lunes, 14 de septiembre de 2009

DE SUPLEMENTOS CULTURALES
(25-8-2002)
JUAN GARODRI


No sé tú, amigo, cómo te las arreglas, pero yo no me corto un pelo cuando digo por todas partes que ni una semana me pierdo la lectura de los suplementos culturales. El gentío, en general, se corta más que la leche, no se atreve a manifestar en público la opinión que le merece el bigote de Aznar, por ejemplo, o la asquerosa podredumbre que envuelve al poderío futbolístico. El gentío se corta porque lo han desacostumbrado a opinar, tal vez le permiten opinar sobre la intrascendencia, ya se sabe, esas preguntas idiotas resaltadas en las parrillas de Internet, qué opina usted sobre la españolidad de la isla (de) Perejil, responda sí en el recuadro del sí, responda no en el recuadro del no, está usted de acuerdo con el hecho de que el AVE no pase por Plasencia, envíe su respuesta pulsando sí o no, qué opina usted sobre la conveniencia de aplicar la ley de partidos políticos, pulse conveniente en el recuadro de la derecha, pulse inconveniente en el recuadro de la izquierda. Al personal lo han desacostumbrado a opinar. La opinión consiste en el desarrollo razonado de un dictamen cuestionable, no consiste en responder sí o no a una pregunta idiota, ni siquiera en responder sí o no a una pregunta inteligente. El gentío se corta porque lo han expulsado del razonamiento y lo han habituado al asentimiento. Así que, en desacuerdo total con la actitud expuesta, yo no me corto y digo por todas partes que leo los suplementos culturales además de alguna que otra revista literaria. (Y El Semanal, que adquiero con el HOY cuando estoy en Coria y con el HERALDO cuando estoy en Soria. De paso, leo los inteligentes desacuerdos críticos de Javier Marías y las putas líneas ácidas de Pérez-Reverte). Cuando digo por todas partes, en plan sacapecho, que leo los suplementos culturales, etcétera, la gente me mira y, como ve mi amplia frente curtida y morena (moreno de huerta, odio la playa), no me relaciona con lo de la cultura, así que imagino que piensa, Pero este tío no habla en serio, mira que ponerse a leer suplementos culturales, eso es para los tipos de piel blanquecina y ojos cansados, esos tipos que se apuntan a cualquier congreso de literatura en cualquier universidad de verano, «marabuntas de escritores perorando en torno a sus inéditos descubrimientos sobre tal o cual aspecto en la geografía de Jorge Luis Borges, el más socorrido para pasar el examen y el aplauso de cualquier congreso» (J.J. Armas Marcelo). Sí, sí. Y me dicen, Oye, si estabas ayer jugando al tenis, sudabas como un pollo y te trincaste después unas cervezas en el bar del polideportivo para contrarrestar la deshidratación, qué dices de suplementos culturales, tío, es que no te pega.
Los suplementos culturales son al mundillo literario lo que las charletas televisivas (ahora llamadas talk show, qué fino) al mundillo del marujeo. Hay un marujeo siestífico (por beatífico) y vespertino, bien servido por una televisión homicidamente verdulera, que desglosa repetitivamente la fama tonta de lo rosa, como si todo el mujerío de España se apoltronase después de fregar la loza y estuviese dispuesto a tragarse ese postre espeluznante del lagarteo camero y del polvo frenético. Es un método eficaz y tal vez innoble de asegurarse una clientela fija que rentabilice los gastos de publicidad y afiance al alza los índices de audiencia. Lo del share, que se dice. Y aunque parezca mentira, la cosa no está en la idiocia del gentío que se nutre del marujeo, «sino en la propia televisión que se alimenta de estas cosas. Y así le huele el aliento». (J.J. Esparza).
Los suplementos culturales contienen también no poco de marujeo acerca de las tribus de la escritura literaria y, lo confieso, me encanta y apasiona enterarme del cameo, sobeo, magreo y a veces cabreo que mantienen alternativa y recíprocamente editores, autores y críticos. Y es digno de ver cómo se siegan la hierba debajo de los pies, expertos en la desazón del ninguneo. (Qué satisfacción imaginar, palpar, mascar, degustar la probable envidia de unos o al menos el enfado fasti­dioso de otros, esos que no soportan que alguien, sin duda pelagatos, pueda encaramarse en el mismo peldaño en el que ellos se pavonean...! Así que los suplementos culturales me proporcionan un quizá (mal)sano marujeo literario que sobrevuela las críticas y reseñas de obras y títulos de forma no tan vaporosa y no tan invisible.
Así como los suplementos culturales resultan más o menos gratificantes durante los meses otoñales, invernales y primaverales (si se exceptúa lo de la Feria del Libro, Furia dijo otro), durante los meses estivales son especialmente nocivos. Me refiero a esos suplementos de escasas páginas que algunos periódicos ofrecen a diario para solaz de lectores aburridos de la noticia o del comentario. Así que incluyen alguna columna, algún cuento, alguna parida, cada día una página, de escasa calidad literaria y de insoportable actualidad argumental. Parece que el autor o autora (preferible si es de allende los mares) ha sido cazado con el lazo de las prisas y escribe chorradas a todo meter, sin ton ni son, para enviarlas por >emilios= nocturnos y somnolientos a la edición del día siguiente. Lo malo, encima, es que luego los pegan, los juntan y los editan en libro, para regocijo económico y ganancial de la empresa editora. En fin, digo por todas partes que leo los suplementos culturales, y no me corto, sí, pero los detesto. Su lectura, al comprobar que hay tantísimo escritor que escribe, hace que me sienta idiota.

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