domingo, 13 de septiembre de 2009

CHANDÁLIDOS Y TRAJE NACIONAL
(28-7-2002)
JUAN GARODRI


Alguien me tildará de loco, sin duda. Ahora que cualquier región se considera depositaria de todos los valores tradicionales e históricos, aunque algunos no sean tradicionales ni, mucho menos, históricos; ahora que cualquier Comunidad Autonómica se considera eso, autónoma, en cuanto a usos y costumbres, y los exalta y enaltece, y hasta los define como elementos diferenciadores de la idiosincrasia autóctona; ahora que cualquier valle, cualquier comarca, cualquier zona geográfica, cualquier terruño, descubre una identidad singular que, aunque ignorada durante siglos, se manifiesta en el exclusivo método de cocinar buñuelos, en la manera peculiar de bailar la jota o en la costumbre representativamente dietética de hacer gárgaras con vino; ahora, en fin, que cualquier entidad local presume de traje típico, voy yo y me pongo a hablar del traje nacional. Y, sin embargo, sí, lo afirmo, existe un traje nacional.
(Acotación explícita: utilizo el término «nacional» porque se acomoda más adecuadamente a «traje», desde el punto de vista de la coherencia léxica, naturalmente. Ya se sabe que la palabra nacional, en cuanto referente de España, ha devenido en peligroso tabú totalitarista, salvo que se nombre con ella la cosa del fútbol, «Selección Nacional» o algo parecido. De lo que se deduce que usar lo de nacional así, a secas, parece políticamente incorrecto. ¿Qué cráneo privilegiado, con amplitud de miras endógenamente libresca, habrá acuñado el canon de lo correcto/incorrecto desde el punto de vista político? España. Nacional. Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes hoy desmoronados..., enfatizó el malaleches de Quevedo.
Sin embargo, prosigo, utilizar elementos adjetivadores como «estatal» o «gubernamental» para especificar la amplitud cualitativa de un traje me parece inapropiado. Incluso suena mal. Suena mejor la especificación de Traje Nacional. Traje Estatal produce una refracción interior de tipo estalinista, o cubano. Traje Gubernamental aporta una idea perversa: algo así como si los miembros de los Gobiernos central y autonómicos fueran vestidos de montehermoseña, con el espejito intacto. Así que no he tenido más remedio que utilizar el término nacional para acotar la extensión significativa de traje. De nada).
Decía que existe un traje nacional. Es el chándal, traje o vestidura utilizado habitualmente por los chandálidos. Desde La Coruña hasta Almería, desde el golfo de Rosas hasta el de Cádiz, el chándal ha extendido sus colorines acrílicos en una especie de inmenso espectro finisemanal que cubre la totalidad del territorio. Al polen del olivo le ocurre cosa parecida. Y no existe vacuna descubierta que posibilite la liberación estornutatoria o la de los ojos pitañosos e hinchados del paciente. Así que el chándal produce, también, una especie de contaminación polinizadora que repercute en numerosísimas víctimas y les inocula un inmoderado deseo de brincar, saltar, correr, practicar ejercicio con sorprendente y a veces peligroso esfuerzo, desmenuzar los biorritmos con precisión más optimista que fisiológica, machacarse con la amenaza de las agujetas para eliminar toxinas (en los mayormente inficionados por el virus chandalístico), de andar, marchar, caminar incluso hasta la extenuación para activar las glándulas sudoríparas y estimular la circulación sanguínea (en los regularmente inficionados por dicho virus), y de pasear o simplemente desplazarse hasta el quiosco de la esquina para adquirir la prensa dominical o la barra de pan en la tienda del barrio, que uno es un mandado (en los escasamente inficionados). Estos tres grupos de chandálidos, descritos sin duda con limitada e incompleta exactitud científica, se distinguen dentro de la fauna urbana por llevar cubierta la parte superior de la cabeza con gorras apropiadas a su actividad física: los mayormente inficionados portan gorras de reconocidas marcas de ropa deportiva; los regularmente inficionados ostentan en sus viseras el logotipo de entidades bancarias o comerciales y, finalmente, los escasamente inficionados no suelen llevar gorra o, si la llevan, se reconoce en ella el paso por diversas cabezas familiares. A juego con la gorra, calzan zapatillas deportivas aptas para el desplazamiento o para la carrera. El comportamiento social de los chandálidos es muy peculiar porque difícilmente toleran el reposo. Una vez que abandonan la vivienda, se entregan con denuedo a su actividad preferida, según el grupo al que pertenezcan. Los del primer grupo suelen reunirse con otros congéneres en espacios acotados y selectos denominados ‘clubes’ (club de tenis, club de ciclismo, club de pádel y aerobic, club social, entre otros) para ejercitar su actividad. Aparecen acompañados de sus hembras o chandálidas, rodeadas de sus crías o chandalinos. Las hembras se caracterizan por el acicalamiento. Los chandalinos son atrevidos e insolentes y juguetean sin descanso con extraños aparatos de mano a los que llaman ‘gameboy’. Los chandálidos del segundo grupo, en cambio, realizan sus actividades preferidas en solitario o en pareja, como mucho, sin duda para no malgastar oxígeno en chácharas improcedentes, y regresan a sus viviendas, extenuados y pletóricos (lo uno no excluye lo otro), después de recorrer a pie grandes extensiones en un afán sin duda meritorio de conservación salutífera. Los del tercer grupo apenas se esfuerzan físicamente: poseen una característica común que consiste en reunirse, a eso del mediodía, en curiosos espacios llamados bares donde se entregan con ahínco a la actividad de beber y comer, con sed y apetito sorprendentes. El líquido produce en sus cerebros una reacción química que los impulsa a hablar a voces y las tapas producen en sus estómagos una reacción gástrica que los induce a discutir de temas transcendentes como el fútbol o la política. Otra actividad peculiar de los chandálidos, estudiada por sociólogos importantes, consiste en desplazarse al campo, utilizando vehículos de motor, para asar chuletas y mantener el contacto con la naturaleza: son los denominados «domingueros». A pesar del atractivo que supone la contemplación de un bosque lleno de chandálidos domingueros, su presencia supone un perjuicio para el medio natural porque dejan todo perdido de basura, razón por la que los amantes de la naturaleza no dejan de quejarse. (Continuará).

No hay comentarios: