domingo, 13 de septiembre de 2009

DÍAS DE MUCHO
(23-6-2002)
JUAN GARODRI

Hay días en que sobreabunda la noticia. La multiplicación informativa rebasa los límites de lo humanamente aceptable, se te viene encima un diluvio noticioso en el que crónicas, reseñas, sucesos y comentarios llueven del cielo con fluencia tan exorbitante que todo el orbe de la información, a lo que parece, se desploma aparatosamente sobre tu endeble cabeza apesadumbrada. La abundancia te expulsa del regazo acogedoramente tibio del conocimiento, tal como Júpiter la expulsó después de haber seguido ella a Saturno, según cuenta Ovidio. La abundancia informativa se apropia de tu discernimiento, te lo usurpa, no sabes ni qué pensar, ni de qué escribir. Hoy es el 20-J y tú no puedes añadir mucho a lo que todos proclaman. Así que te largas a la calle a ver si se te aparece el amigo de toda la vida (huye del amigo de toda la vida, no digas luego que no te he avisado, el amigo de toda la vida es esa voz resabiada que surge en una esquina, cuando menos la esperas, provocando el respingo preventivamente inesperado de tus prolongaciones neuronales, «Qué hay, cómo andamos», te dice. Tú adviertes, sin embargo, que sus palabras en apariencia cordiales no son un saludo, son una espada de doble filo, o triple. El amigo de toda la vida ha sido creado para joder la marrana de tus equilibrios con la patente de franqueza que nadie sabe quién le ha otorgado, tú desde luego no, pero él parece ignorarlo, es un maestro en el arte de simular cordialidad y llaneza, se atribuye la posesión de tu confianza como si el apego fuese una cualidad recíprocamente innata) y, efectivamente, cruzas el semáforo y, coño, allí aparece el amigo de toda la vida, no falla, viene maldiciendo la tira de sudor que le resbala por el espinazo. Piensas que te va a dar la tabarra con lo de la Selección Nacional, lo de Corea y todo eso, no sé si lo has oído, que estamos en cuartos y con posibilidades de llegar a la final. Preparas tus defensas conceptuales para repeler el ataque futbolero y lo encaras con aire de vieja confabulación, esa predisposición facial que marca un acuerdo programado para que tus asentimientos coincidan con los suyos, o al revés. Se te acerca, se limpia el sudor de la frente y el cuello con el pañuelo, levanta los brazos, resopla y exclama: «¡Estoy Camacho total!». Te ha pillado de sorpresa. A pesar de tu parapeto previsoramente levantado, el cagagoles te ha pillado desprevenido. La frase, no la encajas. Se señala los sobacos y asegura que no para de sudar. Entonces caes en la cuenta. Esa camisa azul de falangista deportivo, esa atosigante sudoración sobaquera que identifica la tensión por el triunfo de la patria y la clasificación de España. Todo el mundo ha observado, sacudido en lo más hondo de sus glándulas sudoríparas, cómo suda el macho ibérico cuando están en juego los garbanzos nacionales. Espaaaña, Espaaaña, ra, ra, ra. Épico el partido contra Irlanda. Agónico, claman los más puestos en la cosa de la lexicología. El amigo de toda la vida renace emocionalmente cuando te reproduce, a base de gestos y pataletas, los increíbles, asombrosos, fantásticos y sorprendentes reflejos de Iker Casillas, el niño que parece un niño, el niño con más potra que don Descogoncio, que le llegaba a las rodillas, le dices tú. Porque los hay con suerte. Él se enfada y te recrimina tu falta de patriotismo, parece mentira. Bueno, bueno, cálmate, le dices. Que también los hay con mala suerte. Le sugieres que piense en el caso del pobre Jung-Hwhan Ahn, fíjate, el héroe coreano. Por haber metido el gol que eliminó a Italia y la mandó a casa con las maletas cargadas de añeja gloria futbolística, las pesadas puertas del calcio italiano se han cerrado para él. Pobre Ahn. Su único delito es jugar en el Perugia, equipo de la primera división italiana. Bueno, jugar en el Perugia y tener un presidente de aspecto hipopotámico y pretensiones ultrapatrióticas. Los ciento veinte kilos presidenciales no quieren ni oír hablar de Ahn, que ha humillado y ofendido al país que lo acogió, y le ha aconsejado que se vuelva a Corea a ganar 100 liras mensuales, porque lo que es en Perugia no va a volver a poner los pies. Alguien que ha arruinado el fútbol italiano no es digno de calzar las botas peruginas. Eso ha manifestado el presidente Luciano Gucci. Un caballero de arriba abajo. Quedan pocos de esos. El sacrosanto honor de la patria no puede verse oscurecido por un tipo que marca un gol de oro ignominioso. No te pones de acuerdo. Con el amigo de toda la vida es difícil y laborioso ponerse de acuerdo. Así que prefieres no aventurar un pronóstico de lo que pueda acontecer a España el día 22. La alada rueda de la diosa Fortuna quiera acompañar de nuevo al niño con cara de niño (repites el pleonasmo para otorgarle mayor ampulosidad al deseo). Y que aparezca coronado por una guirnalda de flores mientras lleva en una mano el cuerno de Amaltea y en la otra un balón. Tal vez así evite el gol que marca eso de «días de mucho, vísperas de poco».
El amigo de toda la vida deduce que no te interesa el fútbol. Tú no tienes más remedio que confesarle la vergüenza de tus obsesiones: no, en un día como hoy, no te interesa el fútbol. El fútbol es el opio del pueblo, le dices extendiendo el brazo hacia un horizonte limitado por el reflejo de los escaparates. Tu amigo de toda la vida te mira sorprendido y asegura que eres un español raro.

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