domingo, 13 de septiembre de 2009

DATOS Y BASURA
(14-7-2002)
JUAN GARODRI


No resulta muy agradable, al parecer, lo de solicitar trabajo. Además de innumerables impresos, currículos, certificados, solicitudes, méritos personales y años de experiencia, el personal tiene que someterse a una entrevista. Ya se sabe, la entrevista es a la consecución del trabajo lo que la caspa hormonal es a Crónicas marcianas. Sin entrevista no hay trabajo, aunque el solicitante sea licenciado en Física y Matemáticas. Así que no tiene más remedio que resignarse a lo de la entrevista aunque la humillación le ate las tripas cuando, tal vez, le exijan la exposición de recogidas intimidades y le pregunten por la mensualidad de la hipoteca. Para que luego los datos vayan a parar a la basura.
No sé a ti, amigo. A mí, desde luego, no me hubiera gustado en absoluto ver mis datos personales mezclados con el detritus y la inmundicia de un basurero. Si los datos, además, van acompañados de anotaciones despectivas, peor. "Glosas matritenses", podríamos denominarlas. Mientras que las glosas Silenses y Emilianenses pretendían aclarar el léxico de los clérigos ignorantes para que se adentraran en los caminos del Señor, estas nuevas glosas matritenses pretendían expulsar de los caminos del trabajo a los necesitados que lo solicitaban, no por ineptos o ineptas (el personal femenino fue particularmente denostado), sino por feas, bajas, gorditas, bigotudas, mal pintadas o gitanas.
Lo has leído, seguro. Toda España lo ha leído en los periódicos. «Aparecen en la basura de Madrid 250 solicitudes de empleo con comentarios racistas y sexistas». Hay noticias que te producen un extraño aturdimiento nacido de la dimensión pudibunda de tu propia vergüenza. Posteriormente, la pudibundez se convierte en indignación, y la indignación en cabreo sordo, y un impulso como irracional te anima a patearle los huevos al tipejo que anotó los comentarios. Cierto, es sólo un deseo, ese impulso a través del cual te apetece hacer algo. Pero aun cuando el deseo se concreta en ese algo que todavía no es realidad (de ahí la naturaleza de su abstracción enteléquica) o, precisamente por eso, el deseo ataca fieramente con aguijones irreales las apetencias de la acción. Así que me gustaría (modo condicional, propio de la irrealidad), ya digo, asentarle dos patadas en la fina piel del escroto al tipo pretencioso que se erigió en amo y señor de las entrevistas. No quiero ni pensarlo. Decenas de personas con la ilusión del empleo acuden, más o menos confiadas. Previamente, habían rellenado un documento con sus datos antes de someterse a la entrevista personal. Jamás iban a suponer que algo tan decisivo para ellos como los datos requeridos en la búsqueda de empleo iban a aparecer en el basurero, como las peladuras y los desperdicios. Me gustaría conocer la apariencia física del entrevistador. Porque seguro que, de entre sus muchas cualidades, sobresalía esa: la apariencia, cosa que parece y no es. Lo que a la vista tiene un buen parecer y puede engañar en lo intrínseco y sustancial. Tal vez el tipejo mostraría la apariencia de un Lecquio despectivo y engominado, dispuesto a resaltar el contraste entre él y aquellas personas, más o menos necesitadas, que acudían a solicitar un trabajo. Tal vez el entrevistador, sucedáneo de cátedra en descalificaciones, necesitaba desahogar sus ansiedades de importancia restándole significación humana a los entrevistados con anotaciones insultantes e hirientes. Quizás el Brad Pitt de supermercado se engrandecía humillando, convencido de su posible importancia cualitativa, convertido en un dictador de la acreditación, en un nazi de la evaluación, en un trajeado facha de la consideración, resentido por el deseo de alcanzar una y otra vez la suprema jefatura logística de la empresa. «Extranjero, gordo, morenete, parece Pancho Villa pero hambriento». Entreveo el gesto arrogante y saciado del tipejo entrevistador y la humildad de la persona entrevistada. Extranjero de mierda, vete a engordar a tu país soleado y tropical, lárgate a la procedencia de tus humildades y que te den por donde te quepa. «Está como una regadera. Padre alcohólico. Ha tenido menos suerte que Pascual Duarte en la vida». La desgracia aletea en los ojos de la/el infeliz solicitante. Ha expuesto al entrevistador (no por gilipollas menos culto, conoce algo de la obra de Cela) el oscuro muestrario de su travesía por el mundo, tal vez así se conmueva y la/lo admita. «Vive en Parla y es fea». Qué tendrá el tipejo contra Parla, digo yo. Quizá busque una chica que viva cerca de su casa y que posea la belleza sensualmente esplendorosa de Monica Bellucci, para tirársela a la salida del trabajo. A quién se le ocurre ir a buscar trabajo con una chupa de cuero, a quién se le ocurre ir a buscar trabajo siendo gordita (como si las abundancias celulíticas constituyesen una maldición laboral), con cara de cochinillo y mal pintada, a quién se le ocurre, procedente de barrios bajos y con pinta de drogadicta, a quién se le ocurre, ya mayor...
Hay situaciones que resultan indignantes. Hay apreciaciones que resultan inadmisibles. Hay consideraciones que resultan estúpidas. Hasta cierto punto, es comprensible que una persona atractiva disponga de mayor número de posibilidades para encontrar trabajo. Y, sobre todo, que el entrevistador procure que las cualidades de la persona se adapten al trabajo solicitado.
La desconsideración, la falta de respeto, el ninguneo y las actitudes racistas o xenófobas son de todo punto rechazables. Fin.

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