viernes, 11 de septiembre de 2009

LA DENTADURA
(5-5-2002)
JUAN GARODRI

A ver quién no recuerda al ratoncito Pérez. Se te caía el primer diente y era como si perdieses con él la inocencia bucal. La lengua encontraba en la encía un hueco extrañamente blando que alteraba el húmedo mapa de la geografía mandibular. Pero el hecho no constituía un infortunio sino un acontecimiento venturoso. La madre solía decirte, Oy, mi niño, se le ha caído el primer diente, y batía palmas y te besuqueaba y se lo decía a las vecinas. Aquella noche dormías con el dientecillo debajo de la almohada, envuelto en un papel o en un trapito, a la espera de que el ratoncito Pérez se lo llevase dejándote a cambio unas golosinas o unas monedas. Con la pérdida del primer diente se iniciaba también la pérdida de ese estado límbico dependiente del seno materno y del potito.
La vida se ha llevado después dientes y muelas con una avaricia inesperada y piorreica, con una tacañería de gingivitis galopante y con una codicia de periodontitis caballuna. El desorden de los tejidos que rodean y sostienen los dientes va convirtiéndolos en afligidas víctimas de caries y abscesos y, al mismo tiempo, va haciendo desaparecer los signos agresivos con que los consideraba la literatura védica, por ejemplo. E incluso la historia de Jasón está relacionada con una siembra de dientes de dragón que haría nacer una raza de hombres potentes y fieros, más por la perversidad mágica de Medea que por propios méritos, cuando aquello de los argonautas en busca del vellocino de oro. Aunque de poco le valieron los dientes leoninos, como se sabe.
Un problema y un martirio, esto de los dientes. Entre las afecciones periodontales y la halitosis, más de la mitad de la población recorre su particular calvario con la pesada cruz del dolor de muelas. Resulta difícil imaginar el sacrificio (in)cruento de quien tuviera que acudir al sacamuelas hace cien años, o antes. Los anestésicos aún no se habían hecho de uso general y los dientes eran extraídos a puro dolor, con la rodilla del galeno apoyada en el brazo del sillón y la cabeza del paciente asegurada al respaldo con un correa. Los aullidos se escuchaban por toda la manzana y los que se hallaban en la sala de espera huían despavoridos ante aquel potro de tortura más inquisicional que terapéutico.
Mi tío Eufrasio dice (no sé de dónde sacará estos conocimientos anacrónicos) que los antiguos disponían de excelentes remedios para el dolor de muelas y que, incluso hoy día, si se utilizasen, aliviarían con seguridad los problemas dentales. Y así, me dice, tomas hojas de perejil y, bien majadas y jugosas, las mezclas con sal gruesa y envuelves el emplasto en un tela fina y lo pones junto al oído de la parte dolorida; después mojas algodón nuevo en aceite de hipérico, lo colocas en el mismo sitio y al punto desaparece el dolor de muelas. Y para sacarlas, dice, no hace falta el esfuerzo del puro dolor. No tienes más que mezclar unos gramos de goma amoniaca con suficiente cantidad de leche de beleño y lo cueces todo junto, a fuego lento, hasta que se consuma la leche; haces unas bolitas con la pasta y las colocas por la noche sobre la muela dañada. A la mañana siguiente tiras de ella, y la muela sale fácilmente. No hace falta recurrir a remedios caseros, le digo, Desde hace unos veinte años, las técnicas odontológicas han avanzado considerablemente y hoy día es posible sentarse en el sillón con la seguridad indolora de una extracción perfecta. Pero no me hace mucho caso.
Según hoy nos informan, parece evidente que la salud dental es uno de los beneficios más importantes para el buen funcionamiento del organismo humano. Prensa, revistas de marujeo, páginas fin de semana, y hasta las instituciones y las Consejerías de Sanidad y Consumo se esfuerzan en convencer al personal de que el cuidado e higiene de la boca es importantísimo. Y avisan de la gran importancia que tiene la visita al dentista cada seis meses o, al menos, una vez al año.
Y ahora viene la pregunta del millón. ¿Por qué, si tan importante es la salud bucal, la Seguridad Social es tan rácana cuando se trata de sufragar gastos dentales? ¿Por qué las compañías médicas se limitan a costear únicamente la “extracción” cuando lo que en realidad preocupa al gentío es el “arreglo” de la boca, arreglo que supone de ordinario cantidades astronómicas?
Te encuentras por la calle al amigo de siempre y observas que camina cabreado y hundido. Hablas con él y te dice que viene del dentista. Su pereza higiénica lo impulsaba a masticar chicle en lugar de cepillarse los dientes, pero está visto que la clorofila no sustituye al cepillo de dientes y a la pasta dentífrica, porque al cabo de los años una piorrea furibunda le hizo polvo la boca. Tras sesiones interminables de anestesia y sufrimiento fue perdiendo una a una sus piezas dentarias, extraídas por la precisa muñeca del odontólogo. Su cabreo consistía en la minuta del dentista. Su hundimiento consistía en la terrible convicción de que no estaba en condiciones de abonarla.
—La Seguridad Social o tu Compañía médica —le dije—, dirígete a ellas.
—¿Para qué? —respondió desanimado—, sólo te abonan la extracción, pero de ortodoncias, endodoncias y saneamiento de piezas dentarias no quieren saber nada. Así que puedes imaginarte qué voy a hacer para conseguir el pastón que me va a suponer una dentadura nueva. Y se alejó cabizbajo.
Y digo yo que está muy bien el esfuerzo publicitario de las instituciones para que el personal cuide su boca desde la más tierna infancia. Y que incluso está bien la publicidad de clínicas de belleza facial o maxilar y todo eso. Pero también digo que el miedo del gentío al dentista no está precisamente en el torno o el taladro eléctricos, ni en el olor a cuerno quemado que despide la muela incrustada en la mandíbula, sino en el dolor de la minuta magnética que cuesta más que la extracción de un huevo y parte del otro.
A pesar de que se recomienden tratamientos complementarios, como las flores de Bach, para combatir la fobia al dentista.

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