viernes, 16 de octubre de 2009

LO DE LA PARIDAD
(25-4-2004)
JUAN GARODRI


A veces me pregunté, de chico, porqué la mona era una especie de representación de la simpatía inteligente. Por qué los ilustrados fabulistas del XVIII ponían a la mona como sujeto de algunas moralejas fabuladas, aquello de la mona que subió a un nogal, etcétera. En cambio, para simbolizar la tozudez o la casualidad terca propia de los ignorantes ponían como ejemplo al burro (no a la burra), usted comprende, lo del burro flautista.
No puede resultar extraño que las monas sean así de inteligentes, al menos tal como asegura en la revista Nature la primatóloga Elizabeth V. Lonsdorf. Monas habilidosas a la hora de ‘pescar’ termitas utilizando tallos de hierbas mientras los monos se entretienen jugando con los termiteros. Así que la investigación revela que las hembras de chimpancé aprenden mejor y antes que los machos. Actualmente, la cuestión se plantea entre hombres y mujeres. ¿Existe paridad o disparidad entre ellos y ellas? Pues bien, hay disparidad. «Una disparidad similar», dice Lonsdorf, «se ha estudiado en las habilidades de hombres y mujeres, lo que podría indicar que la diferencia ya existía en un antecesor común a chimpancés y humanos». Y Sabater Pi, otro primatólogo, propone una explicación biológica, según leo: «Los machos son más agresivos y en esa ferocidad consumen una energía que las hembras dedican al aprendizaje». Y concluye que las mujeres del Neolítico eran superiores a los hombres porque fueron ellas las que inventaron la agricultura y la ganadería. ¿Por qué, pues, empezó la mujer a ser subyugada por el hombre hasta el punto de aparecer histórica y socialmente como un ‘ser inferior’ sin serlo? Hubo un momento en que apareció la disparidad y desde entonces la injusticia histórica ha perdurado prácticamente hasta nuestros días. Los hombres, amparados quizá en la fuerza física, se han apropiado de las tareas de gobierno y responsabilidad, han detentado el poder y los cargos públicos. Es lúcida la promesa electoral de Zapatero, ya cumplida al menos por lo que a él respecta, de conseguir la paridad en los cargos públicos. (En tiempos de Borrell se hablaba de ‘cota de igualdad’. Cuando Borrell transitó las aspiraciones a la Presidencia del Gobierno, allá por 1999, prometió que, si llegaba a gobernar, establecería una cota de igualdad entre hombres y mujeres al 50 por ciento). Ahora se habla de paridad. El gentío lo ha tomado con empeño y oye, que parecía la víspera de Reyes, que te lo digo yo, el domingo pasado, día 18 de abril, todo el mundo pidiendo, el personal expresando deseos de mejora y abundancia, programa radiofónico de «A vivir, que son dos días», y el satisfechísimo Fernando G. Delgado haciendo entrevistas congratuladoras y recibiendo llamadas telefónicas de un público enfervorizado y pedigüeño. Y el personal, ya digo, venga a pedir paridad absoluta a Zapatero, y a sus nuevos ministros y ministras, disfrazados de Reyes Magos de la política, en una retahíla de peticiones ilusionadas e inocentes. Lo peor es si dejan carbón, porque los Reyes Magos suelen traer buenos regalos a los niños ricos pero a los niños pobres les dejan el trocito de carbón en el zapato, cosa que jamás entendí cuando era niño (además de lo de la mona, entre otras cosas), porque pensaba que los Reyes Magos no debían adoptar criterios de actuación discriminantes. Paridad total, eso es lo que debían tener en su actuación regaladora, y no la bicicleta al rico y el caballito de cartón coloreado al pobre. Paridad. Existe, no obstante, un aspecto de la paridad del que disiento en parte. Defiendo la igualdad de mujeres y hombres como sujetos de los mismos derechos y de idénticas obligaciones. Sin embargo, cuando se trata de cargos públicos me desconcierta la igualdad absoluta. No entiendo bien lo del fifty-fifty anglosajón. La igualdad del cincuenta por ciento se parece más a una concesión que a un acto de justicia. Vamos, que parece como si chirriase un poco lo de la paridad absoluta porque se asemeja más a una decisión tomada desde el punto de vista de lo políticamente correcto que a una reivindicación justa de los derechos de la mujer. Que nadie se altere: quiero decir que debería primar la idoneidad sobre la paridad. Porque puede ocurrir que en algún caso se perjudiquen los derechos de la mujer empujados por la observancia de la igualdad absoluta. Situaciones habrá en que la mayoría de las mujeres censadas superen en inteligencia, en trabajo, en capacidad de gestión o de organización a la mayoría de los hombres. Sin embargo, los mandamases políticos no aceptan el hecho de la palpable superioridad mujeril y dan de lado, con displicencia, a las propuestas femeninas. Gobiernos autonómicos habrá o Consejerías o Diputaciones o Ayuntamientos en los que el número de mujeres más inteligentes, mejor preparadas, dotadas con mayor sentido de la responsabilidad, más trabajadoras y más celosas del bien común exceda al número de hombres elegidos para el cargo. Con lo que, en este supuesto probable, las mujeres no deberían aceptar el cincuenta por ciento de representantes para el cargo público, sino reclamar el sesenta o el ochenta o incluso el cien por cien si entre ellas se diesen las condiciones idóneas para la representatividad. Y exigir cambios que permitan el acceso de las mujeres a la presidencia de los partidos políticos o a la Jefatura del Estado.
Y aunque lo políticamente correcto, que se dice, sea mitad y mitad, pienso que lo municipal o lo autonómico o lo nacionalmente correcto (Congreso, Senado) sería incluir en las listas a las personas más cualificadas (sean mujeres, sean hombres) por su inteligencia, su trabajo y su probada capacidad de actuación en favor de todos.

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