miércoles, 21 de octubre de 2009

TEMA DEL DÍA
(9-10-2004)
JUAN GARODRI


Oye, que me ven los de siempre, lectores, amigos y todo eso, y me dicen que qué pasa contigo, tío, que no te mojas, que durante estos días en todas partes se habla y se escribe de lo mismo, prensa, radio, debates televisivos y tú ni te enteras. Y hay que mojarse. En la cosa de los homosexuales, en qué va a ser. Les digo que vale, vaaale, que ya escribiré algo. Y que no se trata de mojarse, al menos de mojarse en el sentido en que me incitan a que escriba. Mi tío Eufrasio dice que el quiera peces que se moje el culo. Así que no me voy a meter en el río a coger peces. Me mojaré en el sentido políticamente correcto. Y aunque en algún ámbito dije que no volvería a opinar públicamente acerca del tema de la homosexualidad, voy a hacerlo.
Así que tendré que empezar cantando la palinodia. Quede claro de antemano que carezco de prejuicios sexistas, aunque soy heterosexual. Esta proposición adversativa posee su quid restrictivamente semántico, pues hay quien piensa que, a priori, toda persona heterosexual, por el hecho de serlo, tiene que adoptar y adopta posiciones contrarias a la opción homosexual. Y no es así. O no lo es al menos en mi caso. Respeto las opciones sexuales de cada persona y me parece de perlas la fórmula con la que probablemente se reforme el artículo 44 del Código Civil: «La identidad del sexo de los contrayentes no impedirá la celebración del matrimonio, su validez y sus efectos». Me alegro por ellos. Con una alegría racional, ciudadana y democrática. Pero vamos, que no voy a ponerme a dar saltos de alegría y a palmear la espalda de los conocidos que encuentre por la acera mientras comentamos festivamente el acontecimiento. Ni tanto ni tan calvo. Simplemente, aceptar adecuada al tiempo histórico en que vivimos la decisión de consentir legales las uniones civiles entre homosexuales, accediendo así a una reivindicación durante largo tiempo manifestada para conseguir de una vez el reconocimiento de su dignidad, su libertad y su igualdad de derechos.
Hay, sin embargo alguna cuestión que me resulta, al menos, sorprendente.
La primera es el empeño que han puesto, con un esfuerzo y contundencia fuera de lo común, en casarse, dado que, por una parte, la tendencia actual de gran parte de la sociedad se dirige a prescindir del matrimonio: miles de parejas heterosexuales forman parejas estables de hecho sin casarse; por otra parte, la importancia cada vez menor que se concede al matrimonio una vez contraído, como lo demuestra el alto porcentaje de divorcios (un setenta y tantos por ciento en lo que va de año. Supongo que los homosexuales, por serlo, no estarán anclados en la fidelidad eterna).
La segunda cuestión que me sorprende es el duro empeño que muestran en el asunto de las adopciones. Si cualquier ciudadano (soltero, casado, hombre, mujer) puede adoptar niños, supongo que también puede hacerlo cualquier homosexual: lo adopta y una vez conseguida la adopción se casa con su pareja.
El tercer punto que me sorprende es la crispación que manifiestan los afectados, sobre todo en debates públicos: no toleran que se les lleve la contraria, y hasta chillan y se encrespan (debate de Piqueras en la TV2, “El enfoque”) si algún contertulio osa manifestarse en contra de sus posiciones, y los tildan de conservadores, antiprogresistas y carcas. O sea, que casi se ahogan en su baño de modernidad.
En fin, acepto a los homosexuales como personas iguales a mí, pero no me gustan. No es una cuestión de democracia, ni de progresía, ni de ética. Es una cuestión de estética. Encuentro más artístico y exquisito el cuerpo de una mujer desnuda que el de un hombre. Y más placentero.

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