domingo, 27 de septiembre de 2009

LO DEL CASTIGO
(8-6-2003)
JUAN GARODRI

Los ingleses es que son muy cumplidos. Tanto, que cumplen hasta con el castigo. Ahora que los psicólogos afirman que el castigo origina toda clase de frustraciones interiores y de fracasos exteriores, van los ingleses y pretenden recuperar el castigo en las aulas. No el castigo de la expulsión o el castigo verbal u ocupacional, no, sino el castigo físico. Alumno insolente, alumno castigado. La regla y la vara de sauce encima de la mesa. La regla emite un sonido seco y algo estridente, como la tos disecada de una anciana de Gales. La vara, sin embargo, silba como el viento dormido en las rocas de Cornualles. La vara tiene que ser de sauce llorón para que el vardascazo derrame lágrimas ejemplarizantes en la palma de la mano. El maestro que utiliza la vardasca suele ser enérgico y amante del orden, la disciplina y el deber. Además, explica muy bien matemáticas y hace problemas de libras y peniques, pero como el personal es pedorro y tiene serrín en la cabeza y entiende mal sus explicaciones y lleva el pelo con los rizos revueltos de Mike Hucknall y lleva auriculares para escuchar la música de Soft Pink Truth y lleva los brazos tatuados con las calaveras de Iron Maiden, pues eso, la letra con sangre entra.
Pero esto es en el Reino Unido, donde los ingleses son tan cumplidos. Por las poblaciones cercanas a la Raia pensábamos que los cumplidos eran los portugueses. «Eres más cumplío que un portugués», dice mi tío Eufrasio cuando le ofreces la silla en la terraza. Pero resulta que no, que los cumplidos son los ingleses. Porque piensan cumplir hasta con el castigo.
También pretenden cumplir con Blair, y castigarlo por lo de la guerra de Irak. Ahora que ya ha terminado la guerra. Después de burro muerto, la cebada al rabo, decían en aquellos tiempos en que había burros. Así que la falta de pruebas de existencia de armas de destrucción masiva en Irak (uno de los motivos por los que se libró la guerra) ha alborotado a los ingleses y esto ha provocado que parlamentarios y congresistas del Reino Unido pretendan castigar a Tony Blair y le pidan explicaciones para aclarar los motivos que lo llevaron a participar en el conflicto. Porque la credibilidad del Gobierno ha quedado puesta en tela de juicio al no probarse aún la existencia de estas armas. Pero esto es en el Reino Unido. En España no hace falta aclarar ningún motivo bélico porque todo se ha hecho por el bien de los ciudadanos. Como es probable que nunca se sepa si había o no armas de destrucción masiva en Irak, los ingleses se dirigen en estos momentos hacia terreno interior, porque ahora de lo que se trata es de castigar (creo que ya he dicho que son muy cumplidos): hay que castigar la gordura y el tabaco. Los tiros pues se dirigen contra la celulitis y el humo.
Imagínate que el alguacil del pueblo llega a la plaza mayor, se echa la gorra hacia atrás, saca la turuta, lanza los cuatro resoplidos reglamentarios y grita su salmodia de pregonero: ‘Bando. De orden del señor alcalde, se hace saber que los gordos y los fumadores tendrán que firmar un contrato por el que se comprometen a adelgazar o a dejar su hábito si quieren seguir recibiendo asistencia gratuita por parte de la sanidad pública británica. El elevado número de enfermedades y muertos relacionados con el tabaco, el alcohol, las dietas insanas y el estrés, preocupan a las autoridades sanitarias’. No es broma. Lo ha publicado la prensa inglesa. (Creo que ha relegado a un segundo plano a sir Winston Churchill, fumador y obeso).
Lo del tabaco viene de largo. Las volutas aromáticas del cigarro puro han dejado de ser la alianza volátil de la digestión y el sofá para convertirse en los celajes mefíticos del infierno. La frase roza el ridículo, pero aproxima la idea de que el tabaco se ha convertido en algo pecaminosamente atractivo. Y rechazable. Dada la poca confianza que ofrecen las autoridades cuando predican que hay que perseguir el bien y evitar el mal, uno cae en el maleficio de la duda, y se le escaman las conceptualidades y piensa en qué ocultas intenciones, más monetarias que sanitarias, no rebozarán la campaña antitabaco. Aunque a las compañías tabaqueras se las trae al cuarto mientras haya mil trescientos millones de chinos que consumen más cigarrillos que europeos y americanos juntos.
Lo de los gordos ya es otra cosa. Porque mientras la acción de fumar es voluntaria, a pesar de que el tiempo la convierta en adicción, la acción de engordar es involuntaria y, probablemente, escapa a la voluntad del gordo. Cierto que la ingesta indiscriminada de bollería industrial preparada con grasas no recomendables debería limitarse en los obesos e hipertrigliceridémicos, pero también es cierto que las autoridades deberían reclamar daños y perjuicios a los fabricantes de tal bollería de igual manera a como se le reclama a los fabricantes de cigarrillos. ¿Qué culpa tienen los gordos de que las salsas hechas con mantequilla, margarina, leche entera o grasas animales estén tan buenas? ¿Qué culpa de que los croissants, las ensaimadas, las magdalenas, las patatas chips y los chocolates despidan ese aroma seductor y bulímico? Si un fumador deja de fumar, se vuelve irritable. Si un gordo deja de comer, se vuelve triste. No hay que equiparar la irritabilidad con la tristeza. Tengo un amigo gordo y es pura alegría: cuando él aparece se iluminan los rostros contagiados de sonrisas, de amabilidad, de chistes, de talento. No soportaría ver a mi amigo triste.
Creo que los ingleses se pasan, de cumplidos. Castigar a una persona obesa a que firme un contrato en el que se comprometa a no engordar es como exigirle a un ciclista que se obligue a ir en bicicleta sin pedalear. La norma despide ese aire de sadismo legislativo al que tan acostumbrados están los ingleses.

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