sábado, 3 de octubre de 2009

LA DUCHA
(10-8-2003)
Juan Garodri


Aparte de que no me interesa, no sé de dónde sacarán los datos con que confeccionan las encuestas que aparecen en determinados medios de comunicación. Será preguntando, supongo. La suposición no es de una obviedad tan perogrullesca como parece. Porque, efectivamente, toda encuesta se basa en el hecho de preguntar. La cuestión estriba en la categoría de las preguntas que se formulan, en el modo de hacer las preguntas y en la finalidad, más o menos manipuladora, que pretenda darse a las preguntas.
Desde el punto de vista sociológico, sabemos que una encuesta es un sondeo de opinión sobre un determinado tema, en el que se recogen testimonios, mediante la técnica de la entrevista, principalmente (aunque también existen técnicas de observación y experimentación usadas por científicos en sus trabajos de campo), con el fin de captar el comportamiento de la población acerca de determinados temas. Después se procesa la información y se obtiene un análisis estadístico de los resultados.
El personal aficionado a la lectura de la prensa diaria conoce los resultados de las encuestas publicados en ella. Sobre todo, las encuestas que obedecen a juicios de anticipación, como sondeos políticos, intención de voto, popularidad de los líderes y demás zaragalla ciudadana. El gentío conoce también el resultado del hecho encuestado y sonríe a media boca cuando comprueba que las intenciones manifestadas en los sondeos de opinión, en muchos casos, no coinciden con los resultados.
Otra cosa son las encuestas en las que se pregunta al personal sobre hechos consumados, hábitos concretos o costumbres cotidianas. Mientras que en los sondeos de opinión la encuesta se fundamenta en juicios de anticipación que muchas veces no coinciden con los resultados finales, en los sondeos de costumbres o hábitos la encuesta se fundamenta en la declaración de hechos consumados. La cosa está en saber si los encuestados dicen la verdad dentro del énfasis verídico de la propia personalidad, o mienten dentro de la defensa externa de una imaginaria dignidad individual.
La longitud del exordio obedece a que hace pocos días leí en la prensa que, según una encuesta, los españoles entran en el grupo de los más guarros dentro de la camada de guarros, o guarrada (conjunto de las crías de los guarros nacidas en el mismo parto), que por lo visto abunda en la Unión Europea: más del 67 por ciento de los españoles no se ducha. Horror. No sé si la encuesta se ha realizado por teléfono, ni si el cuestionario se ha enviado impreso por correo normal (no necesita sello, a franquear en destino), ni si ha aparecido en las esplendorosas páginas encuestadoras de Internet (si su respuesta es sí, coloque la cruz en el recuadro de la parte superior izquierda; si su respuesta es no, coloque la cruz en el recuadro de la parte superior derecha). También desconozco la entidad sintáctica de la pregunta. Puede que haya consistido en una cuestión simple, desprovista de plumerío ornamental, tipo responda con sinceridad (no, sinceridad no, lo de sinceridad es un ataque demasiado abierto a la intimidad de la persona), responda cuántas veces se ducha usted
a) a la semana,
b) al mes,
c) al trimestre,
d) al semestre,
e) al año,
f) otras variables higiénicas,
g) exprese usted si se ducha más frecuentemente en invierno o en verano (la pregunta es idiota, no sé cómo sería la respuesta),
h) indique si su tendencia a la ducha predomina en otoño o en invierno,
h) teniendo en cuenta el dicho de ‘la dicha es mucha en la ducha’, especifique si disfruta cuando realiza el acto de ducharse,
i) diga si le produce más placer el agua caliente, el agua templada o el agua fría,
j) aclare, por favor, si silba una melodía de Operación Triunfo o, por el contrario, permanece mudo como el tabique,
k) manifieste su propensión al exabrupto, si la tiene, cuando el agua sale fría en lugar de caliente,
l) diga si regula habitualmente los grifos para acomodar el agua, la fría y la caliente, a la temperatura del cuerpo,
ll) exprese si soporta mal los enconados latigazos del agua fría,
m) explique cómo previene los resbalones,
n) comente el cuidado habili­doso que utiliza para evitarlos,
n) comente, así mismo, la cauta precaución que toma para aposentar adecuada­mente la planta del pie sobre el fondo de la bañera,
ñ) diga cómo actúa si acontece que se propasa cinco milímetros al girar la manilla del agua fría y un chorro helador, polar y maléfico le tortura las costillas,
o) diga qué ocurre, por el contrario, si se excede en el giro de la manilla del agua caliente y el chorro de un géiser inesperado, perverso y violento le achicharra los hombros y le horada el espina­zo,
p) manifieste, en ambos casos, cómo mantiene la integridad física cuando salta peligrosamente hacia atrás, con riesgo de partirse una pierna (o desnucarse, desgraciadamente),
q) reseñe si en su cuarto de baño se oye el picotazo de las gotas de agua, plict, que caen en la bañera después de colgar con indolencia de la boca del grifo,
r) comente si dicho ruido es particularmente molesto durante la noche,
s) o durante la hora de la siesta,
t) diga si se levanta a cerrar el grifo,
u) o si procede a taponarlo con la toallita higiénica,
v) o si se enfurece y le pega un martillazo,
x) o si tiene voluntad de hierro y se duerme como si tal cosa,
y) aclare finalmente si se ducha al levantarse o al acostarse,
z) en caso negativo explique la razón de por qué no se ducha.
(Anotación: no olvide colocar la x en los recuadros apropiados, a ser posible con bolígrafo negro).
Ante la envergadura del cuestionario, no es de extrañar que el olor a tigre se expanda por aglomeraciones y multitudes. Y que no es extraño que el 67 por ciento de los españoles huya de la ducha. Y de las españolas. Porque en cuestiones higiénicas tampoco vamos a andar con discriminaciones por razón de sexo.

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