viernes, 4 de septiembre de 2009

EL CAPULLAR
(30-9-2001)
JUAN GARODRI

Así como un terreno en el que abundan los olivos es un olivar y otro en el que crecen los melones es un melonar, no veo por qué el arbusto en el que brotan los capullos no pueda ser un capullar. Pues no señor, no lo es. Por esas veleidades enigmáticas del lenguaje, el término capullar no se encuentra recogido en las páginas lexicográficas de la Docta Casa (DRAE). Y mira que es antiguo lo de capullo. Corominas lo data en 1490, resultado probable de un cruce entre ‘capillo’ y ‘cogulla’. Se encuentran étimos relacionados, como capucha, capuchino, capuchón y encapuchar, todos con significados referentes a capa o manto, y al antiguo capuz con el que se cubrían la cabeza. Pero de ‘capullar’, nada. Sin embargo, capullos, lo que se dice capullos, desde el siglo XV para acá, un montón. Por esa razón es por la que me atrevo a utilizar el término ‘capullar’, y sus derivados, aunque no se encuentren recogidos en el diccionario.
En el terreno de la capullería, abundan los diferentes tamaños y las distintas tonalidades cromáticas. A pesar de la encendida defensa de los animales de compañía que, de vez en cuando, aparece por ahí, no deja de ser un capullo marrón el tipo que pasea su perro por las aceras para que deposite en ellas sus excrecencias defecatorias. Capullos verdes, de un verde luminoso e intenso, parecen esos tipos —ecologistas, no ecólogos— que defienden, como si defendiesen la existencia de Dios, la existencia y protección de los meloncillos, por ejemplo, a pesar de que arrasen los cultivos y tengan al borde de la exasperación a los agricultores. Un capullo moreno, de extrañas dimensiones, es Camacho, el de Gescartera, y socios encapullados, con más cara que un saco de calderilla y menos vergüenza que el tío del saco. Capullos amarillos, de inconmensurable dimensión ética, son los de la ‘conciencia tranquila’, esos que la trincan y, cuando se descubre el pastel, siempre dicen que tienen la conciencia tranquila, a pesar de estar encausados, como si el hecho de mangar millones del erario público fuese un abaniqueo beneficiario y limosnero, encima. Capullos de color rojo debilitado son los progretas de la docencia, esas monsergas de la tolerancia mal entendida que pretenden cargarse la enseñanza pública con el coñazo de la libertad individual y el desarrollo de la personalidad ciudadana en el alumnado. Capullos que se lo montan en gris perla son los medios de comunicación vocingleros, visuales y escritos, expertos en la hinchazón del globo para que explote a las primeras de cambio, protuberancia que utilizan para incrementar sus cuotas de audiencia o sus ventas, no para informar objetivamente. (Véase, si no, el capullerío obsceno de emisiones, y de publicaciones, en que se ha convertido, interesadamente, el atentado y hundimiento de las Torres Gemelas).
¿Qué otra cosa, sino un capullo del abundante capullar político es el brote florido de la televisión autonómica? Andan revueltas las aguas abonadoras y, en lugar de acreditar o calificar de bueno el evento, como sería lo suyo, las turbulencias han convertido en un lodazal pestilente el riego fertilizante del capullo televisual. Peperos y sociatas andan a hostiazos verbales por lo del convenio para el funcionamiento de Canal Sur Extremadura y, entre tanto brote capullístico, no sabe uno a que botón quedarse. Porque la cosa va dejando ya tras de sí una baba casi de molusco testáceo de la clase de los gasterópodos. (Advierta el lector avisado que capullo también es una envoltura de forma oval dentro de la cual se encierra, hilando su baba, el gusano). Un servidor ha conectado la televisión y ha observado con estupor el impresionante capullo televisivo que nos sirven desde Andalucía, un bodrio espeluznante que (a excepción de los Informativos, semejantes a los de cualquier otra cadena de televisión nacional) te deja mentalmente tetrapléjico a base de cogotazos pedorros, chabacanería ilimitadamente basta, insulseces populacheras, concursos menguados, programas de cocina lerdos, entretenimientos mezclados con nauseabunda salsa rosa y presentadores/as encapullados. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante no es todo eso, con serlo, sino la magnitud de gresca política que va definiendo el fenómeno televisivo autonómico como un conjunto de intereses irreconciliablemente contrapuestos, gresca totalmente ajena a los ciudadanos interesados únicamente, si acaso, en que exista una televisión regional digna y creíble. Mientras el capullar sociata afirma que ‘la Junta presentará una querella criminal al Senado si aborda el convenio con Canal Sur’ (leo que, últimamente, la Junta retira la amenaza de querella), el capullar pepero responde que ‘las declaraciones de Ibarra denotan actitudes golpistas’. Si un psoecapullo afirma que se está haciendo con Extremadura y Andalucía lo que nunca se han atrevido a hacer con el País Vasco o Cataluña, otro ppcapullo responde que lo que escuece es que se haya puesto en duda la legitimidad de la concesión y gestión televisiva a PETSA, participada en un 51 por ciento por el grupo Prisa. En definitiva, que aquello que desde un capullar se considera positivo para la solapada propaganda política y, a la larga, subrepticia captación de votos, es considerado desde el otro capullar como algo descaradamente negativo en tanto en cuanto elimina o disminuye la posibilidad de incremento de sus votos y, en consecuencia, debilita la cara del triunfo en las próximas elecciones.
En fin. Capullos. Probablemente, el ciudadano extremeño no vea mal la implantación de una televisión autonómica para la información y el entretenimiento. Sí ve mal, en cambio, que este importante hecho tecnológico, imprescindible para el desarrollo regional en el siglo XXI, se haya convertido en un sicalíptico e intolerable capullar político.

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