martes, 15 de septiembre de 2009

VIOLENCIA DE GÉNERO
(1-12-2002)
JUAN GARODRI

Pienso que no es acertada la frase aparecida en los titulares de prensa. Desde el punto de vista lingüístico, es un eufemismo innecesario. Ni siquiera desde la realidad actual la considero acertada si se tiene en cuenta que el 86 % de los españoles cree que la violencia doméstica contra las mujeres está muy extendida, si bien sólo el 18'9 % dice conocer casos de maltrato de mujeres. Así que debería hablarse de ‘violencia contra las mujeres’, claramente, y dar de lado al ambiguo ‘violencia de género’.
Aún conservo aquel manual de lengua española (de él me valgo hoy para actualizar las ideas) con el que empecé a impartir clases de BUP, allá por 1976, escrito por Eugenio y José Jesús de Bustos (Ed. Anaya), modelo de conceptualización, precisión y claridad expositivas. Casi igual que los actuales manuales logséticos en los que los contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales, unidos a los ejes transversales y a las pautas evaluativas (manuales atiborrados de frases perifrásticas y complicados e innecesarios cambios semánticos obedientes a causas políticas y sociales), constituyen un batiburrillo referencial que se parece más a una algarabía que a un aprendizaje. El lenguaje político puso de moda la Logse y el lenguaje político ha puesto de moda el eufemismo como consecuencia de la admisión latente de determinados tabús. Hay palabras que no pueden ser nombradas dentro de una comunidad, pero como los significados que tales palabras expresan son necesarios, se recurre a otras locuciones denominadas eufemismos para sustituir a los vocablos prohibidos. Pegar una paliza, golpear, azotar, maltratar, humillar físicamente, apuñalar, matar, son palabras tabú que la información procura evitar. En su lugar ha aparecido el eufemismo ‘violencia de género’ que sabemos a qué se refiere si nos atenemos al contexto social, pero que en realidad no concreta si es masculino o femenino el agresor o la víctima.
La acción del contexto (lingüístico o situacional, la conjunción no es equiparativa sino realmente disyuntiva) presupone el paso de la lengua al habla; esto es, actualiza determinados aspectos significativos de entre el conjunto de posibilidades virtuales que la palabra ofrece en el sistema lingüístico. En este sentido, al hablar de violencia de género, se desconoce a qué genero se atribuye la violencia, si al masculino, al femenino, al neutro (ni masculino ni femenino) o al epiceno (válido para el masculino y el femenino), que también lo hay, aunque en realidad el género no existe ontológicamente dado que obedece a una convención humana en la que, cuando fuera, se llegó al acuerdo casi subliminal de llamar masculino a los seres sexuados machos y femenino a los seres sexuados hembras, quedando por tanto sin denominar con claridad los seres o cosas asexuados. Palabras castellanas a las que se atribuye género masculino se convierten en femeninas si se pronuncian en francés: el coche / la voiture, y en inglés se desconoce si son masculinas o femeninas porque los ingleses siempre consideraron el género como algo idiota y lo eliminaron. Al hablar de violencia de género, tiene lugar una especie de cambio semántico producto de una generalización que obliga al significado a atenuar sus rasgos semánticos propios, con lo que su área de referencia se amplía y al mismo tiempo el significado se hace más impreciso y, por ello, más dependiente del contexto. Es decir, que al utilizar el eufemismo de ‘violencia de género’ se estira tanto la extensión significativa de la frase que no se sabe bien si la violencia se refiere al agresor que la activa o al agredido que la sufre, o si la víctima es hombre o mujer (aunque estadísticamente conocemos que, en altísimo porcentaje, la mujer es la que lleva siempre la peor parte), o si la víctima es niño o niña, o anciano o anciana, o si lo son los agresores. Violencia de género. Han puesto de moda el eufemismo. Un eufemismo no retórico, desde luego, ni literario, sino social y político, esa ocultación de la realidad que pretende desbordar lo desagradable para derramarlo en la superficie acristalada de la hipocresía. La sociedad barroca fue social y literariamente hiperbólica y eufemística, al decir de Hatzfeld, pero el eufemismo de entonces era el recurso disponible para tapar el hambre y disimular el dolor de España. Ahora no. Ahora han puesto de moda el eufemismo para denigrar léxicamente los homicidios y las palizas en vez de llamar a las cosas por su nombre. Ya se sabe que lo denominado políticamente correcto suele delimitar una realidad muchas veces incorrecta. Ahí está, sin ir más lejos, este eufemismo falsamente pudibundo de la violencia de género. Charlas, tertulias, publicaciones y noticias se dedicaron el pasado domingo a presentar por todas partes la violencia de género. No sé por qué razón se oculta el nombre de paliza, de maltrato, de apuñalamiento, de asesinato, que es el que en realidad corresponde a la violencia de género. El hecho de que un hombre, valiéndose de su fuerza física o de su maldad, maltrate, apuñale o dé muerte a su mujer no debería englobarse bajo la denominación de violencia de género, sino que debería señalarse claramente que un hijo de puta, impulsado por el desamor o el odio, ha matado a la que fue su compañera. Cuántas veces habría abrazado, habría besado, habría quizás estrechado ese cuerpo al que ahora golpea o apuñala. Cuántas palabras amorosas o afectivas o ardientes pronunciadas al atardecer. Cuánta humillación y sufrimiento padecido por la víctima. Cuánto recuerdo inútil, cuánto afecto inservible, cuánta dedicación ineficaz. Tal vez la mujer le entregó el alma y él le devolvió un cuchillo. Por eso me parece demasiado aséptica y eufemística la frase ‘violencia de género’. Al cabrón que maltrata o aniquila a la mujer que lo amó debían colgarlo por donde yo me sé con un cordel trenzado por sus antiguas palabras amorosas.

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