viernes, 4 de septiembre de 2009

CÓMO SER FELIZ EN DIEZ DÍAS
(21-10-2001)
JUAN GARODRI


Ahí es nada, amigo. Toda la vida se pasa uno buscando la felicidad y ahora resulta que puede uno encontrarla en diez días. No sólo conseguías aprender inglés en diez días, aquellos anuncios de hace veinte años, sino que además podías deshacerte de la celulitis en diez días también. Era el colmo de la felicidad. Las revistas de influencia americana, repletas de colorines y señuelos tipográficos, te ofertaban artículos que asombraban por su documentación y base científica. Cómo tener los dientes sanos en diez días, cómo combatir la alopecia con éxito, cómo aprovechar las ventajas de la vitamina C en los cítricos, cómo ser feliz en la cama, cómo superar la artrosis a partir de los 50 años. Y todo en diez días. Y así. El personal leía con avidez los artículos buscando en ellos esa solución a la gastralgia que convirtiese en alegría los retortijones provocados por los gases.
Eso era antes. Por eso me asombra el anuncio que he visto en un periódico hace poco: «¿Quiere ser feliz en diez días? Llame al teléfono... (1,18 euros/minuto)».
Ostras, Pedrín, eso que todo el mundo desea y que nadie alcanza, esa abstracción inasequible, la felicidad, está ahí, al alcance de la mano, expuesta en la simplicidad de dos líneas encuadradas en la vulgaridad de un anuncio, la felicidad, perdida entre el batiburrillo anunciador de pisos, traspasos, ventas, compras, ofertas de fincas, ofertas de trabajo, agencias matrimoniales, investigadores privados e hipotecas. La felicidad, aquella divinidad a la que los romanos dedicaron un templo, representándola como una matrona puesta de pie con un caduceo en una mano y un cuerno de la abundancia en la otra, aquella divinidad aparecía ahí, en la opaca tipografía del anuncio, ofreciendo la complacida satisfacción de la ventura en diez días.
Seguro que Telefónica se ha hinchado. A ver quién es el majo que se resiste a la complaciente tentación de ser feliz en días. Tal vez el anuncio ofrezca el método adecuado para tragar sin escrúpulo la ingente oferta televisiva, esa que considera imbéciles a los telespectadores, quizá la felicidad consista en no pensar, quizá consista en empujarte a que te arranques el ojo crítico para dejarlo momentáneamente en la mesita del teléfono, para qué reflexionar sobre los hechos, para qué profundizar en los acontecimientos, para qué desarrollar la capacidad de raciocinio, quizá la felicidad consista en agrandar tus tragaderas, en facilitarte la tragantada televisiva sin plantearte la estupidez rosa de los famosos, sin considerar la aprovechada y quisquillosa torpeza de los políticos, sin analizar la gilipollez mental de los concursos televisivos, sin descomponer la pedorrera cerebral de los programas de la medianoche.
Quizá le felicidad consista en dejarte llevar por la inercia bélica de las armas, quizá la felicidad consista en olvidar la pena, la aflicción, el horror o la furia, en dar de lado a la endeblez del ánimo, esa desazón que aguijonea las entretelas y las convierte en afligido depósito de debilidades, esa vergüenza que te acosa estos días embadurnados de ambiente podridamente bélico.
Quizá la felicidad consista en evitar el pánico, en olvidar los ojos de esos niños heridos que quizá no sobrevivan al pánico, los ojos de los niños que han perdido la sonrisa y, quizá, han perdido definitivamente la ingenuidad y la inocencia, los ojos de los niños que han perdido la infancia y se han llenado de ese miedo profundo a lo desconocido que, sin saber por qué, les ha sobrevenido con la indefinición de las desgracias y las desventuras. Los ojos de los niños que, tal vez, vayan aprendiendo el odio desde las desoladas camas de los hospitales. Y el llanto de las mujeres cobra la inmensa dimensión de lo incomprensible, la indefensa aprensión de las desgracias, la terca obstinación de lo ineludible. Y los párpados de los ancianos se mantienen absolutamente abiertos ante el pavoroso vacío de la fatalidad y la estupefacción del terror que provoca la nada.
Quizá la felicidad consista en olvidar todo esto y en dedicarse al fútbol, a la contemplación reiterativa de partidos de fútbol, sábados, domingos, martes, miércoles, jueves, Liga, Champion's, Copa del Rey, Uefa, quizá la felicidad consista en el análisis pormenorizado de la incongruencia madridista, gris en la Liga, brillante en Europa. Quizá la felicidad consista en el olvido y en la presencia. El olvido como pérdida voluntaria de la capacidad de pensar, la presencia como aceptación exclusiva de lo banal.
Sólo así se puede ser feliz. La inteligencia ha aportado al ser humano, junto a la facultad de interacción social, el posible acaecimiento de la infelicidad.
Si quieres ser feliz en diez días, dedícate a la asunción de los hechos banales, a aceptarlos y a mandar a tomar por saco a quien pretenda implicarte en la complicada reverberación de la reflexión inteligente. Faltaría más.

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