudian previamente las incidencias previsibles de una operación? ¿Cómo es posible que se rechace la intervención quirúrgica de una persona (médicamente preparada y dispuesta por ellos mismos para ser intervenida) por la razón, aparentemente enojosa, de que «ya se ha hecho tarde»? ¿Y el trauma psicológico que se origina al enfermo, qué? ¿Y la consideración que merece el enfermo como persona, qué? ¿Y los nervios de los familiares del enfermo, qué? ¿Y las preocupaciones de cada uno de los miembros de la familia, qué? Mi cuñado vive en Jaén, nosotros vivimos en Coria. Tuvimos que ponernos en camino para recorrer la distancia de 500 kilómetros que nos separan de Soria. Hubo que pedir permiso de no asistencia al trabajo. Hubo que comunicar a los tutores de nuestros hijos su falta de asistencia a clase. Tuvimos que ponernos de viaje nerviosos, intranquilos, para llegar a tiempo. Hasta que paramos a comer el bocadillo en un pinar algo más allá de Madrigal de las Altas Torres. Hasta que sonó el móvil:
—A la abuela no la operan.
—¿Cómo? ¿Hay complicaciones?
—No, complicaciones ninguna. Los médicos, que no tienen tiempo.
—¿Se quieren ir de viaje?
—No sé, pero estamos en vísperas del puente de los Santos.
Y van y aparcan al enfermo y lo mandan a casa como quien envía un paquete. ¡Mañana será otro día! Para ellos no tiene importancia que el enfermo y los familiares tengan que seguir nerviosos otra semana, otro mes... Se supone que la próxima vez leerán el informe completo, o se equivocarán menos.
No es de extrañar que en determinados momentos el personal lance chispas contra los médicos y los ponga a parir. Ya se sabe que toda descalificación generalizada es injusta, por inexacta. Pero hay que ver cómo escupe el gentío cuando se trata de los médicos. Menudos pájaros, se oye decir. Se afianzan en la profesión para enriquecerse, sólo eso. Vamos hombre, que no me digan a mí qué son los médicos, esos intocables reyes del mambo dotados con el don de la impasibilidad, dueños y señores de terapias y desinfecciones, todo el día revoloteando con sus batas blancas como gaviotas en los basureros, debido tal vez a la contemplación despectiva de culos, barrigas y otras vergüenzas celulíticas, qué otra cosa son sino basureros y depósitos de detritus las vomiteras, las vendas sanguinolentas, los escupitajos, las gasas coronadas de pus, las úlceras y metástasis, las invaginaciones y reblandecimientos, las escrófulas y la colibacilosis, por no citar las partes blandas bien rellenas de incubaciones mondonguiles y de secreciones cancerosas y sanguíferas, como gaviotas en un basurero, eso son, porque los médicos no hacen otra cosa, cuatro horas en el hospital y luego a pasar visita en la consulta privada, bien visible la placa de especialidad médica, Glorieta del Ganchillo, 17, portal 21, 4º A, y a ganar dinero, a ganar pasta hurgando en la enfermedad, a hacerse ricos complaciendo el miedo humano al dolor y a la muerte.
En todo eso pensé, justamente cabreado, mientras terminaba de comer el bocadillo en el pinar que se extiende más allá de Madrigal de las Altas Torres.
Agradezco a los médicos de Soria la ocasión que me ofrecieron de comer un bocadillo en lugar tan pintoresco. Prefiero, así y todo, ser yo mismo quien tenga que elegir el lugar y la circunstancia para mi próximo bocata.

No hay comentarios: