viernes, 11 de septiembre de 2009

ENTRE BASURA
(14-4-2002)
JUAN GARODRI


No hay materia poética. Cualquier objeto, cualquier pensamiento, cualquier deseo, por sórdido o inmundo o grotesco que parezca, puede convertirse en materia poética. Hace años leí un excelente soneto (no recuerdo ahora mismo si de Luis Rosales o de Rafael Morales) en el que se ensalzaba el cubo de la basura. El tratamiento literario lo había transformado en materia poética. No es el caso presente. La basura es basura.
Confieso mi despiste, pero la primera vez que leí el letrero, hace unos años, pensé en la pretensión perifrástica del legislador, pretensión a la que tan aficionados son los políticos. “Estación municipal de tratamiento y transformación de residuos sólidos urbanos”. Y todo esa palabrería para designar el basurero público, me dije. Luego he visto ya la contracción de las sílabas, reducidas a la mínima expresión de la sigla: R. S. U.
A su alrededor planean cuervos, grajillas, algún buitre y otras aves carroñeras.
Resulta que a fuerza de ser tan limpios, tan higiénicos, tan aseados, tan cuidadosos con la no contaminación personal, tan cautos a la hora de observar la caducidad de los alimentos, tan vigilantes para que el envase no se encuentre deteriorado, tan asépticos a la hora de cocinar, tan escrupulosos a la hora de comer, tan depurados a la hora de defecar, hemos caído en la utilización abusiva de utensilios, cachivaches y trastos desechables que generan toneladas y toneladas de basura. Y no se trata únicamente de basura biodegradable (restos de comida o peladuras), eso no es lo malo. Lo malo consiste en la utilización de envases de todo tipo, cartón, vidrio, plástico, tetra-brick y lata. Ni el rayo de una tormenta de Espronceda los degrada.
Cualquier alimento, cualquier utensilio, cualquier prenda aparece rodeada de elementos no degradables. Bueno, es que te compran una simple camisa, el Día del Padre, por ejemplo, festividad tan propicia para que a uno le regalen camisas, y te las ves y te las deseas hasta que llegas a ella y la sacas de la caja para probártela. Te he comprado una camisa, dice Esther ilusionada, espero que te guste. Te diriges a la salita y lo primero que ves sobre una silla es una gran bolsa plastificada, con dos cordoncitos por asa, en cuyo exterior figura el nombre de la tienda vendedora, ribeteado con rombos y florecillas. Te asomas a la bolsa y observas que dentro hay una caja enorme. Logras sacarla y aprecias que la caja se encuentra admirablemente envuelta en papel de regalo, bien adherido en cada extremo por un adhesivo de color sepia, adornado en su parte superior por una cintita retorcida en tirabuzones, sujeta por una pegatina oval que desea «felicidades». Hurgas con los dedos para desincrustar el adhesivo, pero no hay modo de conseguirlo. Así que no tienes más remedio que buscar unas tijeras. Logras desenvolver la caja y observas que se encuentra adornada de grandes titulares y colorines con el anagrama de la marca. «La elegancia hecha hombre», reza un eslogan en la parte inferior izquierda. La caja es de cartón duro, sin duda para evitar arrugas o dobleces perjudiciales. Tienes que utilizar de nuevo la tijera para conseguir acceder a su interior. Levantas la tapa y allí yace la camisa, indiferente a tu excitación y nerviosismo, envuelta en una fina y elegante funda de plástico transparente. Tiras sin contemplaciones de una esquina de la funda, a ver si abre de una vez. Pero nada. La tijera vuelve a sacarte del apuro. Finalmente, como una aparición glamourosa y distinguida, aparece la camisa doblada, eso sí, por el centro, las mangas perfectamente recogidas en su interior. Intentas desdoblarla y no lo consigues: decenas de alfileres van apareciendo por los sitios más insospechados e impiden con una tenacidad insoportable que puedas extenderla. Transcurren sus buenos diez minutos y el cenicero aparece repleto de alfileres. Ahora se trata de desabotonarla. Ostras, junto a cada ojal, una tira de plástico duro y transparente resguarda fielmente la botonadura como si tratase de un himen textil y recatado. Echas mano otra vez de la tijera, qué remedio. Por fin logras probarte la camisa. Notas, sin embargo, algo anormalmente duro en la parte superior. Tanteas desconfiado y encuentras bajo su cuello una tira de cartón duro, colocado allí sin duda para evitar su deformación. Con la camisa puesta, te miras de arriba abajo y, efectivamente, es preciosa y elegante. Tus ojos, sin embargo, se pierden entre el montón ingente de residuos, envoltorios, plásticos, fundas, cartones, cintas y adhesivos que has ido dejando desparramados por el suelo. Horror, casi medio contenedor de basura abarrotado de publicidad y elegancia.
No es de extrañar que los ciudadanos extremeños generemos a dario un kilo y medio de basura, cada uno (la basura que nos venden, sobre todo). Solamente entre Badajoz, Cáceres, Mérida, Plasencia, Don Benito, Villanueva de la Serena y Almendralejo, se producen 480,2 toneladas de basura ¡diarias!. Lo cual que, si se multiplica por 365, nos da una montaña basurera de 175.273 toneladas al año. En siete poblaciones. Y de ‘contenedores amarillos’ para facilitar el reciclaje, nada. Extremadura, como de costumbre, está a la cola con un cicatero y sórdido 10% que haría caer la cara de vergüenza a cualquier gobernante noruego.
Por otra parte, pienso que, aunque lleguen pronto a los municipios los ‘contenedores amarillos’ (juá, juá), la autoridad competente debería arbitrar un sistema regulador que limitase la publicidad ilimitada en los envoltorios, tal como se limita la publicidad del alcohol o del tabaco, por ejemplo. Y facilitar la localización de los ‘ecopuntos’. Porque la instalación de un ‘ecopunto’ en cada barrio no es suficiente. Muchos ciudadanos/as no pueden desplazarse un kilómetro cargados con bolsas repletas de periódicos o de envases de vidrio. Las cervicales también se resienten. Ah, y que los mandamases no se preocupen exclusivamente de lo que contiene el cubo de la basura (metales de hierro, materia orgánica, vidrio, envases, papel y cartón, objetos varios), sino también de que los objetos que adquirimos no vengan superprotegidos por envoltorios tan ‘americanizados’. Ensuciaríamos menos.

No hay comentarios: