domingo, 27 de septiembre de 2009

INTELECTUALES
(18-5-2003)
JUAN GARODRI



Los hay de toda clase y condición. Por eso no resulta fácil hablar de ellos. Tú te pones a investigar sobre la cebolla, por ejemplo, y encuentras sus características en cualquier enciclopedia. Planta hortense de la familia de las liliáceas, de tallo hueco, fusiforme e hinchado hacia la base, flores de color blanco verdoso en umbela redonda, y raíz fibrosa que nace de un bulbo esferoidal, de olor fuerte y sabor más o menos picante. No, no, en absoluto. Te aseguro que no estoy comparando al intelectual con la cebolla. Pero te pones a investigar sobre los intelectuales y no hay manera de que sus características definitorias aparezcan asociadas en razón de grupo o familia. Intelectual, como cualidad, es lo perteneciente o relativo al entendimiento. Intelectual, como persona (supuesto inteligente), es quien se dedica preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras, al menos esto es lo que dice el dignísimo e ilustre diccionario de la Lengua Española (DRAE, 22ª edición, 2001), para quien, al parecer, no son intelectuales los integrantes de la amplia gama que constituye el mundo de las artes.
Intelectuales. ¿Quiénes son? ¿Quiénes no son?. Hay quien admite dos grupos de intelectuales, según leo en prensa hodierna:
a) los verdaderos,
y b) los de barracón de feria.
Los verdaderos son aquéllos que casi siempre se equivocan. Los de barracón de feria, por el contrario, se equivocan siempre. La distinción resulta curiosa, chocante e inédita, al menos para mí. Porque la brevedad taxonómica no elimina en absoluto el impacto clasificatorio. Jooooder, cómo raja el Ignacio Sánchez Cámara (ABC Cultural). Yo es que me quedo boquiabierto y piernitendido. De manera que el intelectual, si es verdadero, tantos de ellos, manifiesta una sobrada proclividad hacia el fascismo y/o el comunismo, mientras que evidencia un repeluzno desasosegante hacia el liberalismo y la democracia. Por eso será que casi siempre se equivocan. Resulta duro conceder el cabezazo aquiescente a la mayoría de las aseveraciones, acusaciones más bien, del articulista. Sobre todo, porque se refiere a los “verdaderos” intelectuales: «Hablo, por supuesto, de los verdaderos intelectuales, no de los de barracón de feria, agitadores de la chusma y bufones de la plebe». Si los verdaderos intelectuales no son fieles a su misión de oponerse a la opinión pública y rectificarla; si propenden al utopismo, si son arrogantes y autosuficientes, si son resentidos políticamente, si suelen carecer de sentido histórico, si están inflados de vanidad, si confunden la libertad intelectual con el sometimiento, y si son esclavos del prejuicio, si son así los intelectuales del grupo a), si los verdaderos intelectuales son así, apaga y vámonos. ¿Cómo serán los del grupo b)? ¿Cómo serán los de barracón de feria? El valor connotativo que delimita la expresión, "barracón de feria", confiere a la frase un significado de charlatanería difícilmente soslayable, por mucho que uno perfile bien la mente para pasar por la estrechura comparativa. El intelectual del grupo b) es, en consecuencia, un charlatán. Ostras, Pedrín. Escarba uno en sus recuerdos, sondea uno sus antiguas relaciones profesionales, otea uno el horizonte de la cultura cercana y, ahí va, increíble, se te vienen a la memoria rostros, actitudes y elocuencias de tipos que encajan en lo del barracón de feria como la silicona en la pechuga de Ana Obregón. Resulta que tipos que te dejaron boquiabierto con la profusa enunciación de su sapiencia no eran más que charlatanes, intelectuales de barracón de feria. Lo malo de este extraño asunto está en que tú también estabas dentro del barracón, porque a ver, si no, cómo llegaste a conocerlos. Así y todo, el sonsonete de muñeca chochona, ese que la supermegafonía de la tómbola ferial expande por el recinto sin compadecerse de la sensibilidad auditiva de los visitantes, ese sonsonete repiquetea en tu memoria asociado con la recitación de poemas, o así, algún acto institucional con motivo del día del Libro, o eso, en que el charlatán de turno regurgitaba la voz engolada de su intelectualidad.
Si el intelectual del grupo b) es un bufón de la plebe, no sé qué decir. Tal vez la frase se refiera al sabihondo que sobrevive en la política a base de parir actos culturales. Y es que la cultura se ha extendido de una manera furibunda, casi violenta, invadiendo municipios y concejalías, de forma parecida a como se extiende la magarza en los prados, con su centro amarillo y blanca circunferencia de ramilletes terminales. Solamente el intelectual organiza la cultura, o eso dicen, por lo que el intelectual del grupo b), tipo bufón de la plebe, florece en los prados municipales y organiza los concursos poéticos anuales, las representaciones de teatro subvencionadas, la actuación musical, entre otras, del grupo de rap autonómico y, como curiosidad pleistocénica, o por ahí, la exposición de artesanía y cerámica franquista.
Si el intelectual del grupo b) es un agitador de la chusma, se me agota la capacidad expresiva porque no va a colocarlo uno, exclusivamente, dentro del papel de capitoste organizador de manifestaciones y protestas. A no ser que el articulista se refiera con lo de intelectual-agitador-de-la-chusma al de la pegatina y la pancarta. Tendría que esforzarme en la exposición de un comentario de texto demasiado riguroso porque rozaría la desconsideración hacia el pueblo, denominado chusma, inocente de que un bufón realice la hipóstasis de la intelectualidad.

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