sábado, 5 de septiembre de 2009

LO DE LAS GALLINAS
(2-12-2001)
JUAN GARODRI

Hay dos cosas que habitualmente no compro: ni revistas ni lotería de Navidad. Lo de la lotería de Navidad es abusivo. No el hecho de que yo no la compre sino el hecho de que se venda en tantos y tan diferentes sitios. Es como si se hubiese establecido una olimpíada de la venta de lotería de Navidad y en ella compitiesen todas las tiendas de todos los barrios de todas las poblaciones de todas las regiones de España. Todo el mundo desea dejar de ser pobre o, al revés, todo el mundo pretende llegar a ser rico, ese olimpo de la abundancia en el que sobrenadan el coche de ocho kilos para arriba, la casa de sesenta o setenta por lo menos, el pentium 4 de 260 megas, regrabable y DVD, y las vacaciones indefinidas en el Caribe con ponches de piña y mulatas, qué carajo.
Lo de las revistas tiene un ligero matiz diferenciador. No las compro pero me queda un especie de regusto amargo porque uno está acostumbrado a leer hasta los anuncios necrológicos, así que cuando contemplo los colorines de sus portadas procuro no echarles ni siquiera una ojeada de complicidad. Me refiero naturalmente a las llamadas revistas del corazón, esa bulimia de la noticia sentimental que convierte a la prensa rosa en un enloquecido laberinto de cameo, manoseo, baboseo, curioseo y marujeo que despiparra melifluamente las meninges lectoras.
Pero uno tiene amigos. Y resulta que uno de ellos es propietario de una ‘Papelería y librería’ en la que se vende de todo: desde un libro de texto a una cajita china. Entro a visitarlo y no hago caso, deliberadamente, al letrero que anuncia ‘hay lotería de Navidad’.
-No quieres lotería de Navidad -me dice nada más verme entrar,
-No -le digo,
-Y si toca -me dice,
-Si toca es que no estaría de Dios que a mí me tocara -le digo,
-Qué tío más raro eres -me dice.
No puedo apartar la vista, sin embargo, del ángulo del mostrador en que se hallan las revistas, todas tan colocaditas según el orden de sus tamaños y títulos. Paso junto a su lado y las miro de reojo. De pronto, en una de ellas se abre paso la noticia: una famosa, con toda la batería de su silicona al frente, asegura que “ha estado” con más de treinta hombres. Más que en sus piruetas amatorias, pienso inicialmente en el significado de la forma verbal ‘ha estado’. La forma compuesta expresa indudablemente un aspecto perfectivo de acción realizada o terminada. De lo que se deduce que lo que es estar ha estado con ellos. Otra cosa sería deducir la forma en que se ha mantenido esa estancia. ¿Ha sido de uno en uno, o de dos en dos, o de tres en tres? ¿Ha sido individual o colectivamente? La documentación que aportan casos semejantes de incontinencia sentimental (más copulativa que transitiva, aunque la implementación transitiva también da que hablar en estos casos, no creas, e incluso la complementación circunstancial) hace pensar que la estancia ha sido individual, de manera que hayan ido pasando por la piedra de los sentimientos de uno en uno, y no en pareja, o en trío, aunque hay que andarse con tiento en estos casos y no arriesgarse a poner la mano en el fuego de la individualidad porque siempre pudo darse el caso, tan apañado, del menage à trois. Así que más de treinta hombres han estado con ella.
Una portada de revista no puede arriesgarse a colocar en grandes titulares rojos la entradilla para contar después en su interior que la famosa ‘ha estado’ con más de treinta hombres rezando el rosario, o de camping, como en los tiempos angelicalmente sexuales de Lo que el viento se llevó. Una revista rosa coloca esos titulares para que el gentío devore las páginas interiores con la misma devoción profunda con que las damas decimonónicas devoraban las páginas inefables de los folletines de El Imparcial.
Y allí estaba ella, con su silicona y su boca de buzón de correos, presumiendo de tragahombres, orlada por los colorines de la portada, admirada por todas cuantas la consideran como una mujer que ha superado la monótona vulgaridad del marido, su sombra alargada y espesa, la rutina de las tareas domiciliarias y domésticas, la diaria pesadez contestataria de los hijos. ¡Más de treinta hombres! ¡Quién hubiera catado el racimo! Una estatua, un monumento debían de levantarle a esa Agustina de Aragón de la promiscuidad, a ese ejemplo de libertad sexual y de liberación de la mujer. Eso es lo que es una mujer, y no las demás, atadas a la pata de la cama y tragando la quina del convencionalismo diario.
En estas que entra mi tío Eufrasio,
-Hombre, por aquí andas -me dice,
-Sí, por aquí ando a ver si curioseo un poco entre los libros -le digo.
-Cómprate Baudolino, de Umberto Eco -me dice.
-No -le digo-, he perdido momentáneamente las ganas de leer rollos envolventes de erudición medieval.
-Ya es raro en ti -me dice-, cómo es que has perdido las ganas.
-Después de ver la portada de aquella revista -le digo-, la de la tía que ha estado con más de treinta hombres.
Se acercó y observó detenidamente a la mujer de la portada. Hojeó la revista. Después se volvió despacio y, como quien no quiere la cosa, me miró y dejó caer con su suavidad característica,
-Esas lo son tanto o más que las gallinas.

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