martes, 30 de junio de 2009

EL PATINETE
(14-1-01)
JUAN GARODRI


Bueno, pues nos ha llegado la moda del monopatín, ese deslizamiento sobre ruedas después de la patada en el suelo. Pero no creas que es tan fácil. Ni tan nuevo. Hace muchos años ya se patinaba en patinete de ruedas. Patinábamos en patinete. Nos deslizábamos dueños de nosotros mismos, quizá porque todavía no habíamos roto la feliz circunstancia en la que nos movíamos cada día, cada hora, olvidando la oscura, infinita sintaxis, toda llena de los tenebrosos arcángeles de la posguerra. Nos deslizábamos por el centro de la calle, libres y soberbios, desafiando las sinuosidades de la libertad, aferrados al manillar de la gloria, con unos patines rudos y pesados que nos construía el señor Ismael el herrero.
El actual remake monopatínico, tan brillantemente metalizado y aséptico, carece de aquel aliento levemente ondulado, de aquel viento suave y apacible que moldeaba una silueta emocionante con el borde repleto de caprichos azules, un borde que llenó tantas veces las paredes de casa, que manchó con borrones de tinta los dedos y las páginas anchas de la caligrafía... (Mi tío Eufrasio me dice,
Qué te pasa, te has agarrado a la nostalgia o qué,
No, no me interesa la nostalgia,
Entonces a qué vienen esas concesiones al recuerdo,
No sé, habrá sido por lo del patinete,
Y por qué escribes los diálogos como Saramago, que pone mayúsculas en vez de guiones,
Eso es una concesión a la influencia, le digo).
Así que vuelvo al patinete, porque los Reyes Magos le han echado un patinete a mi sobrino, que es pequeño y está en edad de patinar. Dicho así, parece como si los Reyes Magos fueran repartiendo felicidad a troche y moche pero, no creas, a veces no es así. Mi sobrino llevaba quince días dando la murga con lo del patinete y, si los Reyes Magos no se lo echaban, amenazaba con sacarle un ojo al hamster. Como si el hamster tuviera alguna relación de culpabilidad con los Magos. Puede haber relación de culpabilidad entre el Tribunal Supremo y el Gobierno por el asunto del indulto del juez Gómez de Liaño. Puede haber relación de culpabilidad entre los ganaderos y la ministra Celia Villalobos por sus declaraciones sobre los huesos de vaca. Pero entre un hámster y los Reyes Magos la relación de culpabilidad no puede llegar al extremo de que induzca a que le saquen un ojo al hámster.
Así que le compraron el monopatín a mi sobrino. A mí me parecía una barbaridad lo del patinete porque ahora no es como en otros tiempos, que patinábamos en cualquier sitio, a ver ahora adónde se van los niños a ejercitar la esencia globalizadora del patinaje. Pero no me hicieron caso. Claro, como tus hijos ya son mayores no necesitan patinar, me echaban en cara. Así y todo, no tardó en aparecer el conflicto matrimonial, consustancial por otra parte, a todas las relaciones de pareja que en estos tiempos tenga que comprar un patinete.
En el salón el niño no podía patinar. Aparte de dejar perdido el parquet, cruzado despiadadamente por las isobaras de la velocidad, los tobillos familiares saltaban de un lado a otro en medio de un intento, casi inútil, de evitar los moretones. En la acera el niño no podía patinar. Para sorpresa de la unidad familiar, no sólo mi sobrino gozaba de patinete. Resulta que otros muchos niños también patinaban de acá para allá y se entrecruzaban peligrosamente, acuciados por un repentino sarpullido de aceleración monopatínica. En medio de la calle el niño no podía patinar. Ya se sabe que los coches cruzan a todo gas de un lado para otro y no respetan la señal de prohibido circular a más de 40 en el núcleo urbano. Si añades a esta desconsideración circulatoria de los conductores la broma velocípeda de los niñatos de las motos, ya sí que no te queda un mínimo espacio para que el sobrino le dé al patinete. Imposible circular en patinete. No obstante, los padres se empeñan en que el niño patine. A ver si no para qué le han comprado el artilugio. Habrá que hacerle un gasto ¿no?. Así que al parque, cómo no se te ha ocurrido, en el parque puede el niño desatar el flequillo al viento y presumir de estar a la última con su patinete metalizado. Porque no es un patinete cualquiera, no, se ha comprado en la tienda más cara y se ha adquirido el modelo más galáctico, con decirte que tiene rodamientos magnéticos y freno de disco, queda dicho todo.
Así que cargan niño y patinete en el coche y, hala, al parque a patinar. Llegan al parque con la sana apetencia de cortar el viento y, oh desilusión, las pequeñas glorietas de cemento ya se encuentran atestadas de patinadores. Nadie se explica la afluencia impensadamente masiva de patinetes. Desde luego, el gentío es muy poco original. No hacen más que anunciar un patinete, y ya está todo el mundo comprando patinetes. Mi cuñada pensaba que su hijo era el único que había merecido de los Reyes Magos la donación superior del patinete.
Y es que ya los Reyes ni son Magos ni nada. Porque, a ver, si no marcan esa diferencia en el regalo que estira para atrás al padre y autocomplace a la madre, ¿para qué los queremos?.
Así que el patinete al coche. Y a llevarlo el lunes al salón de Cáritas.
EL RESUMEN
(
6-1-01)
JUAN GARODRI


Terminó el siglo y comienza el nuevo milenio, o terminó el milenio y comienza el nuevo siglo, como quieras, son distintas las variantes combinatorias. La prensa y las televisiones se han desahogado largando resúmenes del año que termina, del siglo que termina, del milenio que termina, de los dos milenios que terminan, resúmenes de hechos políticos, de vaivenes económicos, de sucesos históricos, de acontecimientos literarios, de incidentes mafiosos, de esplendores deportivos, de avances tecnológicos, de globalizaciones y desmadres, en fin, resúmenes de moda, de bodas y separaciones, de encamaciones y lagartas, de maromos y vividores, de culifinas y culimajos, de carcamales y progretas. ¿Qué voy yo a añadir, pobre de mí, a la interminable, rutilante lista de los resúmenes finiseculares? Hay, sin embargo, algunos acontecimientos que te dejan mal sabor de boca, esa regurgitación de la leche cortada y mal digerida, acontecimientos que han aparecido y desaparecido rápidamente estos días, fagocitados tal vez por el resplandor de las despedidas cronológicas. Y son dos:
Por ejemplo, una jueza de apellido complicado, Belhadj-Ben Gómez, emite un auto «en el que considera que no hay indicios de responsabilidad penal en ninguno de los 25 imputados por la rotura de la balsa minera». Se refiere al desastre ecológico del ‘caso Doñana’. O sea, que da carpetazo a uno de los mayores desastres ecológicos ocurridos en España. O sea, que la empresa propietaria de las minas de Aznalcóllar, Boliden Apirsa, no quiere saber nada porque la verdadera responsable no es ella, sino Geocisa, que no construyó el muro de contención de la balsa como tenía que haberlo construido. O sea, que unos y otros se tiran mutuamente a la cabeza la pelota de la contaminación y, en conclusión, nadie ha contaminado. A veces me paro a pensar por qué la justicia, esa abstracción filosófica, se simboliza con una imagen que tiene los ojos tapados. Debía representarse con los ojos bien abiertos, a ver si no vuelve a repetirse lo del “juez de los vaqueros” (absolución del violador porque una chica con vaqueros es difícilmente violable, si no imposible), a ver si no vuelve a repetirse lo del “juez de la empleada” (desestimación del recurso de una empleada de hogar porque hoy día trabajan poco dada la ayuda que ofrecen los modernos electrodomésticos), a ver si no vuelve a repetirse, o puede evitarse, lo del “caso Doñana” (que aquí ‘to er mundo es güeno’ y que, como no se ve responsabilidad de nadie en el vertido, se archiva el caso). A veces me paro a pensar si no seguiremos aún en los oscuros tiempos del franquismo, aquella paliza atroz al desgraciado que robaba para comer, las fuerzas del orden eran cumplidoramente contundentes, ya se sabe, y aquella absolución descarada al potentado que delinquía. (Jamás olvidaré los alaridos que salían de la cárcel, era por estas fechas, cuando apalearon salvajemente a un vecino. Los niños corrimos a ponernos debajo de las rejas, acorralados por una curiosidad miedosa que nos revolvía las tripas. El desgraciado había robado un gallo al señorón que después abusaría de su hija. Sin embargo, la justicia perdonó al ricacho). Ahora también me revuelve las tripas que, para proteger el sistema ecológico, medio ambiente y tal, se condene rigurosamente, no digo que sin razón, a quien abate una cigüeña o a quien tala una encina y, sin embargo, se libre de responsabilidad a quien(es) ha(n) ocasionado el desastre de Aznalcóllar, más de 30.000 millones para regenerar la zona contaminada.
Otro ejemplo de leche cortada y mal digerida. Los inmigrantes. No entro en el problema legal, esa modulación burocrática de los ‘sin papeles’. Entro en el problema humano. Y me pregunto cómo es posible que se olvide tan pronto a los que fueron a Alemania, a Francia, a Suiza, no hace tantos años. Eran de los nuestros. No había trabajo en España y emigraban para buscarse la gandalla, aunque fuera limpiando la mierda de las calles europeas. ¿Cómo es posible que ahora se les niegue el pan a los desgraciados que dejan lo suyo para venir a buscar aquí aquello de lo que están desposeídos? Hemos olvidado pronto nuestra miseria. Pronto nos hemos creído nuevos ricos, esa petulancia económica que desprecia el árbol del que siempre se fue una rama...
En fin, se ha ido el siglo XX, el de los mayores avances tecnológicos para la Humanidad pero no tanto, tal vez, el de mayor progreso. Así lo atestiguan los horrorosos atentados del hombre contra el hombre y del hombre contra la naturaleza.
Mientras no se encuentre solución a esto, que vayan los tecnólogos (y los poderosos de la globalización) a hablarle de progreso a su padre.

miércoles, 24 de junio de 2009

UNOS DÍAS DESPUÉS
(
4-1-2001)
JUAN GARODRI


Pasó la navidad, la última navidad del bimilenio, la última navidad del milenio, la última navidad del siglo, etcétera. Más difícil que levantarme a las seis de la mañana, por ejemplo, me resulta cumplir la palabra que, de vez en cuando, me doy a mí mismo. Y mira que me pongo serio, esa seriedad del juramento perentorio que uno lanza en actitud de firme ante el altar de la inconstancia, o de la inconsciencia, no sé. Pero ni por esas. Siempre salta de entre las matas de la cotidianidad algún hecho imprevisto que me empuja a romper el juramento. Así que acabo convirtiendo mi interioridad en un depósito de perjurios íntimos. En fin, que me había jurado a mí mismo no escribir ni dos líneas sobre la navidad, porque en todos los periódicos se ha escrito sobre la navidad. Es casi hacer el ridículo añadir dos columnas más al tinglado de la navidad, pensé. Así que este año ni una línea, juré. Sin embargo, ya ves, aquí estoy como un pardillo dándole al teclado para entrar una vez más en el depósito de los perjurios.
Entre Coria y Soria existe una proximidad homofónica evidente, pero existe también una distancia kilométrica preocupante. Se hacen muy largos los 490 kilómetros que las separan. Así que no tienes más remedio que ir dándole cada dos por tres al escáner de la radio para hacer menos tedioso el viaje. (Es un decir, no creas. Resulta abrumador escuchar seis veces las mismas noticias, a lo largo de las seis horas del viaje, política y/o desgracias).
De pronto, mira por donde, coño, otra tertulia. Originalísima. Los tertulianos —dos voces femeninas, tres masculinas, creí distinguir— hablaban de la navidad. Y resultaba apabullante escuchar la sabia contundencia de sus opiniones y el aplomo impresionante de sus rotundas aserciones. (Cuando se permitían el uso recíproco de la palabra, no creas, porque cada dos por tres se la quitaban de la boca, deseosos sin duda de exponer la profundidad de sus opiniones).
Bueno, es que no me escondí debajo del asiento, avergonzado de mi vulgaridad ciudadana, por ser un acto físicamente imposible, dada la dificultad que entraña la conducción de un automóvil desde debajo del asiento. Un gusano, eso me sentía.
Aquellas voces autorizadas, casi más autosuficientes que autorizadas, me atreví a pensar, iban deglutiendo mi autoestima que se derretía en sus labios, al calor de sus argumentos, como un polo de pistachos al calor del sol.
Me echaban en cara que me gustase la navidad, qué horror, esa festividad senescente impulsada por intereses religiosos para desarrollar el alzheimer de la nostalgia.
Me refregaban por las narices que me sintiese atraído por la navidad, qué vergüenza, todo el odioso comecoco educativo con el que me tallaron la cabeza a escuadra cuando era niño, volvía a repetirse, indefectiblemente, durante estos días ñoños y sensibleros de la navidad.
Me echaban en cara que me resultara gratificante la familia, qué asco, esas reuniones de cuñados/as, suegros/as, tíos/as, primos/as y demás parentela cuyo único objetivo de reunión es palmearse la espalda, beber dos güisquis, cenar langostinos y comer el asado de pascua. Y encima había que cantar villancicos, esa manifestación tontorrona de la insulsez musical, y demostrar que la alegría te brotaba de la piel, so pena de aparecer como un bicho más raro que el abuelo de los Simpsons.
Te echaban en cara, qué estupidez, que aceptaras una paz y una felicidad impuestas por decreto, que soportaras unas fechas en las que había que mostrarse amable con todo el mundo, que consintieras un gasto ciudadano socialmente inadmisible, esos árboles navideños cargados con el desperdicio de las cien mil lucecitas, esas avenidas iluminadas hasta la náusea, esos Ayuntamientos adornados con las baratijas del despilfarro.
Ostras, Pedrín, te juro que me sentí como un gusano. Tuve que detener el coche en la cuneta porque, ya te digo, me era imposible conducir desde debajo del asiento. Aquellas voces admonitorias me habían reducido a la sorprendente condición de un reptil semikafkiano.
Apagué la radio y salí del coche, a ver si el aire del atardecer y los dos grados bajo cero del exterior me limpiaban los remordimientos.
Me los limpiaron. Y pensé, distendido, que si al gentío, en general, le atraen estas fiestas (por razones familiares, por motivos religiosos, por la fuerza de la costumbre, por lo que sea), pensé, ya digo, que si al personal le gusta divertirse de esta manera durante estos días, ¿por qué tienen que aparecer los cagaleches progretas, intelectomínidos finiseculares, a joderle la manta de la diversión? ¿No se dedican 364 días del año a conmemorar el 'Día de Algo'? ¿Por qué no puede dedicarse el día 365 a festejar el Día-de-la-Familia-Navideña-Que-Gasta, aunque sea en medio del consumo y el dispendio? ¿Por qué el consumidor navideño tiene que pertenecer necesariamente a una fauna borreguilmente idiotizada? ¿Por qué el generalizado deseo de paz y felicidad tiene que relacionar únicamente a seres estúpidos?
También pensé, con el ánimo casi recuperado, qué coños habrán hecho los tipos/tipas como los de la tertulia durante estas fiestas. ¿Se habrán largado a una isla desierta o se habrán reunido para discutir los idiotipos de un futuro intelectualmente deplorable?
Seguro que el día de Nochebuena apenas disfrutaron. Ni pavo ni champán ni nada.
Sólo tocaron la pandereta de su altísimo descontento.
LO INSÓLITO
(23-12-2000)
JUAN GARODRI


Hay quien piensa, y yo no le quito la razón, que el hecho diferenciador entre las personas se asienta en la veneración de lo inusitado. Una persona es diferente si actúa (o razona) de forma distinta (desacostumbrada o no usual, es decir, inusitada) a la forma en que actúa el resto del gentío. Piensan que, según el dicho del clásico (Aristóteles o alguno de ellos), lo inusitado siempre es sorprendente y, por tanto, fascinante. No obstante, me atrevo a indicar que confunden lo inusitado con lo insólito. Porque aunque ambos términos puedan incluirse en el mismo campo asociativo, el de lo desacostumbrado, existe entre ellos un ligero matiz que los diferencia significativamente en tanto en cuanto lo insólito se define dentro de lo extraño, raro o chocante, dentro de lo inverosímil, en suma, mientras que lo inusitado se refiere más bien a lo inhabitual o infrecuente.
Vamos, pues, por el camino de lo insólito, rozando casi los vericuetos de la verosimilitud. Y así, resulta que el Ayuntamiento (por lo de la cultura y eso) me invitó al acto académico de la Apertura oficial del curso del Centro Asociado que la UNED tiene en Coria. La lección inaugural, Auge y crisis del estado de bienestar, fue dictada por Juan Antonio Gimeno Ullastres, catedrático de Economía Política. El conferenciante se expresó con la claridad y precisión propias de quien se mueve con soltura en su ámbito docente. Hasta aquí, bien. Lo insólito aconteció cuando, de improviso, desde el fondo de la sala, con la fluencia suave del agua, empezaron a sonar las voces conjuntadas del 'Ars Nova' de Pepe Neria. Ya se sabe lo que son los actos académicos, proverbialmente asociados con la pesadez y el ladrillazo. Por eso mismo resultaba insólito que el Veni creator descendiese mansamente, casi como una paloma gregoriana y litúrgica, o que el Gaudeamus igitur se elevase poderosamente, como un águila de la polifonía académica.
Era extraño, sorprendente y casi maravilloso escuchar, en el reducido espacio de la sala, la pureza y gravedad de las voces, tan conjuntadas, tan empapadas, tan plenas de sabiduría musicalmente armónica, en medio de un silencio cuasi religioso, mientras interpretaban una habanera o un villancico. (No sé a qué coños espera 'Ars Nova' para sacar un compacto, o lo que sea, para brillar con luz propia, con tanto zurriagazo enlatado como suena por ahí).
Y no paró ahí la cosa. El vino de honor fue en Casa Campana. (Si TRN no me tira de las orejas por publicidad encubierta, te la recomiendo cuando vengas a Coria). Y allí siguió Pepe Neria con la maravilla interpretativa de su grupo. Las bóvedas del pequeño restaurante y la solidez de la muralla romana conservada en las paredes, absorbía la conjunción de las voces en medio de una sonoridad ultracrónica y medieval. Una delicia. Además del vino y el papeo, naturalmente.
Siguiendo por el camino de lo insólito, no hay más remedio que aludir a la eliminación copera del Real Madrid. Inverosímil. Insólito e inverosímil. Y mira que lo siento por César, a quien saludo amistosamente cuando se da una escapadita por Coria, fue alumno mío, y alguna vez jugué con él al tenis. Pero no encajan los datos. Y en ello reside precisamente la inverosimilitud. El presupuesto del Real Madrid asciende a 33.500 millones de pesetas, el del Toledo a 300. El Real Madrid tiene 62.000 socios, el Toledo 2.000. El sueldo medio de cada jugador del Madrid asciende a 350 millones al año, el jugador del Toledo cobra 4 millones al año. Cada partido en el Bernabéu son unos 90 millones de taquilla, cada partido en el Salto del Caballo 250.000 pesetas. Y va el Toledo y le pega el baño al Madrid y lo elimina. Si esto no es algo raro, chocante, extraño e inverosímil que venga Dios y lo vea.
Aunque quizá no sea tan insólito. Al fin y al cabo, los jugadores puede que no sean iguales en el poderío económico, pero son iguales en la cuna, en la sepultura y en el retrete. Lo insólito, pues, no está en el resultado de un partido de fútbol. Lo insólito está en las diferencias abismales, abisales más bien, esas zonas del mar profundo de las ganancias, que tan injustamente separan a unos y a otros.
Siguiendo los vericuetos de lo insólito, un acontecimiento ha descolocado la tapia de mis verosimilitudes. Siempre se había oído decir de algún despistado que lo estaba «más que una monja en una verbena», dado lo insólito que resultaría la contemplación de una monja saltando alocadamente entre decibelios y cubatas. O que a la tía Ernestina le sentaba el foulard «peor que a un santo dos pistolas», dado lo insólito que resultaría la visión surrealista de un san Francisco armado de canana y dos colts calibre 45, cual un John Wayne de la imaginería religiosa.
Sin embargo, me ha descolocado, ya te digo, el hecho de por sí insólito de que un sacerdote haya apuñalado a otro en Madrid. Esas manos preparadas para el crucifijo, han preferido el puñal. Esas manos ungidas para el perdón, han elegido el odio. Esas manos alzadas para la paz, han proclamado la violencia. Después, incapaz de soportar la oscuridad de su pesadilla, el agresor ha aparecido muerto a las puertas del Retiro, humillado por el abandono surrealista que se compadece en los cuerpos con la obscenidad de la muerte, carcomido por el desamparo suicida de la propia identidad. Me ha descolocado la insólita y sombría naturaleza del asunto, ya te digo.
Mi tío Eufrasio me dice que estoy rozando los límites de la cutrería columnística, que el buen artículo tiene que referirse a un solo tema, tocarlo, comentarlo, desarrollarlo.
—Lo sé —le digo—, pero no he podido sobreponerme a la pluriforme influencia de lo insólito.
Le he prometido la enmienda.
ESPONGIFORMIDAD LITERARIA
(13-12-2000)
Juan Garodri




Salvo los letraheridos, plumíferos, escritores, escribientes, escribidores, plumillas y aficionados a lo de los libros, en general, y a la cosa lectora, en particular, pocos se han enterado del casposo acontecimiento del ‘canon’ de Guadalajara (México).
Vale, vale, ya hablé de ello la semana pasada, así que no te impacientes, colega, no voy a repetirme. Estaría feo. Solo pretendo decirte que, salvo en el mundillo de la cultura, pocos se han enterado. Así y todo, persevero en mis trece denunciadoras de lo casposo, a propósito del artículo que J.J. Armas Marcelo escribe en El cultural (ABC) del pasado sábado. No tiene desperdicio.
Y es que lo del «cainismo y el ninguneo intelectual y literario en función de intereses» es algo así como una enfermedad oculta, (preterida en el tiempo y en los despachos para que el personal desconozca la descomposición y la mala leche que agita a los letraheridos), un cainismo aquejado, me atrevo a comparar, de esa encefalopatía espongiforme, no sólo bovina sino literaria, que instala al enfermo en la demencia y deja el cerebro como un colador, lleno de agujeros, y al afectado de lo de Creutzfeldt-Jacob lo instala en el aire de las zapatetas para «poner en vigor a rajatabla la nefasta ley de que todos nuestros amigos son espléndidos escritores, aunque no lo sean, y todos los enemigos son pésimos escritores, aunque sean espléndidos y no lo sepamos». Como un colador, el cerebro como un colador, ya te digo.
Y es que muchos letraheridos son auténticas “vacas locas”, enfermos de la cosa espongiforme, latente en ellos durante años para, de pronto, hacerse patente con las cuatro cosas que publican, pavos instalados en el corral de los intereses editoriales.
Así que ha cundido la alarma porque Juan Manuel de Prada y otros olvidados en el libro oficial de la FIL de Guadalajara han tirado de la manta. ¿A quién interesaba mantener oculta la “espongiformidad”, esa encefalopatía literaria que no por furtiva era menos real en el cerebro escritor de muchos?
Ya escribí en cierta ocasión sobre “Lecturas buenas y malas”, aquel libro del P. Garmendia de Otaola que nos imponían de estudiantes como 'canon' de lectura. La obra constituía una referencia obligada para elegir lecturas que no precipitaran tu alma en las llamas ardientes y sulfurosas del infierno. Una obra para elegir lecturas buenas, digamos. Todo cuanto atentase contra la fe y la moral cristianas, aunque fuese de refilón, caía en la gehena de lo pecaminoso. Ilegible, por lo tanto. Menéndez Pelayo era don Marcelino, el historiador crítico-literario más importante, el sabio más sabio de todos los polígrafos (y quizá lo sea). Pemán era el poeta y dramaturgo más celebrado por su indudable facilidad literaria. ¿Qué fue de ellos? Causaba risa, cuando no bochorno, citar a Menéndez Pelayo o a Pemán.
—Pero de dónde ha salido este tío, decían al desavisado, pero si estás más anticuado que los balcones de palo, hombre.
Y nadie los citaba.
¿Por la escasa calidad de su obra literaria? ¿Por la endeble y nula capacidad investigadora? No. Eran escritores de arraigadas convicciones católicas. Por eso nadie los citaba. ¡Qué horror! Una cita de esos carcas bastaba para convertir al citador en un meapilas literario.
Algo parecido ocurre también ahora. Ya he leído por ahí diatribas más o menos furibundas, por citar dos ejemplos, contra Alfonso Ussía porque es descaradamente de derechas (defiende el concepto de España como Patria, o así) y contra Juan Manuel de Prada (ha manifestado opiniones contrarias al aborto y lee los Evangelios).
Y yo me pregunto, abobado que es uno, si la encefalopatía espongiforme literaria induce a los afectados a enjuiciar la obra de tal o cual autor por su calidad literaria o por sus ideas y afinidades. Y parece ser, por lo que se lee estos días, que los “vacas locas” literarios van derechos a cargarse no al escritor que muestra la penuria del lenguaje o la pobreza del talento, sino al que se muestra reacio, o contrario, a incrustarse en las filas del amiguismo, aunque utilice un lenguaje excelente y esté dotado de un talento portentoso.
En fin, amigo. La alarma de las vacas locas se ha extendido como se extiende la mancha de gasoil por las costas. Lo terrible es ese misterio letal que encierra la enfermedad, lo terrible es esa libertad de que goza el agente patógeno, mortal y desconocido. (No falta quien asegura que todo es un montaje de 'Quien Sea' para hundir el precio del vacuno y elevar la cota de mercado de porcino y avícola, vete tú a saber cómo andan las granjas editoriales).
Lo terrible, en fin, es que las víctimas —lo leo en El país— sufrirán insomnio, pérdida de memoria, depresión, ansiedad, retraimiento y temores. Lo terrible es que a muchos escritores el cerebro se les convertirá en una esponja irreversible, renuente al unte.
Ya me veo en el hospital, aquejado de espongiformidad cerebral, escribiendo misivas a las enfermeras en las que las llamo gaviotas, dueñas y señoras de terapias y desinfecciones, a todas horas, todo el día revoloteando con sus batas blancas como gaviotas en los basureros, debido tal vez a la contemplación despectiva de culos, barrigas y otras vergüenzas celulíticas, qué otra cosa son sino basureros y depósitos de detritus las vomiteras, las vendas sanguinolentas, los escupitajos, las gasas coronadas de pus, las úlceras y metástasis, las invaginaciones y reblandecimientos, las escrófulas y la colibacilosis, por no citar las partes blandas bien rellenas de incubaciones mondonguiles y de secreciones cancerosas y sanguíferas, como gaviotas en un basurero, eso son.
Y van y me premian por presentarme al concurso de la encefalopatía espongiforme.
DINASTÍA CASPA
(6-12-2000)
JUAN GARODRI


Aburrido de la diaria y pringosa melopea televisiva, ese canto monótono a la vulgaridad de la caspa y los desaciertos nacionales, voy y me refugio en la lectura de los clásicos, en Aristófanes, por ejemplo, a ver si consigo equilibrar las altas dosis de adrenalina que, normalmente, empujan al desquiciamiento conceptual. Así que rescato de la estantería Las aves para disfrutar, con sus burlas y su humorismo chispeante, del hastío que envuelve a Pistétero y a Evélpides, representantes de las aspiraciones de la sociedad de entonces. Asqueados de su ciudad, huyen al desierto orientados por las aves. Guiados por una abubilla, fundan una ciudad en la que pronto ven chafados sus anhelos de cambio, porque también aquí empiezan a pulular personajes que viven al margen del trabajo y que pretenden enriquecerse a costa de los demás: un soplón, un mercader de secretos oficiales, dos poetas (no podían faltar los escritores), el sacerdote, un oráculo (para que luego digan que los Rapeles y pitonisos son cosas de ahora), el inspector (la policía también andaba a vueltas con la pringue), y un geómetra, aquellos representantes de la cosa científica, más podridos que las aguas de Internet. Todos ellos fueron los primeros vástagos de la dinastía Caspa.
A lo largo de la Historia, se ha ido ramificando el árbol genealógico de la dinastía Caspa. Y ha llegado hasta nuestros días. Dos botones (de muestra) del eternamente floreciente árbol de la dinastía Caspa: 1. Tamara, 2. El "canon" de Guadalajara. Veamos.
1. Tamara. A pesar de la resonancia magnética que dicho nombre ejerce sobre las descoyuntadas articulaciones de la sociedad, yo no tenía ni pura idea de ella. Confieso que soy un desconocedor patológico de la música (ruidos) actual. Así que, cuando los amigos hablaron de Tamara, casi hice el ridículo. Llegué a casa y me propuse descubrir, a través de Internet, quién era. Descubrí lo siguiente: «Hembra dudosa y orgulloso epicentro del meollo. Canta, es un suponer, el tema "No cambié". Su oscuro pasado es objeto de especulaciones varias que se revelan al espectador con sádica periodicidad en programas televisivos de la calaña de Ahora (A3) y Crónicas marcianas (T5)». Tamara tiene exnovios vengativos, manipulados por Paco Porras, sedicente aristócrata porque su casa dispone de capilla y porque se cuelga de las orejas hojas de perejil. Fue descubierto por Alfonso Arús, especialista en sacar de la nada a todo freak que esté dispuesto a hacer el ridículo delante de una cámara de televisión.
Y hay más caspa, no creas. Nuria Bermúdez, famosa por haberse acostado con el ex de Rociíto (Antonio David), por haberse acostado con Dinio (el actual novio de la Marujita Díaz), y por haberse acostado con todos los hermanos de Dinio. Mucho sueño debe de pasar, la pobre, para calzarse tantas horas de cama.
A este pelotón de caspa, hay que añadir la seborrea de Leonardo Dantés (famoso, entre otras cosas, por ser el compositor del "No cambié") y la figura de mujer fatal de Loli, la "Lady Godiva del extrarradio", que dice ser la auténtica voz del "No cambié" y que le va a dar una hostia a los otros si no dejan de hablar de ella. Un cubo de asco, tanta caspa.
2. El "canon" de Guadalajara (México). Esta caspa es casi peor que la de Tamara. Porque la caspa de Tamara aparece en la sucia cabeza de la carnaza. Pero la caspa del canon de Guadalajara (México) aparece en la refinada cabeza de la cultura. No es lo mismo que la caspa aparezca en una cabeza sucia que en una cabeza lustrosa. Repugna más la caspa en la cabeza limpia. Y se supone que los escritores tienen la cabeza limpia (aunque sólo sea metafóricamente).
Es el caso que, en la Feria del Libro de Guadalajara (México), va el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (España) y presenta un libro en el que aparece una (pre)determinada lista de escritores. El follón se ha organizado porque Juan Manuel de Prada (no sé si en plan suicida o no) va y critica con dureza la selección y asegura que en España existe "un canon literario falso", canon propugnado por «ese espíritu cainita que alimenta la división de los escritores entre los míos y los de la competencia, según el periódico en el que colaboran». Y se tira de cabeza al agua cuando afirma que este "canon" literario está engordado con los escritores que colaboran en esa 'ideología mediática'. Los demás, ninguneados (se refiere, evidentemente, a El País).
Sea como sea, lo cierto es que a mí me produce un repeluzno imponente la contemplación de tanta caspa en la noble cabeza de la cultura. (No anda descaminado Juan Manuel de Prada: aunque a niveles inferiores, yo mismo fui excluido del jurado de un premio literario por ser de ideología diferente a la de los organizadores. Y aunque la cosa me la deja floja, desde entonces me la cojo con papel en asuntos literarios. Por lo del asco que me da la caspa).
Pienso, no obstante, que no es lo malo la aparición de la caspa. Lo malo es la causa que la produce. Peor aún, lo malo es la intención perversa (que viene de arriba) de que no se agote ese aumento patológico de la secreción de las glándulas capilares. ¿Por qué las glándulas sebáceas se ponen a secretar entre los pelos para, una vez seca la secreción, convertirse en caspa? ¿Qué elemento fisiológico impulsa la secreción? ¿Qué poder está interesado en que no dejen de secretar?
No es lo malo Tamara. Lo malo son esos cráneos privilegiados que impulsan en las pantallas televisivas, en las ondas de la radio, desde arriba, la secreción de la caspa para que, al generalizarse, el personal se acomode a la suciedad como cosa natural. También los cerdos se acomodan a la suciedad como si tal cosa, sin cuestionarse la naturaleza de la mierda. Por lo mismo, no es lo malo el canon de Guadalajara (México). Lo malo es el impulso de la seborrea mediática, desde arriba, de forma que, pringada por ella, no se considera la obra literaria en sí misma, sino en tanto en cuanto su autor sea proclive a cobijarse a la sombra sebácea de los poderosos. Todos ellos son eslabones, no tan perdidos, de la dinastía de la caspa.
¡Mierda!.
POBREZA DE PLÁSTICO
(29-11-2000)
JUAN GARODRI


Bueno, pues llega diciembre y, como te descuides, puedes convertirte así, como quien no quiere la cosa, en pobre.
Hay muchas maneras de conseguir la categoría social de pobre. Ya sé que si cito a Marcial me pongo fino, culto y latinista. Pero a ver, quien tuvo retuvo, que se dice. Y Marcial, en alguno de sus epigramas, dice: Non est paupertas, Nestor, habere nihil. O sea, que la pobreza no consiste propiamente en carecer de todo. Tal vez consista, por el contrario, en poseer todo. Porque la esquizofrenia del gentío se aferra a la posesión como los gatos al tronco que los salva del hostigamiento. Y resulta que cuanto más se posee más necesitado se encuentra el personal.
Así que, por mucho que tengas, siempre habrá alguien que te considere pobre, ese menosprecio distante con el que te sitúan en la esfera de la indigencia. Si no tienes móviles, por ejemplo. Y lo digo en plural. Porque tener móvil, uno solo, es cosa de pobres. Hay que presumir de movilización familiar, si pretendes ser alguien. La mujer tiene móvil, si no a ver cómo contactas con ella a la salida del trabajo para tomar los vinos. La hija tiene móvil, con buzón de voz y con correo electrónico, salvo que te arriesgues a no comprárselo y a soportar su desdén hogareño, ese morro perpetuamente inflado que las adolescentes ostentan, como si la familia, la sociedad y hasta el mundo entero estuvieran en sempiterna deuda con ellas. El hijo tiene móvil para lanzar mensajes a los colegas, sin ton ni son, salvo que te haya caído un mirlo blanco que, en vez de utilizar sin descanso el móvil, se pone a estudiar sin hacer ascos a los programas plastas del instituto. La empleada de hogar tiene también su móvil, no creas, has tenido que comprárselo, más que nada, para cerciorarte de que no se despista viendo la telenovela de las doce y reboza las albóndigas a la hora precisa. Cinco o seis móviles a disposición del personal de casa. Nadie puede considerarte un pobre.
Hay otras muchas maneras de convertirte automática y socialmente en pobre. Bueno, si no dispones de televisión digital vía satélite (no sabes bien lo que te pierdes, más de cien programas de todo tipo, una maravilla), no es que te conviertas en pobre, es que te conviertes en paupérrimo. Un menesteroso, ya te digo, afectado de indignidad suprema, eso eres si no dispones de abundantes canales televisivos.
Y si te asomas al mundo de la informática, ni te cuento. Ahí sí que hay pobres. Y es que es increíble. Pero cómo es posible que haya todavía gente con ordenadores de 133 megaherzios y 16 megas ram. Absurdo. Con la maravilla tecnológica de que dispone el hombre actual, fíjate, más de 800 megaherzios y 128 megas, y eso lo elemental, que puedes ampliar la potencia de tu ordenador hasta el infinito. Y las impresoras, calidad fotográfica con una resolución de 600 x 1.200 puntos en color y una velocidad de 0,13 páginas por minuto.
¿Que no tienes escáner? Pues es como si faltase el florero en tu mesa de trabajo. Pues en Internet ni te cuento, puedes conectarte a un servidor FTP y bajarte todo tipo de documentos. Un desventurado tecnológico, eso eres, más pobre que las ratas si no dispones de todos los artilugios de la ciencia actual. No sé ni cómo te atreves a salir a la calle.
Ahora, lo que te confirma realmente como perteneciente al gremio de la pobreza social, es precisamente eso, salir. Te decía al principio que llega diciembre y corres el riesgo de convertirte en pobre. ¿Cómo? Si no sales. Más: si no sales a cenar. Ya se sabe que en estas fechas todo el mundo sale a cenar. Cualquiera conoce el mejor restaurante, el más barato, el más chic, el más elegante, el más retro, el más de época. Y la discusión está servida.
—Oye, no vas a ir a un local en el que mucho mantel y mucho cristal de Bohemia y luego sales con más hambre que entraste.
—Pues qué quieres, no vamos a ir a un sitio pringoso, con servilletas de papel y mierda hasta en el borde de los platos.
Así que hay que salir a cenar. La cena social de Unicef para que el personal advierta que estás sensibilizado con el problema del hambre en el mundo. La cena de la nueva parroquia, tocado uno por la reminiscencia religiosa. La cena de la asociación ecologista, con la sensibilidad a flor de piel por los desastres naturales. La cena de los socios del Atleti, heridos y chamuscados por las llamas del infierno de la Segunda y el peligro de la Segunda B. Hay cenas para todos los gustos. Desde las viudas hasta las asociaciones de caña y tiro.
Así que, ya te digo, corres el riesgo de ser un pobre. Y no hay más remedio. Porque si no sales a cenar las seis u ocho veces que las cenas se te ponen a tiro, es cuando ya te conviertes en pobre de verdad, cuando ostentas una pobreza superlativa y recóndita, ese desprestigio del indigente que no merece la conmiseración de quienes se consideran dotados del don de la riqueza. Aunque la riqueza sea de plástico.
Y es que en la tarjeta de crédito está la raíz de su corazón.
PAPEL HIGIÉNICO
(21-11-2000)
JUAN GARODRI


Hacía tiempo que no sabía nada de un colega al que conocí hace unos años, cuando 'predicábamos' por los Ceps la implantación de la Logse. Insistíamos mucho en que era una extraordinaria Ley de Educación, aunque nunca llegué a comprender por qué nos empeñábamos en afirmar que, sobre todo, era una ley progresista. Tal vez la afirmación de progresía se debiera a la imposición, más que al convencimiento, de que los procedimientos de adecuación de la enseñanza significativa fundamentados en orden a los principios basamentales de la psicología evolutiva no pueden secuenciarse integralmente si no es en base a los marcos de contenido de la evaluación formativa que contempla de forma sistemática la integración total de la mujer y su rol en el proceso de enseñanza-aprendizaje del entorno significativo de cara a los planteamientos actitudinales y libres que es lo que en realidad fundamenta el conjunto progresual del acto educativo dentro de un acuerdo marco docente y pluralista. (¡Flop, aire!).
Así que ayer entré en Internet y me encontré con las noticias del colega. Me había enviado un e-mail que decía así:
«Mi muy estimado Juan: Supongo que seguirás por los medios de comunicación la cantada de la ministra. Todavía no se han apaciguado las aguas del decreto de Humanidades y ahora nos sale con el de las Enseñanzas Mínimas. Vamos, que quieren cargarse la Logse y, lo que es peor, el espíritu de la Logse, la educación, en definitiva. Como sigan así, nos obligarán a volver al desarrollo de los conceptos y los conocimientos, tendremos que volver a la actividad retrógrada y antiprogresista de imponer a los chavales la adquisición de aquello que llamaban “los saberes”, como si la fundamentación psicológica se asentara en la enseñanza en lugar de asentarse en el proceso educativo. Fíjate, qué insensata la Ministra. Es que la ha cagado. Pretende sustituir con horas de Historia las horas del diálogo educativo y de los debates en las aulas, ninguneando las actividades formativas, cuando es en ellas donde se sustenta la esencia del acto educacional. Olvida la Ministra, o lo ignora, que no hay nada más importante, desde el punto de vista de un itinerario educativo, que el hecho de contrastar opiniones acerca de las capacidades individuales para interpretar el entorno interpersonal y social, para utilizar adecuadamente fuentes de investigación medioambiental, para elaborar pautas en las que fundamentarse en el complicado proceso de transición a la vida adulta, para reflexionar sobre las intrincadas responsabilidades de la convivencia cívica, para trabajar, en fin, en su propia formación integral de ciudadanos y ciudadanas responsables, democráticos, europeos y libres. ¡Y quieren cargárselos! ¡Quieren cargarse la educación, quieren cargarse la relación humana y dialogante, cuando esto es lo que constituye la máxima expresión, la quintaesencia del trabajo asentado en las profundas convicciones de la tarea educativa! Así que la ha cagado, la Ministra. Y va y pretende sustituir las tareas escolares con horas de Historia, cuando es bien sabido que la Historia no existe. Así, al menos, lo afirma Manuel Vicent, pedazo de escritor, en su última de El País, «la Historia no existe», dice, «sólo es ideología». Ahí está el busilis de la cuestión. Porque «depende de cuál sea la ideología del poder en cada plan de estudios una u otra bandera será desplegada ante unos chotos llenos de granos que ocupan las aulas». Frase extraordinaria de Manuel Vicent, pedazo de escritor, si no fuera por lo de los chotos. Habrá que perdonarle la alusión despectiva hacia los alumnos, alejado como está de la tarea de las aulas, concentrado en su propio talento. Y no sólo con el decreto de Humanidades. Es que ahora la sigue cagando la Ministra cuando amenaza con la imposición de las Enseñanzas Mínimas al curso que viene. Ahora que estábamos a punto de conseguir una nueva optativa, nos la chafan. Una optativa tan importante para desarrollar la igualdad entre los sexos, Plancha y Costura creo que iba a llamarse, los alumnos aprenderían a coser un botón sin pincharse y a planchar una camisa sin quemarla, en Holanda lleva más de cien años como asignatura, perdón, como materia obligatoria y los holandeses son pioneros en lo de la igualdad y no, como cree la gente, en lo del queso, los molinos y los sex shops, que hay muy mal intencionado por ahí. Así que nos han birlado lo de Plancha y Costura porque al ampliar las horas de Historia, Lengua y Matemáticas, esas antiguallas de la conservaduría derechona, hay que reducir necesariamente las horas dedicadas a los itinerarios educativos. Y así pasa lo que pasa. Si el sistema se empeña en poner obstáculos a la educación, obsesionado por la adquisición de conceptos y conocimientos, no es de extrañar que surjan casos como los que han surgido estos días en Huelva, en Granada o en San Roque, Telecinco lo ha difundido, no te miento, el día 18 en el telediario de las tres. No es de extrañar que los alumnos se obstinen en agredir a los profesores, perseveren en el deterioro del material escolar, se afiancen en actitudes ultrajantes y, en fin, eructen como hipopótamos y se tiren pedos como caballos. En fin, amigo Juan. No sé adonde iremos a parar. La cagada de la Ministra va a untar de ignominia la idea de una educación progresista».
Imprimí la carta y me dispuse a leerla con detenimiento, olvidada como tengo la fraseología educacional. En estas que llega mi tío Eufrasio.
—Qué haces —me dice.
—Nada —le digo—, aquí leyendo el correo electrónico, mira a ver si te interesa el contenido.
Leyó el folio impreso con cierta reticencia. Cuando terminó, me puso la mano en el hombro, me miró despacio y me dijo:
—No te sugiero que te limpies con él porque el papel higiénico es más suave.
Y se fue.
LA ENCUESTA
(14-11-2000)
JUAN GARODRI


Esta mañana me eché a la calle y me dio por entrevistar a quienes me encontraba, más o menos conocidos. (A otros les da por subir sin tino los carburantes y nadie les dice nada). Había sacado del cajón una grabadora que me regalaron por mi cumpleaños y, con ella en el bolsillo alto de la chaqueta, bien disimulada, me arrogué el papel de encuestador y me fui acera abajo, ya digo, a ver si encontraba a alguien que tuviera cara de sufridor y aspecto paciente. Tampoco era cosa de importunar a alguno que te mandase con cajas destempladas más allá del extranjero. El resumen de las entrevistas es el siguiente.
Ay amigo, en todas partes cuecen habas. Ocurre, sin embargo, que el cocimiento es diferente según sea la destreza del cocinero y según aguante el estado del puchero. Sin ir más lejos: el pucherazo de las elecciones USA.
Es admirable, por no decir sorprendente, la extraordinaria amabilidad de los presentadores televisivos, corresponsales, enviados especiales y demás fauna noticiera, cuando nos largan (a todas horas) el diluvio informativo de las elecciones USA. Festejan el inusitado e insólito barullo del resultado electoral norteamericano como si se tratase de una travesura política propia de niños ricos y educados a los que se les hubiera escapado un pedo en la cena de cumpleaños de mamá. Todavía no he observado en los comentarios de prensa ni en los informativos de televisión una crítica seria, un comentario que censure con dureza el escándalo que, a nivel mundial, se ha organizado por esa tomadura de pelo electoral que intenta arrimar a su sardina política los resultados de unas elecciones supuestamente manipuladas por el poder económico. Ya te digo, todo quisque les ríe las gracias a esos niñatos republicanos/conservadores como si la magnitud del pucherazo fuese cosa de travesuras democráticas.
Después del despliegue de medios para ‘cubrir’ el evento, después de anunciar la ‘primicia’ del triunfo republicano, después de aparecer en los teletextos la victoria de Bush y su autoproclamación de Presidente electo, a más de uno se le ha quedado cara de tonto, ese aspecto bobalicón del que tiene que tragarse sus propias palabras. Jamás unas elecciones presidenciales habían sido aireadas de forma tan espectacularmente descomunal, jamás unas elecciones presidenciales habían costado tanto dinero.
Piensa, amigo, qué hubiera sucedido a nivel informativo si el pucherazo hubiera sido en uno de esos países que no tienen una democracia consolidada, según dicen, esos países que se debaten en la frontera de la indigencia y en la miseria de la renta per cápita, esos países que se esfuerzan por eliminar las dictaduras y encarar el futuro con un poco de esperanza. Piensa, amigo, que hubiera sucedido a nivel informativo si el pucherazo hubiera sucedido en España.
Pero no. El supuesto pucherazo USA ha sido cosa de ricos, el país más poderoso de la tierra puede permitirse esas zapatetas en el vacío, tal como los niños de papá se permiten llevar los pantalones rotos en la fiesta del feliz aniversario. Hay quien opina que el pucherazo USA (esa noche electoral interminable, esa semana en la que los EE.UU han hecho el ridículo más trepidante acosados por el temblor del miedo) no es otra cosa que una formidable batalla política capitaneada por los grandes poderes económicos, que son los que luego se cobrarán con creces la inversión. El dinero. Cientos de millones de dólares. Pregunto que quién lo regala, y el interpelado me mira con incredulidad, como si yo tuviera cara de haberme caído de un nido.
—Nadie regala nada —me dice—, y menos todavía dinero, y menos aún dinero destinado a la cosa política, todos los que han financiado las campañas de Bush y Gore esperan sacarle la manteca al tocino, esperan recuperar con creces, más del mil por cien acaso, la inversión. Son los que mandan. Los Gobiernos no tienen más remedio que hacerles caso y, tal vez, no tengan más remedio que legislar según los intereses de quienes le apoquinaron la pasta. (Aunque lo disimulan con los debates políticos en los Congresos y, para que no se note, le echan de comer abundantemente al gentío, y convierten el panem et circenses de los romanos en el 'sexus et futbolenses' de las teuves, para que el personal se adormezca y no rechiste por la subida de los precios y de los impuestos, a pesar de la cacareada propaganda gubernamental de que los bajan. España, sin ir más lejos: ha subido la presión fiscal el doble que la Unión Europea en los últimos cuatro años...).
Te decía lo que muchos piensan, o sea, que los Gobiernos tienen que hacer caso a los magnates que les prestaron el dinero. De ahí el cisco que se ha organizado en los Iunaitesteis, porque el que no gane las elecciones presidenciales se va a ver morado para devolver los gigantescos préstamos y, si no los devuelve, el prestamista no cobra. De ahí el órdago de Bush para que no se admita la intervención judicial en el recuento de votos, qué ocurrente el Bush, ahora reclama a un juzgado de Florida que prohíba el recuento manual en cuatro Condados. Bien le habrán tirado de las orejas sus patrocinadores.
En definitiva, el país más poderoso del planeta, el país donde los ricos son más ricos (no es lo mismo asegurar que ‘es el país más rico’, ahí están sus cuarenta y cinco millones de pobres), el país con la estatua a la libertad más institucionalizada, el país, en fin, más democrático del mundo ha dejado a la democracia con el culo a las goteras.
Tal vez la democracia esté envejeciendo y haya empezado a dejar de ser el menos malo de los sistemas de gobierno.

martes, 23 de junio de 2009

LA ENGAÑIFA
(7-11-2000)
JUAN GARODRI


Si tú vas y utilizas un aforismo como el de homo homini lupus, se ve que a través de él pretendes ilustrar la idea de que el hombre (y la mujer, lejos de mí la discriminación por razón de sexo) se ha convertido en un lobo que mata indiscriminadamente a sus semejantes.
En el mundo de los negocios, unos se devoran a otros de forma ignominiosa, casi cruenta, montados en la descarada pantalla de la competencia. En el mundo de la comunicación, unos medios intentan engullir a otros, cuidadosamente preparan para ello sus jugos gástricamente publicitarios, véase, si no, el montaje escandaloso de la telefonía móvil. En el mundo del comercio, ya se sabe, los megasuperhipermercados, templos erigidos y consagrados al dios del consumismo y de la estupidez monetaria llamada globalización, emiten sin parar sus particulares seudópodos, esas prolongaciones protoplasmáticas de la competencia especuladora para fagocitar despiadadamente la sangre que se halla en las células del pequeño comercio.
En riguroso paralelismo formal con el aforismo anterior, se me ocurre otro, basado en el apotegma bíblico de omnis homo mendax, y que me atrevo a formular así: homo homini mendax. Quizá Talleyrand, obsesionado por ello y por la conjura del 18 Brumario del año VIII, escupió la frase tal vez certera y desde luego desasosegante, de que «la palabra le ha sido concedida al ser humano para ocultar el pensamiento».
a) Omnis homo mendax. Yo seré un exagerado, pero si se atiende a la intención humana, casi podría afirmarse, con esa certidumbre que confiere la proposición silogística, que 'todo hombre es mentiroso'. (Y toda mujer, lejos de mí la discriminación por razón de sexo). Es así que Casio es hombre, luego Casio es mentiroso. La cosa está en probar 'la mayor'.
Veamos. Al parecer, se tiene como característica de los seres humanos la propensión a ocultar el pensamiento. Nadie va por ahí diciéndole a la señora presidenta de la Sociedad Protectora de Envases de Vidrio y Cartones (SOPEVICA) que posee un trasero, por ejemplo, de considerable tamaño y redondez, aunque todo el mundo lo piense, y que en esas amplias redondeces se coordinan de forma colegiada, eso sí, el bingo, las merendolas y las copichuelas con que las asociadas disfrutan habitualmente en la sede, aunque no sea más que para librarse de la sombra alargada y espesa de los maridos. Al contrario, se le da la enhorabuena por el singular funcionamiento de la Sociedad y por el excelente sabor del sofrito de brotes de ajo.
Nadie va por ahí diciéndole al fontanero de la esquina que está macizo y crujiente, como pan recién salido del horno, pero la incubación del deseo anida en el pensamiento.
Ningún profesor dice al alumno que le gustaría pegarle una buena patada, bien asentada en el escroto, a ver si dejaba de eructar provocadoramente, como si la clase fuera una cuadra, y que vaya a tirarle pedos a su madre. Al contrario, lo soporta servilmente (para eso cobra ¿no?) y encima le recomienda tres actividades de recuperación de actitudes. Pero lo del punterazo lo lleva clavado en el pensamiento.
Ningún obrero dice al capataz que tiene más flequillo que Hitler, ninguna dependienta dice al jefe que le asquean sus ojos sobones, ningún pariente le dice al cuñado que se acabó el saqueo de las reservas de güisqui, ningún juez dice al reo que le gustaría pegarle un par de hostias (¿o lo dice?). El personal adopta actitudes mesuradas y camina cabizbajo ingeniándoselas para ocultar civilizadamente sus pensamientos destructores mientras sonríe al importuno que le chafa las pretensiones.
b) Homo homini mendax. Hay quien asegura que la actividad principal de medio mundo es la de engañar al otro medio. No tienes más que observar, sin ir más lejos, los tejemanejes de los gobernantes, esos síntomas de cinismo con los que pretenden considerar a la ciudadanía como la pollada de gurrilatos a punto de caerse del nido. Lo de la subida de los carburantes. O lo del 'Tireless', sin ir más lejos. Una mentira clamorosa en la que se ha enredado el Gobierno, con espectacular bajada de pantalones por parte de quien tenía que mantenerlos bien alzados.
Pero aquí somos más papistas que el Papa. Es cierto que hemos disfrutado de poca libertad y de escaso progreso. Pero una vez conseguida aquélla (según se cree) y desarrollado éste (según se afirma), somos más libres y progresistas que nadie. Mentira. Franco engañaba al gentío con las concentraciones multitudinarias en la plaza de Oriente, el ilegítimo esplendor de los desfiles militares, la exaltación patriótica de las corridas de toros y la envergadura colosal de los pantanos. Ahora nos engañan son el señuelo de la libertad y el del progreso.
Es escandalosa la alarmante subida del gasto telefónico familiar a causa del (ab)uso de la telefonía móvil por parte de los adolescentes, engañados por la publicidad 'progresistamente tecnológica'. Es escandaloso el engaño en el que el actual sistema educativo tiene sometida a la sociedad, engaño que sustenta la cotidianidad de muchos institutos en los que va instalándose la agresión verbal e incluso física, agresión que va intensificándose poco a poco con esa presencia constante con que los gusanos germinan dentro de un cadáver. La agresión repugna a todo el mundo. Y se sataniza, pero no se erradica. Es prácticamente imposible. Todo lo contrario: se consiente.
El Real Decreto 732/1995, de 5 de mayo, por el que se establecen los derechos y deberes de los alumnos y las normas de convivencia en los Centros, los protege hasta el punto de hacer creer que son los profesores (o la sociedad) quienes deterioran el proceso de su educación. En este contexto, cualquier amenaza es una represión, cual­quier sanción es una senilidad, cualquier expulsión es una decrepitud. Es un engaño que no conmueve a los políticos ni aparece en los medios de comunicación "sobre todo en los públicos, —leo por ahí— siendo noticias habituales de éstos, que en un instituto conectaron a Internet unos ordenadores". Es el ¿engaño? del progreso.
No me extraña que empiecen a escasear los profesores y que llegue el día en que haya que importarlos de Nueva Zelanda, como ocurre en Inglaterra.
Mientras tanto, se sigue discutiendo si el Tireless está "changao" o no. (Trillo dixit).
MORIR
(30-10-2000)
JUAN GARODRI


Para empezar, ahí va una pregunta intempestiva. ¿Dispone el hombre actual de ‘valores’? Ya sé que no resulta apropiado, desde el punto de vista de la retórica (la praesentatio era, o algo así), empezar el discurso con una interrogación directa. Más que nada por el sobresalto que se ocasiona al personal, porque aún no se ha acomodado en la butaca y ya lo estás obligando a que acometa la fastidiosa tarea de pensar.
Así que voy y pregunto, de buenas a primeras, por los valores. (En realidad me lo pregunto a mí mismo, es mi propia pregunta, pero a ver, si uno exterioriza las obsesiones parece que con ello se atenúan, o se espantan, las incertidumbres).
No sé si habrá alguien que lúcidamente admita hoy, a lo que se ve, la teoría de los valores, o la filosofía de los valores o, en fin, la ética de los valores. No me refiero, naturalmente, al ‘moralismo’ (que pretende hacer de lo ético la base de lo metafísico, esto ya lo explicó Kant), ni me refiero a la ética de la utilidad, esa especie de eudemonía del interés propio que convierte el provecho del individuo en único criterio de lo moral, utilitarismo que por otra parte no es de ahora, ya lo desarrolló Jeremy Bentham a principios del siglo XIX.
Me refiero, naturalmente, al concepto filosófico de ‘valor’, esa cualidad que poseen algunas realidades del espíritu por la cual son estimables, y que son explicadas por la ética (filosofía moral) como hechos morales, es decir, preceptos, normas, actitudes e incluso manifestaciones de la conciencia como patria, honor, religión o virtud. Así que volvamos a la pregunta inicial. ¿Dispone el hombre actual de valores, o al menos dispone de ellos, o los posee, tal como se cree que los poseía en épocas pasadas?
En otros tiempos, según cuentan, los valores constituían un patrimonio (se supone que espiritual, y al decir espiritual me refiero a cualquier actividad que procede del espíritu) tan importante que muchos preferían morir, o eran alentados a morir, antes que perderlos. Se moría por la patria, se moría por Dios, se moría por la virtud, se moría por el honor. Otra cosa es reflexionar sobre quiénes imponían esos conceptos como valores que había que conservar y defender. Pero esto es tema para otro día.
¿Épocas de valores sólidos? Puede ser. Pero de la misma manera que se moría por la patria, se mataba por la patria. Dentro del conjunto de valores, gozaba de lugar privilegiado el de ‘morir’ por la patria. Jamás se consideró (o se disimuló, al menos) como un valor ‘matar’ por la patria. Sin embargo, cualquier acontecimiento histórico lo demuestra. Dentro del mismo bando unos morían por la patria, los que caían en el campo de batalla, y otros mataban por la patria, los que cantaban la victoria. También se moría por Dios. Los mártires, los santos, los misioneros entregaban su vida por Dios. (También se enarbolaron banderas para matar en nombre de Dios, no creas. Y aún peor: se mezclaron los conceptos de Dios y de Patria y se le roía el coco al personal para que muriese/matase en nombre de ellos). No sé si serían valores sólidos, pero la gente creía que lo eran. Había, en consecuencia, un halo de heroico resplandor en el hecho de morir , de ‘dar la vida’ por un valor de los que llamaban sacrosantos. Y los héroes o los santos eran venerados con esa especie de respeto generacional que se transmitía a través de los siglos. Hoy, sin embargo, hasta la dignidad de la muerte se ha perdido.
Ahora se han transmutado los valores. No es que se carezca de valores. No puede la persona vivir sin valores a los que aferrarse, para defenderse del desquiciamiento, cuando ventea el batacazo en el que ya no se sustenta el orden de sus ideas (si es que alguna vez las ha tenido).
Acontece, sin embargo, que los valores ya no son eternos, poseen la transitoriedad de lo efímero, tal como son efímeros el poder, el dinero, la ostentación o el fútbol. Porque dentro de esta transmutación de valores, se le ha concedido al fútbol la cualidad de valor (bien se encargan de ello la televisión y la prensa deportiva, acuciadas por el afán desmesurado de ganancias). E incluso se muere por la hueca e inútil defensa de ese valor, a pesar de que también posea sus instituciones, sus héroes y sus santos. Y su fanatismo. Ya iba remansándose la riada de la traición de Figo y un hincha del Madrid mata en su defensa. Y un hincha del Barcelona da su vida por el Barça. Ha ocurrido en un pueblo de Albacete. El santo ha servido de fetiche en una religión futbolística cada vez más fanatizada. Han convertido su club en culto mistérico y al rival en enemigo a quien machacar.
Los valores actuales. Más bien las «nocivas ilusiones valorales dimanadas del resentimiento», al decir de Nietzsche.
LA NEGRITUD DEL CUENTO
(22-10-2000)
JUAN GARODRI

Conozco a un profesor que siempre concita aplausos y admiraciones entre los presentes, de modo que no falta quien se arremolina a su alrededor preguntándole algo (él responde, seguro de sí mismo) sobre las últimas novedades literarias lanzadas a bombo y platillo por la publici­dad de la prensa escrita. Deslumbra al personal con sus rotundas aserciones, como si emitiese patentes de calidad literaria, sobre todo cuando asegura que sabe a ciencia cierta (los demás admiran en él una especie de conocimiento épico resultante de probables y enigmáticas relaciones con personajes del mundillo de la narrativa) que alguna novela famosa y reciente es tan mala que resulta vergonzoso, por no decir imposible, que haya sido escrita por su autor, nombre por otra parte ya consagrado gracias a la calidad y belleza de su prosa. Preguntan los incautos que quién, si no, puede haberla escrito. Y cuando él responde con seguridad pasmosa y sin intermedios explicati­vos que “un negro”, lo miran asombrados y perplejos sin comprender qué diablos pinta un negro incrustado como un lunar que se les antoja­ maligno en la vida de autor de tanto renombre. Aunque no con las palabras, el profesor les perdona la vida cultural mediante acusados y caritativos gestos de tolerancia y explica que cualquier lector avezado a los entresijos de la literatura ha oído decir (es vox populi en los mentideros literarios) que algunos autores famosos, santones de la narrativa, disponen, presuntamente, de ‘negros’ que escriben o han escrito en alguna ocasión para ellos. Para mitigar los efectos de la catacresis transformados en sorpresa frustrante, añade que esto de los ‘negros’ constituye práctica vieja entre artistas en general, no sólo escrito­res, y que ahí está el caso de Dalí a quien se atribuyen cientos de cuadros cuya autoría no era de su pincel sino (se supone) del que utiliza­ban sus negros.
Bueno, pues a propósito de ‘negros’, vaya la que se ha armado estos días con lo de Ana Rosa Quintana. Le han sacudido por todas partes. «La palabra usurpada siempre esconde un agravio», «cien mil ejemplares vendidos y cien mil razones para el descrédito», se lee por ahí.
Aunque no sé bien qué esperaba el personal. Las editoriales están para ganar dinero. Son empresas. Y las empresas se constituyen o se fundan, no sé, para sacar la mayor rentabilidad ejecutable a la inversión inicial, y si puede ser en el menor tiempo posible, mejor.
Así que el copieteo (plagio suena mucho mejor) de la Ana Rosa ha sido clamoroso. Y en el supuesto de que lo del copieteo se lo deba a un negro y que ella se haya limitado a firmar, más pavoroso que clamoroso.
Siempre ha habido negros, queda dicho, esos esclavos de la pluma que ponen su talento (frustrado o fracasado) al servicio de quienes carecen de él. O de quienes tienen demasiado ocupado su tiempo como para hacer uso del talento. Carecen de talento o no disponen temporalmente de él, ya digo, pero no se resignan a permanecer en la oscuridad narrativa. No se resignan a prescindir de la esponjosa vanidad del aplauso, el ego, ya se sabe, esa bacteria abrumadora que desarrolla los putrílagos de la petulancia.
Así que echan mano del negro para que les escriba el tocho o el artículo o el ensayo. Manuel Vázquez Montalbán, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Camilo José Cela y Antonio Gala (entre otros pesos no menos pesados de la narrativa), se han visto envueltos en acusaciones de plagio. Así y todo, no entiendo lo de la Ana Rosa. Ella goza ya de fama y popularidad. Supongo que goza más aún con el excelente, millonario contrato que tiene firmado con la cadena televisiva en la que abaniquea el marujeo vulgarizante y finamente pedorro de la hora de la siesta. De manera que ni para fama ni para dinero necesitaba de un ‘negro’ que le diera el copiazo a la obra de Danielle Steel.
Otro tanto puede decirse de la editorial Planeta. Es una de las editoriales más poderosas que existen en el ámbito de habla hispana. No se entiende ese afán desmedido de vender (de ganar dinero, porque no son escasos los botones de muestra en que publica novelas cuyo único vestigio de calidad (?) es la fama que ya posee el autor, nombre adquirido en terrenos lejanos a los de la narrativa, ahí está sin ir más lejos la novela que acaba de publicarle a Manuel Pimentel, ex ministro de trabajo, un bodrio sonrojante a base de la desaparición de huesos en un yacimiento arqueológico), un desmedido afán de vender, ya digo, utilizando el plagio en el caso de Sabor a hiel, cuando de hecho gana dinero a espuertas con la venta editorial de novelas y otras publicaciones en ámbitos geográficos casi universales, escritas por excelentes autores, sin echar mano de «documentalistas», como llaman ahora finamente a los ‘negros’.
En fin. Leo en «Los domingos», de ABC: «El negro literario existió siempre y existe. José Gerardo Manrique de Lara [presidente de la Asociación de Escritores y Artistas de España] considera que, tradicionalmente, los negros cumplen un estricto código de honor. Están juramentados para guardar silencio». Más reconocida la existencia del negro literario, por si alguien tenía dudas, imposible.
Así que no es oro todo lo que reluce, amigo. Así que vas y te compras el último «best seller», lanzado a bombo y platillo por la formidable campaña publicitaria de la editorial (¡del Premio Planeta, líbranos, Señor!), dispuesto a disfrutar del talento narrativo del autor o autora, bien biobibliografiado, exaltado y magnificado en la solapa y la portada del libro, elevado a la cumbre de lo artísticamente talentoso, uno de los valores más sólidos de la actual narrativa y tal y tal, y resulta que te han dado gato negro por liebre parda.
Casi peor que el jamón de higos que, a poco que te descuides, te cuelan como si fuera jamón de bellota.
Y a vivir del cuento.
LO INEXPLICABLE
(15-10-2000)
JUAN GARODRI


Cuando de pequeño escuchaba por la radio la retransmisión de los partidos de fútbol, el locutor se desesperaba si los futbolistas no conseguían marcar algún gol, y gritaba aquello de que, transcurridos más de treinta y siete minutos de la segunda mitad, el marcador permanecía «inalterable». Hoy ya afirman, la mayoría de ellos al menos, que el marcador permanece «inalterado». Saben que el sufijo -able expresa el significado de una posibilidad, aunque no sea más que la esperanza pasiva de recibir la acción del verbo, por lo que se acepta esa apasionante contingencia de que el marcador pueda ser alterado antes de que acabe el partido.
Si aplicamos esta teoría a lo «inexplicable», cabría suponer que no pueden ser explicadas muchas cosas que desearíamos que se explicasen, puesto que la negatividad del prefijo in- les anula cualquier posibilidad de recibir la acción del verbo y, en consecuencia, de ser reconocidas por el gentío como explicadas.
Tal vez en este hecho de «lo inexplicable» se asiente la campaña legal, social y políticamente (in)correcta, que se ha desatado contra la pretensión, más iracunda que empecinada, del señor Presidente de Castilla-La Mancha, don José Bono. (No sé por qué nadie cita ya a los personajes públicos con la honorabilidad que confiere el «don». Todos son Aznar, Zapatero, Arzalluz, Chaves, Mayor Oreja, Rodríguez Ibarra, y así, como si los citadores los conocieran de toda la vida, esa camaradería pringosa del roce diario, o hubieran jugado de niños a ver quién echaba la meada más larga. (¡Qué cosa, la democracia!). Don José Bono, te decía, pretende que se hagan públicas las listas de los maltratadores y maltratadoras domésticos. Una especie de escarnio público con el que intenta colocar en la picota a los agresores o agresoras, para someterlos a la befa del personal.
—Anda, mira éste, con lo bien que cuida al perro y fíjate cómo le ha dejado el ojo a la suegra, el desgraciado.
—Pues y ésa, tan modosita, que parecía tonta, y mira, mira, qué castañazo le ha pegado al marido, que va a la pata coja con las muletas del Insalud.
Voto a favor de que don José Bono publique las listas en las que aparezca tanto bicho-malo- doméstico como anda por ahí. Y que cundiera el ejemplo en otras Autonomías. Siempre, por descontado, que se dieran una serie de condiciones comparativas. Porque no está bien que se publiquen las listas vergonzantes de los agresores físicos mientras quedan ocultos, en el fondo maloliente de la anonimia, las listas ignominiosas de otros muchos. A saber:
Debería publicarse la lista en la que aparezcan los nombres de los narcotraficantes. No los nombres de los grandes ‘capos’ apresados en alguna operación de vigilancia, que bien se encarga de ello la publicidad institucional.
Debería publicarse la lista, que la tienen, dicen, de todos los que trafican a pequeña escala, esas ratas del mercadeo y la explotación. Esos que ratonean en los albañales de la noche, en medio del amor putero, o entre preservativos y adolescencias, a salto de mata pobretona y roedora, o al atardecer de los barrios, entre meadas y rincones tristemente anochecidos.
Debería publicarse la lista de los bares, mercados y tiendas de barrio que suministran alcohol a los menores de 18 años, amparados en una permisividad intolerable y pasiva.
Debería publicarse la lista de los funcionarios de la Administración pública, bien instalados en las covachuelas oficiales, la lista de esos funcionarios que no funcionan, que extravían documentaciones y les importa un pito la reclamación y la ansiedad del reclamante.
Debería publicarse la lista de los jueces que sentencian ateniéndose a fundamentos de derecho extrasiderales. A ver si no por qué las instancias superiores van revocando sentencias. (Todos recordamos lo del juez “de los vaqueros”, o lo del de “las señoras de la limpieza”).
Debería publicarse la lista de los políticos corruptos que en las administraciones locales hacen nombramientos a dedo o aprovechan el “buen avío” de las dietas mediante justificaciones de acciones inexistentes.
Debería publicarse la lista de los médicos cuyas intervenciones son increíblemente equivocadas, provocando unas lesiones físicas y psicológicas irreversibles en los pacientes.
Debería publicarse, en fin, la lista de los “negros” que escriben los artículos de escritores y publicistas, y hasta la novela de algún famoso. Porque ahora aparece en la picota el plagio que un ‘negro’ ha hecho para publicar la novela de Ana Rosa Quintana, tan vendida. Nada, a la lista los ‘negros’ y sus representados, para que salgan al público descrédito los nombres de escritores que no escriben (o que escriben menos de lo que aparentan).
En fin. Es inexplicable la pretensión de Bono porque no pueden ser explicadas muchas cosas que desearíamos que se explicasen, como dije. Si se publicaran las listas de los agresores domésticos, habría que publicar también otras doscientas mil listas más.
Imposible, por inabarcable.
EL ARMARIO
(8-10-2000)
JUAN GARODRI

Anoche ‘pasaron’ por televisión una película titulada In & Out. No me gustó. Sentía curiosidad por ver el tratamiento que Frank Oz daba al asunto, pero no me gustó. No por el tema de la película, sino por el planteamiento que, en clave de humor, a veces disparatado, ofrecieron del tema. Ni siquiera las peripecias de un Kevin Klein demasiado sometido a las exigencias de una personalidad híbrida, lograron que yo reconociera como verosímil la defensa de la aceptación social de la homosexualidad, por muy rodeada que estuviera la película de un humor extemporáneo que no venía a cuento. La astracanada y el humor bobalicón del tratamiento insistían en conseguir lo contrario de lo pretendido, ya digo: que el espectador aceptase socialmente la «salida del armario» del hecho gay. Nunca me ha gustado el humor que basa la risotada, o la sonrisa, en la opresión sicológica.
Por todas partes anda ahora lo de la «salida del armario». De manera que echo mano de lexicografía y diccionarios para explorar el significado de la frase, una frase de contenido plurisignificativo, naturalmente, pero no encuentro interpretaciones apropiadas.
El DRAE, tan prolijo y remirado a veces en sus reflexiones léxicas, se limita ahora a una sucinta descripción: «armario. (Del lat. armarium) m. Mueble con puertas y anaqueles o perchas para guardar ropa y otros objetos». El María Moliner añade algo más, pero se limita a una relación de sinónimos y equivalencias de las distintas clases de armario: empotrado, de luna y ropero. El Corominas agrega que ‘armario’ aparece en la primera mitad del s. XIII, tomado del latín armarium, «que primero significó lugar donde se guardan las armas». Finalmente, el Tesoro de Sebastián de Covarrubias aporta dos probables etimologías: según la procedencia latina, armario es el lugar donde se guardan alimentos, libros, ropa y cosas semejantes; según la procedencia griega, armario viene de ‘ermes’, pequeñas arcas donde los antiguos recogían sus ídolos, o de ‘armos’ (compostura) «por ser el lugar donde las cosas se guardan puestas en orden y compostura».
Total, que lo de la “salida del armario” no aparece por ningún sitio. Me refiero a la explicación académica de la frase. Todos conocemos, sin embargo, el significado que le atribuye la frecuencia oral espontánea, el gentío, o sea. Un significado a todas luces elogioso para el hecho que pretende ilustrar: que se respeten los modos y las modas homoeróticas. Porque no siempre es así.
A principios de septiembre, Felipe Campuzano dio un recital pianístico, al anochecer, en el marco esplendoroso del atrio de la catedral de Coria. El público lo escuchaba electrizado y admiraba aquella increíble velocidad que el arte y la pasión conferían a sus dedos. De pronto, el artista se levanta y empieza a pasear por el estrado. Con voz pausada y reflexiva se dirige al público y, en lugar de presentar la próxima pieza, lanza peroratas semipoéticas, envueltas en una sorprendente moralina. Que si el amor a España, que si el amor a Andalucía y a Extremadura, que si la fuerza interior que lo conmueve en la composición e interpretación de su música es el sentimiento patrio y la exaltación amorosa de la conciencia regional... Muchos decían, «pero este tío de qué va, por qué no se calla y toca, que es lo suyo». Otros aplaudían y le gritaban ¡bravo! Y ¡torero, torero!, creo recordar. El artista se sienta e interpreta otra pieza. Y se levanta de nuevo para hablar. Era la mecánica de su actuación.
En una de las ocasiones, la cagó. No porque confundiera con golondrinas las grajillas que sobrevolaban los focos, despistadas por el ruido y las luces, no. La cagó porque, para demostrar su amor a la patria, va y se lamenta de la degeneración actual y afirma que buena prueba de ello son los programas televisivos: no hay uno en que no salga algún maricón. Y hacía gestos desmesurados pasándose la mano por debajo del arco del triunfo. Muchos nos sorprendimos, otros no. Y le aplaudían y le gritaban lo de torero, creo recordar, etcétera. Pero no dejaba de zumbarme en la cabeza la impresión de que el artista estaba meando fuera del tiesto; vamos, confundiendo la velocidad con el tocino, que se dice.
Tal vez por esas actitudes intransigentes, gays y lesbianas estén saliendo del armario. Tal vez por esa falta de respeto de muchos hacia las opciones personales de otros, por muy ‘anormales’ que parezcan, surgen movimientos de liberación y exaltación de quienes durante mucho tiempo han permanecido dentro del armario.
Ahora mismo algunas publicaciones de ámbito nacional se hacen la pregunta de si existe una literatura homosexual o no. Literatura en la que lo nefando, lo transgresor, y el nuevo costumbrismo gay son exaltados por editoriales como 'Egales', o el 'diccionario Para entendernos', de Alberto Mira (aparecen cientos de nombres, desde Aleixandre hasta Mendicutti, desde Miguel Ángel hasta Shakespeare, desde Gala hasta Wittgenstein).
Y no sólo en literatura, o en arte. Los medios de comunicación provocan constantemente al liberalismo institucional para que aparezca como ‘normal’ (probablemente lo sea), e incluso inteligente, la representación gay de la realidad. Ahí está, sin ir más lejos, Boris Izaguirre y su glamour.
Pero bueno, tampoco hay que pasarse de rosca y pretender que solamente son inteligentes (intelectuales, más bien, dicen) los que salen del armario y que los demás somos zopencos. O que solamente ellos tienen capacidad artística, o literaria, por ejemplo.
Es cierto que el tema gay y sus partidarios han aumentado poderosamente y han perdido parte de su condición transgresora. Pero de ahí a que nos los presenten como prototipos dignos de imitar (santos inscritos en el santoral disoluto de la tolerancia), hay un abismo.
¿Hay alguien empeñado en exhibirlos como si fuesen héroes, o los más listos del patio?.
Respeto, sí. Y tolerancia.
Para héroes, los prefiero andrófobos.
EL PAPELEO
(30-9-2000)
JUAN GARODRI



Te cuento, amigo. Siempre me gustó la moto. Eran los tiempos de Angel Nieto, aquel multicampeón de los 125 c.c. Muchos españoles empezaron a motorizarse y los que no tenían para un seiscientos se compraban una vespa. Así que yo tenía mi moto, una vespa gloriosa con la que perseguía los caminos de la juventud, sin reparar en obstáculos. En ella me desplazaba a Cáceres, sorteando los baches hasta desembocar en la N-630, o subía hasta Ciudad Rodrigo e incluso alguna vez llegué hasta Salamanca, en un alarde luminoso de temeridad y audacia. No había una carretera de la Sierra de Gata desconocida para mí. Unas veces subía hasta Cadalso y Robledillo, otras me desplazaba hasta Villamiel, Eljas o Valverde, con una intrepidez que ahora me pone los pelos de punta, inconsciente y desavisado del peligro que atravesaba serpenteando aquellas arriesgadas curvas de polvo y pedruscos. Tampoco olvido las carreteras de las Hurdes. En aquellos tiempos, las Hurdes no eran lo que ahora son. Rodríguez Ibarra, todo hay que decirlo, ha dejado las carreteras de las Hurdes como una autostrada del sole, si se comparan con aquellos caminos pedregosos que se denominaban entonces con el ampuloso nombre de carreteras. Tierra y piedras sueltas, eso era el firme por el que uno circulaba, de manera que las muñecas y los tríceps braquiales, con aquel ejercicio constante de saltos y derrapes, llegaban a convertirse en músculos poderosos con los que dominar la moto, cosa que llegaba a convertirse en juego de niños. Por si fuera poco, cada dos por tres había que limpiar la bujía que, aburrida por el calentamiento y la fatiga, se negaba a dar chispa y te colocaba la inoportunidad de la perla entre los electrodos. No tenías más remedio que detenerte, lanzar un juramento arrepticio, sacar la llave de bujías y el papel de lija, quemarte los dedos y eliminar la mota de carbonilla. Y carretera y manta de nuevo.
Así que hace unos días, cuando entré en un banco, lo llaman entidad bancaria (todas las oficinas son sucursales, ya se sabe, no sé por qué lo de «sucursal de una entidad bancaria», esa circunlocución eufemística de la megalomanía del dinero, sobre todo lo de «entidad», como si los demás seres no fueran/fuéramos entes con su correspondiente entidad, aunque quizá el banco sea el ente con mayor extensión de entidad conocida, no sé, una extensión como la del mar, inconmensurable, porque determina de modo concluyente la esencia de nuestros desequilibrios y absorbe de modo constituyente la forma de nuestras mensualidades, toda entidad es la forma o la esencia de las cosas, filosofía pura), entré en un banco, te decía, y vi la imagen del ciclomotor, reproducida a tamaño real, tan cercana en el tiempo y tan posible en el espacio, que se conmovieron profundamente mis añoranzas. Me dirigí a información. Podía adquirirla pagando una cuota mensual. Acepté y tuve que rellenar unos impresos. El banco me suministraba la moto, un scooter precioso de 49 c.c., pero corrían de mi cuenta la matriculación y los impuestos. Y empezó el papeleo.
Podía optar por encargar el asunto a una agencia, pero arrebatado por una provechosa y desavisada capacidad de gestión, me atreví a dar yo mismo los pasos reglamentarios. Nunca tal hiciera. En el ayuntamiento rellené los impresos correspondientes al impuesto de circulación de vehículos. En la dirección provincial de tráfico, siempre hay que esperar. Esperé. La cola olía a sudor y a tabaco ‘ducados’. Cuando llegó mi turno, la señorita de la ventanilla me exigió dos fotocopias de la ficha técnica del vehículo y una fotocopia del carnet de identidad. Salí pitando a la carrerilla, en busca de fotocopiadora pertinente. Regresé. Otra vez a la cola. Llegó mi turno.
—Ejemplares correspondientes del modelo cinco seis cinco —pidió la señorita.
—¿Modelo qué? —pregunté alarmado.
Mi expresión de pobre hombre debió de ser repentinamente cataléptica, porque la señorita de la ventanilla, movida tal vez a compasión, me indicó que tenía que retirarlo en Hacienda, para la exacción de tasas. Otra vez pitando, y a la carrerilla, Cánovas abajo, hasta llegar a Hacienda. En información me dicen que para el cinco seis cinco me dirija al mostrador de allí, a la izquierda. En esta ventanilla, un joven funcionario me dice que el cinco seis cinco enfrente, bajando las escaleras, a la izquierda. En esta ventanilla me dan unos impresos y me cobran 50 pesetas. Que los rellene, son autocopia, y los entregue en aquel mostrador de allí arriba, a la derecha. Los relleno. El funcionario de allí arriba, a la derecha, me dice que hubiera sido suficiente poner el nombre y el D.N.I. Pone en marcha una impresora y saca una página con mis etiquetas identificativas. Me da las etiquetas y me dice que ya está. Lo miro sin saber qué hacer.
—Ahí, al lado, lleve al mostrador de al lado el impreso y las etiquetas.
Los llevo. Dos señoritas charlan animadamente sentadas a una mesa, frente a frente. Espero varios minutos. Al fin, una me mira. Me pide los impresos y las etiquetas. Desprende dos etiquetas y las adhiere en los impresos correspondientes.
—Ya está —dice—. Las etiquetas que sobran son para usted.
Salgo zumbando Cánovas arriba, otra vez a Tráfico. Llego jadeando. Entrego el cinco seis cinco. Lo sellan. Me dan un papelito para que pase por Caja y pague. Obedezco. Me dicen que dentro de tres horas, o al día siguiente, puedo pasar a recoger la matrícula. «La placa tiene usted que adquirirla en una tienda de repuestos», me advierten. A todo esto, como suelo desayunarme con una manzana y un yogur, y la manzana es diurética, la urgencia en la micción me aprieta la entrepierna. El guardia de seguridad que hay frente a Caja me dice que allí no hay urinarios. Y me pregunto, ingenuo, por qué se exige instalación de w.c. en cualquier tiendecilla abierta al público, y en la Dirección Provincial de Tráfico no lo hay.
Lo del seguro del ciclomotor prefiero no contarlo. Más caro que el seguro del coche. En fin, amigo. Si no pretendes volverte majareta, ni se te ocurra la gestión personal del papeleo. Dicen que la Administración pretende acercarse al ciudadano y facilitarle y simplificarle las cosas. Y una mierda. ¿Si no fuera casi inextricable la selva del papeleo, de qué iban a vivir las agencias?
EL MÓVIL
(25-9-2000)
JUAN GARODRI



Espero que el lector, avezado a la interpretación temprana de los títulos, haya deshecho inmediatamente la ambigüedad del que hoy nos ocupa. Porque el título contiene una aparente ambigüedad. Por eso, aclaro que no voy a referirme al móvil como impulso moral que incita a las personas, esa especie de propulsión que convierte la voluntad del gentío en un lanzatorpedos para que actúe en plan virtuoso o en plan corrupto, según la cruzada de cables mental que lo esclavice. Así que de impulso moral, nada. Tampoco pretendo aludir al móvil del crimen, porque para eso están las películas de detectives y las novelas de Agatha Christie en las que el móvil de los delincuentes es un campo de impulsos humanos muy vasto y, al mismo tiempo, muy variados los motivos (el móvil) que pueden llevar al individuo a delinquir.
Me refiero al móvil telefónico, como no podía ser menos, ese artilugio de última generación que cohabita en la intimidad de todos y cada uno de los españoles, más de veinte millones de teléfonos móviles hay en España, qué horror, para qué querrán los españoles tantos móviles, no hay bar, autobús, acera, terraza de verano, supermercado, sala de espera, polideportivo, cine, reunión de sindicatos, jornada de reflexión política, pleno del ayuntamiento y obra en construcción en los que no aparezca el usuario del móvil, y hasta en la iglesia, no creas, que está el oficiante en la culminación de su homilía y, zas, surge la imprevista interrupción del móvil, que no por repentina deja de resultar incómoda, y va el usuario y se levanta con aire más trascendental que compungido y se larga al atrio disculpándose a media voz por las molestias ocasionadas en su alteración litúrgica.
Y ahora resulta que las últimas investigaciones de los expertos nos alertan y ponen al móvil en vilo porque produce emisiones de radiación que pueden resultar peligrosas para la salud. Y según en qué lugar del cuerpo vaya alojado el móvil, el peligro incide en el órgano más cercano, dicen.
Así que cuando se te calienta la oreja, por ejemplo, de tanto movilear, las radiaciones del móvil pueden llegar, con el tiempo, a producirte lesiones acústicas o a hacerte un agujero espantoso en el cerebro que quizá llegue a convertirse en la guarida de la tontuna, ese tumor maligno que condiciona la recepción de la cordura.
Así que cuando, en medio del trabajo, aprecias falta de concentración o ligero dolor de cabeza, cuando sientes que la pantalla del ordenador parpadea más de la cuenta y te entras ganas de mandar la estadística al carajo, no lo dudes: el móvil te está jugando una mala pasada.
Cuando adviertes que la proximidad de la culifina de pelo amarillo que trabaja en el laboratorio te produce breves extrasístoles repentinas, como puñaladas cordialmente enemigas, no es su anatomía esplendorosa, no, la que daña tu corazón: es el móvil el causante de tu alteración cardiorrespiratoria.
Cuando adormilado y vencido te levantas el domingo por la mañana, la lengua pastosa y los párpados orlados de ojeras protuberantes, sintiendo ligeros pinchazos en el lado derecho del abdomen, no ha sido el Ballantine’s, no, el agente de tu flatulencia: ha sido el uso tontorrón del móvil que poco a poco va horadando los tejidos de tu hígado o de tu bazo, expuestos quizá a algún tumor linfático.
Cuando, sin saber por qué, no tienes más remedio que levantarte y dirigirte cada dos por tres a los servicios, con repetidos e inusuales ataques de incontinencia en la micción que hacen sonreír al conserje (piensa, el malaleches, que ya se te aproxima lo de la próstata), no han sido las cervezas —antioxidantes y todo— las que te inflaman la vejiga, no: es el uso del móvil que perjudica seriamente los tejidos de tus riñones.
En fin, si notas, alarmado, que tus partes pudendas abultan más de la cuenta y que el personal (mayormente femenino) echa un ligero y disimulado vistazo a tu bragueta cuando te cruzas con él por el pasillo, no se debe el aumento del paquete a un efecto inversamente malsano de la criptorquidia, no: es el uso indiscriminado del móvil cuyas radiaciones han producido un calentamiento de tus testículos, agobiados por su campo magnético.
Así que, amigo, te sugiero que te andes con cuidado en el uso del móvil para evitar la incidencia de tumores.
(Mi tío Eufrasio, con la mala pipa que lo caracteriza, dice que todo este rollo no es más que un alarmismo innecesario para asustar al personal, alarmismo provocado para evitar el consumo abusivo, y que la cosa le interesa al Gobierno para aminorar la inflación. De manera que voy a movilear para enterarme de los resultados de la Champion’s).
(IN)CULTURA LECTORA
(15-9-2000)
JUAN GARODRI





Bueno, pues resulta que me encuentro "cabizmundo y meditabajo" —y que disculpe don Francisco de Quevedo por sacarlo a colación tan por los pelos— porque me han puesto a escurrir algunos lectores de Arentia. Arentia es un periódico (una publicación que aparece con cierta periodicidad, se entiende, periodicidad indeterminada y sujeta a los vaivenes de edición que dependen casi siempre del dinero que se necesita para editarla, cada mes y medio o dos meses aparece, o por ahí, según le haya ido a su presidente con la venta de publicidad con que se nutre, que tampoco es mucha, no creas, tampoco es muy brillante que se diga la liquidez de las casas comerciales de la zona, atosigadas como andan por tanta Feria local, Feria comarcal, Jueves turístico, Fercor, Feria Raiana en Idanha y todo eso), un periódico, te decía, desinhibido y espontáneo, pelín provocador y aguafiestas, una de esas publicaciones de pueblo que levantan la cama de las piezas que llevan tanto tiempo aposentadas en ella y, de paso, remueven algún culo atornillado en las poltronas de las covachuelas oficiales. Bien.
Arentia me pidió una colaboración escrita y desinteresada (la distribución de Arentia es no venal) y me pareció oportuno colaborar. De manera que escribí un artículo titulado Eso de las vergüenzas celulíticas. Aludía en él a la general idiotez humanamente veraniega que induce al gentío a adquirir la belleza gracias a las cremas bronceadoras y a la pérdida de peso. Hasta aquí, normal. Lo descacharrante del asunto fue que al presidente de Arentia no se le ocurre otra cosa que ilustrar mi artículo con una fotografía procaz: siete espaldas masculinas, con los pantalones a la altura de los tobillos, inclinadas en posición defecatoria, muestran al sorprendido lector el oscuro desconsuelo de sus esfínteres.
Cualquier colaborador de prensa sabe que la ilustración con que suele acompañarse su artículo (en HOY, "Tribuna Extremeña", por ejemplo) es cosa de la Redacción: el articulista no interviene en el asunto.
Ay de mí. Eso lo desconocen en mi pueblo. Así que el personal pensó que lo de la foto también era cosa mía. ¡Una pluma tan fina y erudita, cómo había caído tan bajo! Observé, entre varapalo y varapalo verbal de los listillos, para mi propio desconsuelo, que todo el mundo había hojeado la revista, pero nadie había leído el artículo. Todo mi gozo en el pozo del descrédito. Toda mi vanidad académica en la zanja de la obscenidad por adjuntar mis pretensiones literarias a una ilustración indecente.
Lo he tomado a risa, qué remedio. En fin, no tiene nada de extraño que hoy día (‘a día de hoy’, dicen algunos plumíferos influidos tal vez por la cacofonía francesa) muchos se crean Pico della Mirandola, peritos en Humanidades o poco menos, por el hecho de hojear de vez en cuando la prensa. Y digo hojear. Porque una cosa es hojear y otra es leer. Mientras que, como es obvio, hojea quien pasa las hojas, no lee, sin embargo, quien se limita a pasar los ojos. Para leer, hay que entender lo que se lee, e interpretarlo. Y para interpretar lo leído se necesitan referencias conceptuales. Es lo que la gente llama cultura. Una persona que mediante sus estudios o lecturas adquiere conocimientos diversos y múltiples, alcanza probablemente un conjunto importante de referentes conceptuales que quizá le ayuden a interpretar la realidad con más probabilidades de aproximación objetiva, o de acierto, que aquélla que carece de tales referentes. Del mismo modo, quien posee un número elevado de referentes científicos, humanísticos, artísticos, literarios, económicos o deportivos, por citar algunos, interpreta lo que lee con mayor sensatez que quien posee un número reducido de dichos referentes. En resumen, una persona culta —cultivada, enriquecida por sus referentes conceptuales— interpreta mejor lo que lee que otra inculta —empobrecida conceptualmente por su carencia de referentes—. Es lo de la competencia o incompetencia lingüística. Pero no es cosa de comentarlo ahora.
De ahí lo del título: (In)cultura lectora. El personal se considera culto por el hecho de leer, incluso por el hecho de pasar las hojas. ¿Cuántos poseen la conveniente capacidad conceptual como para interpretar, con suficiente y abundante flexibilidad mental, lo que leen?
Fin.

lunes, 22 de junio de 2009

LOS KILOS Y LA MUGRE
(9-9-2000)
JUAN GARODRI




¡Marchando, otra de fútbol!
Me había jurado a mí mismo no escribir de fútbol este inicio de temporada liguera. El asco de la sobreabundancia monetaria, esa náusea esofágica de la indigestión y los retortijones, me produce una especie de flatulencia desagradable y grosera, por no decir indecente, en el punto de referencia de mi afición al fútbol, una afición que viene de antiguo pero que se encuentra mermada en la actualidad, como esos pantalones pordioseros que alguna vez fueron nuevos flamantes y están ahora desgastados por el uso indebido del pedorreo y la bragueta.
Así que me prometí no hablar de fútbol. Era una promesa asentada en la certidumbre del desquiciamiento. ¿Hay algo más desquiciado, ahora mismo, que el negocio del fútbol? Sacar una cosa de quicio es sacarla de su estado natural y violentarla.
Después de un verano tan estúpidamente desnutrido de información futbolística —sólo se ha hablado y escrito de traspasos y dinero— se le quitan a uno las ganas de insistir en la cosa del fútbol. Es como si los dedos se te pegaran después de manipular la mugre. Pero me es imposible.
En el fondo, es el mismo carril que el que soportan las revistas del corazón. Mientras éstas llenan páginas y páginas exponiendo las complejas intimidades de los famosos, de los ex de las famosas, de sus nuevos compañeros se(nti)mentales, de las encamadas y turbias relaciones de unos y otras, de la idiocia permanentemente dorada del fango —un fango acrisolado en el amarillo resplandor del dinero, única contraseña para adquirir el efímero resplandor de la fama, soporte indispensable para sobrevolar la rutilancia de la vaciedad—, las páginas deportivas llenan también sus tiradas diarias con no menor abundancia de informaciones en torno al resplandor de los millones y al poderío petulante de los llamados clubes poderosos.
Dije antes que había sido un verano estúpidamente desnutrido de información futbolística. Me refiero a que la prensa deportiva apenas habla de fútbol. Habla de los millones que se mueven en torno al fútbol. (Millones designados, además, con el estúpido neologismo de ‘kilos’).
Y así, un día tras otro, aparecía la noticia fulgurante de los kilos a los que se alzaba el nuevo contrato de Raúl, o los kilos que había costado la cláusula de rescisión de Luis Figo, que resulta que no se llama Luis Figo sino que tiene un nombre muy cumplidamente portugués, en fin, Raúl y Figo, inscritos en el club de los mil kilos anuales, más de ochenta y tres kilos mensuales, más de dos kilos y medio cada día, más de 114.155 pesetas la hora, casi dos mil pesetas al minuto, treinta y dos pesetas cada segundo.
(Dos carrerillas de Figo y de Raúl, sin apenas arrancar a sudar, supone la ficha anual de la mayoría de los jugadores del Coria. Y éstos meten goles, a veces, tan bonitos como los de Raúl, aunque los de Raúl sean golazos, dicen).
Y mientras el Mérida desaparece, los presupuestos reunidos de todos los clubes de Primera división en España ascienden a la escalofriante cifra de 127.000 millones de kilos. Y si en el mundo el negocio del fútbol mueve unos 28 billones de pesetas (con b de burro), en España no es poco lo que deja tras de sí dicho negocio, porque con su medio billón de kilos se afilan los dientes de la depredación mediática.
No es de extrañar que, en estas circunstancias, la televisión esté dispuesta a pagar el 51 % de los ingresos de un club español y que la FIFA y la UEFA anden a cantazos para ver quién se lleva el gato de los millones a su agua particular.
La parte antideportiva, antifutbolística, la parte asquerosamente obscena del asunto se me antoja que está en el hecho de que la mayoría de los clubes está endeudado y pierde dinero. El Real Madrid, C.F., por ejemplo. Ahora sale Florentino Pérez y dice que el Madrid debe 46.000 millones de pesetas (dejemos a un lado la bobada de los kilos), deuda neta, y que “el Real Madrid vive de milagro”. El Real Madrid, representante de la gloria nacional, representante de la oficialidad futbolística, representante, como poco, de la raza mesetaria, el Real Madrid, glorioso a más no poder con la gloria del hexacampeón o heptacampeón, no recuerdo, de Europa. Ahora resulta que el Real Madrid es un tramposo, a lo que parece. Tramposo es el que debe y no paga. Y si debe más de 46.000 millones es porque lleva mucho tiempo sin pagar. Y uno, como el pardillo que se ha caído del nido, pregunta: ¿Cómo es posible que un club se endeude de una forma tan astronómica? (Entendido lo de ‘astronómica’ por lo desmesuradamente grande de la deuda). ¿Cómo es posible que se viva con la alegría del rico y se deba con la miseria del pobre?
Resulta que a mi tío Eufrasio lo llevaron al juzgado por no pagar una multa de 25.000 pesetas cuando mató los tordos que le comían las aceitunas, y a los clubes tramposos nadie es capaz de mojarles la oreja.
En fin, amigo, qué quieres que te diga. La idiotez mediática magnifica el negocio del fútbol y empobrece la gloria del deporte. No sé cuántos partidos veré esta temporada. Desde luego, ni uno de primera división. Pero una cosa es cierta. Los millones de kilos de los grandes clubes han calcinado (reducido a cal viva) mi afición al fútbol.
La mugre del fútbol.