viernes, 18 de septiembre de 2009

LA POMADA
(16-3-2003)
JUAN GARODRI


La mixtura de sustancias grasas y otros ingredientes que constituyen la pomada, unta. Por eso se dice “estar en la pomada”. Quien está en la pomada tiene los dedos de la mano grasientos y lustrosos. Y, evidentemente, quien no está en la pomada no se unta. La práctica del unte viene de largo. El personal tiene que estar en la pomada si quiere sobrevivir o, lo que es lo mismo, cada uno se aplica la pomada que le interesa para proteger sus heridas.
Las peores heridas son las causadas por el hombre. El hombre contra el hombre. La frase me recuerda algo que leí de Hobbes en aquellos tiempos en que uno se agarraba a la tabla filosófica como un náufrago de la existencia. Así que tiro de Leviathan y repaso algunas de sus ¿duras? aserciones, fundadas en un concepto antropológico dominado por el materialismo. Fuerzas y estímulos sensibles, reacciones de los sentidos. Eso somos, prisioneros del mecanismo de los sentidos, como los animales... De ahí la pomada de la guerra. Desconozco el daño personal que hería a Hobbes para mostrarse tan resentido contra todo lo que se movía. Quizá su trato constante con la nobleza inglesa, en plan servidor que acepta las impertinencias del señor (tuvo que ganarse la vida como preceptor doméstico de familias nobles), le configuró una costra de mala uva intelectual que lo impulsó a tirar con bala a la res cogitans de Descartes, y a elaborar su teoría del cuerpo, del hombre y del Estado.
Tremendo. Lo releo y me parece tremendo. De una actualidad tremenda. La interpretación teórica de lo que llamamos Estado se funda en una recta razón que no trata más que de las rectas consecuencias en orden al egoísmo individual. Se trata del Estado primitivo natural en el que la naturaleza ha dado a cada uno derecho a todo pero, claro, la apetencia de muchos hacia lo mismo origina que cada uno se enfrente a los demás. Es, de hecho, la guerra de todos contra todos. Las obligaciones para con los demás no son más que probidades para la conservación de la propia vida. Egoísmo, en definitiva. En estas condiciones, el hecho de sobrevivir se convierte en algo realmente dificultoso. Así que hay que llegar a un acuerdo. Y, efectivamente, la ciudadanía acuerda ceder los derechos naturales personales y se llega al acuerdo libre de crear un orden, un derecho, una costumbre y una moralidad. Eso es el Estado como contrato social. En este sentido, el Estado es soberano absoluto con respecto a todos sus subordinados.
La pomada actual del ambiente bélico, o prebélico, o decididamente bélico, ya sin remedio, de la guerra contra Irak, parece elaborada en la refinería antropológica de Hobbes. No me resisto a tomar una cita de Johannes Hirschberger que, al respecto, dice: «En la sección segunda del escrito Sobre el dicho corriente: Esto puede ser justo en teoría, pero no vale para la práctica, Kant rebate expresamente a Hobbes. Si bien Kant entiende allí una soberanía estatal sin límites, reprueba la afirmación de Hobbes de que la autoridad suprema, el Estado, no ha quedado obligado ante el pueblo en virtud del contrato primero, y por ello no hace injuria al ciudadano cuando dispone de él a su talante. El ciudadano sumiso debe, al menos, poder suponer que su señor no le quiere hacer injusticia».
Tiene miga la cita. Y parece, dos siglos después, que los mandamases internacionales la están poniendo en práctica. Hay que estar en la pomada. Bien untados. Estados Unidos, el vigilante de la playa mundial, el Estado supremo, no le toca los cojones a ningún otro Estado cuando dispone de él a su talante para meterlo en lo de la guerra. Es la teoría de Hobbes. A Bush le importa, a lo que parece, un pito que la política internacional esté o no de acuerdo con la suya. Bush tomará la decisión de enviar las tropas norteamericanas a Irak, pese a la oposición de Naciones Unidas y, sin embargo, Sadam Husein es condenado porque no cumple estrictamente con las órdenes de desarme dadas por Naciones Unidas. Unos sí y otros no. Desde el 8 de septiembre de 2002, en que Estados Unidos comenzó el despliegue bélico en el Golfo Pérsico, hasta el pasado 10 de marzo de 2003 (no sé qué habrá ocurrido cuando se publiquen estas líneas), unos 240.000 soldados están listos para la acción, los han metido en la pomada bélica. A ver quién es el guapo que consigue la retirada de los ejércitos. Por mucha oposición que muestre Francia, Rusia o Alemania; por muchas manifestaciones que desplieguen banderas contestatarias en todo el mundo, por muchas pegatinas de “No a la guerra” que luzca el personal, a ver quién es el guapo que hace retroceder a Bush. Si, después de tanto barullo, se retirase, el ridículo a nivel mundial sería gigantesco. El unte de la pomada es ya tan denso y persistente que no puede ser limpiado. Es imposible una imaginable retirada norteamericana, aunque Juan Pablo II diga que los promotores de la guerra han constituido un “eje del mal” y que se han dejado tentar por la mano siniestra de Satanás. Ahí está el grueso de la pomada. Siempre el mal ha sido cosa de Satanás, nos han hecho creer: la historia del mundo está (con)movida por la pomada de Satanás puesto que la guerra ha movido al mundo, lo ha transformado y lo ha constituido en lo que ahora es. Egoísmo, rencor y odio.
¡Ostras, Pedrín! No creo que Francia se oponga a la pomada bélica solamente porque quiere la paz: Francia quiere preservar, ante todo, “sus intereses nacionales”; resulta que si EE UU se hace con el petróleo iraquí, se van a hacer gárgaras los contratos petroleros firmados con Irak por la empresa pública Elf , así que Francia pide más tiempo porque sabe que durante el verano no habrá guerra, con 50 grados en el desierto. No creo que Aznar quiera la pomada bélica solamente para eliminar el peligro destructivo de las armas de Sadam; algunos “intereses nacionales” escondidos habrá pactado con Bush a cambio. No creo que Zapatero se oponga a la pomada bélica solamente porque la ciudadanía así parece quererlo; el interés político y los votos (a río revuelto, etc.) lo empujan a lanzar veladas amenazas contra el Gobierno.
Que no nos engañe ni nos embadurne, ingenuamente, la pomada del partidismo: en esta maldita, podrida y próxima guerra nadie es inocente. Parecía soñarlo Hobbes.

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