domingo, 27 de septiembre de 2009

REGALOMANÍA
(25-5-2003)
JUAN GARODRI


Hoy se celebran las elecciones municipales y autonómicas. Más bien parecen elecciones nacionales, al Congreso y al Senado, si bien se mira la tónica general de las distintas, amplias, espaciosas, prolíficas, exorbitantes, disparatadas campañas en que cada uno de los líderes se ha mojado el culo para la pesca. Ya se sabe, el que quiera peces... Y vaya que si querían peces. Cientos, miles, millones de peces. Cada pez, un voto. O cada voto un pez, no sé, porque acaba uno perdiendo la dimensión tangible de la realidad a causa de las salpicaduras verbales de los pescadores. La cosa de la pesca no es de ahora, naturalmente. Dicen que ya en el paleolítico se practicaba, aunque de forma rudimentaria, fijando en el centro del sedal constituido por fibras vegetales entrelazadas, armas en forma de lanzadera, y que durante la edad del Hierro se usaban anzuelos de metal muy parecidos a los modernos.
Lo fundamental de la pesca es el cebo, dicen los entendidos, el regalo que atrae al incauto seducido por la promesa manducatoria. Existen tantas clases de cebo que resultaría prolijo enumerarlos. Sólo de mosca y cucharilla las tiendas de artículos deportivos muestran cientos de ellos. Bueno, si, por otra parte, nos pusiéramos a analizar la etnología de la pesca, descubriríamos, sorprendidos, que la pesca puede realizarse a mano, a garrotazo limpio, con arco y flechas, con arpón, con azagaya, con garfio, con anzuelo, con mosca seca, con cola de rata, con redes y nasas, y hasta con venenos y narcóticos. Ahora, eso sí, para la cosa de la pesca, el cebo, ese regalo que se ofrece como dádiva falsificada. El cebo posee el atractivo del regalo, objeto digno de estimación que se da a alguien con deseo de complacerle. Y ahí reside, precisamente, la perversidad del regalo. Porque el deseo de complacer es sólo aparente, la vida lo demuestra. En el fondo, el regalo es una estratagema para atraer la voluntad de la persona objeto del regalo e inclinarla hacia el regalador. Aquí es donde el regalo se identifica con el cebo y la actitud munificente pierde su cualidad generosa para transformarse en embauco. El regalo se convierte en promesa, el cebo en engaño. Si identificamos el regalo y el cebo, en tanto atracción y ofrecimiento mendaz, no nos queda más remedio que identificar también la promesa y el engaño, en cuanto resultado falaz del ofrecimiento. Es la regalomanía.
Esta metodología del do ut des, del ‘te doy para que me des’, la regalomanía en definitiva, configura las estrategias comerciales del liberalismo económico y abarrota los supermercados y los mítines. Jamás se ha ofrecido al personal tanto regalo como se ofrece ahora. El regalo, socialmente, se hacía entre familiares, conocidos e íntimos. Uno hasta se ponía contento, una satisfacción íntima, un regocijo inexpresable, cuando regalaba cualquier cosa a la madre, a la novia, al hijo. Ahora acontecen las cosas al revés. Tú no ejercitas la alegría del regalo, el regalo viene a ti desde ángulos desconocidos, te sobreviene desde ofertas centelleantes, te cae encima desde los fanzines multicolores y luminosos de la publicidad y las pancartas. El regalo es como una pedrada en la espalda que te sorprende y te desconcierta. Cómo es posible que alguien te regale algo, sin conocerte. No es un regalo, es un cebo, un señuelo, un engaño. Lo malo de este podrido asunto está en que el gentío se traga lo del regalo y consume sin parar productos innecesarios, promesas ilusorias. Pero a ver, si a ti te regalan 60 euros en llamadas, esa promesa de la comunicación ininterrumpida, ¿cómo vas a dejar de adquirir el móvil? Si te regalan una carretera, un ambulatorio, un instituto, un parque, un empleo, una vivienda; si te regalan prosperidad, estabilidad, seguridad, ese cebo para el voto, ¿cómo no vas a contribuir con tu aplauso en el mitin? Otros no regalan nada, aunque prometen mucho, porque no disponen de cebo dada su menguada representatividad, pero acuden a la pesca instalados en la idea testimonial, así que se dedican a espantar la pesca del pescador de al lado, a acusarlo de que no sabe lanzar la caña, de que se le enreda el sedal en el carrete y de que su cebo es de mala calidad. Ni pescan ni dejan pescar.
Dentro de la campaña cebadora, la promesa del regalo ha girado sobre nuestras cabezas como esas mariposas de gracilidad neoclásica que revoletean en los eneasílabos de Meléndez Valdés. Nos han regalado el cebo de la promesa casi delicadamente. Como a los peces nos han cebado. Lo cual que sería maravilloso si no existiese el anzuelo. En los remansos del Alagón, los pescadores acuden con sus bolsas de maíz, con sus saquitos de pipas de melón, con sus botes de lombrices cuarteadas, según la época, y lanzan al agua puñados de maíz o de pipas o de lombrices, como quien siembra, para cebar a los peces. Unos días después, los peces pican, atraídos por la promesa de un regalo alimentario que les cae del cielo. En la aceptación del regalo aceptan su perdición.
La regalomanía ha extendido la plenitud de la promesa, planificada, pormenorizada y evaluada por expertos en el desarrollo psicológico del señuelo. Verdaderos artistas estos tipos de la publicidad. Mezclan el cebo con la vida interior, la plenitud vital con la frustración, el bioproducto antioxidante con la fregona y el detergente, las listas de espera con el DVD y la prosperidad económica con la pantalla plana. Sentirse bien es un regalo, qué mejor inversión fisiológica que regalarse uno la posesión de la felicidad: si usted se regala un viaje a la playa del Pájaro Pinto, se está regalando bienestar. Mientras tanto, los créditos de interés variable se aplican tanto a la política como a la economía. Mira tú qué cosas.

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