miércoles, 21 de octubre de 2009

DESENCANTO
(20-9-2004)
JUAN GARODRI


Tampoco es como para ponerse en plan Arturo Pérez-Reverte y lanzar estocadas verbales y descalificaciones a troche y moche, donde políticos y mandamases salen siempre mal parados, tratados de estúpidos unos, de hijoputas otros, de imbéciles y tarados los más: España es el país que agrupa a más gilipollas por metro cuadrado, o algo así creo recordar que le he leído en alguna ocasión. Ahora mismo, en El Semanal nº 881 pretende meterle una escoba por el culo al párroco de Bailén a propósito de alguna manifestación del reverendo en contra de la conmemoración de la batalla de Bailén. «Somos el único país —dice Pérez-Reverte— donde conmemorar batallas no sólo está mal visto, sino que permite, a la panda de mercachifles y payasos de que tan sobrados andamos, sacar fuera la mala leche, el oportunismo, la insolidaridad y la incultura que, precisamente, crearon campos de batalla». Palabras duras, ciertamente, pero ¿desatinadas? A mí me la suda, que se dice, que se conmemoren o se dejen de conmemorar las batallas que ganamos a los franceses durante la Guerra de la Independencia. Si se instituyen conmemoraciones, pues encantado. Si no se instituyen, tampoco pasa nada, creo. Sin embargo, no me deja indiferente que una personalidad importante desde el punto de vista del periodismo, del reporterismo, de la narrativa, de la fama (hasta los gatos conocen el nombre de Pérez-Reverte, sea por su trabajo en TVE como enviado especial a las guerras de los 90, sea por el personaje de su capitán Alatriste, sea por sus novelas multieditadas, multitraducidas, llevadas al cine, La tabla de Flandes, El club Dumas, La piel del tambor, La reina del sur…, sea por su categoría de académico de la Real Academia Española, sea por su artículos semanales en El Semanal, mal que le pese a enemigos, indiferentes y envidiosos, clase ésta última que abunda sobremanera especialmente entre escritores y plumíferos, pagados por el don de su individual y especial valía y por las editoriales de su interesada tendencia política, desestimadores de todo producto que no haya parido su meritoria pluma, engreídos, petulantes y altaneros, pacientes de corrosiva úlcera de duodeno cada vez que el vecino, enemigo cordial y bienquisto, pero enemigo, publica triunfalmente su engendro editorial gracias a la influencia política del gobierno de turno), no me deja indiferente, decía hace rato, que una personalidad a la que conocen hasta los gatos, relevante como la de Pérez-Reverte, se empeñe constantemente en la descalificación y en el desdoro de la clase política en general y del ciudadano modorro en particular. ¿Desatinadas las palabras del escritor? Creo que no. Porque aunque a veces no sean del agrado de un determinado grupo de lectores, otras muchas coinciden sus palabras con el sentir general de la opinión pública, acogotada por la invasión de la noticia interesada, indefensa ante la riada de declaraciones contrarias, cuando no contradictorias, que los jefazos se lanzan a los ojos diariamente, según el signo político en el que abreven. El ciudadano no es tonto, al menos muchos no lo son, y desean escuchar lo que ellos mismos piensan, desean comprobar que las palabras de alguien relevante coinciden con las suyas, confirmar que no es tan desacertado lo que ellos comentan en el trabajo o en la calle o en el bar sobre la situación económica, la situación política, la situación europea o la regularización de los inmigrantes. Desean comprobar que una cosa es lo que oficialmente se dice y otra la que el ciudadano llano piensa, es decir, ellos mismos.
A este respecto, en el mismo número de El Semanal antes citado, aparece un reportaje de Fernando Goitia. Entrevista a Peter Eigen, presidente de ‘Transparencia Internacional’, que acaba de publicar Las redes de la corrupción. «La corrupción es el talón de Aquiles de la democracia». Sobrecogedor. No hay un rincón del planeta que se libre de la corrupción. Y casi siempre provocada por los políticos. Políticos poderosos a quienes los grandes poderes económicos tienen cogidos por los cataplines. Desde la compra de partidos en Norteamérica hasta la ley del silencio en Rusia; desde la corrupción descarada en México y América Central hasta los escándalos de las multinacionales favorecidas políticamente, en Japón y en Oriente Próximo, en Indonesia y en Uganda, en Azerbaiyán y Bangladesh, (y en Europa y en España, claro) el mundo es una gigantesca olla podrida donde los grillos de turno mueven sus élitros para distraer al gentío y hacerles creer que se desloman trabajando por el bien común. Así que lo de Pérez-Reverte es el fueguito de una cerilla frente al devastador incendio que se lleva la probidad a la mierda. «El reto es crear un ambiente social en el que robar sea un hecho arriesgado», dice Eigen. Zumba cojones. O sea, que en las altas esferas es tan sumamente fácil robar que la solución es convertirlo en un acto arriesgado para que se robe menos. O sea, que se seguirá robando, pero con más riesgo. O sea, que esto no hay dios que lo arregle.
(En estas que aparece mi tío Eufrasio:
—Me desilusionas, sobrino.
—Por qué —le digo.
—Porque te pones del lado de Pérez-Reverte, personaje que escribe como defeca, según los críticos —me dice.
—Tampoco es eso, tío —le digo—. Admito que Pérez- Reverte desmonta en ocasiones la fanfarria con la que mandamases y otros uncidos al yugo institucional enmascaran la actuación política.
—Y eso ¿qué?
—Que ese desmonte me interesa. Yo también pienso así.
—Vete al carajo —me dijo.
Y me quedó plantado frente al ordenador).

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