lunes, 14 de septiembre de 2009

MUERTOS DE MIEDO
(9-10-2002)
JUAN GARODRI


No gana uno para sustos. Cada susto es como una herida pustulosa que duele al menor roce. Y ahora mismo te han colgado de la solapa de la sensibilidad tres heridas (entre otras muchas, cientos, miles de heridas) que asustan una barbaridad. La del tabaco, la del acné, la de la guerra. Como un Miguel Hernández elegíaco y herido andamos estos días. No habrá más remedio que pensar que hemos nacido para el luto. Como el toro, y como el ser humano de estos inicios tremebundos del siglo XXI. Como Miguel Hernández, vamos a tener que celebrar también nuestros dolores.
No paran con lo del tabaco. «Fumar provoca una muerte lenta y dolorosa», lee uno por ahí. Ostras, Pedrín. Y yo en la higuera. Porque, la verdad, toda la vida he visto fumar al personal, tú eras muchacho y los hombres fumaban, tú eras joven y la juventud fumaba, tú has visto morir a personas mayores que tú (que se habían pasado la vida fumando) y no te has enterado de que su muerte haya sido “lenta y dolorosa”. Simplemente murieron. Así que no sé qué va a ocurrir cuando entren en vigor las nuevas normas sobre el consumo del tabaco. Las cajetillas anunciando que el tabaco mata, el anverso de la cajetilla con una calavera sobre dos tibias cruzadas, el reverso con una fotografía de una jovencita a punto de morir, retorciéndose entre horribles dolores postabacales, horrible la visión de un joven fuerte y robusto con el pulmón hecho puré a causa del tabaquismo. Igualito que los cuadros premonitorios del siglo XIX, aquellos cuadros religiosos en los que aparecían las almas de los condenados ardiendo (sin consumirse) entre las contorsiones de llamaradas sulfurosas. Tal vez esta exageración publicitaria (la directiva establece que las advertencias asustadoras del anverso ocupen el 30 % del espacio y el 40 % las del reverso, e incluso más si se asusta al personal en dos lenguas, o en tres, también el bilingüismo puede disfrutar con las admoniciones, o aprender otro idioma los monolingües) obedezca a la aspiración del ser humano por lo trascendente punitivo, cristalizado ahora en los horribles tormentos que produce el tabaco, una vez que el infierno ha sido borrado del mapa de los sufrimientos eternos. Así que estoy asustadísimo. Yo no fumo habitualmente, pero me gusta consumir un cigarrillo si, de vez en cuando, tomo unos vinos con los colegas. Pero ahora, cualquiera fuma. Debe de resultar espantoso sacar el paquete del bolsillo y, desoyendo las claras advertencias mortales impresas en la cajetilla, ofrecer así, sin más, la muerte a los amigos.
Otra herida asustadora es la del acné. Por razones de trabajo, me he pasado la vida tratando con adolescentes. Durante años y años he contemplado los rostros de chicos y chicas, sentados frente a mí, escuchando en actitudes receptivas o aburridas, según. Algunos y algunas, pocos, mostraban los granos del acné. Pero nunca advertí que, para ellos, el acné «fuera más que un grano». Ahora, sin embargo, la mayoría de los jóvenes tiene acné, los que lo sufren están acomplejados, padecen ansiedad, tienen depresión y piensan en el suicidio. Madre mía, qué concavidad psicológica. Puede ser que el cambio de comportamientos provocado por el batiburrillo de la sociedad, puede ser que la gilipollez mental de quienes manipulan la diversión y los destinos de la juventud, puede ser que la utilización exagerada e innecesaria del teléfono móvil (ah, sí, sí, el abuso del móvil provoca disfunciones orgánicas y/o fisiológicas en sus víctimas, ya escribí de ello aquí) hayan provocado una aparición más frecuente y endémica del acné. Si esto fuera así (que no lo será, naturalmente, no interesa el asunto a los medios de adoctrinamiento de masas), deberían exponerse los peligros que para la salud humana supone el móvil con el mismo rigor con que se expone la peligrosidad del tabaco. Las últimas investigaciones de los expertos alertan y ponen al móvil en vilo porque produce emisiones de radiación que pueden resultar peligrosas para la salud. Y según en qué lugar del cuerpo vaya alojado el móvil, el peligro incide en el órgano más cercano, dicen. ¿Y si la propagación del acné se debiese al abuso del móvil, eh?
La tercera herida asustadora es la de la guerra. Qué empeño, hay que joderse, el de George S. Bush y sus acólitos en lo de la guerra. Me pregunto qué oscuro poder permanece achantado tras la sombra menguada del Bush, qué poderoso artilugio (una máquina extractora de petróleo, quizá) lo tiene cogido por los cataplines y lo empuja a aparentar que le gusta la guerra más que a los chivos la leche. A mí, personalmente, la guerra me produce una herida más profunda que la del tabaco y la del acné. En la guerra de 1991 murieron al menos 100.000 iraquíes. Qué pasa, ¿no son seres humanos? ¿Esos hombres, mujeres, niños y ancianos no merecen nuestra compasión por el hecho de vivir en un país ‘enemigo de Occidente’? Probablemente Sadam Husein dispone de armas de destrucción masiva, y ésta es la prueba que se busca para declararle la guerra, pero ¿acaso no dispone también de ellas Israel y no se la declaran? No escarmientan los EE. UU. En Vietnam murieron dos millones de vietnamitas y cerca de 100.000 norteamericanos. ¿Cuántos morirán ahora si solamente en las calles de Bagdad se mueven cuatro millones de personas? Hipocresía y doble moral, afirma al respecto Ken Loach. De esto es de lo que estoy muerto de miedo.

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