viernes, 18 de septiembre de 2009

HIPOCRESÍA
(2-2-2003)
JUAN GARODRI


«Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o manifiestan». Es lo que dice el diccionario de la RAE (2001), aunque «comúnmente se toma por la acción del que en lo exterior quiere parecer santo, y es malo y perverso, que cubierto con la piel blanda y cándida del cordero es dentro un lobo carnicero». Es lo que dice el Tesoro de la Lengua castellana (1611).
En fin, amigo. Disculpa el rollo patatero que voy a colocarte, pero se me ha metido entre las cejas lo de la hipocresía y quisiera comentarlo. Porque no me negarás que actualmente el personal se pasa en el hecho de la disimulación y el fingimiento. Han aparecido multitud de ‘cánones’ de la corrección, más o menos preceptivos, más bien más, esos catálogos o listas que precisan qué es y qué no es correcto. Y el gentío, hala, a aceptar la parida de la corrección si es que pretende situarse en la línea de lo in y alejarse lo más rápidamente posible de lo out. En este sentido, José Antonio Marina escribe acerca de que, ahora, lo políticamente correcto es manifestarse anti norteamericano. No voy a pretenderlo, aunque quizá lo parezca. Solo intentaré exponer que, en cuestiones políticas, tratan de engañarnos como a chinos (con perdón de los chinos).
Hay palabras a las que se atribuye un significado antiguo, afianzado en la transmisión oral de características peculiares. Con el lenguaje ocurre como con los caminos: una vez trazado por el paso secular, adquiere una especie de derecho consuetudinario que exige respeto y no se somete a la expropiación. Aunque, a veces, el camino atraviese una propiedad privada. Hay palabras asentadas en el uso que perviven durante siglos con un significado que no es el suyo, etimológicamente, pero que, sin embargo, ya lo es debido al valor connotativo que ha conseguido afianzar a lo largo de los años. Y, contrariamente a lo que ha acontecido a palabras cuyo significado actual es completamente distinto al que poseían, aunque conserven la misma grafía (retrete, por ejemplo), el cambio semántico sufrido las afianza en su significación actual a causa de factores históricos, sociales e incluso psicológicos.
Hipocresía, por ejemplo. Ha sufrido un cambio semántico considerable, debido sobre todo, me parece, a causas sociales. Corominas la hace derivar del griego tardío hypokrisía, que viene a significar algo así como ‘desempeñar un papel teatral’, y el maestro Covarrubias asegura que hipócrita equivale a simulator, el que representa o finge. Y aunque es de general conocimiento el hecho de que todo quisque finge lo que puede, y más, en su relación social, se dan algunos casos en que la simulación llega a extremos inaceptables. Porque toda simulación pretende ocultar la realidad. Se finge una realidad, falsa, para ocultar otra, la verdadera. En este sentido, no hay más remedio que hablar de la guerra.
¿A qué juegan —en el sentido galo de interpretar, representar, fingir— quienes pretenden hacernos creer que la guerra es necesaria e inevitable? Sólo es evitable si quiere Sadam Hussein, afirman. Y Colin Powell declara en el Foro Económico Mundial, en Davos, que espera que Irak se desarme y proporcione toda la información necesaria a los inspectores para evitar la guerra. «Nuestra esperanza y nuestra voluntad es poder hacer esto pacíficamente». Mentira podrida. Representación, fingimiento, hipocresía. Desean que Sadam Hussein no se baje de la burra. Si Sadam Hussein cede, les echa abajo el montaje. Su cabezonería es el pretexto para atacar. Tienen que atacar. Si no hay guerra, peligra la estabilidad del dólar. La industria armamentística es mucho más poderosa y necesaria para los intereses económicos norteamericanos que el mismo petróleo. No se pueden fabricar armas y mantenerlas en los almacenes. Sería la ruina. No hay más remedio que darles salida. Lo que significa declarar la guerra, hacer la guerra. Matar. Naturalmente, hay que fingir, hay que aparentar que se dan plazos al enemigo, hay que asegurar una y otra vez que «Irak no tiene más excusas para dejar sin cumplir sus obligaciones». Hay que justificar ante la opinión internacional la ‘necesidad’ del ataque. Porque no es un ataque cualquiera, así por las buenas, sino un ataque para defender a Occidente de las armas de destrucción masiva que puede utilizar (pero que no ha utilizado) Irak.
Toda esta situación, tan repetitiva, de marear la perdiz, no es, me parece, para convencer a Sadam Hussein de que haga una declaración completa y honesta de las armas que posee. Este mareo de la perdiz bélica tiene otra finalidad: convencer a la opinión internacional, a los millones de telespectadores de Occidente, a los millones de lectores de todos los periódicos de Occidente, a los millones de oyentes de todas las cadenas de radio de Occidente, convencerlos, digo, de que ellos, los americanos, son tan buenos que no quieren la guerra, que lo único que quieren es defendernos de la (posible) destrucción a la que estamos expuestos, pero que hay uno tan malo, tan malo, el Sadam de los cojones, que quiere destruirnos por encima de todo, porque odia a Occidente.
Así que todo está a punto. Es el Imperio. 70.000 hombres y decenas de miles de toneladas de armamento cercan ya Irak. Las tropas americanas se entrenan desde hace meses para el combate en el desierto y para enfrentarse al armamento químico. «Pase lo que pase, este despliegue es una oportunidad única de entrenar hombres y probar equipos», ha asegurado el oficial Tom Wesley. Horror. Horror y vergüenza. Entrenar hombres y probar equipos. Y consumir armamento sofisticado para que no se detengan las cadenas de producción. Más de 500.000 irakíes, sólo civiles, morirán. Servirán para que se entrenen los equipos y para probar la precisión del nuevo y sofisticado armamento.
¿Quién es el director de esta inmensa y aterradora comedia? Hypokrínein llamaban los griegos a la acción de representar un papel. Hipocresía mortal.

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