sábado, 31 de octubre de 2009

LA CULPA
(7-5-2005)
JUAN GARODRI


Efectivamente, eso se cantaba en aquellos años de pachanga y cubalarios. Ahora no, que hemos mejorado en progresía y talante. Ahora ya no tiene la culpa el chachachá, la culpa la tiene el buen tiempo. Ese es el que tiene la culpa de todo. Hasta de los seres humanos que mueren diariamente en Irak. ¿Quién tiene la culpa de los muertos de Irak? A diario. Desde que terminó la maldita guerra, todos los días mueren de cinco a treinta personas, de promedio. Eche usted la cuenta a ver cuántos muertos suma ya ese total horripilante. Nadie tiene la culpa. De nada. Todo el mundo es inocente (libre de culpa). Existe un endemoniado empeño humano en la autoexculpación. ¿Por qué la cosa mediática no descubre las causas de la(s) guerra(s) que asolan ahora mismo el mundo? Porque la causa conlleva culpa. Y no se quiere señalar con el dedo público al culpable. Las fábricas de armas, los traficantes de armas, los Gobiernos que sanean sus déficits públicos con la venta de armamento serían descubiertos y señalados como culpables. Adiós a la estabilidad económica y al bienestar ciudadano. El poderío económico se vendría abajo y el valor del euro y del dólar quedaría capitidisminuído. Horror. ¿Qué sería de nosotros? Nadie podría comprar coche nuevo, nadie podría consumir medio sueldo en carburante y el otro medio en portátiles, MPG3, móviles y pantallas flat. Nadie podría salir el fin de semana ni durante los puentes multiojos a disfrutar del ocio y el buen tiempo. Si es que se admite el concepto de buen tiempo que conviene al gentío dedicado al ocio, la excursión y el viaje a la playa. Ya se sabe, cielo azul, ausencia de nubes, temperatura agradable. Esta sequía primaveral que pasma y asola el campo, sin embargo, no es buen tiempo. La falta de lluvias en esta primavera se ha sumado a uno de los inviernos más secos de las últimas décadas, lo que ha provocado la mayor sequía que conozca España en los últimos 60 años. Pero es igual. La cosa es “salir”. A disfrutar del ocio y a desarrollar el masoquismo, esa complacencia en sentirse maltratado, aprisionado, confinado en las dilatadas líneas de la carretera durante horas. El ser humano se siente interiormente frustrado y tiende a equilibrar sus desasosiegos con la huída. En realidad cada uno huye de sí mismo. Debemos de estar horriblemente deformados, mutilados, rotos en mil pedazos, como para provocarnos ese pánico que nos impulsa a huir de nosotros mismos. Así que, hala, a la carretera. Miles de automóviles atrapados en los atascos. Tráfico lento con paradas intermitentes, nivel amarillo, mientras cerca de medio millón de automovilistas tardaba seis horas en recorrer 70 kilómetros el pasado viernes. Los periodistas, tan inocentes, van y le preguntan a Zapatero que quién tiene la culpa. Naturalmente, el señor presidente del Gobierno se los sacude de encima (sin dejar de sonreír, eso sí) como a moscas cojoneras y asegura con aplomo que la culpa de los atascos la tiene el buen tiempo. Cielo azul, ni gota de lluvia, temperatura soportable. Ha sido un ejercicio conspicuo de pérdida de memoria meteorológica, aunque no del todo. Porque cuando las duras nevadas del invierno pasado atascaron en las carreteras a los automovilistas de la mitad de España, el Gobierno también le echó la culpa al tiempo. Entonces fue el mal tiempo: nieve, lluvia, viento y temperatura insoportable. ¿Qué masoquismo (otra vez) estimula la huída generalizada del personal y lo lanza a la carretera, y encima sin cadenas y sin gorro de lana? La culpa la tuvo el mal tiempo. Mientras tanto, en un ejercicio político de infantilismo no superado, el PP se erige en culpator y hace recaer la acción de la culpa en el Gobierno y en la DGT, a los que señala como culpatus aunque éstos atribuyan al gentío la cagada de desplazarse por culpa del buen tiempo.
MIEDO
(30-4-2005)
JUAN GARODRI


Hace unas semanas leí la noticia de un acontecimiento que me perturbó: un niño de nueve años mata a su madre de un tiro y a continuación se suicida. En un lugar de EE. UU. de cuyo nombre no quiero acordarme. La noticia apenas tuvo repercusión porque la cosa informativa estaba que se salía (no sé si enteró usted) con la enfermedad del Papa, la muerte del Papa, los funerales del Papa, la biografía del Papa, la bibliografía del Papa, las opiniones de gente importante sobre el Papa, los pareceres de cada chichirimundi sobre el Papa, el cónclave para el nombramiento del nuevo Papa, la fumata negra, la fumata blanca y, por fin, la aparición de Joseph Ratzinger como un Benedicto XVI fatigado, aplaudido, aceptado y denostado. Sin embargo, nadie ha hablado del niño de nueve años que mató a su madre de un tiro y se suicidó apenas perpetrado el crimen. Da miedo la saturación de la noticia, la del Papa, quiero decir. Estoy por afirmar, pero no me atrevo, que ha sido una sobresaturación noticiosa deliberada. O sea, que con ser importante la figura del Papa, y admirada y amada en todo el mundo, incluso en países de escasa o nula tradición católica, la cosa mediática se ha empeñado en desmesurar deliberadamente dicha figura para conseguir el ‘efecto rebote’, es decir, para conseguir que el personal sufra tal hartazgo que no simpatice con la figura papal. Eso es hilar de manera muy retorcidamente fina y maquiavélica, me dice mi tío Eufrasio. Vale, puede que lo sea, le respondo. Pero voy a ponerte otro ejemplo supermediático. La sobresaturación de El Quijote. Saturación ‘requetequijotescamente’ mediatizada, como ha dicho Alejandro Gándara, hasta conseguir que, de ahora en adelante, posiblemente, el gentío huya como de la peste cada vez que se nombre al Quijote. En las páginas de todos los periódicos de España han aparecido publicidad e imágenes infográficas de don Quijote. Páginas del Quijote hasta en la sopa. Incluso la cosa mediática ha propiciado la lectura diaria e inconexa de fragmentos del Quijote, realizada por personajes más o menos famosos (Sánchez Ferlosio se ha negado a participar en la quijotada). Hay que recordar, usted comprende, que en este país (digamos España) estamos perfectamente acomodados al juego de las siete y media: o te pasas o no llegas. Y claro, no llegamos a desplegar informativamente el espanto que supone el hecho de que un niño de nueve años asesine a su madre y a continuación se suicide. O el trágico horror que inspiran los niños asesinos en Cali, Colombia. El uso de las armas de fuego. De las pistolas. De las escopetas recortadas. El tiro en la médula espinal por venganza o por placer. No hay más que leer el reportaje de Amis sobre los asesinatos en Colombia perpetrados por niños y adolescentes. Se le ponen a uno los pelos de punta. Mientras tanto, el Gobernador de Florida (Estados Unidos, dónde iba a ser) manifiesta que no va contra la ley que un ciudadano se defienda de la agresión respondiendo al agresor con un tiro. Involución. Regreso al siglo XIX. El Far West se nos viene encima sin parafernalia peliculera. ¿Para qué los adelantos técnicos y científicos tan ‘siglo XXI’ si la mente humana se enrosca en el atraso y la ceguera? ¿Para qué la hipersaturación mediática si se regresa al tiro?. Se condena el tabaco con campaña mundial y sobredimensionada como agresor mortal de la salud pública (cierto), y no se condena el uso de las armas de fuego. Miedo me dan las campañas mediáticas a favor de intereses predeterminados. Miedo me dan las armas de fuego. No porque puedan pegarme un tiro con una de ellas, sino porque me aterra que llegue el día en que yo tenga que pegarlo.
TÉRMINOS ESCATOLÓGICOS
(23-4-2005)
Juan Garodri


Discúlpame, oh lector pudoroso, por empezar hoy estas letras utilizando un término casi ofensivo para la letra impresa: cagar. Vade retro. Tabú. Tan tabú que ni siquiera don Julio Casares lo incluye en la II parte (Parte analógica) de su diccionario. Para compensar (y justificar) la malsonancia del disfemismo no sé si dar el cambiazo, proseguir en plan docente y hablar del cambio semántico. No sé, ya digo. Que luego el letraherido me considera un tipo pretencioso. Así y todo, me arriesgo a exponer que muchas palabras cambian de significación con el correr del tiempo, cambio ocasionado por una serie de factores diversos. Hans Hörmann, en sus “Fundamentos para una semántica psicológica” (un tocho tipo plasta de vaca de más de 600 páginas) se empeña en demostrar, utilizando las teorías lingüísticas de autores pesadísimos, su desconfianza de un lenguaje «en sí», abstracto, estático, desvinculado de la realidad y de los hablantes, plagado de normas gramaticales que la función comunicativa se salta despiadadamente cada día en la calle, en el mercado, en el botellón y en el bar de copas. Lo que define el lenguaje, lo que hace que tenga sentido, es su visión dinámica y funcional, sin miedo a las «impuras» salpicaduras del vivir diario y del convivir. Además, las palabras cambian de significación cada dos por tres debido a factores sociales (tabús, eufemismos, connotaciones socializadas), factores psicológicos y factores históricos. A este respecto es inevitable mencionar el ejemplo de ‘retrete’ (tan sobreutilizado en todas las clases de lengua de todos los institutos de toda España). Usted sabe, nadie disponía de cuarto de baño en las antigüedades, así que el personal se desplazaba a la cuadra o al huerto o a la esquina de la iglesia para desahogar el cuerpo. Cuando las poblaciones crecieron y dejaron de estar en el campo, no hubo más remedio que utilizar un aposento de la casa para lo del desahogo. Y entonces aparece el maestro Covarrubias y va y llama ‘retrete’ (del participio latino ‘retractum’, retirado) al tal aposento. De manera que un cuartucho oscuro y retirado, que ni era retrete ni nada, se convirtió en retrete. Después afloró otro cambio semántico debido a la connotación socializada que nos invade y, como lo de retrete parecía un término agreste y pueblerinamente out, apareció el de ‘cuarto de baño’, y después el de ‘inodoro’, más ciudadanamente higiénico y más in.
Este rollo patateramente erudito viene a cuento de que hace pocos días, oh lector, leí en un diario de tirada nacional que «doce profesores y quinientos alumnos acaban de pasar una semana en la Universidad de Huelva debatiendo sobre lo escatológico». Sobre la mierda, vamos. La mierda sienta cátedra, decían los titulares en negrita tipo 26. Bien está. La palabra tabú empieza a aparecer impresa y todo el amplio campo semántico que la rodea (cagar, cagalera, cagarruta, cagadero, cagancha, cagada…) invade los diversos estratos sociales y los interlocutores se dejan en paz de eufemismos y lindezas. Siguiendo la docencia de la Universidad de Huelva no dudes, oh lector abnegado, que llegará el momento en que las Señorías del Congreso pidan permiso para ausentarse de la sala por apretujones de cagalera y que el señor presidente los autorice con un sonoro ‘puede su señoría irse a cagar’. Al fin y al cabo, el término no puede parecer grosero en el contexto del hemiciclo nacional dada la considerable cantidad de mierda que a diario se sueltan ad invicem los señores diputados. No hay más que recordar la sesión vespertina del pasado miércoles, día 27. Pataleos, abucheos, insultos y descalificaciones. La sesión mantuvo las características de una olorosa cagada. ¡Viva la libertad verbal!
LO DEL PROFETA
(16-4-2005)
JUAN GARODRI


Me refiero al proverbio que dice que nadie es profeta en su tierra. Creo que nuestra dignísima Real Academia no acierta (como en otras ocasiones) cuando define al profeta, acepción 2, como «hombre que por señales o cálculos hechos previamente, conjetura y predice acontecimientos futuros». Según esto, Rappel sería un profeta, y me deja un perturbador aroma de vinagre y calisay aceptar esta conjetura. El profeta es el que habla en nombre de la divinidad, no el adivino. Mala suerte la del profeta. Casi siempre el profeta se cree alguien. Un sorprendente ramalazo de locura religiosa, literaria, política, artística, taurina, constructora, comercial, le trepana la sesera a edad temprana y se jura a sí mismo (en una especie de reconversión psicológica de la personalidad) saltar la barrera del terruño analfabeto y destacar en lo que le gusta. Ojalá no lo hubieras hecho, forastero. Porque es eso. A partir del momento en que el profeta decide ser distinto, destacar (e incluso triunfar, palabra maldita) en el modo de vida que escogió, a partir de ese momento se convierte en forastero en su tierra y el gentío va a por él con uñas y dientes. Pero quién se cree que es, ese fantoche, si es hijo del carpintero, del zapatero, del peluquero, del tabernero. El profeta no tiene nada que hacer en un país, en una región, en un pueblo caracterizado por la envidia, una sombra bañada de tristeza y penumbra que prefiere perder dos euros si consigue que el vecino no gane uno. Hay que joderse. Al tipo (antiprofeta) se le revuelven las tripas si advierte que alguien perteneciente a su mismo gremio empieza a destacar. Y comienza la siega por debajo de los pies. Esto de segar la hierba requiere su técnica. Hay que utilizar la guadaña con perfecta habilidad. Con suavidad y disimulo. No hablar del profeta, ni a favor ni en contra. Olvidarlo, ignorarlo. El guadañero sabe que el nombre del profeta no debe aparecer por ningún sitio. Si manifiestamente habla o escribe en su contra, está al mismo tiempo hablando de él, publicitándolo (horror de palabro). Esta referencia puede atraer el interés del personal hacia el mensaje profetizador. ¿Por qué hablan mal de él? ¿Tendrá o no razón el descalificador? (El cielo está descalificado, ¿quién lo descalificará? El descalificador que lo descalifique buen descalificador será). Para comprobarlo, puede que el gentío se dirija a escuchar al profeta. Hay que evitar esta posible decisión de la muchedumbre. La táctica es olvidar al profeta, ignorarlo, ningunearlo. Mobbing a todo pasto, que dicen los puestos (okay) en la tarea del ninguneo. El profeta se encuentra sobre su alfombra de césped anunciando el valor poético, el valor político, el valor narrativo, cualquier valor del que se considera ‘mensajero’ (esto es ser profeta, el profeta no es un adivino, ya se dijo) y no advierte que poco a poco (o lo advierte con espanto) la hierba va desapareciendo debajo de sus pies hasta que llega el día en que su calzado se encuentra lleno de polvo. Suele ocurrir también que el profeta habita en muchos prados verdes, triunfa, y le da a los guadañadores por donde escuecen los pepinos. Cambia entonces la cosa y el guadañador se convierte en abonador. Poco a poco para que no se note. Para que nadie diga que el tipejo le da la vuelta a la tortilla. Y hasta es posible que, llegado el caso, el profeta deje de ser profeta y se transmute (en una especie de transustanciación epidérmica y gloriosa) en personaje aplaudido, aclamado y venerado. Siempre fuera de su tierra, naturalmente. Quiero terminar el bolo con una minisentencia latina que aprendí de chico: “Qui potest capere capiat”.
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CLASES
(9-4-2005)
JUAN GARODRI


Hace años, te encontrabas algún conocido por la acera, a las ocho menos cinco de la mañana, y respondías a su pregunta con un “voy a clase”. Cuando salías a las dos, respondías con “vengo de clase”. La clase. Ir a clase, salir de clase, dar clase, trabajar en clase, asistir a clase. La clase, repito. Aquel aula de mesas pintarrajeadas donde tantos años ha trabajado uno. La clase, esa metonimia con la que se designa el conjunto de alumnos que reciben el mismo grado de enseñanza. He escrito sobre la enseñanza, he hablado tanto de la enseñanza que ahora me aburre el tema. Os lo aseguro. (Hay quien equivocadamente dice “os lo prometo” cuando pretende asegurar algo, siendo así que sólo es susceptible de promesa la acción futura que aún no se ha realizado y que sólo es susceptible de aseguración la acción o conjunto de acciones pasadas). De manera que, os lo aseguro: me aburre el tema. No obstante, a instancias de unos y de otros, voy a escribir de ello.
En primer lugar, lo que pone de los nervios a los educadores (antes nos llamaban profesores y no pasaba nada) es el acaparamiento político del tema de la Educación (antes la llamábamos Enseñanza y tampoco pasaba nada). Resulta que desde que empezó la democracia ha habido seis reformas del sistema educativo, de las cuales cuatro han sido del PSOE. El personal —¿educativo, docente?— se pregunta desconcertado qué coños pasa con las reformas que, en vez de orientar, originan un caos (en su sentido físico y matemático, lo que supone un comportamiento errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos) que trae de cabeza al gentío. Cambia la terminología, cambia la orientación didáctica, cambian los libros de texto, cambia la programación curricular, cambia la memoria académica, cambian las actividades de recuperación, cambia la densidad de los exámenes, cambian los sistemas de evaluación, cambian los criterios formativos. Todo cambia. Cada dos por tres. Y esto los políticos y los sindicatos (ojo a los sindicatos) no lo tienen en cuenta. No tienen en cuenta que no se puede cambiar la enseñanza con tanta frecuencia. Todo cambio, para que sea positivo (cambio “a mejor”, dice la gente), supone un proceso de adaptación paulatino y concentrado, tal vez de bastantes años de duración, que no se consigue con el mero hecho de que las directrices reformatorias aparezcan cada pocos años en el Boletín Oficial. Se aferran a la teoría especulativa (“esta reforma la hacemos pensando en un horizonte amplio y tiene una vocación de futuro”) y pluriforme (“tenemos que conseguir los mejores niveles de formación para toda la población y, al mismo tiempo, desarrollar en su plena capacidad las habilidades de toda la población”), como aquél que piensa que cambiando de collares cambia de perro. ¿Niveles de formación en qué? ¿En Lengua, en Matemática, en comprensión de textos, en lenguaje oral y escrito? Es evidente que, según el “informe Pisa”, estamos a la cola de Europa. Piensan que cada reforma dará estabilidad al sistema educativo y no piensan que el sistema educativo apenas necesita reforma: quienes están necesitados de ella son las personas físicas que integran el sistema. El problema de la educación en el aula no son los itinerarios educativos, ni los programas de recuperación de los alumnos con asignaturas suspensas, ni la evaluación, o no, de la asignatura de religión en horario lectivo. El problema de la educación/enseñanza en el aula reside en los propios profesores y en los alumnos. Mientras haya profesores pedorros (pocos, por lo que he podido constatar durante mi trayectoria docente); mientras haya alumnos díscolos, indisciplinados e irrespetuosos, mientras haya tiparracos que destruyen la convivencia amparados por el sistema, las reformas serán papel mojado, ya saben ustedes.
Mientras tanto, nuestra sonrisueña ministra de Educación y Ciencia, doña María Jesús San Segundo, apuesta por una reforma con horizonte amplio y vocación de futuro. Qué va a decir.
ARMAS INOCENTES
(2-4-2005)
JUAN GARODRI


Ha venido a verme mi tío Eufrasio. Su cara de irritación me ha sorprendido porque habitualmente no la muestra. Es más, casi siempre aparenta un rostro pacífico y manso, de natural bonhomía, que transmite serenidad y consejos. «Qué te pasa», le digo, «pareces mosqueado». «Nada», me dice. Yo comprendo que la negación adverbial es simplemente retórica y que, en el fondo, un cabreo sordo le desarticula los sentimientos y le aprisiona los conceptos. Cuando mi tío Eufrasio muestra esta apariencia crispada, la causa de su inestabilidad emocional es la política, no falla. Para otros, la causa de sus desequilibrios es el fútbol, si juega Raúl o no juega Raúl, esas cosas, o los toros, si ERC está empeñada en que desaparezcan los toros sin tener en cuenta la representatividad folclórica de los toros ni la tradición histórica tan arraigada en el alma popular y en la concepción festiva de los españoles, claro, ellos no son españoles, son catalanes, etcétera. Así que me dirijo a él y le digo: «No tienes buena cara». «No, no la tengo», me dice. «La política, sin duda», añado. «Sí, la política», responde. «Pues no es para tanto, en política hay que tomar las cosas como vienen». «Claro», se encrespa, «como a ti te importa un pito la política, que eres un agnóstico democrático, un tipo que no cree en la democracia, bueno, exactamente no eres eso, quiero decir, eres un tipo que no cree en la manera como los políticos organizan la democracia o la utilizan para sus fines partidistas, en fin, no sé, creo que me he liado, que eres apolítico en definitiva, aunque no creas, en realidad no existe nadie absolutamente apolítico; de la misma forma que no existen los sinónimos absolutos porque las palabras guardan alguna relación significativa entre ellas, siquiera lejana, así las personas mantienen siempre alguna conexión ideológica de simpatía o rechazo con los grupos políticos, y precisamente quien muestra esa actitud de rechazo tal vez sea más político que el simpatizante, porque el esfuerzo del enemigo por tumbar al adversario siempre es más poderoso que el del afiliado que lleva la bandera en la manifestación. Mira si no lo del vídeo de Aznar contra Zapatero. «Sí, creo que te has liado», le digo, «habitualmente no te embrollas de esa manera: más que una argumentación has llevado a cabo una exposición tautológica».
Es comprensible. Mi tío Eufrasio votó socialista, es fan de Zapatero y le sienta como un tiro el sonsonete del izquierdismo trasnochado y de salón del presidente, la guasita del talante, la mojiganga de los ojos azulclaro y la cuchufleta de la sonrisa perenne. No acepta el actual deterioro democrático español provocado por las luchas de poder, las acusaciones y las mentiras recíprocas. Siempre estuvo en contra de la fabricación y venta de armas (obscena justificación del terrorismo y de las guerras, dice, y alguien habrá o debería haber que obligue a los poderosos a destruir el ingente arsenal de horrorosas, pavorosas y destructivas armas que poseen USA y Europa. Porque las armas de USA y Europa también matan), así que lo ha puesto de los nervios el viaje de Zapatero al negocio de la venta de armas a Venezuela. Le digo que no son armas para atacar, que no son armas ofensivas, que son buques de vigilancia costera y aviones de transporte, que son armas para contribuir a la seguridad y la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Todo eso le digo, pero no traga. Guardó silencio, apretó los labios y sentenció:
—Ahora todo se justifica con los peligros del narcotráfico y el terrorismo: Franco también apelaba (siempre que pretendía justificar lo que tal vez era injustificable) a la conspiración judeo-masónica y el comunismo.
COTILLAS MULTIEXPERTOS
(27-3-2005)
JUAN GARODRI


El título me lo ha sugerido (valga la catáfora) un amigo mientras tomábamos unas cañas en el Chito. Comentaba con cierta irritación el tono multicultural que adoptan los tertulianos de televisión, expertos en todo y eruditos en nada. Más que expertos son “informados”, personas que poseen una vasta información, de lo que resulta que, si no han digerido convenientemente los kilos de alimentación informativa, regurgitan eructos desatinados y fétidos. Todo el mundo sabe que una cantidad determinada de información, por muy grande que sea, no convierte en formación las neuronas del receptor. Puede darse el caso de alguien ‘muy informado’ y amanecer, sin embargo, bastante deformado, mentalmente se entiende, hecha la picha conceptual un lío, con más nudos que el ovillo de Ariadna. Naturalmente: hablamos de tertulias serias. Porque si nos refiriésemos (que también) a las tertulias de sobremesa o antemesa, o cuando se emitan, a media tarde, a media noche, no sé, si nos refiriésemos a esas reuniones, no podríamos denominarlas con el honroso nombre de tertulias, sino con el de “grillitertulias” o “tertuliollas” porque, ya desde el principio, se convierten en una gigantesca olla de grillos en la que todos mueven simultáneamente los élitros de la sapiencia (‘su’ información de buena tinta), actitud que convierte las palabras en una algarabía insoportable e ininteligible. La desmesura de los grillitertulianos no consiste precisamente en la mezcolanza del vocerío unipersonal sino en la conducta prepotente que adopta el grillitertulio, convencido de que está en posesión de una verdad extrañamente absoluta, tanto más verdadera cuanto que es la suya, convencimiento que muestra a las claras con el arqueo cabreado de las cejas, el torcimiento despectivo de los labios y la elevación crispada del tono de la voz. Todo un espectáculo. Un espectáculo provechoso porque induce al espectador, sin duda, a no adoptar jamás, por barriobajeros e inaceptables, los modos de comportamiento que contempla en la pantalla. Podemos concluir, pues, que las tertuliollas ejercen una labor moralizante puesto que el espectador, seguro, abominará de aquello que ve y no lo pondrá en práctica jamás. Algo así ocurre en el Libro de Buen Amor, dije yo. Y mi amigo me miró sorprendido. Sí, continué: el astuto y picarón Arcipreste de Hita justifica en el prólogo de la obra las “obscenidades” que describirá a lo largo de ella con el cuento de que las expone para que el lector las considere pecaminosas, las rechace y se incline a lo contrario: seguir el camino recto que conduce al Buen Amor (de Dios). De igual manera, el espectador de las grillitertulias sale de ellas con el ánimo reforzado, henchido de buenos propósitos. Jamás adoptará actitudes burdas y chabacanas como las que acaba de ver. Todo lo contrario, se convertirá a partir de ese momento en ciudadano probo dispuesto a la solidaridad, al mutuo respeto, a la aceptación de la verdad ajena y a la colaboración con el Ayuntamiento en el engrandecimiento de la conciencia cívica. Que no es poco. Los espectadores, en cambio, de las tertulias serias salen de ellas cabizbajos, convencidos de que la sociedad anda patas arriba y de que el futuro es negro como boca de pozo petrolífero. Causas, las expuestas por los tertulianos serios: el déficit público, la subida imparable de los carburantes (más subida cuanto más viaje el gentío, véase si no lo acontecido esta Semana Santa), el calentamiento peligrosísimo de la tierra, las incurables y resentidas heridas de los políticos, el resultado desnacionalizador de las elecciones vascas y el bigote de Carod-Rovira.
Chito nos sirvió la espuela, nos palmeamos la espalda y nos fuimos a comer tan contentos.
EL TALANTE Y ESO
(19-3-2005)
JUAN GARODRI


El personal se pregunta por todas partes (y no es cosa mía, que conste, porque con frecuencia me acusan: Te lo inventas, tío, te inventas la mayoría de las bobadas que escribes, lo tuyo es la poesía, eres negado para la prosa, consecuencia de tu carácter políticamente débil, no hay cosa peor que la anorexia política, cosas así me dicen entre bromas y veras, porque los amiguetas de barra muestran una mala, bondadosa mala leche con la que te sueltan la pulla, y encima tienes que sonreír como si te hicieran una caricia), así que, piensen lo que quieran, el personal se pregunta qué le pasa a España, qué crispación marujil y barriobajera acosa a nuestros líderes (y periodistas) que más que en gobernantes (y opinantes) los convierte en mandamases, en jefes de tribu, en capos de bandas políticas (o editoriales). El personal se pregunta si no sería lo mejor para la convivencia que los jefes se entendieran, que fundamentaran sus relaciones en un consenso progresista que redundara en beneficio de la ciudadanía, que olvidaran la cainita lucha partidista, que se abstuvieran del enojoso cruce de acusaciones sobre el futuro de España, que mandaran a hacer gárgaras los reproches sobre la política exterior del Gobierno, que cesaran en la dura lucha que mantienen sobre la reforma de la Constitución. Se pregunta el personal si es malo que se reforme la Constitución, y hay quien responde que no, que no es malo, que lo malo consiste en que, con la reforma de la Constitución como pretexto, los mandamases aprovechan para lanzarse dardos envenenados y atribuirse, respectivamente, el desprestigio de las instituciones. «Después de seis años de derechas, llevamos uno de derechos», dicen que ha dicho Zapatero. La frase ha circulado a más velocidad que el monoplaza de Alonso y la acera empieza a florecer chascarrillos. Así que el chiste de Moratinos (declaración de guerra a EE. UU) puede reposar tranquilo una temporada. El personal se pregunta qué droga adictiva ostenta el poder para conseguir que no quiera soltarlo quien lo posee y que quiera recuperarlo a toda costa quien lo perdió. (A este respecto, me permito hacer un paréntesis: lee uno con frecuencia que “los socialistas detentan el poder”, con el significado de que los socialistas “gobiernan”. Advierto a quienes escriben tan inexacta frase de que la usan con total impropiedad léxica porque el verbo ‘detentar’ significa ‘usurpar’, obtener ilegítimamente un derecho o cargo, y los socialistas gobiernan legítimamente, sin detentación de poder, desde que ganaron las elecciones generales hace ahora un año. No hay de qué). En ese tira y afloja de conservación-recuperación del poder se fundamenta la dureza de los comentarios que el miércoles se hicieron en el Congreso. Zapatero-Rajoy, por un lado, atribuyéndose recíprocamente la culpabilidad de las calamidades políticas que sufre España y, por otro, Eduardo Zaplana y María Teresa Fernández (ya ha dejado de fumar, oiga) dándose caña por lo del desprestigio de las instituciones. El personal se pregunta por qué los políticos no dejan la lucha dialéctica y se dedican a aunar esfuerzos para combatir el terrorismo, solucionar el paro, dar trabajo a los inmigrantes y bajar el precio de la vivienda. Que eso es lo que prometen en las elecciones. En fin. El personal se pregunta, atónito, qué ocurre en los refugios subterráneos de la Prensa. Se oye decir que Luis María Ansón pega el cambiazo: deja La Razón y se traslada a El Mundo. «Polanco tiene España a sus pies […]. Sólo Pedro J. sabe lo que hay que hacer para plantarle cara». Eso dijo Ansón. Será por lo del talante.

sábado, 24 de octubre de 2009

EL SEXADOR
(12-3-2005)
JUAN GARODRI


Se ha hablado con frecuencia, durante estos días, de ‘el sexador’. Antonio Burgos ya habló de ‘el sexador de noes’. Y Joan Manuel Serrat y La Trinca hicieron caricatura de ‘el sexador de pollos’. Yo voy a hablar simplemente del ‘sexador’.
Mas ¡oh sorpresa! Me dispongo a aclarar el concepto definitorio del término y no aparece en el diccionario (DRAE). ¿Será por lo de la descapitalización literaria de Espasa?, me pregunto confuso. Nuestro dignísimo diccionario de la Real Academia (vigésima segunda edición, 2001) dispone de miles y miles de palabras (más de 83.000, dicen), pero a las doctas mentes se le ha escabullido lo de sexador. Me dirijo de nuevo a la estantería y opto por el María Moliner. Lo abro por la entrada “sexo”. Nada. Decenas de palabras referentes al sexo y a la sexualidad, algunas rarísimas, un mareo abrumador de palabras, pero de sexador ni rastro. Ni el Larousse, ni el ideológico de don Julio Casares, ni el Corominas, ni Océano Único. Bueno, Sebastián de Covarrubias ni siquiera incluye el término “sexo” en su Tesoro de la Lengua (por si acaso; la Inquisición lo consideraba nefando).
Sin embargo, ya digo, estos días se ha hablado de la actitud tomada por algún sexador editorial que ha tomado la decisión de eliminar de la plantilla a determinados periodistas criticones (En ‘As’ o en ‘Marca’, verbigracia). Ya saben, el tipo que se arriesga a clavar los pies en el suelo y enfrentarse en su comentario habitual a lo políticamente correcto o a lo deportivamente correcto o a lo judicialmente correcto. A lo periodísticamente correcto. Morir con las botas opinadoras puestas. A quién se le ocurre. La incorrección política, la deportiva, la judicial o la periodística sólo puede, en la mayoría de los casos, acarrear pérdidas económicas o publicitarias de irrecuperable credibilidad.
Para evitarlo, está la figura del sexador. ¿Quién es el sexador, por ejemplo, de Justicia? ¿Quién es el bueno o el malo, merecedor de cárcel o digno de liberación? Políticos y ‘profetas judiciales’ llaman a vísperas y aparece el sexador para decidir a quién le toca la china. Es increíble. Los últimos libros que han aparecido sobre el tema producen la sensación de que el mundo (democrático) está al revés. “El desgobierno judicial”, de Alejandro Nieto, deja turulato al más optimista, con la estupefacción de la incredulidad. Mientras, magistrados de la Rioja plantean al Tribunal Constitucional sus dudas de que los jueces sustitutos (justicia interina, la llaman) respeten el derecho a un proceso con garantías. La ciudadanía se alborota y comenta el hecho de que la multan si deja de pagar la licencia de obras al Ayuntamiento y no multan o enchironan a las grandes empresas constructoras que venden los pisos racheados.
Por parte de la política, el sexador desafía las leyes de la gravedad con un riesgo rayano en la irreflexión. Albert Boadella ha escrito “Memorias de un Bufón” (título que le cuadra siquiera metafóricamente porque algunas afirmaciones que aparecen en su obra no son bufonadas). Dice que Cataluña anda dispersa en un vuelo gallináceo y que se ha convertido en ‘marujalandia’ (marujos y marujas catalanistas), acogotada por Catalunya Radio y TV3 (sexadores) convertidos en órganos de intoxicación perfecta.
Un tipo interesante es también el sexador de libros. La calidad. Oh Dios, nada menos que la calidad. Las revistas culturales fin de semana se han convertido en un manojito de sexadores dispuestos a endosar el dedo a toda obra escrita.
¿Quién es el sexador de la radio, esa droga matinal que invade las cocinas de media España y come el coco con su sonsonete antiprosódico? ¿Iñaqui Gabilondo en la Ser? ¿Jiménez Losantos en la Cope? En fin. El sexador, lo había olvidado, es un tipo que se gana la vida determinando la sexualidad de los pollos (y de las pollas).

viernes, 23 de octubre de 2009

EL CASO DE LA GORDA
(5-3-2005)
JUAN GARODRI


Pues esto era una vez un juez que dictó una sentencia. Resulta que una señora denunció a un compañero de trabajo (pero no amigo, por lo que se sabe) porque la había llamado “gorda”. No veo qué tiene de malo ser gorda. Las gordas son radiantes, esplendorosas y parecen felices. Es más, las gordas son incluso bellas. El rostro de las gordas muestra de ordinario los rasgos de la belleza clásica: nariz recta, pómulos equilibrados, ojos simétricos, boca pequeña y redondeada, labios gordezuelos. Son los estereotipos de belleza aceptados por la sociedad medieval o renacentista. No hay más que leer la prosopografía que utiliza el Arcipreste de Hita en sus retratos femeninos o las pinceladas de los maestros del cinquecento (la Magdalena Doni de Rafael, por ejemplo). La mujer gorda era ejemplo de belleza en la época del Barroco (vean si no los desnudos de Rubens) y lo demás eran cuentos de pobretería hambrienta.
Hoy día no. Las pasarelas de la última moda, cuyos desfiles celebran obsesivamente las pantallas de televisión, ofrecen a la vista cuerpos anoréxicos y desproporcionados en los que la simetría está reñida con el despropósito. No es posible que unas piernas esqueléticas y unos costillares raquíticos encajen ‘artísticamente’ con unos senos esplendorosos y abundantes (salvo el engaño de la silicona); no es posible que unos hombros huesudos y tísicos enlacen físicamente con unos pómulos eslavos y unos labios cameruneses (salvo la inflación inyectable de la crema); no es posible que tobillos y rodillas de Auschwitz hagan juego muscularmente con glúteos carnosos y rotundos (salvo imaginación calenturientamente asexuada). Hace unos meses, determinadas revistas de ciencia médica aseguraban que, según especialistas norteamericanos, la gordura «normal» no es una enfermedad, como hacen creer a la ciudadanía las grandes compañías médicas y farmacéuticas de aquel país. Para forrarse, sin duda. Y no precisamente con los epitelios del organismo humano. De ahí que se haya extendido la ‘cultura’ de la delgadez y, en consecuencia, que el gentío, atontado por el bombardeo publicitario y los iconos anoréxicos, se empache de dietas adelgazantes y de paseos diarios y kilométricos en las cintas de los gimnasios.
¿Estar gorda o ser gorda? Es lo que tantas veces comentan los lingüistas. Las diferencias semánticas que adquiere la palabra según se utilice en uno u otro contexto lingüístico o en una u otra situación. Porque no es lo mismo dirigirse a una señora delgada, de aspecto enfermizo, y decirle educadamente: «qué bien la veo, señora, está usted un poquito más gorda», que dirigirse a una señora gorda, de salud rebosante, y decirle a mala uva «es usted una gorda asquerosa». La palabra es la misma, con la diferencia de que el adjetivo “gorda” ha sufrido una sustantivación (des)calificadora. Así que el juez que dictó la sentencia, dudando, probablemente, entre el valor semántico y la apariencia gramatical de la gordura, decidió que el hecho de llamar “gorda” a una señora no se puede catalogar dentro de los delitos de injuria, agravio o difamación. Caso distinto es que a la señora gorda la llamen “asquerosa”, además. El significado repulsivo, sucio, mugriento o desagradable que conlleva la negativa cualidad de “asquerosa”, unido al despectivo que, en este caso, se atribuye a gorda, multiplica el íntimo malestar del sujeto/a agraviado, con lo que no es de extrañar que la gorda lo considerase un agravio y, acto seguido, acudiese al juzgado a denunciar a su agresor verbal.
En estas que entra mi tío Eufrasio.
—Peor es la gordura política —me dice—, se está armando la gorda y, con tantas abundancias celulíticas, el país anda cada vez más abotargado, con dificultades para ir adelante.
—Será por lo del tres por ciento y el castellano en Europa —dije.
—Eso.
LO DE LOS SABIOS
(26-2-2005)
JUAN GARODRI


Sophia, sapientia, sabiduría. Sabios y sabios. Como en todo. Dicho de una persona: que posee la sabiduría, según el diccionario. Me gustaría averiguar qué es la sabiduría, en qué consiste. Esos grandes novelistas (en millones de ejemplares vendidos), Dan Brown por ejemplo, deberían sentarse a escribir una novela sobre la búsqueda de la sabiduría, a ver si la encontraban. Pero no. Dale con lo del santo Grial y con lo de las sectas medievales redivivas.
Sabiduría. Hay quien la confunde con erudición e incluso con cultura. Aunque cada uno lo explica a su manera. La explicación epicúrea es sorprendentemente atractiva. Para ellos, la sabiduría es la sabiduría de la vida. No se preocuparon de darnos una filosofía teórica exacta sino una sabiduría práctica de la vida, un estilo de vida, una concepción del mundo. La existencia es placer vital creador. Una especie de «carpe diem» horaciano aferrado a los valores de la existencia. Esta sabiduría vital no era insaciable. Aspiraba a lo más, pero se contentaba si no lo conseguía. Tal vez en este sentido escribió Calderón la conocida décima del sabio: «Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que comía /. ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo? / Y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba comiendo / las hierbas que él arrojó».
Sabios. La fe en el progreso moderno y la voluntad de extenderlo a todos los terrenos de la vida es lo que caracteriza a los sabios de la Ilustración. Sabiduría. Algo muy diferente al comité de “sabios” designado por el Gobierno para que estudie la reforma de los medios de comunicación públicos y emita el oportuno informe al respecto. Y digo diferente porque, ateniéndose a lo que lee uno por ahí, este grupo de sabios olvida el progreso moderno propugnado por la Ilustración —el bienestar de los ciudadanos— puesto que pretende mandar al carajo los ahorros del personal. A ver, si no. Si el comité de sabios «tras nueve meses de sesudas reflexiones ha llegado a la conclusión de que el Estado debe asumir los 6.200 millones de euros de RTVE para poner el contador a cero», que alguien diga a los sufridos contribuyentes de dónde va a salir esa ingente cantidad de millones. ¿De los bolsillos de Zapatero? ¿De la oscura bolsa sin fondo de Polanco? ¿De las nóminas de los señores ministros, secretarios y subsecretarios? ¿De los ingresos de las quinielas? ¿Del sursum corda? No. Esa alucinante cantidad de millones de euros —más de 7.500 millones al cierre del presente ejercicio 2005— saldrá de nuestros agujereados bolsillos, ciudadanos indefensos e ingenuos que, encima, creemos en la bondad de nuestros gobernantes y acudimos a votarlos tal como los devotos antiguos acudían a las procesiones para que el santo patrón les trajese la lluvia.
Gottfried Wilhem Leibniz, que además de filósofo y matemático fue el primer presidente de la Academia de Ciencias de Berlín, asegura en su Teodicea que «el sabio quiere sólo lo bueno, ¿y será una atadura el que la voluntad obre conforme a la sabiduría?». Pues parece que es una atadura. Leibniz merece todos mis respetos, (aunque no fuese más que porque se adelantó unos años a Newton en la exposición de las ideas fundamentales del cálculo infinitesimal), pero me atrevo a imaginar e imagino que este comité de sabios (curioso: de los cinco, cuatro escriben en el diario El País), o desconocen, o al menos no recuerdan en absoluto, la citada frase de Leibniz. Porque, vamos a ver, si «el sabio sólo quiere lo bueno», ¿Cómo es posible que estos cinco sabios quieran el mal, es decir, quieren dejar a cero la escandalosa deuda de RTVE y, por si fuera poco, añadir un 50% más a los futuros gastos del ente público, a costa de que aumenten nuestros impuestos? Misterio.
LA APUESTA
(19-2-2005)
JUAN GARODRI


Suelo escribir mis articulejos influido por la llamada «opinión de la calle». El encuentro con conocidos, vecinos o amigos en la acera o en el bar propicia el comentario sobre temas de actualidad expandidos por la prensa o la televisión.
Estos días me han comentado el hecho de la apuesta. ¿Qué incita a una persona a apostar? Porque toda apuesta supone un riesgo. Puede ser arriesgar cierta cantidad de dinero en la creencia de que algo, como un juego, tendrá tal o cual resultado. En este sentido, la mayoría de los españoles (españoles no, que está mal visto), la mayoría de los ciudadanos (mejor, suena más a república o a Revolución francesa), la mayoría de los ciudadanos arriesga su dinero en las apuestas públicas o en la Once. La quiniela futbolística saca de sus casillas a hinchas, forofos y peñistas; la lotería nacional trastorna los bolsillos de sus incondicionales, siempre esperando el maná de la suerte; la Once produce un flipe diario en viandantes y acereros que se detienen en los quioscos o en las esquinas para el aprovisionamiento de su salvación; la lotería primitiva enloquece a funcionarios y jubilatas; la euromillonaria afloja el seso soñador de hambrientos económicos: sería la rehostia, tío, veinte, veinticinco, treinta millones de euros, anda que no iba yo a dar por saco a tanto hijoputa como raja por ahí suelto. La apuesta, pues, supone un riesgo monetario que se corre gustoso porque va parejo con el sueño de cada uno. Y es de admirar esa pertinacia en el riesgo que impulsa una y otra vez al gasto a cambio de unos instantes de sueño enriquecedor.
Sorprenden, sin embargo, otros tipos de apuestas. La del editor, por ejemplo, que «apuesta» por un bodrio, lo premia y lo publica, sabedor de antemano que una buena campaña de publicidad, bien manejados todos los resortes mediáticos, lo convertirá en una fuente (in)agotable de ingresos.
Últimamente sorprende al personal la apuesta, aparentemente desaforada, de Zapatero por la Constitución europea. No sorprende que saque la cara por la Constitución en sí, sino que en los actos mitineros de su campaña europeísta (no sé por qué ­—mira que son retorcidos— hay tipos a quienes Zapatero les parece uno de aquellos padres misioneros que durante el franquismo predicaban por los pueblos la “santa misión”, ya se sabe, aquello de ‘viva María, viva el rosario, viva santo Domingo que lo ha fundado’, y todos cantando en fila hacia la iglesia), se sorprende, pues el ciudadano de que Zapatero critique al PP, que pide el “Sí”, y no se le oiga una palabra en contra de un Llamazares cada vez más cabizbajo ni de un Carod-Rovira cada vez más bigotudo, que piden el “No”.
Sorprende también la apuesta de Zapatero por el Proyecto de Ley de Impulso de la Televisión Digital Terrestre (con tanta mayúscula parece un proyecto de Ley ya consolidado). ¿Será posible, como dicen algunos muy mal intencionados, sin duda, que nazca este proyecto de Ley para anular la sentencia del Tribunal Supremo de 12 de junio de 2000 sobre la absorción de Antena 3 radio por parte de la cadena SER? Desde luego los hay con muy mala leche. Ponen en práctica, con más cara que un saco de calderilla, el dicho gnómico de “piensa mal y acertarás”. Y ahí tienes a los fachas de la derechona pensando en la insaciabilidad socialista que fomenta el amiguismo-favoritismo mediático para arramplar con todo. (Jiménez Losantos —Dios lo perdone— llama ‘Prisoe’ a esta corriente de expansión amiguista, en una fusión de siglas ocurrente y sintética).
En fin, mi tío Eufrasio me dice a menudo que porfíe pero que no apueste. No advierte la complejidad que hoy día mantienen las relaciones humanas, repletas de riesgo. Que se lo pregunten a Bush, el inmisericorde, que está punto de apostar por sus bombas contra Irán y Siria, maldita sea.
LA AGENDA
(12-2-2005)
JUAN GARODRI

Empiezo con una concesión a los maniáticos de las etimologías. Que los hay. Si no que se lo pregunten a mi amigo, el del bastón de mirto.
Existe un verbo latino de apreciable rendimiento léxico en el idioma castellano: “ágere”. De él deriva «agenda», las cosas que se han de hacer. Pero no creas, no sólo derivan de él palabras conocidas por la mayoría de los hablantes, como agencia o actor, también derivan de él palabras raras, como abigeato o remiche, más apropiadas para el programa televisivo ‘Pasa palabra’ que para la conversación ordinaria.
Pero vamos a la agenda. Si etimológicamente consiste en las cosas que tienen que ser hechas, ya se dijo, en realidad la agenda ya no se considera por su significado porque se ha convertido en un objeto. Efectos de la asimilación derivativa. Un objeto de uso personal, como puede serlo una estilográfica o un peine. La agenda se ha transformado en un librito íntimo, y aparece rodeada de un extraordinario halo de pudor. Resulta indecoroso olisquear en una agenda ajena, algo así como mirar por el ojo de la cerradura de un cuarto de baño. Últimamente se ha sobredimensionado, que se dice, el valor de la agenda, y las casas comerciales sospechan que el mejor regalo que se puede hacer a un cliente es enviarle una agenda. Los Bancos y las Cajas de Ahorro también se inclinan al regalo de la agenda y las remiten con profusión. En particular, las envían al profesorado, así que el personal docente dispone de unas agendas valiosas, editadas con el rigor del lujo y con el primor de la decoración y los colorines informáticos. En mi casa aparecen de vez en cuando, mientras buscas algún libro entre las estanterías, agendas preciosas de años anteriores. Y es de admirar la cuidadosa distribución de páginas, cuadrantes para horarios y evaluaciones, mapas y prefijos telefónicos, no solo de España sino de todo el mundo, porque hay que ver lo cumplidos que son los bancos y cajas de ahorro con sus clientes.
La agenda ha sufrido, además, una transformación metonímica hasta el punto de que se oye decir que el presidente, por ejemplo, tiene una agenda «muy apretada». Hombre, normalmente se tiene apretado el pantalón o los calcetines, no sé. Quizá los editores distribuyen varios tipos de agendas: aflojadas, apretadas y muy apretadas. Como quiera que sea, las agendas aflojadas deben de agrupar sus hojas, supongo, alrededor del decaimiento y la tristeza, de modo que el dueño o la dueña prácticamente no las utilizan ni siquiera para escribir sentimientos iracundos o amorosos. Las agendas apretadas proporcionan un mayor rendimiento y admiten en su interior anotaciones prácticas como las que se refieren a comprar leche desnatada y lecitina de soja, llamar al fontanero, visitar al urólogo y no olvidar telefonear a la Consejería de Fomento para pedir cita en la ITV, cosas así. Las que fuman en pipa, sin embargo, son las agendas «muy apretadas». Van revestidas de elegante piel curtida, pero el dueño o la dueña ni las conoce porque las agendas muy apretadas están siempre en manos de la secretaria. Tan es así que la señora Condoleezza Rice, secretaria de Estado de EEUU., que anda de un lado para otro extendiendo el Imperio con el pretexto de fomentar las relaciones internacionales, la paz, la justicia, la solidaridad y no sé qué más, que entona la cantilena del nuevo ‘clima’ entre Estados Unidos y Europa para trabajar juntos sobre la base de «una agenda común», (juá, juá, y perdonen), pues suelta el trapo y dice que ahora no entra en su agenda ‘apuntar’ contra Irán. Como si dijera que no entra en su agenda comprar tomates. Y todos, Bélgica, Francia, Alemania, Israel, unos diez países europeos riéndole las gracias.
A propósito: ¿Por qué en su apretada agenda no ha figurado una visitita a España?
EL TIEMPO
(5-2-2005)
JUAN GARODRI


Ontología de la existencia. Gracias al tiempo estamos en el mundo. Ser-en-el-mundo interpretado como existencia, ya lo dijo Heidegger. Estamos tan acostumbrados al tiempo que no se nos ocurre pensar en el problema que el tiempo supone. Lo relacionamos con un antes y un después, un pasado y un futuro, cuando en realidad la unidad de medida del tiempo es el ‘ahora’, el instante inmediato. «Es algo misterioso, porque por una parte divide el tiempo en pasado y presente y por otra los une de nuevo. Por la división surge la diversidad del tiempo y, por la unión en el ahora, su diversidad», afirma Hirschberger. Vivimos, pues, en medio de una ficción que nos hacer ser sin ser, porque nuestro presente está variando constantemente. Cada nanosegundo ya no somos lo que somos porque nuestro ser acaba de caer en el pasado y tomamos del futuro otra mínima fracción de tiempo que, a su vez, cae instantáneamente en el pasado. Tal vez el ser humano no sepa si podría deshacer esos lazos que le surcan la frente, los barrotes de esa cárcel sin puerta que es el tiempo, tierra humilde que aprisiona sus ojos, que lo hace mendigo de si mismo: un mendigo algo extraño, limpio, afeitado, siempre sin harapos, mendigando la luz en cada tarde que es la tarde del tiempo. Tal vez el ser humano se agarre desesperadamente a esa luminosa penumbra temporal surgida de todos los instantes, infinitos ahoras que constituyen la inmaterialidad de percepciones arrancadas al goce o al pretexto de eludir la azarosa sintonía entre vida, placer, dolor o muerte. El tiempo sigue cabalgando impertérrito por páramos helados, por heladas estepas, por ardientes, resecos, tostados arenales, por las avenidas de las ciudades, por las calles de los pueblos, dando la vuelta al mundo, riéndose del hombre porque la eternidad o lo que sea se acerca, y se acerca la muerte de ese tiempo que nosotros medimos. A su vez, los científicos intentan dar la vuelta por la red del espacio o descomunicarse de la vida futura con inventos o bombas o cremas para el cutis.
Por otra parte, se tiene muy en cuenta la Historia como un gran depósito de acontecimientos temporales, pero la Historia se cobija en la oquedad del tiempo que masca, engulle y se alimenta sólo de la filosofía de la historia. Presente propiamente no hay porque a nuestras espaldas, como una inmensa chepa de siglos, va el pretérito de todos esos verbos que se sabe la vida. Y, delante, el futuro con un río en los huesos, con un mar en los huesos de (des)ilusión y (des)esperanza. Si se piensa en el pasado, el personal no tiene más remedio que considerar si era un concepto erróneo o era una falsa alarma, si era un placer momentáneo o era una idea de acero. Era. Tiempo pasado. Pretérito imperfecto del verbo ser. Ahora, ahora que es presente, ahora que es lo exacto, lo concreto, ahora no hay nada; mejor dicho, hay todo: ahora es la duda y el temor taladrando.
La historia del tiempo es una historia un poco idiota. Desde los primeros tiempos, el hombre se empeñó en atraparlo. Primero, lo encerró en los conos monótonos de relojes de arena. Después, en las agujas, la esfera, el mecanismo de relojes con muelles, manecillas y ruedas dentadas. Finalmente, en modernos cronómetros digitales con esfera de cuarzo transparente. Pero el tiempo no se amolda a las normas humanas ni hace vida tras la exactitud de un reloj. Él vuela fino y libre y avanza, avanza siempre. Oí decir que el tiempo es como un navegante que ha nacido en el palo mayor del infinito y ahí duerme, destilando su jugo gota a gota hasta que llegue el día en que tal vez pueda secarse. Luego quizás se vuelva eterno, si es que no se mueve con movimiento uniforme y rectilíneo.
En fin, el tiempo es un recurso válido para fundamentar nuestra accidentalidad porque nos agarramos a él como a un clavo ardiendo y, además, nos enjuaga dulcemente la boca cuando pensamos mucho qué fuimos o seremos.
AVE CAESAR
(29-1-2005)
JUAN GARODRI


Sin coma. La coma es cosa de los gramáticos. Cuando los gladiadores romanos volvían el torso hacia el emperador y gritaban aquello de “Ave Caesar imperator morituri te salutant”, en lo que menos pensaban era en las comas. Las comas vinieron después, con los gramáticos. Casiodoro escribió una ‘Ortografía’, obra de tipo gramatical que suministró muchas de sus bases a la enseñanza medieval. En la época de Casiodoro, los gramáticos seguían dando sus clases en el Foro de Trajano, aunque probablemente no se preocupaban de las comas sino de la sabiduría antigua y de la erudición griega. Así que ‘Ave Caesar’. Hoy día tendríamos que girar el torso, gladiadores esmirriados del conflicto diario, hacia nuestros políticos y mandamases y gritarles: “Ave Caesar imperator, itineraturi te salutant”, los que van a viajar te saludan. Por lo del AVE. El chiste es malo. Pero no se me ha ocurrido otro mejor.
Andábamos desasosegados los extremeños. Veíamos esfumarse las expectativas de que una línea de ferrocarril rápida y moderna pasase por Extremadura. Escarmentados. Siempre nos ha tocado la china. Aquí se produce la materia prima. En otras regiones se instalan las fábricas para la transformación y producción de esas materias primas. Con el AVE podía ocurrir lo mismo. Lo temíamos. Por fin, el AVE se sosiega. Doña Magdalena Álvarez acaba de aclarar «al presidente de la Junta y a los representantes sindicales y empresariales que lo acompañaban» que el tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa entrará en funcionamiento en la fecha prevista del 2010. De ahí que yo, personalmente, salude a nuestro presidente con el grito de un gladiador romano, bien que actualizadamente pedestre y esmirriado: “Ave, Caesar imperator, itineraturi te salutant”, (ahora ya con comas, para actualizar la grafía) los que van a viajar te saludan. Hay algo, sin embargo, que no me gusta en este asunto: el rédito político que señalados mandamases pretenden sacar del asunto. Unos dicen que gracias al anterior gobierno del PP tendremos el AVE, otros que gracias al actual gobierno del PSOE lo tendremos. Y se tiran los trastos a la cabeza. Cuándo se darán cuenta los políticos de que a la mayor parte de la ciudadanía (excepto a los afiliados, hinchas y forofos de tal o cual partido) lo que le interesa es la consecución del objetivo, el AVE en este caso. Lo de menos es qué partido político lo consigue. Esas luchas entre partidos hacen no poco daño a los ciudadanos. El desconcierto es patente. Y muchos se preguntan qué buscan los políticos con la política. O quizá mejor: qué buscan los políticos en la política. ¿El bien de la ciudadanía en general? La gente lo duda. Basta que un grupo político proponga un objetivo para que los enemigos políticos propongan lo contrario. A nivel nacional, autonómico o local. En Coria, sin ir más lejos, las Asociaciones de Padres, los Centros educativos y las Asociaciones de vecinos invitan a todos los ciudadanos a asistir al Pleno Ordinario del Ayuntamiento el día 28 de enero (por ayer) para exigir la inmediata construcción de un nuevo instituto de Educación Secundaria. La cosa colea desde hace varios años. Según leo en HOY (E. Paniagua), «desde la Consejería de Educación manifiestan que de hecho el instituto previsto para Coria está presupuestado desde hace ya dos años, que el dinero está ahí y que sólo están pendientes de que desde el Ayuntamiento les digan cuáles son los terrenos para su construcción». Los políticos locales se culpan unos a otros de no haber trabajado en la consecución de esos terrenos. Mala cosa la búsqueda exclusiva del rédito político. ¿Quién paga las consecuencias? El ciudadano de a pie, pagano que ni pincha ni corta. Ave Caesar, (donaturi te salutant) los que van a pagar te saludan.

jueves, 22 de octubre de 2009

UN OLOR TAN PEQUEÑO
(22-1-2005)
JUAN GARODRI


El olor era algo tan pequeño que apenas trascendía, era algo que acompañaba externamente al cuerpo arañando el deseo de los frutos de aquel árbol prohibido. Éramos pequeños. Hace tantos años. Después fue cambiando el rumbo de la vida y los atardeceres se mudaron. Y el olor del trabajo se extendía por ambos brazos y las generosas primeras gotas del sudor humano refundieron la espalda con aroma que manaba del músculo y cansaba y era bueno sentirse fatigado. La gente trabajaba desde el amanecer. Y el alba desprendía un olor inocente que alimentaba la fatiga diaria.
Mi amigo Machaco (interpretado entre las dimensiones de sus esculturas, lucha ahora con un minotauro descomunal y hercúleo) me dice que no existe olor tan penetrante como el olor de la guitarra que acariciaba de pequeño, un olor que recuerda como un rostro, un olor actual y ciudadano al que no ha abandonado, que no ha olvidado sino que lo habita y que a veces lo revive y lo equilibra dentro de sus alucinaciones.
Olían los objetos a infancia radiante y acertada. Los lápices, cuadernos, gomas y tinteros desprendían el aroma de la escuela. Y a pesar del brazo en alto frente al cuadro de Franco, a pesar de las collejas del maestro y de los caralsoles y banderas, el olor del jersey tejido a mano por la abuela dejaba tras de sí un rimero de lanas inexpertas y nuevas.
El río en el verano se peinaba con juncos de la orilla y el olor de los peces traspasaba el pedazo de pan de la merienda. A veces mi madre adornaba con una cucharada de miel la estrecha rebanada y el olor pegajoso y dulce perduraba en los dedos durante toda la tarde. La miel te prestaba un olor satisfecho, de abundancia infantil y heterogénea que discurría entre las escaseces y la cartilla del racionamiento como un riachuelo de excepcionalidad.
La feria de San Pedro (29 de junio) era la feria del olor y la animación. Los puestos de dulzainas en el Rollo atraían la presencia infantil de los sentidos ante la pegajosa dulzura del turrón de miel y almendra, que la mujer de La Alberca (pañoleta y saya negra) partía con un hacha y regalaba a los presentes las migajas. En la Corredera se extendía el olor penetrante del cuero curtido: los puestos de los curtidores de Torrejoncillo exponían a la venta sus productos, zapatos y botas de cuero para el invierno, aparejos para las caballerías, colleras, cabezales y albardas, toda la sencillez olorosa del aprovisionamiento.
¿Qué a qué viene este rollo sentimental y delicadamente sensitivo? Pues viene a que el olor de ahora es pura mierda, escatol en estado puro, ese gas putrefacto que emana de las cosas excrementicias. Piensen ustedes en los noticiarios, pura basura rimada, el egoísmo político de los nacionalismos, la violencia doméstica y la mentira injustificable de la guerra de Irak que, aunque ya ha dejado de ser noticia porque no vende, no cesa en su cruento goteo de muertes diarias.
La publicidad de la perfumería es un prodigio de técnica digital e infográfica. El personal adquiere sofisticadas esencias que disimulan la carencia interior que lo avasalla, el perfume del atractivo físico, el poderío sexual que transmiten unas gotas en el cuello o detrás de las orejas. El gentío se transforma en el modelo publicitario, de cuerpo perfecto y de insinuaciones ondulantes.
Jamás, sin embargo, el ser humano ha olido peor, a lo que parece. El odio, el egoísmo y la insolidaridad huelen que apestan. Y el sano olor tranquilo de la infancia se ha transformado en un viento insalubre que corrompe lo poco que nos queda de inocencia. Tenemos la conciencia forjada de elastómero, tan acostumbrados al móvil y a la tarjeta de crédito, tan dominados por el plástico y el ansia desatinada de los bancos y sus comisiones de mantenimiento, el arte inaceptable de cobrar por todo. Mientras los grandes escándalos financieros rodean el mundo como una línea obsidional, millones de seres humanos se van a criar malvas. Apestoso.
Mi tío Eufrasio me recrimina esta actitud pesimista y derrotada. Le respondo que sí, que no le falta la razón. Pero mientras siga viendo lo que veo y oyendo lo que oigo, la escatología (acepción 2) me obliga a taponarme la nariz.
EL AULA
(8-1-2005)
JUAN GARODRI


Año Nuevo, vida nueva. Es el sonsonete de siempre. Dolor de corazón, esa vida pasada. Propósito de la enmienda, ese futuro lábil. El año 2004, repleto de acciones reprobables (¿habrá que recordarlas?), negras como pozos, profundas como abismos. Las hemos realizado. Las hemos padecido. A otros compete la solución, la enmienda. Año Nuevo, vida nueva. Que se lo digan a los alumnos, que se lo digan a los profesores. Vida nueva, ¡qué risión! Quién fue el iluso que ideó la frase. Vida nueva. Aulas repletas de tecnología y ordenadores. Aulas vacías de esfuerzo y buen comportamiento. Hace algo más de un año (HOY, 5-10-03) escribí en estas mismas páginas una Tribuna titulada “Lo de los ordenadores”. En ella criticaba razonadamente, razonablemente, el ‘atiborramiento’ de ordenadores en el aula. No critiqué la importancia del ordenador como instrumento formativo para ser utilizado en el aula. Critiqué, ya digo, su atiborramiento: un ordenador por cada dos alumnos. La Junta de Extremadura lanzaba a bombo y platillo la decisión de atiborrar de ordenadores las aulas. Tecnología a punta pala. No fui entendido. La Consejería de Educación contestó con otra Tribuna (aunque sin nombrarme) en la que se resaltaba la importancia del ordenador en el aula (cosa que jamás puse en tela de juicio) y en la que se aseguraba, además, que personas sin el suficiente conocimiento del tema se atrevían a criticar la acción educativa de la Junta. (Supongo que se refería a mí, autor de la Tribuna criticona. Admitiendo el supuesto, asegurar que no conozco el tema de la educación en el aula es algo así como asegurar que Luis Aragonés no entiende de fútbol por proferir frases de contenido racista. Inmodestia). Año Nuevo, vida nueva. Ordenadores y nueva tecnología. Aulas hay en que los alumnos han arrancado las bolitas de los ratones y, además, han cambiado el orden convencional de las teclas, con lo que el teclado se ha convertido en un divertido y apasionante juego burlesco y carcajeante cada vez que el profesor/a decide la utilización ‘didáctica’ de los artefactos.
Año Nuevo, vida nueva. Aprender a sobrevivir en el aula. La agresión psíquica (y la física) va generalizándose y a diario hay que convivir con insultos y amenazas de algunos alumnos/as que no permiten el normal desarrollo de la clase. Los técnicos apesebrados en las instancias educacionales ignoran ¿deliberadamente? que el funcionamiento del sistema educativo no depende de la política sino de la docencia, y olvidan ¿deliberadamente? que la solución al deterioro educativo (que aumenta cada día, digan lo que digan los demás, pregunten si no al profesor/a o al maestro/a que se escoña a diario contra la actitud desinteresadamente despectiva de los asistentes) no depende sólo, digo sólo, la solución no depende sólo de la tecnología y el aumento presupuestario de medios: depende de que el profesorado recupere la autoridad perdida y se impida que a los alumnos/as les resulte gratis ser violentos. La violencia irrumpe con fuerza en las aulas españolas. Si es cierto lo que leo en un informe actualizado, un 21,7 % de profesores reconoce haber sufrido violencia física y cerca de un 40 % violencia verbal. Me llamaron demagogo cuando conté la anécdota de la joven profesora, traumatizada por la frase que le espetó un alumno. Acababa de reprenderlo porque el tipo le había lanzado el borrador contra la espalda al tiempo que ella escribía en la pizarra. No aceptó la reprensión el tipejo, se le acercó y, acompañándose de un gesto obsceno, gritó: «¡Voy a hacerme una paja por ti, belleza!». Gracioso ¿no?.
Entretanto, los sabios conejos de la Educación discuten si son galgos (Logse) o podencos (Loce) los perros que se acercan por el sendero.
POLITIQUERÍA
(14-12-2004)
JUAN GARODRI


Política. La ciencia y modo de gobernar la ciudad y república. Así se declara en el Tesoro, del maestro Covarrubias. No siempre, sin embargo, los políticos se aplican a esa ciencia. Al menos si se atiene uno al artículo que Pérez-Reverte publica en El Semanal (núm. 895). Muy malos tienen que ser los políticos. Peores. (El comparativo expresa la cualidad comparándola con otra, en este caso con la depravación de otros políticos). Pésimos. En grado sumo. Sumamente malos, que no pueden ser peores, según el citado artículo que tira con bala de grueso calibre y se las trae en lata. «Esa plaga de langosta», los llama el autor. «Lo que tocan lo ensucian, lo desmantelan, lo aniquilan […] queman cartuchos con tal de cargarse lo que sea […] y cómo se odian, oigan […] y encima se creen originales, los malas bestias», añade. Duro, durísimo el alegato anti-políticos. Si esto es así (¿o no es así?), los políticos se han cargado la noble ciencia de la política, y el modo de gobernar la ciudad y la república ha venido a ser una merienda de negros, y perdonen la expresión, ya saben, que ahora se demoniza al más pintado con esto del racismo y la atribución de xenofobia a cualquier (in)consciente, que por menos han anatematizado a Luis Aragonés. (Tengan en cuenta, así y todo, que lo de “merienda de negros” es expresión recogida en el DRAE con el significado de ‘confusión y desorden en que nadie se entiende’, el mismo con el que pretendo utilizarla en estas líneas). ¿Son malos los políticos, los que gobiernan, o son malos los gobernados? Esa es la cuestión. Para Maquiavelo (Il principe, 15-18) existen unas “reglas fundamentales de la política” y unos principios que conducen a ello. Tal vez los políticos actuales se fundamenten en esos principios, aunque lo nieguen, y acepten como punto de partida el primero de los principios maquiavélicos, ese que establece que todos los hombres son malos (y las mujeres también; entienda el lector conspicuo que en el siglo XVI, en la cancillería de Estado de Florencia, donde Maquiavelo era secretario, la paridad igualatoria sexual era desconocida a pesar de que el presentimiento renacentista iniciase un pespunte de renovación en la concepción de la persona y su vivir social, y faltaban unos cuatrocientos años para que se lograse la igualdad entre los sexos), así que, concediendo que todos los hombres son malos, el político tiene que mostrar una oposición equivalente, es decir, manifestar que también él es malo o, al menos, “aprender a no ser bueno”, y aparentar mansedumbre, fidelidad, sinceridad y más que nada piedad, pero sólo aparentarlo. Es la fórmula de Maquiavelo: contra una determinada fuerza debe oponer el político otra igual e incluso poner en juego otra mayor si quiere vencerla. Es esta filosofía estatal fundada en el carácter físico-mecanicista de las relaciones la que empuja a los políticos a atacarse sin piedad, a denostarse, a insultarse. Todos los ciudadanos comprueban este hecho, sobre todo estos días en que tan revuelta anda la cosa parlamentaria con lo de la Comisión del 11-M, lo de nación y/o nacionalidad y la deriva nacionalista de Maragall y el PSE. Con estas cosas no se desarrolla la política, en suma, sino la politiquería, es decir, el efecto de hacer política de intrigas y bajezas. No son los políticos quienes actúan: son los politiqueros. Tal vez por eso, quiero entender, el Pérez-Reverte raje de una forma tan contundentemente desconsiderada contra «políticos tiñalpas que se acojonan ante la dictadura de las minorías». Fin del todo.
EL CHOCOLATE DEL LORO
(18-12-2004)
JUAN GARODRI


Rigurosamente cierto. Miércoles, 8 de la tarde en un pequeño bar. Parte antigua de Plasencia. Paseaba por esas calles estrechas llenas de piedra y de misterio que rodean el parador nacional y el frío me enfriaba las orejas. Decidí refugiarme en un bar al abrigo del café. Entro y el silencio de los clientes era inhabitual. Mantienen el vaso de la consumición en la mano, la boca entreabierta, la vista clavada en el aparato de televisión. La voz entrecortada y llorosa de Pilar Manjón, en nombre de las víctimas del 11-M, acusa a la Comisión de canibalismo político y de haber utilizado a las víctimas como “arma arrojadiza”. Exige la creación de una nueva Comisión formada por expertos, de la que no formen parte los políticos. También exige que los medios de comunicación no utilicen las imágenes de la masacre como medio para subir la audiencia. El varapalo a la clase política y a los medios de comunicación es clamoroso. Los clientes se alborotan y claman contra los políticos tildándolos de caraduras, chupones y vividores. Tal vez injusto, sí. Pero claro índice de la profunda separación que existe entre el pueblo llano y la clase política.
—¡Sólo nos utilizan para sacarnos el voto!—, dice uno.
—Deberíamos votar en blanco —dice otro—, ir a votar como demócratas, pero manifestar con la papeleta en blanco que no nos interesan estos políticos, ni unos ni otros.
La discusión se encona. Se discute si la comparecencia de Zapatero en la Comisión del 11-M ha sido igual o parecida a la de Aznar hace dos semanas. Uno sostiene que qué va, que ni con mucho, que la de Zapatero no ha sido igual, ni siquiera parecida, a la de Aznar, que dónde va a parar, que Aznar ha sido mucho más lúcido, eso sí, aunque más contundente, y a ratos duro ¿eh? Pero que vamos, que ha descubierto a la ciudadanía las maniobras sucias e insidiosas del PSOE y de la SER para cargárselo, y que Zapatero lo único que tiene es talante y palabritas para establecer un pacto de gobierno. Otro levanta los brazos y a ratos la voz y le dice que si tiene ojos en la cara o qué, que si no ha observado en televisión la comedida y justa dureza con la que se ha empleado Zapatero para desenmascarar sin disimulos políticos la mentira oficial del PP. Otro dice que Zapatero es un presidente débil, prisionero de los pactos que ha realizado para acceder al poder y sobrevivir en él.
—Esa es la tesis de la derechona —le responden—, no puedes soportar que gobiernen otros.
—¿La derechona? —dice arrugando el ceño—, más vale que te fijes en la izquierdeta, esa de la Teresa Fernández de la Vega que, ensombrecida por el humo de sus cigarros, no ve más que señores tenebrosos e inmovilistas entre los jueces y los curas.
—No tienes razón, menos ahora con el programa expuesto en el Código de Buen Gobierno (el Arcipreste de Hita escribió algo parecido, el Libro de Buen Amor, sólo que en clave medieval y teocéntricamente moralizante). Fíjate, añade, quieren eliminar los tratamientos ostentosos, lo de excelentísimo, ilustrísimo y todo eso. Incluso el presidente y los ministros dejarán de ser excelentísimos y vendrán a ser sólo señores.
—Sí —responde—, una comedieta oficial para deslumbrar al ciudadano y hacerle creer en la proletarización de los cargos. A veces la demagogia ejerce efectos equilibrantes entre las imposibles igualdades (o semejanzas) manducatorias de los cargos políticos y el personal de a pie.
—Si quieren mostrarse humildes —suelta otro— en plano de igualdad con la ciudadanía, más vale que dejen los cochazos de representación y vayan en utilitarios, que se llega igual a todos partes; que dejen las cenas en la Moncloa o en el palacio de Oriente y cenen en el Dudua, que es menos ostentoso.
—Más les vale ser transparentes y dar de lado a la ostentación y al erotismo del poder.
—Mantener el canibalismo político y conservar el audi para prescindir del ‘excelentísimo’ es como prescindir del chocolate del loro.
Eso decían.
El DESTRUCTOTERAPEUTA
(11-12-2004)
JUAN GARODRI


Cosas. Un empresario soriano ofrece la posibilidad de destrozar ordenadores, televisores, coches y otros aparatos para combatir el estrés. Terapia antiestrés a base de destruir. A falta de pan buenas son tortas. El coche carraca que no soporta la ITV, el matusalénico televisor 240 windows 3.11, el molinillo de café sin aspas, la impresora dinosáurica de 1 ppm son, entre otros, objetos susceptibles de destrucción.
Agarras el hacha y te dedicas ferozmente al ejercicio de la devastación. Felicidad completa. Una sensación gratificante, hecha de furia y azúcar, te recorre el espinazo y sueñas, siquiera por un instante, que te has convertido en un ‘terminator’ doméstico, ferozmente insaciable. Curado. Esa triste desgana que desmultiplica tus neuronas y te hace considerar la vida como algo despreciable, incluso miserable y mezquino hasta el punto, según los casos, de odiarla, esa desgana se convierte en satisfacción y regocijo después del proceso destructivo al que has sometido tus frustraciones. Porque no es más que eso. El naufragio psicológico contra el que combates te ofrece una tabla de salvación: el martillazo. Es la vuelta al ser. Uno sólo ‘es’ en la niñez. El niño destruye el juguete y permanece en la más absoluta imperturbabilidad. El niño ‘sabe’ que el juguete es para ser destruido, a pesar de la cansina oposición familiar que lo sermonea y lo insta a la conservación y al cuidado. Con el tiempo, la persona adquiere la categoría adulta y, con ella, la frustración y el infortunio. El adulto es un ser desencantado. Su destino es desear y no conseguir. La sociedad está montada para excitar la persecución del deseo. Pocas veces (o, en todo caso, en espacios de tiempo efímeros) se consigue lo que se desea. Por eso mismo el deseo es permanente. Por eso mismo la persona cada vez se siente interiormente más frustrada. Aparece el estrés, antesala de la depresión. «El sufrimiento moral de la depresión es semejante a la idea del pozo profundo, húmedo y negro, y además de noche», dijo un médico. Así que no hay más remedio que agarrarse al martillazo, empuñar la marra y aliarse con la destrucción. La marra y el martillo, supongo, no son más que utensilios para superar las carencias interiores. Una sociedad empeñada en la laicización no tiene más remedio que utilizar la destructoterapia como único referente, quizás, de interpretar la realidad. El dolor, la enfermedad, la injusticia, el sufrimiento de los inocentes, la muerte, son hechos frustrantes que están ahí, a la vista, tan cerca, y nadie sabe cómo interpretarlos. Las soluciones políticas no son suficientes. Las soluciones humanas son inadecuadas. El mal, el odio, la violencia, la competitividad, la envidia, nos rodean y atrapan como una malla maldita. El incendio de la sangre crispa las relaciones y tiende trampas punzantes a la cotidianidad inmediata. El ser humano va negando poco a poco los valores que le ayudan a interpretar la realidad de forma pacífica. El hecho religioso, tan denostado actualmente, pretende precisamente ofrecer una interpretación esperanzada de la realidad pero la mayoría lo considera, si acaso, como un hecho cultural trasnochado. (Camus llamó suicidio del alma al hecho de entregar el espíritu a una idea trascendente: alienación, dijo). A pesar de todo, muchos creyentes utilizan el valor religioso para encontrar una justificación a la presencia del mal en el mundo y salvarse. No para salvarse en otra vida, que no sé, sino para salvarse en ésta. De la frustración, del desasosiego y de la desesperanza. Mientras tanto, agarrémonos a la marra, por si acaso, y destrocemos el ordenador y el móvil como terapia equilibrante, ya que hemos arrojado al cubo de la basura el remedio espiritual de los valores.
LA VERDAD NADA MENOS
(4-12-2004)
JUAN GARODRI


Vaya cisco que se ha montado a nivel nacional con la comparecencia del expresidente don José María Aznar en la comisión del 11-M. Tremendamente enconadas las posturas. Insultos y descalificaciones. Ráfagas crispadas de un viento feroz agitan las banderas políticas. Aznar acusa a la cadena SER y al PSOE de mentir para volcar el resultado de las pasadas elecciones generales. Rubalcaba y José Blanco, entre otros, acusan a Aznar de revanchismo y, a su vez, de mentir para desprestigiar la legitimidad del actual Gobierno. (Y dónde me dejas el caos parlamentariamente bananero que se montó en el Pleno del Congreso, guasa y chascarrillos aparte, a causa de la votación-suspensión de la reforma del CGPJ. Rajoy-Rubalcaba, en un pugilato amacheteado y acusica, se tiraron los trastos verbales a la cabeza en medio del regodeo general).
No voy a insistir en lo que los medios de comunicación han comentado hasta la saciedad durante la semana. Cada cual arrimando el ascua a su sardina política, naturalmente. Sí quiero exponer que el angelismo beocio conduce a posturas de simplicidad exasperante: predispone las tragaderas para comulgar con ruedas de molino descomunales. Cada rueda de molino eucarísticamente política se atribuye la posesión de la verdad. ¿Con qué derecho? ¿Por qué la información es verdadera si procede de un medio determinado y es falsa si procede de su contrario? Ah, la verdad. Los ciudadanos entretanto se preguntan perplejos: ¿Quién dice la verdad? ¿Dónde está la verdad, dónde se oculta? ¿Acaso todos mienten o no miente ninguno? ¿Todos son inocentes? ¿O acaso todos tienen razón (algo de verdad) en sus acusaciones porque todos son culpables de algo? Es moralmente imposible que sólo uno tenga toda la razón y el otro no tenga nada de razón. Que sólo uno posea la verdad y el otro carezca absolutamente de ella. ¿Acaso sustentan unos su legitimidad en la mentira y otros su frustración rencorosa en la verdad? ¿O la cosa es al revés?
Nadie ha conseguido deslucir la verdad tan a fondo como los políticos españoles están haciéndolo estos días. Porque supuestamente fundamentan su ganancia política no en el esclarecimiento de la verdad sino en el desarrollo de su contrario: la mentira. La realidad se aparta de los hechos con la mentira y entra en juego la lógica del lenguaje, que no es en sí una realidad sino una apariencia con la que se pretende disimular la realidad. De modis significandi escribió Tomás de Erfurt en el siglo XIII para comentar las triquiñuelas que pueden llevarse a cabo con una utilización partidista del lenguaje, es decir, con el uso enfatizado de la mentira. Es algo parecido a la doble verdad averroísta: por carecer de valor una afirmación en uno de los contrarios no ha de valer necesariamente en el otro. O lo que es lo mismo, hablando en plata: el hecho de que sea mentira (carecer de valor) la afirmación acusadora de Aznar contra el PSOE no garantiza la verdad en la afirmación acusadora del PSOE contra Aznar.
Ay, la verdad. En solemnes hexámetros expone Parménides los principios que desarrollan el camino de la verdad. «Se ha de pensar y decir siempre que sólo el ser es; en cambio la nada no es». No se trata, aunque lo parezca, de una simple tautología. Según los comentaristas filosóficos, Parménides conceptúa al ‘ser’ como opuesto al ‘devenir’, es decir, opuesto a ‘lo que puede ser’, a la nada; porque lo que puede ser todavía no es. Con la intervención conceptual de Parménides concluimos que la verdad es lo que es. Excluimos, pues, de su ámbito lo que puede o pudo ser. En fin, tanta comisión de investigación, tanto deseo de que se conozca la verdad, tanta palabra, tanta frase, tanta declaración, para ir a parar siempre a lo mismo: a lo que puede o pudo ser. A la nada. ¿Y la verdad? (Mientras, el ciudadano a verlas venir).

miércoles, 21 de octubre de 2009

MARUJEO VISUAL
(27-11-2004)
JUAN GARODRI


Ya puedes irte encomendando a san Petersburgo dos veces si el conocido de toda la vida se encuentra contigo y te dice eso, Pero qué bien te veo. O lo que es quizá peor, te mira fijamente y exclama, Pero qué bien te conservas. En plan exegético, la alabanza retórica que acaban de pasarte por las narices puede significar, más o menos, que aunque estás acosado por el síndrome de la PV, es evidente, todavía no te has convertido en pingajo. Así que cuando me sueltan lo de qué bien te veo, respondo invariablemente: Eso demuestra que estás muy bien de la vista.
Y ahí reside el quid de la cuestión. Diferenciar adecuadamente entre la salud del visto (acosado por el síndrome de la PV, como ya dije) y la ilusión visual del que ve. De no establecerse esta diferenciación, pueden cometerse infinidad de errores, porque alguien puede ver una irrealidad y transmutarla equivocadamente en algo real.
Por ejemplo, la ministra Carmen Calvo ve tan estupendamente al coordinador del fomento a la Lectura en León que va y le da el premio Nacional de esa cosa al Diario de León. Además de buena vista, la capacidad de pelotas es manifiesta. En los tebeos de hace tantos años, los personajillos que rodeaban al personaje principal llevaban un número colgado del cuello: pelotas nº 1, etc. ¿Qué número de pelotas hace el suplemento “Filandón” en el círculo de Zapatero?
Y dónde me dejas los buenos ojos con los que ven en Avilés el laicismo. Resulta, según leo por ahí, que «en un Estado laico no puede haber manifestaciones externas de religiosidad para no ofender a los no creyentes», y van y suprimen el festival municipal de villancicos. ¿Qué decir? ¿Qué somos soplapollas? ¿A qué grado de memez visualmente hiperhumana se llega en la defensa de la idiocia progreta?
Y Chávez, pero qué buena vista la de Chávez, con qué buenos ojos ve a Zapatero al que llama “revolucionario” y “liberador”, a él, que sonríe como un querubín del Arca de la Alianza, la sonrisa en los labios, los mofletes amables, aspecto contrario al del revolucionario liberador que aparecería trascendido por el sagrado deber de salvar a la patria.
Para buena vista, la del 80% de los españoles que vimos el Barça-Real Madrid y la pancarta del Nou Camp: «Catalonya is not Spain». Afirmaba su no españolidad y prefería expresarse en inglés: 1º, para no utilizar el castellano, que pringa; 2º, para no utilizar el catalán, que lo entienden pocos; 3º, para utilizar el inglés, idioma inteligible en los más de 81 países que presenciaron el acaecimiento.
Y a Luis Antonio de Villena, pero qué bien vi a Luis Antonio de Villena, la otra noche, en un programa televisivo, con su media melena de pelo teñido (rubio sin mechas) y su pañuelo de cien colores sobre los hombros, aquellos pañuelos de mi abuela cuando iba a tomar café a casa de doña Vicenta, tan mono Luis Antonio de Villena, que creo que llevaba moño —¿o no lo llevaba?— rubio encantador: tan bellos versos los suyos, tan turbador peinado el suyo, pero vamos que lo vi con muy buenos ojos.
Pero qué bien, qué bien, y con qué buenos ojos vi a Nuestro Señor Presidente extremeño en el programa televisivo 'Las cerezas'. Un Rodríguez Ibarra asentado en la defensa nacional (sin ser absolutamente nacional, una cosa es lo nacional y otra la nación, creo que dijo) y un Carod-Rovira empecinado en lo suyo: Cataluña no es España. Mis ojos apreciaron una gran diferencia: mientras Rodríguez Ibarra se mostraba noble, digno y tranquilo, el Carod miraba frecuentemente de reojo, debido probablemente a la frondosidad escarpada del bigote y a su comedido aspecto (a mí me lo parecía) de viajante de prendas litúrgicas. Aunque una cosa es el parecer y otra el ser, por supuesto. Y eso que la voz chillona de Julia Otero no impuso la prueba de instalación de ‘piercing’ en el pene. ¡Jo!
LA VARA DE MEDIR
(20-11-2004)
JUAN GARODRI

Es tan humano. Cualquier defecto (tenemos más defectos que cualidades) es tan humano. Quizá por eso somos tan imperfectos. Perfectamente imperfectos de tan imperfectos, donde el adverbio ‘tan’ se utiliza con valor ponderativo, una ponderación negativa, evidentemente. Así somos: tan imperfectos. Materialismo puro. «El hombre es lo que come», aseguró Ludwig Feuerbach probablemente aburrido de la psicología de Hegel que sólo de nombre admitía la identidad de cuerpo y alma, en una especie de teología solapada idealista.
Si el hombre es lo que come, ya podemos deducir en qué quedamos, porque lo que se come se defeca. Así que dentro de una pirueta lógica, más bien ilógica, concluiríamos que el hombre es una mierda. Forma contundente de materialismo.
Así que no sé por qué se alteran tanto ante el hecho de que el Estado pretenda la laicización de la sociedad. La cosa viene de antiguo, al menos de la antigüedad que nos proporciona el siglo XIX. Me permito recordarlo para tranquilidad (si puede ser) de los idealistas. Cuando Feuerbach le presentó a Hegel su tesis doctoral, le declaró que pretendía desmontar el dualismo de religión sobrenatural y mundo sensible. Surgió el humanismo ateo. Un cambio fundamental de la actitud de la filosofía ante la política y la religión. «Lo humano es lo divino», dijo. La nueva religión sería naturalmente la política. «Hemos de ser religiosos, la política será nuestra religión [cito siguiendo a Johannes Hirschberger], pero ello será sólo a condición de tener en nuestra intuición alguna realidad suprema que nos convierta la política en religión». Este ser sumo es el hombre: homo homini deus. No es Dios ni la religión el fundamento del Estado, sino el hombre con su insuficiencia. «No es la fe en Dios la que ha fundado los Estados, sino la desesperanza de Dios». Y aunque Marx escribiese después 11 tesis contra Feuerbach, tomó de él las ideas que demolían la representación religiosa del mundo. Después vendría todo lo demás. (Probablemente es inaceptable el rollo patatero que acabo de colocar. Pero necesitaba echarlo fuera para que la aceptación de la vara de medir fuese más equitativa).
Evidentemente, los sectores religiosos tomaron como injuria las obras de Feurbach y las incluyeron en el Índice. Lo que para unos era humanismo materialista para otros era blasfemo. El conflicto se desencadenó cuando las ideas de Marx (con un trasfondo mayor de ilustración francesa que de filosofía alemana, aunque él mismo quisiera revestirlas con ropaje hegeliano) se desparramaron por el mundo obrero, a raíz sobre todo del Manifiesto comunista publicado por Marx y su colaborador Friedrich Engels en 1848. Luego llegaría el entendimiento entre los dirigentes obreros de Francia e Inglaterra y se fundó en Londres, en 1864, la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), la Primera Internacional.
Lo que vino después, todos los sabemos. Cada uno llevaba el agua a su molino según el interés material o conceptual o espiritual que lo determinase. El capital por un lado, el proletariado por otro. El Estado por un lado, la Iglesia por otro. Es decir, cada cual utilizaba distintas varas de medir. Las conflagraciones a que dieron lugar estas diferentes mediciones de la realidad (con la vara de la justicia social, con la vara de la religión, con la vara de la intelectualidad o la filosofía, con cualquier vara) llenaron Europa de consternación y de muertos, pero no solucionó el problema.
Hoy día también utilizamos en España distintas varas de medir: el nacionalismo, la inmigración, el consumismo, la violencia. Ojalá la medición no desemboque en hostilidad. A mí me da miedo. Y que conste que, a mi parecer, por poner dos ejemplos, ni Aznar es el culpable del 11-M ni Zapatero lo es de la laicización. ¿O lo son?
LÁGRIMAS
(13-11-2004)
JUAN GARODRI


Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Égloga I. Aquello de Salicio, desconsolado porque Galatea, más helada que nieve, no atendía el fuego de amor en que el pastor renacentista se quemaba. ¿Conocería Garcilaso las lipocalinas? Estas proteínas específicas de las lágrimas «detienen el crecimiento de los patógenos que causan las inflamaciones del tejido conjuntivo y otras infecciones oculares», leo por ahí. Así que a llorar. Lágrimas de risa, lágrimas de llanto. El baño diario de modernidad hervida consiste actualmente en la laicización, acción y efecto de laicizar, es decir, hacer laico al personal, vamos, conseguir que sea como sea el gentío se independice de toda influencia religiosa, sobre todo de toda influencia religiosa católica, que es la mala. (Los políticos y sucedáneos hablan de “laicidad”, que no existe, influidos quizá por la dificultad fonadora de “laicización”, que es más largo). Lágrimas de risa, lágrimas de llanto. El jefe del imperio, recién reelegido, don George Bush, del que decían que era tonto, recibe al ex jefe del ex imperio español —patria engrandecida desde el siglo XV hasta la guerra de Cuba (ay, lágrimas de llanto derramadas por tanto doliente del 98)— y recibe, ya digo, al señor Aznar para dar por donde escuecen los pepinos al señor Zapatero, jefe de tanto talante democrático (al que no recibe). Lágrimas de risa, lágrimas de llanto. Pretenden suprimir a toda costa las clases de religión católica en colegios e institutos y afirman la implantación de clases de religión islámica a partir de enero del 2005. Hay quien habla de nuevos dioclecianos dispuestos a perseguir creencias y costumbres en nombre de la legalidad progresista. ¡Qué resentida es la derechona, tío! ¿A dónde se habrá ido la memoria histórica? ¿Dónde la habrán aherrojado? Lágrimas de risa, lágrimas de llanto. Discusiones bizantinas las llamaban. Era un eufemismo para no llamarlas discusiones idiotas. Los sesudos cabezones dotados de espaciosa dosis de gilipollez mental la disimulan tan a la perfección, que hacen cuestión de Estado y de litigio la traducción de la Constitución europea al valenciano. Todo por los trapicheos de Pujol y Zaplana, culpables. ¿De dónde se habrán caído? ¿De qué guindo plantado en los ‘països’ habrán descolgado la clarividencia? Lágrimas de risa, lágrimas de llanto. Cada día me cae mejor. El señor Ibarra. Nuestro presidente. No solamente por su aspecto de noble prócer decimonónico, no, sino además por lo que ya he comentado otras veces: los tiene así de gordos. Sin duda. Aunque no lo indulten, Vera no quiere tirar de la manta que lo arropó del frío. Ahora lo arropa Rodríguez Ibarra. «Que se metan el indulto donde les quepa al ministro y al Gobierno». ¡Ostras, Pedrín! ¡Que es ‘su’ ministro y es ‘su’ Gobierno! ¡Y se enfrenta a ellos como si tal cosa, importándole una higa los escalones de la jerarquía! Ibarra defiende lo que considera justo y para ello se alza con su barba florida, como un Mio Cid justiciero e implacable. Lágrimas de risa, lágrimas de llanto. No quiero desilusionarme, pero algunos jubilatas leídos me dicen que puede ser una triquiñuela pactada como las que se pactaban en los tiempos de Franco. El dictador permitía a Emilio Romero, en el periódico Pueblo, arremeter contra el Gobierno y sus ministros previo pacto de los términos, con la importante finalidad de distraer a los españoles de cuestiones de envergadura que los asolaban y, de paso, dar el pego de que también en España soplaban aires de libertad crítica. No lo creo. Ibarra es un tío con toda la barba. Lágrimas de risa, lágrimas de llanto. Ojos sanos con tanta lipocalina. Mi tío Eufrasio, tan criticón, me dice, Oye, que ‘lágrimas de llanto’ es una redundancia innecesaria. Lo sé, le digo, pero el pleonasmo es muy resultón como figura retórica.
LA CHAQUITÍA
(6-11-2004)
JUAN GARODRI


Para qué hablar de las elecciones USA. Si hubiera perdido Bush, todavía. Anda, míralo. Tomado por tonto por un sector significativo de la prensa española y mira, mira, ha ganado. Así que prefiero hablar de la chaquitía.
La chaquitía era la actividad festiva que los muchachos hacíamos en mi pueblo el día 1 de noviembre. El día de Todos los Santos era el día de la chaquitía. A eso del atardecer (los atardeceres entre octubre y noviembre, tan henchidos de belleza rojiza, tan repletos de esa luz cian arremolinada entre las encinas), los muchachos recorríamos las casas del barrio pidiendo la chaquitía. Todo el mundo tenía su huerta, así que no faltaban membrillos, granadas, nueces, castañas, higos, bellotas. Y eso nos daban. Llamábamos a la puerta con el ruido de los platillos y aparecía la mujer. Que qué queréis, decía. Que nos dé la chaquitía, gritábamos. Y abríamos la bolsa de tela para recibir el regalo. Con las castañas y los higos pasos hacíamos turrón de pobre. Después, cada uno corría a su casa y dejaba el membrillo y la granada en el portal. El olor del membrillo perduraba como una presencia persistentemente amarilla y madura. Flotaba entre las sillas de anea y se alargaba hasta la sala su rastro duro y redondo. El olor del membrillo. Es increíble cómo sobrevive en la memoria el recuerdo de su olor. Ese olor, que carece de entidad física, se mantiene vivo como un rostro a través de los años. Hurgas en la memoria y, por encima del recuerdo, se asoma el olor del membrillo con su extraña presencia. Era la ofrenda irresistible de la chaquitía. Qué enigmática atracción la del membrillo, que en algunas culturas es símbolo nupcial. Andrea Alciato le dedica uno de sus emblemas (traducido por B. Daza Pinciano en 1549): «Precepto de Solón fue que a la esposa / el membrillo por don se presentasse / por ser muy sana fruta y deleitosa / y que en la boca suave olor dexasse». Y el maestro Covarrubias, en su ‘Tesoro de la lengua castellana o española’, es más explícito, y expone que, según algunos, la etimología de membrillo procede del diminutivo de la palabra “membrum”, «por cierta semejanza que tienen los más dellos con el miembro genital y femineo».
Pero vamos, que se aparta uno de la idea inicial de este artículo que era desviar el recuerdo hacia la infancia, base emocional de la que nos nutrimos, rescatando la costumbre infantil de la chaquitía. (Por cierto, que desconozco su procedencia etimológica. Mi tío Eufrasio asegura que viene del hecho petitorio que los niños acompañaban con las palabras de “echa aquí, tía”, cuando llamaban a la puerta y abrían la bolsita de paño para que la mujer les regalase el membrillo, los higos, la granada. Que yo no me lo creo, y así andamos en discusión perpetua).
Hoy día, sin embargo (a día de hoy, dicen los plumíferos tontainas), la occidentalización globalizada de las costumbres provoca que muchos festejen la víspera de Todos los Santos con una fiesta foránea llamada ‘halloween’ (que hasta mal escrita está, porque en realidad es “Hallowe’en”), de tradición anglosajona: ahuecan la calabaza, la trepanan con la apariencia de unos ojos y una boca y la iluminan interiormente. Los niños la llevan de puerta en puerta y gritan ‘trick or treat’ para indicar que mearán en la puerta si no se les da un regalo.
Idioteces. No que los anglosajones festejen su «hallowe’en», sino que muchos de nosotros los imitemos. El olor insípido de la calabaza no puede ni compararse, qué me dices, hombre, con la redonda fragancia de los membrillos. Ni hallowe’en con la chaquitía.
NECESIDAD DE ALFORJAS
(2-11-2004)
JUAN GARODRI


Uno lee la información que aparece en el periódico, en cualquier periódico, en todos los periódicos tal vez, y lee uno, ya digo, determinadas informaciones y se queda de piedra. Y así, el sábado 23 de los corrientes, en el HOY: «La Audiencia impide que uno de los etarras más sanguinario salga el lunes de la cárcel». Esa era la entrada, con letra tipo 48 o por ahí. La entradilla proseguía: «La liberación del terrorista, condenado a 2.000 años de prisión, fue propuesta por un juez de vigilancia penitenciaria que no tiene competencias para ello».
Y aquí es donde viene el sonsonete de todos los cojones zumbando. Puede sorprender, y sorprende, que un preso acumule una condena de 2.000 años de cárcel. O sea, que no debería salir del saladero, piensa el personal, porque biológicamente empinaría el zapato muchísimo tiempo antes de cumplir la condena, por mucho ADN matusalénico que incubaran sus neuronas. Tal y tal lo de los 30 años máximo. Vale. Buen comportamiento, estudios, trabajos útiles. Vale.
Lo pavoroso es que un juez de vigilancia penitenciaria lo suelte. El gentío se acojona y lanza furibundas comparaciones (que son odiosas, ya se sabe) en la cosa de las actuaciones judiciales. El juez de los vaqueros, el juez de la empleada de hogar, el juez del meloncillo, el juez de abuela abandonada, el juez del perro abandonado. Son viejas anécdotas (por llamarlas de alguna manera) que intranquilizan el subconsciente colectivo y planchan la confianza que, más o menos, se tiene depositada en la justicia. No pretendo ser reiterativo, pero ya que lo preguntas te diré en plan cotilleo salsarrosero que el primero dictó sentencia a favor del violador porque, dijo, es prácticamente imposible arrancar los pantalones a una chica vestida con vaqueros. El de la empleada de hogar no anduvo con tonterías y negó la reclamación salarial de la trabajadora porque hoy día, dijo, los electrodomésticos facilitan el trabajo y se suda menos. El juez del meloncillo le cascó una multa considerable al agricultor (denunciado por ecologistoides) que cometió el delito de darle un garrotazo entre las orejas (y cargárselo) al meloncillo que le asolaba la huerta. También anda por ahí coleando lo de Farruquito y su libertad condicional y, ahora mismo, el caso Vera y las solicitudes de Altas Instancias para que no vaya a la trena durante siete años. Finalmente (hay casos a montones), el personal se encabronó con la noticia del juez que multó con 30.000 euros al dueño que abandonó a su perro en la autovía, y con 30 euros al tiparraco que abandonó a la abuela en la cuneta. Pero vamos, todo esto es una gota de vinagre en un tarro de pepinillos si lo comparamos con la noticia que encabeza estas líneas. El juez suelta al etarra “sin tener competencias para ello”. O sea: o era un juez chulo (y un huevo, yo suelto a éste porque le he concedido una redención extraordinaria por estudios y con eso cumple su condena de forma íntegra), o era un juez ignorante. Horrible no es que el juez suelte al terrorista, horrible es que el juez actúe sin tener competencias para ello. Y el colmo de la horripilancia: que el juez ignore la reforma legal de mayo de 2003 según la cual «el único juez de vigilancia penitenciaria de España que puede dar o quitar beneficios a un etarra es el juez central de la Audiencia Nacional».
Como seres humanos, los jueces pueden equivocarse. O aplicar la ley de forma extravagante (ejemplos arriba expuestos) según una caprichosa mayéutica testicular (u ovárica). Pueden. Lo que no pueden es ignorar la ley que aplican, o saltársela. Ante hechos así todos nos sentimos más indefensos cada día. Para este camino no se necesitan alforjas.