lunes, 14 de septiembre de 2009

DE CALLOS Y LUSTRES
(20-10-2002)
JUAN GARODRI

Como la inmortalidad, el ser humano persigue la belleza. No hay persecución más inútil, aunque persistente, que la de la belleza. Y todo porque el personal se empeña en dar apariencia antropomorfa a un concepto tan inaprensible como el de belleza. Lo que para unos es bello, para otros no lo es; lo que para unos es hermoso o agraciado o guapo, para otros resulta feo o deslucido o ridículo. La que para unos es digna de admiración y asombro, para otros es un loro escapado de una jaula. Después de aletear sin rumbo por el espacio de la prensa rosa, el loro acaba convirtiéndose en un callo poderoso que chupa cámara y páginas en lo del cuché gracias al lustre de sus meninges, o al lustre de la familia o al de las instituciones. A pesar de todo, el callo con lustre aparece frecuentemente ante los atónitos ojos de los ciudadanos como una delegación de la belleza mediática.
Ignoran, tal vez, los promotores de los callos con lustre (periodistas, reporteros, fotógrafos de prensa, directores de programas televisivos y organizadores de actos en pro de niños con deficiencias alimentarias) el ideal estético que propugnaba Eugenio D'Ors en «La ben plantada» que, dentro de su mediterraneísmo, proponía dicho ideal estético representado en el cuerpo de la mujer que, posteriormente, plasmaría con sorprendente eficacia Aristide Maillol en su obra escultórica, u otros novecentistas como Clará o Rebull.
Solía representarse la belleza como una mujer desnuda (Afrodita, Venus) lo cual implicaba convertir en objeto quizá reprobable el cuerpo femenino pero, al mismo tiempo, implicaba también una idealización del cuerpo de la mujer como arquetipo de perfección estética. Pero eso era antes. Ahora los tíos cachas también son propuestos como modelo de perfección estética y de perfección estimulante y linfática, no hay más que ver la publicidad de perfumes masculinos.
¿Loros o bellezas? ¿Callos o pan candeal? ¿Son o parecen? Esa es la pregunta.
Pitita Ridruejo y sus apariciones, la infanta Elena y sus sombreros, las hermanas Flores y sus faralaes, la duquesa de Alba y sus cosméticas, Ronaldo dentudo y melonero, Raúl patizambo y seisdedos, Pedro Ruiz malcarado y locuaz, Ana Botella y sus Moncloas, Almodóvar y su cogollo surrealista, por citar algunos, ¿son callos o sólo lo parecen? ¿O ni siquiera lo parecen debido al lustre de su nacimiento o de su arte o de su habilidad deportiva o de su ingenio televisivo o cinematográfico? ¿Qué límite separa la belleza de lo no bello?
Los elementos de la estética griega entraron en crisis en el siglo V (a.C.) debido, en parte, al problema que planteaba la belleza. Desde Gorgias a Platón, desde Demócrito a Aristóteles, el problema de la belleza traía por la calle de la amargura a pensadores y filósofos, e incluso desconocemos a qué carta jugó Sócrates en lo referente a lo bello: si al dogmatismo que chupa de él Jenofonte o a la escéptica ironía socrática que le imitó Platón. En un diálogo de Sócrates con Pistias, se muestra cómo la belleza hay que adaptarla a la finalidad o, dicho de otro modo, se muestra cómo una cosa solamente es bella si cumple perfectamente su destino, un cubo de basura construido sólidamente para cumplir su destino es más bello que un escudo o una lanza que, llenos de adornos y ornamentos, están incapacitados para defender o para atacar. Cuando la bella Teodote posa en el taller de los pintores, Sócrates se pregunta si la ventaja de la joven, que puede hacer ostentación de su belleza, es mayor que la del espectador que la contempla. Habría que considerar la estructura objetiva de lo bello, problema arduo porque esa consideración siempre estará influida por las apreciaciones subjetivas del sujeto que las realiza. La cuestión peliaguda está en conocer qué ‘cosa’ es la que concede su belleza a ‘lo’ bello.
¿Son bellas las cosas en sí o sólo algo es bello en apariencia? Ahí está la madre del cordero. Item más: ¿cómo una misma cosa, por ejemplo, la belleza, puede al mismo tiempo serlo en sí y producir la apariencia? ¿Una cosa es bella o una cosa parece bella? ¿O al contrario: una cosa no es bella o una cosa no parece bella y, sin embargo, lo es? Un lío.
La duquesa de Alba quizá sea bella pero, desde luego, lo que es parecerlo no lo parece. Tal vez el lustre de su apellido, de sus posesiones y de su alto linaje histórico le proporcionen un halo de belleza del que carecen los demás mortales. Leonardo di Caprio parece bello, según dicen, pero ¿lo es en realidad o sólo es una apariencia de lo que se considera bello? Tal vez el lustre de sus interpretaciones cinematográficas haya configurado a su alrededor una orla de belleza que hubiera pasado desapercibida en caso de dedicarse a otra cosa, a escayolista, por ejemplo. Las redondeces celulíticas del barroco parecían bellas en el siglo XVII: hoy parece bella la estructura esquelética, de modo que el lustre de las pasarelas muestra modelos que caminan a tropezones, no sé si porque esa es la forma de exhibirse o porque las tambalea su belleza anoréxica. Los callos (machos o hembras) que aparecen por doquier no lo parecen tanto, arropados por el lustre mediático que los rodea y empingorota.
Así que Sócrates andaba como loco intentando solucionar el problema de la belleza, o encontrar la causa de la belleza, o averiguar en qué consistía la belleza, y no lo consiguió. No es de extrañar que, a pesar de toda su mayéutica, lo acusaran de quebrantar las tradiciones y de corromper a la juventud. Y es que no hay cosa peor, o más peligrosa, que tratar de concretar las abstracciones. Por mucho lustre que tengan los callos.

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