sábado, 31 de julio de 2010

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viernes, 2 de julio de 2010

CONDUCE COMO PUEDAS
JUAN GARODRI
(4-7-2009)

La semana pasada hablaba de la carretera Ex-109. Plasencia-Coria-Moraleja (una de las cuatro vías con más tránsito automovilístico de Extremadura, según dicen)-Perales del Puerto-límite con la provincia de Salamanca. Vuelvo a lo mismo. Mis alucinaciones circulatorias.
Esto de conducir se ha convertido en un ejercicio arriesgado que no lo era antes. Obviedad. Lo recuerdo porque las cosas obvias se olvidan fácilmente. Pero si circulas al empezar la noche por la citada carretera autonómica, tus ojos se convierten en un par de cojones de mico. Lanzas al cielo los gritos de la eyaculación imprecatoria y te ciscas en el tipo o tipa que te viene de frente, se te echa literalmente encima con un solo ojo, cíclope motorizado y mitológicamente malformado porque el ojo no lo tiene en la frente sino en uno de los laterales. No sabe bien usted, puede creerme, la exagerada cantidad de coches tuertos que circulan de noche, los muy ciclopeones. Otros hijos de ruta te escupen la luz larga, y la mantienen, a pesar del tímido y fugaz aviso lumínoso con que tú los adviertes. Y no digamos nada de los desaprensivos (uso palabra suave) que, con las luces altas y ostentosas, depredan asfalto y desafían el castañazo al que casi obligan al que les viene de frente.
Pero ¿y las flamantes máquinas de altivos potentados, tecnología punta y al menos doscientos y pico de caballos, esos nuevos ricos de los coches de más treinta mil euros, repletos de seguridad activa y pasiva? Estos tipos chulescos te rajan las pupilas con sus potentes faros bi-xenón, orlados de diodos lumínicos que les permiten ver perfectamente la calzada a lo lejos, pero a ti te destrozan los pocos bastoncitos que alimentan la pigmentación visual de tu retina, y te caducan la visión nocturna. ¡Plaf! Ciego durante varios, interminables segundos, suficientes para darte la moña. Y que avisen al 112.
Así que habrá que soportar el sublimado corrosivo de quienes piensan que la calzada es suya y, si van detrás de ti, te persiguen con ráfagas luminosas porque hay que ser huevazos para circular a 100 kilómetros por hora solamente.
Sentado en un angelismo tal vez improcedente, pregunto: Durante la noche ¿dónde se hallan apostados los de Tráfico, tan prestos a la multa cuando la luz diurna nos hace tan visibles?
VACACIONES
JUAN GARODRI
(30-6-2010)


Las vacaciones son al verano lo que las playas son a la irrealidad. Cada cual sale de estampida como puede, mayormente los de la docencia. Se dirigen al ensueño. El gentío no digiere que profesores y maestros se larguen con viento fresco en busca del tiempo perdido. Para ellos las vacaciones suponen una recuperación de la autoestima, malgastada en los esfuerzos de las clases, la lucha diaria para enseñar a quienes no se dejan enseñar (o para educar a quienes no se dejan educar, porque volvemos a la murga dialéctica de ‘enseñanza’ frente a ‘educación’, dicotomía no equilibrada en la práctica de las aulas, por mucho que se esfuercen los capitostes educativos en propugnar la igualdad, la convivencia, la No violencia, la cooperación, la interactuación y demás objetivos que los actuales modelos educativos propugnan en colegios e institutos, sin advertir que una cosa es la educación y otra la enseñanza), creo que me he perdido, tú, decía que hay alumnos que no se dejan enseñar y contra estos agota sus energías el profesorado, razón por la cual se zambulle en las vacaciones con la benéfica alegría de la liberación.
Las vacaciones, sin embargo, suponen un castañazo frontal para las familias con hijos en edad escolar. De pronto, casi sin previo aviso, les caen en casa unos seres, sus hijos, a los que no acostumbran a ver durante la mañana y buena parte de la tarde (actividades extraescolares) por lo que su presencia perturba la serenidad doméstica. Una tragedia. Hay que atender actividades desacostumbradas y se hace añicos el ritmo pendular del oficio casero y el vistazo al reality televisivo mañanero. Peor lo tienen las familias en las que trabajan fuera de casa padre y madre. El recurso a los abuelos es una solución precaria. Tienen que procurarse guarderías o academias de idiomas, por ejemplo, para recogerlos.
Algunos lo aceptan. La mayoría se afianza en el resentimiento y los sapos y culebras de sus imprecaciones se estrellan en la frente del profesorado. Esos mangantes. Tantas vacaciones. Y los sueldazos que perciben. No admiten que las vacaciones son de los alumnos, no del profesorado, y si estos no acuden a los centros de trabajo es porque no hay alumnos.
Se habla de «conciliación», ese mecanismo de resolución de conflictos para que las familias y el sistema educativo gestionen la solución de sus diferencias. Difícil se ve la cosa.
EL VERANO
JUAN GARODRI
(23-6-2010)

Ayer empezó el verano. Ha llegado con la timidez de quien entra a escondidas en una casa que no es suya. Porque nos ha venido fresco, con la calidez agradable de una primavera traspasada. Dicen sin embargo lo meteorólogos que nos espera un verano cálido, con temperaturas superiores a las del año pasado.
El calor consiste en la velocidad de las moléculas. Cuando calentamos algo ocurre eso. O nos ocurre cuando nos calentamos nosotros. Todo calentamiento es fugaz y transitorio. Por eso el verano trae consigo la fugacidad de los deseos y el personal se enamora de las muchachas plebeyas. (Digo lo de ‘plebeyas’, que suena bien, influido sin duda por la plebeyez de Daniel Westling. Ahora está de moda. Como quiera que sea, las muchachas plebeyas poseen una belleza rotunda y enternecedora que tal vez quisiera para ella alguna de alta cuna).
El verano pues es un descubrimiento de la belleza de los cuerpos, escondidos durante el invierno entre las estanterías de Zara y el Corte Inglés. En verano se enamoró el decenviro Apio Claudio de Virginia, hija de un plebeyo, amor que le costó el destierro. En verano se enamoran los veraneantes de las chicas que embelesan las playas, aunque la fugacidad de su amor, no por ello menos intenso, impide la manifestación del atractivo.
El verano concede libertad de ojeada. Los tercerasedades se sientan en los bancos de las avenidas para matar la tarde, o en la plaza de la Constitución, debajo del olor azul de las glicinias. En realidad matan el calor de los muslos que atraviesan sus nostalgias. La nostalgia de un tiempo que se fue con la fugacidad de los veranos. Se contentan ahora con ver el paso de las tórtolas, tan lejos de su recalentado nido, tan atractivas y veloces, tan vestidas de física y química, tan turgentes y onduladas, acera arriba acera abajo.
El verano desarbola el (falso) pudor de los cuerpos y destapa los epitelios, asombrados del poder de la luminiscencia. Las piscinas los muestran esplendorosos y altos, apenas protegidos por la inútil defensa del biquini. Las playas hormiguean de epitelios y, curiosamente, nadie advierte la perversa sinuosidad de las miradas porque el verano es el abrazo cósmico de la tierra y los cuerpos. El verano. La velocidad de las moléculas. El calor provoca el deseo del acercamiento sutil e imaginario. La canción del verano.