lunes, 12 de octubre de 2009

FELICIDAD
(31-8-2003)
JUAN GARODRI


Cuando entrevistan a personajes famosos, mayormente futbolistas, Ronaldo el verano pasado, Beckham estos días calurosos de finales de agosto, suele el entrevistador (o entrevistadora) preguntarle por su situación anímica, además de otras obviedades a las que con frecuencia someten al entrevistado. Y éste, con el fulgor del entusiasmo en los ojos, responde, como quien circunda los ámbitos de la sabiduría, con respuesta única e inexacta: «Estoy muy feliz de encontrarme en España, estoy muy feliz de poder ayudar a mis compañeros y al equipo, estoy muy feliz de pertenecer al Real Madrid».
Además de la incorrección sintáctica del entrevistado, normal si desconoce el español, o de la traducción errónea del entrevistador (o entrevistadora), normal si ni las huele en inglés, la felicidad encaja muy mal con el verbo estar, que es el verbo de la transitoriedad. La felicidad, en cuanto estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien, tiende ineludiblemente a la permanencia, a perpetuarse en una situación de la que es imposible salir si alguna vez se pudiese entrar en ella. Lo característico, sin embargo, de la condición humana es que se tiende a la felicidad, se inicia y prosigue la búsqueda de la felicidad, se pretende la consecución de la felicidad. El ser humano se entrega unas veces a la investigación de la virtud, o de la verdad, se dedica otras veces a la práctica de la mentira, o del abuso, se pasa la vida luchando por conseguir la felicidad, no la consigue y encima va y se muere, que es el colmo del contrasentido existencial. Paul Valéry se pregunta si existe la felicidad (él la llama amor) al mismo tiempo que se satisface. Precisamente la equivocación humana consiste en dar el nombre de felicidad a pequeños hechos concretos que aparecen y desaparecen en la historia individual con la contumacia del péndulo. En la entrega diaria que cada uno prodiga, minuto a minuto, a la búsqueda de su felicidad, hay una especie de alienación, en el sentido existencialista del término. En el pensamiento de Hegel y de Marx la alienación es el mal por excelencia, porque le roba al hombre su esencia verdadera, ya que la alienación, como se sabe, es una transformación de la conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición. En este sentido, habría que considerar la búsqueda de la felicidad como un mal porque engaña al hombre haciéndole pensar que puede conseguir algo que, de por sí, es inalcanzable.
Así que estoy muy feliz, dice Beckham, porque le cascó un gol de chiripa a Leo Franco, que lanzó puños al aire en medio de un fallo clamoroso. Y el personal está muy feliz con lo de la supercopa, primer título oficial de la temporada.Y el personal está muy feliz porque, quien más quien menos, ha pasado unas ()calurosas-horrorosas?) vacaciones en la candente arena de las playas, con el agua del mediterráneo a treinta grados, o en las achicharradas laderas de las montañas, destruidas por un fuego devorador y un viento ignívomo. Así y todo, el personal está feliz a pesar del síndrome de la vuelta al trabajo porque, en contraprestación a tan desgraciado accidente, se vuelve a soñar con la abundancia de la lotería primitiva. Es el sueño de la felicidad, una felicidad casi núbil, porque vuelve a instalarse casi virginalmente en las entretelas de los deseos, tal como el agua se instala en las huellas de los regatos y es absorbida en una especie de caricia líquida. También está feliz el personal porque dispone de abundantes medios de distracción y entretenimiento: programas televisivos, por ejemplo, en los que menudean comidillas nacionales transformadas en insólitos escarceos íntimos dispuestos a destruir al que pillen por delante; tal es el caso de Andrés Pajares, arrojado a los pies de los caballos, no sé si justa o injustamente. Pero esto no importa al telespectador/a. El telespectador/a está feliz porque se entera de lo malo que es el tío y de lo muchísimo que ha hecho sufrir a chonchis, chonis y chonílagos. El colmo de la felicidad: contemplar la desmembración obscena y birriosa de algo que en su momento estuvo unido.
En fin. Pretendo que el personal no esté feliz sino que sea feliz. Pero como el verbo ser designa algo permanente, cualidad totalmente reñida con lo que creemos que es la felicidad, deseemos que, al menos, el personal esté contento, accidentalidad expresada propiamente por el verbo estar. De manera que, de ahora en adelante, majos, a ver si os enteráis, Beckham y demás patulea puede que estén contentos de pertenecer al Madrid, pero no pueden estar felices de ello. La felicidad, como permanencia, se construye con el verbo ser. Y si no, leeros a Nietzsche que, cabreado con el eudemonismo de los utilitaristas ingleses y su eterna happiness, soltó, así por las buenas, que la vida no es la felicidad. (Pido disculpas por citar otra vez al plasta de Nietzsche de quien, en absoluto, pretendo hacer propaganda, pero queda bien como exorno final).

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