viernes, 2 de octubre de 2009

MINUCIAS
(27-7-2003)
JUAN GARODRI


No sé si será una acción constitutiva de delito tocar el culo a un hombre. Lo que sí sé es que tocar el culo a una mujer no es delito. Al menos en las Islas Baleares, que son cinco: Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera y Cabrera. Y el más listo añadía: y Esparraguera. Pero como siempre hay uno todavía más listo, retrucaba: y Conejera. Bien. Pues en esas islas, y alguna más que haya por los alrededores, o islotes, ya no es delito tocar el culo a una mujer. El culo, esa carne mollar situada entre el final del espinazo y el nacimiento del muslo.
Admito que está muy feo, pero que muy feo, hablar del culo, así por las buenas, sin preámbulo introductorio, ni exordio, ni rodeo o digresión que prepare mentalmente las meninges lectoras. (Hay una actitud pudibunda en lo que se refiere a esa parte de la anatomía del cuerpo humano. No sólo en la conversación: también en los comportamientos. No hay sensación más desagradable que la producida por el roce de un extraño que, al paso, te toca el culo. Entradas y salidas de establecimientos, aglomeraciones, filas de a uno en los bancos, por ejemplo. El personal, en esas situaciones, se yergue y saca pecho, en plan rectitud de cervicales, como si llevara la camisa almidonada. Así que está muy feo hablar del culo, sin eufemismo ni nada. Lo reconozco y pido disculpas).
Tengo que decir, en exculpación de mi atrevimiento, que me ha sorprendido la noticia: «El Supremo ratifica que tocar el culo a una empleada no es motivo de despido» (HOY, 18-7-03). Es una ratificación de la sentencia que el Tribunal Superior de Justicia de Baleares dictó en el año 2000. Resulta que el autor del tocamiento fue despedido de la empresa en la que trabajaba y un juzgado de Palma de Mallorca había avalado el despido. Resulta que el despido fue improcedente, y así lo ha dictaminado el Tribunal Supremo. Pues resulta que parece que volvemos a las andadas. Hala, a las cavernas decimonónicas. No parece otra cosa, en estos tiempos.
La Prensa nos alecciona cada dos por tres con la violencia de género, que empieza con la palmada en el culo y acaba con la cuchillada en el cuello y, sin embargo, el Supremo ratifica que tocar el culo a una empleada no es motivo de despido. Total, una palmadita de nada. Minucias. Una palmadita amistosa en la carne trémula de la nalga, ese pan crujiente de la atracción y el deseo. Total, una empleada. A saber cuánto tiempo llevaría la empleada soportando los ojos disimulados del jefe, tal vez púdicos al principio, insolentes después, la mirada hundida en la diafanidad de su carne cada vez que le volvía la espalda, el rastreo ocular que ella sentiría vivo y movible como la huella de un reptil. Después de la excursión ocular, la experiencia del tacto era ineludible. A través de los ojos puede que se excite la imaginación, pero a través del tacto se perfecciona el deseo. Los antiguos afirmaban que el tacto era el principal de los sentidos. Y el maestro Covarrubias advierte que el tacto se difunde y derrama desde el cerebro por el cuerpo todo. La vista del jefe contemplaría un culo tal vez alto y macizo que le recordaba la olorosa frescura de la hierbabuena, esa cadencia con que suelen prolongarse algunos compases en los minuetos de Beethoven (el minueto en sol, por ejemplo, y por ponerme fino). Así que los señores magistrados pensarían que, después de semejante incursión ocular, la palmada en las nalgas era inevitable. Así que, hala, jefe exculpado. Al fin y al cabo, una palmadita en las nalgas «no es de tanta gravedad como el acoso sexual», precisaron. Hipocresía social, me parece. La vuelta a las cavernas decimonónicas, repito, cuando los cristianísimos señores asistían a los oficios litúrgicos mientras pensaban en sus ratos de holganza con criaditas pubescentes y lozanas. Porque no creo que la palmada en las nalgas fuese un acto confianzudo de camaradería. Ni que difiera del acoso sexual.
Tal vez los jefes que tocan el culo a sus empleadas, y los jueces que los exculpan, hayan leído a Nietzsche y admitan la inocencia del ser, es decir, «un concepto de vida en el que no se dan fenómenos morales, porque lo que hasta ahora se denominó moral es sólo un resentimiento de los esclavos y lo que importa en realidad es la fuerza de los fuertes». Y añade: «Sería horripilante creer todavía en pecados; todo cuanto hacemos, por muchas veces que lo repitamos, es inocente».
Así y todo, el respeto a la dignidad de la persona tiene que estar por encima de matizaciones cualitativas, y una palmadita en el culo no puede considerarse una minucia. Porque grano a grano se hace el granero, y el personal que lee la noticia de la sentencia exculpatoria, como un servidor, no queda conforme. Y piensa que, cuando la empleada llegó al extremo de denunciar al jefe, sería porque estaba hasta las narices de que le tocase el culo.

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