martes, 8 de septiembre de 2009

DE LA PESETA
(23-12-2001)
JUAN GARODRI


Algo tan entrañable y familiar no debería desaparecer nunca. Habría que concederle un resquicio financiero para que se quedara ahí, amparada en un asilo minúsculo de valor de cambio. Iríamos a visitarla alguna tarde soleada de otoño, cuando empieza a sentirse el frío y las hojas de los castaños toman el color ocre de la decadencia. Hablaríamos de recuerdos antiguos, aquellas chocolatinas de una cincuenta, aquellos paquetes de ideales de dos cuarenta, aquellos cucuruchos de castañas asadas de tres pesetas.
Era hermosa y tenía el encanto de las señoras y la belleza de las reinas rubias. Tanto era su poder, que convertía nuestro afán de posesión en príncipe de todos los sueños. Gracias a ella mi padre nos daba de comer y mi madre nos ponía la mesa y nos compraba ropa y zapatillas. Gracias a ella pude tener una peonza para hacerla bailar en la plaza del Rollo. Gracias a ella tomaba mi tazón de café con leche bien migado con pringadas recientes. Gracias a ella tuve mi jersey de cuello alto y lana gruesa. Gracias a ella adquirí mis primeros libros, aquellas ediciones humildes de la Editorial Hernando que publicaba autos de Calderón y comedias de Lope de Vega. Gracias a ella, crucé mi paranoia adolescente, el dolor de la ausencia, lanzando alaridos a las estrellas, tan hermosas y tan inalcanzables. Gracias a ella sentí la plenitud casi virginal del primer sueldo. Gracias a ella he vivido.
La peseta nos lo dio todo, qué quieres que te diga, (las cuatro cosas que uno tiene, naturalmente) y para ello se avenía a entenderse con nosotros de forma familiar y cotidiana. También hizo de puta muchas veces y, si se le cruzaban los cables, se alejaba de nosotros desdeñosa e inexplicablemente y desaparecía durante algún tiempo, con lo que su ausencia nos traía por la calle de la amargura. Y no había forma de reconquistarla. Así y todo, se mantenía pegada a nuestra necesidad con la fuerte adherencia de una asociación física, una simbiosis que prolongaba la relación de la piel con la libreta de ahorros.
Y ahora quieren hacerla desaparecer. En realidad, ya la han hecho desaparecer. Como a un viejo utensilio debilitado por el uso. Una anciana a punto de morir gastada en la inutilidad de su melancolía. Lo dio todo y nada le devuelven. Nadie la recuerda, ni siquiera para festejarla considerando aquel tiempo esplendoroso en que aparecía magnífica, redonda de poder y níquel, en el cielo abovedado de la lotería, como en una apoteosis monetaria pintada primorosamente por Luca Giordano. La que brilló con el resplandor omnipotente de los presupuestos generales del Estado, yace ahora apagada, envuelta en los harapos de una indolencia olvidadiza. La que dirigió los destinos de cada ministerio, de cada delegación provincial, de cada covachuela institucional, se deshace ahora en los oscuros resúmenes de los balances y en las cajas sobadas de los archivadores. La que excitó en los mandamases el deseo del pelotazo y la codicia de la posesión como un cuerpo lujurioso y adúltero, se arrastra ahora tras la silueta pellejuda de una extenuación inminente. La que permaneció agazapada en las cajas fuertes del dinero negro, aparece ahora a toda prisa, envuelta en los últimos tules de la hermosura para deslumbrar con su fragancia de cementerio a mercedes, bemeuves y volvos y adquirir, de paso, casas de campo o alguna dehesa. La que te daba para tabaco, en fin, y permitía que te zampases unos langostinos en la boda de los arrimados, ahora permanece exangüe y mortuoria, a punto de doblar definitivamente la servilleta. Sic transit gloria mundi! (Y que lo digas).
La han sustituido por el euro. Los cráneos privilegiados que dirigen nuestros destinos tal como se dirige el cursor por la pantalla luminosa del ordenador (así de frágiles somos, nos mueven de acá para allá a su antojo, aún haciéndonos creer que nos movemos libremente, habilidad que tienen, los tíos, para engatusar al personal sólo porque permiten que el cursor adopte la forma de una flecha, o de una mano, o de un pajarito, o de una señorita en pelotas, como quiera que sea el cursor, adopte la forma que adopte, siempre sigue siendo manejado), los cráneos privilegiados, decía, que dirigen nuestros destinos nos han impuesto el euro. No han permitido la elección. Euro para todo quisque y punto. El mundo europeo ha sido fascinado, hipnotizado, idiotizado por el euro. Y ves al personal que hace cola en las ventanillas de caja de los bancos para adquirir el euromonedero, esa bolsita de plástico con 43 monedas de distinto valor facial. (Qué ilusión! Después de tres años de cansina publicidad informativa, hastiada de tanta moneda reproducida en papel cuché, la gente se felicita con palmadas recíprocas porque ya posee el euro ‘de verdad’. Sin embargo, no todo en el monte es orégano, suele decirse. Valentí Puig cita un sondeo del “Wall Street Journal” según el cual «un 52 % de ciudadanos europeos preferirían usar la moneda de su país antes que sustituirla por el euro». No lo han preferido así los que mandan, o sea, los que mandan en los que mandan. Y no digamos nada si nos referimos al redondeo. Pero esto será en una próxima entrega.
Mientras tanto, rindo desde aquí un homenaje casi póstumo a la deleble imagen de la peseta.

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