viernes, 4 de septiembre de 2009

LA EDAD DE LA INOCENCIA
(18-11-2001)
JUAN GARODRI

No se trata del título de una película. Se trata, justamente, de eso, de la edad de la inocencia, ese estado de permanente levitación en el que, por considerar que todo es aceptablemente bueno, uno confía en las posibilidades del entorno con una fe ciega.
Pocos viven hoy la edad de la inocencia. Es un estado inmaterial que empieza a esfumarse el día gris en que se descubre el fraude de los Reyes Magos. Y empieza uno a preguntarse dónde estará aquel césped que alfombraba la lengua, a dónde se habrán ido los pequeños pájaros de la fronda del alma, quién arrugó el gorro de papel de los juegos de entonces, qué fuerza demiúrgica impuso el silencio del sol que se hundía hecho beso sobre nuestra cabeza, que se hundía blanqueándonos todos los pensamientos. A lo largo de la vida hemos roto el esquema musical de aquel cuento que pintaba de rosa nuestras tardes dormidas entre dulces y entre las preguntas difíciles de cuando no contábamos mucho más de ocho años. Ya no somos ni sombra de la tierna silueta, de la silueta lila que apenas recordamos, de aquella pequeñita silueta emocionante con el borde repleto de caprichos azules que llenó tantas veces las paredes de casa, que manchó con borrones de tinta los dedos y las páginas anchas de la caligrafía. (Mi tío Eufrasio dice que caigo en una cursilería alejandrina y dactílica, pero a ver, le contesto, es la única manera posible de tratar honestamente de la infancia, esa añorada edad de la inocencia).
Hay algunos sin embargo que, llegados a adultos, viven su particular edad de la inocencia como un estado anímico que los impulsa a creer cuanto les dicen. Y aseguran que, por ejemplo, el señor Bush tiene razón en lo de la guerra, y que gracias a ella tal vez el mundo se vea libre de terroristas. A otros, por el contrario, les sobreviene (esta digamos anomalía psíquica de) la edad de la inocencia de forma irregular e intermitente, y gracias a esta intermitencia fiduciaria se libran de caer definitivamente en el ámbito insulso de la credulidad. Y aseguran, en consecuencia, que no, que lo de la guerra es un pretexto para vender armas, de forma que se mantenga el valor del dólar y no decaiga la economía mundial. A medias entre unos y otros ando yo estos días, de modo que mi edad de la inocencia rechina como una puerta vieja.
En primer lugar, no me creo lo de la huelga en el sector de la Enseñanza. No sé cuándo van a convencerse los sindicatos de que una huelga sólo puede asustar a un Gobierno del PP cuando éste compruebe que la huelga puede perjudicarle económicamente (que le impida conseguir el déficit cero o cosas así). De manera que no les hace ni caso a los huelguistas del sector docente. Una huelga de pilotos sí es importante, o de camioneros, porque produce grandes pérdidas en la economía nacional. ¿Pero una huelga de profesores o de estudiantes? Venga ya. Además, una huelga de profesores redunda en beneficio del propio Gobierno debido al descuento que sufre en sus haberes cada uno de los huelguistas.
En segundo lugar, leo en el HOY (11-11-01) que «Un nuevo reglamento regulará la actividad de institutos y colegios de Extremadura». Así que me retrotraigo a la edad de la inocencia y voy y me creo que los colegios e institutos extremeños van a cambiar sus normas internas para adaptarse a las reformas y novedades que está introduciendo la Junta. Leo el artículo y mi edad de la inocencia empieza a disiparse de nuevo cuando observo que, a mi modo de ver, se pretende devaluar la información académica (preparación para la universidad) en favor de la formación (profesional). Hay algo que no huele bien, sobre todo si pretenden desequilibrar ambos platillos. Máxime cuando se afirma que en el nuevo reglamento no se incluirán las medidas alusivas a la conflictividad escolar, que esto se deja para ‘después’, y que ya se tratará en un documento específico. (Conociendo el funcionamiento de las altas instancias educativas eso significa que tal vez se haga, o que tal vez no). Así que empiezo a no creérmelo. Porque dicho de una vez por todas: mientras no se solucione el problema de la conflictividad escolar, ningún reglamento podrá regular de forma didácticamente rentable la actividad de institutos y colegios.
Mi edad de la inocencia se desintegra definitivamente cuando leo el siguiente artículo «Educación: ¿liquidación o reforma?» (DEBATE PROFESIONAL, nº 121), en el que se afirma que la Mesa redonda de la patronal europea pretende comunicar a los políticos que la gestión de la educación debía pasar a sus manos. Y que un informe de la OCDE predice que ‘la presencia permanente del profesorado será innecesaria en la nueva forma de tele-enseñanza, aunque siempre deberá subsistir un remanente de centros públicos’. Se propone la enseñanza de una nueva cultura llamada NUMÉRICA, propia de la sociedad industrial (en oposición a la alfabética, la de siempre), en la que tienen prioridad las tecnologías de la información, idiomas, trabajo en equipo, y tolerancia hacia la autoridad. Y acaba con lo siguiente: «Con el fin de asegurar la estabilidad del mercado de la educación, [...] esta nueva cultura ya no se considera asumible en una única etapa de la vida, sino que se considera siempre inacabada...».
Horror. Mercado de la educación. ¿Es posible que se considere el hecho educativo como un mercado en el que la globalización imponga sus leyes? ¿Es posible que la industria favorezca proyectos educativos que le sean propicios y que, en consecuencia, se produzca un declive del humanismo en favor de las tecnologías productivas? ¿Es posible que no se admita el hecho de que si la enseñanza se degrada, la educación se devalúa?. Es posible. Porque, según parece, se trata de formar exclusivamente técnicos que suministren el día de mañana mano de obra cualificada y barata. Buenos técnicos, pero ciudadanos incultos. Quizá piense la Mesa redonda de la patronal europea (ERT) que un hombre inculto es más fácilmente manipulable, por no decir más fácilmen­te gobernable.
Así que, amigo, me ha dado la tiritera. La frialdad cuantitativa con la que se habla de ‘educación’ ha reducido a polvo el último sedimento de mi edad de la inocencia. Apaga y vámonos si la pretensión del nuevo reglamento que la Junta estudia implantar en institutos y colegios va dirigida a incrementar el “mercado educativo”. La edad de la indecencia.

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