martes, 15 de septiembre de 2009

LOTERÍA, MITO Y TIMO
(15-12-2002)
JUAN GARODRI


Ya hablé en otra ocasión, hace años, de la lotería en esta misma página. No voy a repetirme, que hace feo. Pero sí voy a puntualizar algunos aspectos de la lotería insospechados entonces. En contra de lo que habitualmente se cree (ya se sabe que el gentío suele comulgar con ruedas de molino así de grandes), la lotería está difundida, propalada, extendida, publicitada y protegida no porque constituya un bien esencial para la ciudadanía sino porque supone una considerable y desvergonzada, descarada, insolente, tal vez cínica, fuente de ingresos para las arcas del Estado. Jamás se le ha comido el coco al personal de una forma tan escasamente ética como se le come con esto de la lotería. El personal desea poseer. Es un deseo enquistado en la peculiaridad de cada ser humano, particularmente en los seres humanos occidentales, acostumbrados desde pequeños a la posesión de toda clase de adminículos, aunque no me parece correcta la utilización de esta palabra cuyo significado es el de objeto que se utiliza en caso de necesidad, pero queda bien. Y, precisamente, desde pequeños se acostumbra al gentío a la posesión de objetos innecesarios. Me refiero a la costumbre actual. En mis tiempos, el juguete era una peonza, o un aro de alambre conducido con la ayuda de una guía, también de alambre, y a correr. El poderoso afán de posesión que nos convierte en peleles sin voluntad y nos impulsa irremediablemente hacia el deseo de adquirir, obedeciendo a un estímulo ciego e inapelable, nos dice que, para saciar tal deseo, hace falta dinero. Pero resulta que el dinero suele conseguirse trabajando, y el dinero producto del trabajo suele ser escaso. Al menos, escaso y raquítico para saciar las ansias de posesión omnímoda que recrecen de forma progresiva y alarmante en las entretelas de la ansiedad. El problema está en cómo conseguir dinero abundante. Porque necesitas abundancia de euros en el bolsillo para consumir aunque no sean más que tres cervezas. Vas a Carrefour, qué remedio, y después del atontamiento de los carritos, y de las ofertas, y de las superofertas, y del aceite de origen extremeño, y de la melancolía de los libros (edición de bolsillo), decides tomar unas cervezas con los acompañantes. Así que te diriges al bar del centro y allí, de pie junto a la barra desaseada y pringosa, no tienes más remedio que tragar la marca que te sirven (pidas la que pidas nunca disponen de ella), y encima te soplan 1,50 euros por cada una (exagerada cantidad de 250 pesetas) y 1,70 euros por una coca-cola (exageradísima cantidad de 282,86 pesetas). Por efectos del redondeo, digo yo, te cobran 4,70 euros que vistos así parece poco, pero que traducidos a pesetas se elevan a la incómoda suma de 782,02 pelas por tres consumiciones, y de pie. Dinero, hace falta dinero. Así que el personal acude devotamente a los despachos de loterías y quinielas, única manera de conseguir dinero de forma legal y tal vez abundante, para ver si el papirotazo de la suerte les abre un abultado chichón de millones en mitad del frontispicio. Las posibilidades son escasas, mínimas, casi nulas. Las posibilidades combinatorias de los 49 números de la lotería primitiva (jueves y sábado), bonoloto (lunes, martes, miércoles y viernes) y gordo de la primitiva (domingo) rondan la ingente cantidad de catorce millones de combinaciones por boleto. No sé cuántas posibilidades combinatorias tendrán los 15 pronósticos de la quiniela futbolística, pero deben de ser tantas que reducen el acierto a un nivel cercano a la imposibilidad metafísica. Y no le andan a la zaga los diarios cupones de la ONCE, y el cuponazo de los viernes, y el supercuponazo dominical en el que te apoquinan, si la suerte te es propicia, no sé cuántos millones al año durante 25 años. (Tooda unaa vidaaaaaaa!, grita el Castaños de los domingos deportivos de la SER. Lo apabullante, sin embargo, lo descojonante, hablando en plata, es que nadie renuncia al juego, a pesar de que constituye una de las causas de la subida del IPC. No importa que uno de cada tres alimentos básicos cueste entre un 8% y un 30% más que hace un año; no importa que entre el pollo, el vestido, el calzado y los libros ((los libros, Señor!) disminuya la capacidad adquisitiva de nuestros seducidos euros. La lotería empuja con fuerza al gasto, a pesar de que nos engañan como a chinos. Veamos. Antes de la remodelación distributoria de millones en euros, la ONCE, por ejemplo, ofertaba los cupones diarios a 100 pesetas: el premio que correspondía a cada cupón era de cinco millones. Ahora, a pesar de ser el cupón diario un 66% más caro (cuesta un euro), el premio que le corresponde es de 12.000 euros (1.996.644 pesetas), es decir, un 60% menos, aproximadamente. El montaje de la Lotería de Navidad es clamoroso. La sensibilidad nacional anda herida de muerte durante estas fechas. Entre recuerdos, reminiscencias y lágrimas familiares por la separación y la distancia, todo el mundo se dispone al gasto para superar la frustración de la tristeza. Y para afrontar con más desahogo el gasto, nada mejor que te toquen unos milloncejos a la lotería. Así que, hala, a por la participación de la tienda, a por la del bar, a por la de la peña del Atleti, a por la del Instituto, a por la del colegio, a por la del supermercado, a por la del Banco. Imagínate que tocara y tú sin haber comprado. La cara de bobo se te iba a alargar hasta los Canchos de Ramiro. No sé si el gentío cae en la cuenta de que el año pasado, sin ir más lejos, a un décimo de 3.000 pesetas correspondía un premio gordo de 30.000.000. Pues nada, hermano, este año (se conoce que los euros nos ablandan las meninges y nos ponen cara de memo) el décimo cuesta 3.327,74 pesetas, en lugar de las 3.000 de años anteriores (un 10,90% más), aunque también han subido proporcionalmente, menos mal, el premio que corresponde a cada décimo. En fin, se da el contrasentido económico de que el Gobierno, por un lado, anda como loco intentando que le cuadren las cuentas porque la inflación interanual se ha disparado malamente (cerca de un 4%), y el Estado, por otro, sube las loterías debido a su insaciable afán recaudatorio, lo que contribuye sin duda a mantener alta la inflación. Y después se ponen a apelar a la moderación salarial. Mientras la lotería incite al consumo, los salarios siempre serán escasos. Fin.

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